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Sentía un desasosiego carnal

antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII
editado octubre 2022 en Erótica


Slo escritos erticos - Pgina 2 Escrit61


Sentía un desasosiego carnal

Era una noche confusa, pero intrigante. Veníamos planeando este viaje desde seis meses atrás. Mi amiga no venía nunca a visitarme porque era de un pueblo distante del mío, pero de tanto insistirle accedió. La invité a pasar un finde conmigo. En mi casa tenemos suficiente espacio, y cuando mi hermana mayor se casó y se mudó, utilizamos su cuarto para estos casos, de modo que no había problemas por falta de camas. Mi amiga informó a su madre de que se venía a mi pueblo y a mi casa tres días y dos noches.

Su visita fue lo más novedoso para mí en muchísimo tiempo. Mi amiga es una mujer clásica, pero tiene un toque sensual que no sabría definir; quizá su culo redondo, que parece decir “devórame”, o quizá sus pechos erguidos, o quizá toda ella. Claro que hasta ahora no sabía yo que era bisexual, pero con una experiencia como esta, es cuando te das cuenta. Aun teniendo amigas en común con igual tendencia sexual, jamás se me había ocurrido pensar que mi amiga acabaría siendo igualmente lesbiana y heterosexual.

No bien entró a mi casa se duchó y se cambió de ropa. Se puso una camisa negra, ajustada, un mini vaquero y una sudadera gris oscuro, lo que la hacía estar frita de calor, y más teniendo en cuenta el trajín de su largo viaje en autobús.

Mi padre nos trajo una caja de cerveza, y pronto nos tomamos una cada una. El resto lo dejamos para "mejor oportunidad". Habían dicho en la tele que la temperatura por la noche ese fin de semana iba a subir, así que ya teníamos con qué sofocar los calores nocturnos.

El primer día transcurrió con normalidad; botellín en mano hablábamos de nuestras cosas, como buenas amigas que somos, nos poníamos al tanto de los chismes, cosa habitual vía teléfono móvil. Me contó que había tenido una relación con un chico tres años menos que ella, y que lo habían dejado porque a ella la atraía una mujer madura. Al chico le escoció la separación, pero más pronto que tarde se recuperó. Mi amiga tiene 22 años y yo 21.

El segundo día, en cambio, de principio al final fue desconcertante. Y no sabía por qué todo el rato me sentía excitada, raro porque no era mi etapa hormonal y aún faltaba unos días para que me bajase la regla. A pesar de eso, me sentía un extraño palpitar en la entrepierna y en mis pechos, y más cuando veía a mi amiga ligerita de ropa, sin entender bien por qué…

Esa noche era la segunda y última que se quedaba a solas conmigo Al otro día tenía que cumplir con una visita a mi familia, a la que había prometido acudir, de modo que ya cenadas nos atrincheramos en el cuarto de mi hermana, y allí nos bebimos una cerveza tras otra mientras charlábamos. Cuatro botellines cada una que, como era de prever, hacían sus efectos, pero estábamos alegres, no borrachas. Tumbadas en un colchón sobre el suelo y viendo tele, pasamos unas pocas horas.

Vestía yo un mini pantalón y una blusa fina, y ella una minifalda y una camiseta lo  mismo de de fina, pero su escote era más atrevido, más insinuante. Y las dos, descalzas y desinhibidas nos reíamos del mundo...

Mi amiga cogió de pronto un  nuevo botellín y se lo llevó a la boca. Me quedé mirando cómo bebía, hasta que cayó un poco de cerveza en su canalillo. Y ahí empezó todo. En un arrebato y sintiendo un incontrolable palpitar en todo mi cuerpo, de su canalillo empecé a lamer gota a gota. Me miró a los ojos, pero desvié los míos y los llevé a sus pechos, que sus pezones se transparentaban por mor de la camiseta humedecida por la cerveza.

“No tiene perdón de Dios quien desprecie, aunque a una sola gota de cerveza”, dije, como disimulando.

Sonrió, pero después se volcó adrede cerveza sobre sus pezones, volviéndome tarumba. De inmediato se les remarcaron en la camiseta. Tiré de ella, la tendí sobre el colchón y busqué su boca con la mía. Me la ofreció y nos besamos largamente y con pasión. Lamía enloquecedoramente su lengua la mía. “Te cogí”, se diría para sí; me rasgaba la blusa alzando los brazos en línea recta para que sacase mis pechos. Sorpresa en la mirada de ella cuando veía que eran más grandes de lo que había imaginado. No llevaba sujetador y los pezones los tenía deseosos de ser acariciados, pidiendo guerra...

Después de devorarme a su antojo por todas partes, su boca bajó despacio hasta mi sexo, al cual lamió desesperadamente, deteniéndose y recreándose en mi pipirigallo. Pero mis manos no quedaban quietas: una le acariciaba los muslos, y la otra le daba cachetes a su torneado trasero.

Pero quiero resaltar que mientras su fogosa lengua me lamía, los gemidos que salían de mis labios eran más pasionales y placenteros que los que había tenido con mi novio y con dos esporádicas relaciones masculinas que me habían surgido.

Nos explayamos a la carta, soltando rugidos de lobos. La miraba entre feliz y asombrada. No sabía qué era lo que me había puesto así, ni que ella hubiese planeado esto deliberadamente, pero lejos de desagradarme, me gustaba. Le lamí el toda su anatomía todas las veces que me venían en ganas, con entera disposición por su parte. Sentía y veía que también ella estaba gozando hasta la extenuación.

-¡Ni imaginas lo que me pone que disfrutes de mi desnudez! -exclamó, como en agradecimiento.

Como su sexo estaba abierto y empapado, me decía que siguiese y que no parase. Cerraba los ojos y se entregaba a nuevas sensaciones, que sabíamos que llegarían. Con movimientos rápidos alternados con suaves, hacía mío su sexo con succiones que no sabía que sabía hacer. Mis manos se iban a sus pezones, a la vez que ella lamía los míos. Luego de haberle causado no sé cuántos orgasmos, se incorporaba y, besándome en la boca, me dejé desnudar por completo. Me hallaba más caliente que nunca, lo que notaba, y por esto me hacía las mismas succiones que antes yo a ella, pero con más maña, más sabiduría lésbica, arrancándome gemidos inhumanos.

Y así estuvimos hasta las tantas de la madrugada, que después de un orgasmo más cada una, el cansancio y el sueño hacían su aparición y las dos nos quedamos rendidas y dormidas profundamente.

A las seis de la tarde del otro día fui a despedirla a la parada del autobús. En el adiós solamente intercambiamos una sonrisa y una mirada, cómplices. Triste pero feliz, iba caminando de regreso a mi casa.

Cuando llegué, me tumbé en el sofá mirando hacia las vigas del techo del salón. Sonreí y pensé:

Si se me presentase una nueva oportunidad para salir de la monotonía fastidiosa y agobiante en este retrógrado pueblo, en donde se critica todo sin motivo ni razón, por lo que sería mal visto hacer sexo con un hombre sin estar casada con él, no la iba a desaprovechar, porque se me hace necesario y casi imprescindible hacer el amor con una mujer, y muchísimo mejor si es una amiga, porque así no se levantan sospechas.





Antonio Chávez López
Sevilla agosto 2001


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