Le dejó una profunda huella su última relación sexualAmanecía ya. Luchando contra la resaca del vino y el sexo de la noche anterior, daba con sus vaqueros bajo la cama. Dormía ella cuando él cerraba la puerta del cuarto de aquel maloliente antro. No le había gustado ese motel destrellado y menos aún la habitación, pero sí le había gustado y mucho la amante que había degustado durante mucha parte de la noche.
Ya en la calle, compró la revista "Hembras", que en realidad era un dossier de contactos sexuales.
Todavía sentía húmedo su miembro viril bajo los pantalones vaqueros. Notaba en todo momento que todo él olía a ella.
Entraba en el primer bar que veía abierto y lo primero que hacía era encerrarse en los servicios de caballero, quitarse los calzoncillos y meterlos en una bolsa de plástico verde.
Salía del bar y se encaminaba de nuevo hacia el motel; ya allí, dejaba la bolsa en la puerta del cuarto en donde había pasado la noche, que era donde ella vivía.
Salía nuevamente del motel, se sentaba en un banco de un parque próximo y abría la revista; seguía ella anunciada. Llamaba a móvil del contacto reseñado y decía que era el padre de "Lisa Rus", la meretriz que aparecía en la tercera página, y le pedía que quitasen el anuncio de la revista, porque no quería que su hija alquilase más su cuerpo.
Un permanente palpitar en el mirto, después de haberlo usado y abusado hasta la saciedad, la hacía chuparse los labios. Sobarse la marcada hendidura vertical a la salud de la última masculinidad que la había penetrado a sus anchas, frotarse los pechos con la estera del cuarto de baño del motel y herirse los pezones con el cepillo de uñas, la mataba de placer. Rascarse los senos a uñetazos limpios, volver a buscar la verga que había empapado sus entrañas, le parecía delicioso.
“¡Quiero volver a tener sexo con é!”, gritaba, completamente desnuda, en plena calle.
Pero, de pronto, se le hacía la vagina agua.
Antonio Chávez LópezSevilla junio 2001