
Un clavo saca a otro clavoNunca la engañé y nunca le fui infiel, pero estaba tan despechado que solo quería vengarme. Me abandonó y más tirado que una colilla me dejó. Mi trabajo en la calle, mis tareas como amo de casa en mi casa, esa necesidad de concentrarme en una relación tormentosa y esa mierda que disparan las mujeres cuando te quieren fuera de sus vidas, me tenían completamente trastornado. No había sido mi primera novia, pero estaba enamorado de ella.
Pasada una quincena de nuestra ruptura, una noche de viernes me animaron dos amigos a salir, a dar una vuelta. Sí, esos amigos que nunca fallan en estas ocasiones en que solamente bebes hasta echar la primera papilla. Me llevaron a un cabaré. Cuando entramos, se nos aproximaron tres chicas ataviadas con diminutas tiras de tela que apenas les cubrían los pechos y el sexo. Mis penas se escondían bajo aquellas curvas que aturdían mi libido. Pedí Chivas, endulzándolo con la compañía de aquellas tres bellezas. Mis amigos pagaban los alternes de las chavalas y mi Chivas, con tal de verme a gusto y tranquilo con la chica que yo había elegido
Mi chica era bonita, pero le sobraba maquillaje, que, sumado a su pelo teñido a rubio, la convertían en una típica de cabaré. Intentaba hablarle, pero la alta música y sus besos ávidos de propina lo impedían. Finalmente, me dejé llevar acariciándole sus operados pechos y su redondo culo, como me gustan a mí. No tardamos en pasar a un reservado ante los acompasados gritos y silbidos de júbilo de mis amigos, ebrios como yo, que ya estaban explorando el mapa corporal de sus dos nenitas acompañantes.
El servicio de privado que yo había pagado, ella lo ejercía en el mismo cuarto donde vivía. Era poco ordenada, había bolsos y ropa por todos los rincones. En el espejo de su pequeño cuarto de baño había una foto de un niño y una pegatina de Brad Pitt. Generalmente, nunca entro en estas cosas, pero quizás el alcohol me llevó a preguntarle por la foto. Me dijo que era su hijo y que lo había parido a los 16 años. El padre del bebé huyó apenas se enteró del embarazo, y ella sola tuvo que lograr dinero para sí, para su hijo y para su mamá que era la que cuidaba del niño. Una amiga, también cabaretera, la había llevado a ese cabaré. Dos años ya ganándose la vida a costa de llenarse el buche de bebidas porcachonas y de servicios privados. No sabía el porqué, pero empezó a caerme bien. Quizá por pena, o quizá por mi relación, hecha añicos, la traté con delicadeza, incluso con cariño sincero.
Nos acostamos completamente desnudos, y calientes empezamos a besarnos con pasión, como dos novios. En absoluto se cortó y bajó hasta mi entrepierna, para hacerme una felación de oro olímpico, apretada y húmeda. Hacía un sonido con la lengua que me excitaba mientras estaba en la faena, a la vez que “acariciaba” mis testículos con sus largas y afiladas uñas. Recordé a mi ex y a lo que le costaba hacerme sexo oral, pues pasaba de ello, la muy zorra.
Y llegó mi turno: la puse boca arriba y comencé a lamerle los pechos, grandes y con pezones erectos, en las que pude ver las marcas de la operación. Nunca había catado de unos pechos operados. Bajé hasta su cueva, y allí olía a un olor disímil; una mezcla de la calentura sexual del momento y de las horas que llevaba en el cabaré. ¡Pero qué coño! Había pagado buena pasta como para no degustar lo que me ofrecía aquel bombón. Así que, lengua a destajo en su mirto. Le lamí y mordí los labios vaginales. Ella, sin poderlo evitar, arqueaba la espalda de placer. Hasta que me puso el forro y se la metí. Lamía mis tetillas mientras hacíamos el amor. Primero, perro; ¡qué lindura de culo! A pesar de las estrías era un grandioso culo, en el que podía cabalgar a mi antojo y a mis anchas.
Sentía pena por los chillidos que emitía, pero estaba tan enfrascado en mi faena, y tan a gusto y tan caliente, que no paraba hasta ametrallarla. Pero no podía descargar por tanto alcohol ingerido, resistiendo estoica mi verga. Pero minutos después, triunfé largando semen y después me eché de lado en la cama.
Se pegó más a mí y nos quedamos medio dormidos. Solo recuerdo que le pregunté si le había dolido el culo, me respondió que sí pero que le mereció la pena porque el orgasmo experimentado no lo había tenido nunca, ni siquiera con el padre de su hijo, del que pensaba estaba enamorada y que la satisfacía en la cama. No le respondí a eso, ni alardeaba yo de macho ibérico. No es ese mi estilo, nunca lo fue...
Al día siguiente, asustado desperté en su cama. Miré a derecha e izquierda y ella no estaba. Era ya mediodía. “¡mi negocio!”, pensé. Se había desmaquillado, lo que la hacía más preciosa aún. Me había preparado un copioso desayuno. Mientras daba cuenta de él, me contaba que me quedé dormido y que pensó en despertarme, pero que me veía tan plácido y tranquilo que desistía. Añadía que yo le había contado mi reciente separación y que ella lloraba durante mi relato.
Luego bajó a la sala, que igual tenía que mentir por esconderme. Estaba ya libre de resaca y quería irme, pero me dijo que podía quedarme con ella, que no empezaba a trabajar hasta las diez. Me agradó su oferta, así que me tumbé en el sofá. Se percató de que tenía frío y tiró de manta y se echaba junto a mí, besándome en las mejillas y, abrazados y hablando, nos quedamos unas cuantas horas...
Nos levantamos del sofá a las seis y media. No podía creerme la aventura tan loca que estaba viviendo. Pero me sentía feliz. Y a ella también la veía feliz. Conversamos de muchas cosas; de sus sueños, de su hijo, de su ex, de mi ex… Le sugerí que cambiase de trabajo. Le prometí buscarle uno “más apropiado”. No me quiso aceptar ningún dinero extra por sus atenciones ni por el desayuno. Su respuesta fue que ya era mi amiga, lo cual me gustó. Finalmente, nos despedimos con un tierno beso y un no menos tierno abrazo…
Ya en mi casa, me hallaba nervioso; no podía dejar de pensar en “mi guapa cabaretera”. Empero, me evadía metiéndome en mi correo para leer nuevos mensajes. Tan enfrascado estaba en ello que no oí el sonido de mi móvil. A la tercera llamada, al fin, lo cogí. Era mi ex, que quería hablar conmigo, que quería que la perdonase...
Pasada una semana de mi salida nocturna, volví con mi novia y a la vez empecé una relación con Soledad, que así se llama “mi rubia cabaretera”. Pero, días después, terminé con mi novia y me traje a Soledad a vivir conmigo a mi casa. Tenemos un hijo en común, más su hijo, al que también quiero y protejo como si mío fuese.
Ahora Soledad trabaja en su propio local de peluquería, cosmética y belleza para señoras, y yo sigo con mis negocios.
Antonio Chávez LópezSevilla septiembre 2000