Quien se proponga entender a las mujeres, o está chiflado, o está enamorado o de alguna de ellas, o tiene algún interés oculto bajo llave. Son tan difíciles de entender que no tienen un lugar en la caja de las sorpresas
La terrible encrucijada de Manuela
Era una noche cálida. A la luz de la luna, Manuela salió del salón y se fue al baño de la planta baja de su casa rural, que no tenía luz eléctrica. Hacía buena temperatura, pero todos los vellos de su cuerpo se erizaban apenas se desnudaba. Manejaba el telefonillo de la ducha y el agua empezaba a caer.
La ducha estaba conectada a un bidón de mil litros, situado en la azotea, y de ahí caía hacia abajo. Manuela se masajeaba su esbelto cuerpo y se tranquilizaba. Pensaba que el agua fría la haría pensar con claridad, a la vez que amansaría su sangre hirviente, ansiosa de sexo. Se estremecía de nuevo al recordar las caricias de su más que amigo, Felipe; un chico de ciudad que estaba enamorado de ella, pero que en temas del sexo, era pasivo, sobre todo por sus ocupaciones y por sus estudios universitarios, los cuales le hacían no aparecer a menudo por el pueblo de Manuela.
Pero también recordaba a Daniel, un tractorista de la finca de su padre, el cual estaba encaprichado con ella, pero solo para la cama, lo contrario que Felipe. Manuela se sentía dividida por el hecho de amar a la vez a dos hombres, cada uno con sus características y sus expectativas.
Felipe sabía todos los secretos íntimos de Manuela, que ni Daniel ni ninguno de sus amigos y amigas conocían.
Después de ducharse, cogía la toalla grande y, nerviosa, empezaba a secarse. No se sentía feliz por el hecho de mantener dos relaciones al mismo tiempo. Buscaba a tientas su ropa y no la encontraba.
-¿Dónde está mi...? -no le daba tiempo de terminar su pregunta. Daniel completamente desnudo, había entrado a la ducha con la intención de tirarse a Manuela.
El cuerpo de Manuela le daba la bienvenida con movimientos provocativos. De ahí que Daniel le diese la vuelta, la besase y la empotrase contra la pared del pequeño habitáculo, y después desparramar sobre ella besos salvajes y mordiscos.
- ¡Basta, basta ya…! -dijo Manuela tratando de escapar de Daniel.
Sin embargo la advertencia, Daniel se pegaba más al cuerpo de Manuela y, con esa intención propia de un hombre que solo quiere lo que quiere, la manejaba a su antojo, rodeando el cuerpo de ella, acariciándolo, lamiéndolo, mordiéndolo, y se la acercaba más cada vez que ella trataba de escabullirse.
Manuela no quería hacer uso de todas sus fuerzas, porque Daniel la ponía a mil sexualmente y de una forma plena, dándole eso pie a él para abusar más de ella.
- ¡Suplícame! ¿Qué quieres que te haga hoy? ¿O acaso quieres que no siga? ¿No quieres jugar?
Daniel la ajustaba a su medida para penetrarla. La levantaba como si pluma fuera, y Manuela cruzaba las piernas sobre la espalda de él, que con fuerza, continuaba empujando mientras ella gemía y le rogaba que parase. Pero él no paraba. Sabía que lo deseaba y que lo último que quería era que se detuviese.
Y así, culminaban una vez más, pidiéndole ella ahora repetir...
Sin embargo sentir un placer indescriptible todas las veces que era poseída por Daniel, su encrucijada la atormentaba por haber montado su vida de una manera tan loca como desordenada: necesitaba el miembro viril de Daniel, pero también necesitaba el corazón de Felipe
Antonio Chávez López
Sevilla mayo 2001