Hay que dar de comer a diario al amor y a la pasión
Me meto cautelosamente en la cocina y veo que mi hembra trastea en la cubertería. ¡Está guapísima la tía!, con ese tanguita negro y ese delantalito blanco. Hurto una manzana del frutero y muerdo un cachito, que cruje y chorrea un jugo dulce; alzo cada gota con la punta de la lengua, y luego me apoyo en el marco de la puerta. Ella va mirando de reojo todo lo que hago. Doy otro mordisco a la manzana...
- ¿Me convidas a un bocadito, mi tío macizo?
Es entonces que muerdo un pedacito de manzana, y mi boca lo transporta hasta la suya. Nuestros labios se funden. ¡No se pueden separar! La postura sensual de su perfecta boca me pide guerra sexual, y sus ojos son más grandes que nunca; me da vértigo mirarme en ellos, pero, ni queriendo, puedo apartar los míos.
Sus ávidas manos rodean mi cuello. Hechizado, la cojo entre mis brazos. No sé si la manzana se cae o yo la dejo caer, solo sé que su boca es la inquilina permanente de mi boca. Sus ojos están dentro de mis ojos. Su alma es la gemela de su alma. Mi corazón está enroscado a su corazón, y todo ello lleno de amor. Su cuerpo se aprieta sobre el mío: me roza, me toca... Su pasión me llega a través de sus roces. Se me para el tiempo.
- ¿Qué tenemos hoy de almuerzo? -le pregunto entre besos. Pero no sé por qué le hice ésa pregunta.
- ¿No lo estás viendo, chiquillo? –me responde.
Sonrío abiertamente, porque eso que acaba de responder es verdad. ¿Hay un mejor almuerzo que este?
Su mano corre que se las pela entre mis vaqueros. Busco sus pechos empinados. Me baja el cierre, me abre la cremallera y sus dedos envuelven mi miembro viril. Mientras acaricio sus rígidos pezones, gime, y echa la cabeza hacia atrás. Tiro de un hilillo y me da que me he cargado otro tangas. Pero, ¡bah!, eso no importa ahora.
Acaricio, beso y succiono sus labios vaginales, e incluso los mordisqueo; siento una humedad tibia, tirando a caliente, que me empapa la boca y las manos. Sus piernas se cierran contra mi cintura y me atraen. Guía ella mi pene; "su pene", como suele decirme, y yo me encorvo hacia su dilatada vagina, "mi vagina", como suelo decirle.
Entra mi pájaro en su jaula como un fuego, y siempre con la misma sensación de quemarme en su interior y en los suspiros de ambos. Sus pechos rozan mi torso. ¿En qué momento me ha quitado la camisa? Beso su cuello, paso la lengua por él, lo chupo, lo mordisqueo. Sus diez uñas de gata salvaje pintan una línea de escalofrío en mi espalda. Me muevo de extremo a extremo. Voy hasta el fondo, esperando su reacción. Y ella lo sabe...
- No la saques, porfi. Sigue así…
Su voz, su aliento en mi cuello, su lengua…
- ¡Toda dentro para ti! -le digo, casi ronco, y empujo más.
De nuevo, sus diez uñas se clavan en mi espalda. Me atraen. La acaricio el culo, los muslos, las tetas… Se desmelena…
- ¡Poséeme una vez más, hazme lo que quieras…!
Entonces, me muerde en el hombro. Es un mordisco grandecito y chupado, que seguro que me dejará marcas y que luego ella revisará, satisfecha. La meto y la saco, cada vez más excitado y más rápido. Mis dedos se enredan en sus pelos. Y mis brazos, como una palanca de acero, apretándola fuertemente contra mí.
- ¡Dame mis jugos! -dice, de pronto, sus dientes clavados en mi carne.
- ¡Pero dámelos ya…! -repite, impaciente.
- ¡Son tuyos, ahí van…!
Su primer espasmo la paraliza de placer. Jadea; pero es un jadeo ahogado que reconozco: el jadeo del éxtasis, cuando el orgasmo la arrastra, oleadas tras oleadas.
Clavada hasta el fondo, empuja mi cuerpo sus nalgas con la primera descarga. Como si me pasasen una varilla al rojo por el meato. Estalla sobre su empapada vulva. Nuestros jugos se mezclan y chorrean: sexo dentro, sexo fuera...
Nuestro delirio dura… ¡qué sé yo! Jamás llegaremos a saber si un minuto o un siglo. Solo sabemos que temblamos, que nos sacudimos de placer, que quedamos abrazados, abajo nuestros párpados, nuestras respiraciones anhelantes. Pero, poco a poco, nos vamos recuperando, pero algún ramalazo de gozo nos cruza de vez en cuando. Y, de pronto, vuelve a ser mi niña, acurrucada en mi pecho. Beso su pelo, su frente, busco sus labios…
- Te amo.
- Y yo te amo más.
Nuestras voces suenan a colmadas. Apenas retiro mi sexo del suyo, hago una copa con la mano y recolecto ese íntimo jugo que rezuma. Pegajoso y tibio, se lo acerco y luego lo vuelco en sus poderoso pechos.
- ¡Oh, qué delicia! -dice, y lo esparce con los ojos cerrados y con cara de satisfacción por tan nutriente vitamina facial.
Poco después, nuestras lenguas se acarician y probamos juntos el placer salobre y dulce de la pasión.
- ¿Te cansaría mucho si me llevas en brazos a la ducha? –me dice, mimosa.
- Pues... estaba esperando esa pregunta tuya –le respondo, embelesado.
Entonces, vuelve a enlazar mi cintura con sus piernas y mi cuello con sus brazos. La levanto por las nalgas y nos vamos al cuarto de baño, con la seguridad de que allí vamos a culminar lo no terminado aún.
Y así un día y otro día, y un mes y otro mes, y ya llevamos dos años casados haciéndolo así.
Bajo el agua, semicaliente, nos vamos mojando nuestros cuerpos con esa gracia de dos amantes que se aman. Nos frotamos cuello, espalda, nalgas, brazos y piernas. Sobre la marcha hago que se dé la vuelta hacia mí y entonces la estrecho contra mi cuerpo, amorosamente. Le enjabono los pechos y también esos vellitos negritos que protegen su nido; y mientras, el agua tranquilizadora, y en nuestro caso milagrosa, va rociando nuestros dos cuerpos.
Concluida nuestra reconfortante ducha, de nuevo hacemos el amor, pero más apasionadamente que la vez anterior, Bueno, igual de apasionadamente me dice ella