Mujer madura busca un hijo
Me encontraba sentado en uno de los bancos del Parque de María Luisa; el parque más emblemático de mi ciudad, Sevilla. Llevaba seis años durmiendo allí, pero no siempre dormía en el mismo lugar, me iba cambiando según las vigilancias de los guardas de turno, además de una vigilancia privada.
Ahora tengo 20 años. Mi madre es alcohólica y mi padre es ludópata y también alcohólico, y además violento. Los problemas entre ellos eran diarios, y por vez peores. Me herían. Por esto tenía que emigrar, y lo hacía a los 14 años, para no regresar nunca más a la casa de mis padres, porque con sus peleas diarias y sin el cariño de ninguno de ellos, me estaba volviendo loco. Y menos mal que yo soy su hijo único.
No tenía dinero ni lugar donde dormir. Ese Parque era lo único que se me “brindaba”. Por las tardes sobrevivía pidiendo limosnas a la gente que paseaba por allí, y en las mañanas, me desplazaba al centro de la ciudad y ofrecía dibujos de caras de las personas que se detenían ante mi improvisado tenderete. Se me da bien dibujar a lápiz, y además con rapidez.
Un frío día de otoño, casi de noche ya, me ocurrió algo tan sorprendente como insólito, e incluso inédito podría decirse.
Una señora, guapa y con un buen cuerpo y con estilo, se sentó en el mismo banco que yo estaba. No le prestaba atención, porque, moneda a moneda, estaba contando el dinero de las limosnas que había podido aunar. Pero sentía que me miraba, y entonces volví la cara hacia ella, la cual me sonrió y me dijo:
- Qué joven y qué guapo eres. ¿Qué edad tienes, si se puede saber?
- Gracias, señora. 20 años.
Estaba tenso. No dejaba de mirarme. El brillo de sus ojos era como insinuante… Me habló de nuevo:
- Hace días que vengo observándote, y siempre me preguntaba qué hacía un chico guapo solo aquí.
Como soy muy extrovertido, que me ayuda a relacionarme, le conté parte de mi vida, a lo que ella me respondió:
- Ahora lo entiendo y por eso estás solo y con tu ropa ajada y sucia. Vivo a menos de doscientos metros de aquí. Si quieres, puedes venirte a mi casa, te duchas, descansas un rato y, luego de encontrarte con ropa nueva que he comprado, calculando tus medidas, te la pones y te invito a cenar lo que te apetezca. ¿Qué te parece?
Durante unos segundos dudé de su esporádico ofrecimiento, pero me pregunté para mis adentros: “¿qué puedo perder?, nada. Por contra, puedo ducharme, descansar un rato y comer algo caliente”.
- Acepto, señora. ¿Cómo se llama usted? Se lo pregunto para nombrarla por su nombre. Creo que es lo más correcto.
- Mi nombre no importa -contestó, sorprendida de mi educación, forjada por mí solo, y eso sin tener estudios.
Entramos a su casa. Todo el mobiliario estaba cubierto con sábanas. Me extrañó, pero por algún motivo sería. Me indicó con la mano el cuarto de baño:
- Entra ahí y dúchate con agua caliente, que tendrás el cuerpo cortado de tanto frío. Dentro tienes todo lo que necesitas y si faltase algo, solamente tienes que golpear un poco la puerta y pedírmelo. Yo estaré pendiente…
Tanta amabilidad me estaba mosqueando un poco, pero no vi ningún peligro en una señora tan educada y con tan buenas disposiciones. Entré y rápidamente me duché porque estaba deseando ver qué me había preparado de comer. No estaba famélico, pero ni me acordaba de la última vez que había comido algo caliente…
Acabé y salí. Miré al frente, y allí estaba ella. Se había cambiado de ropa. Ahora llevaba un camisón largo transparente. Podía verse unos pechos turgentes con sus pezones empinados, y una mata de vellos rizados en la entrepierna -le pregunté:
- Disculpe, señora, ¿se va usted a duchar también? -pero ella, con una pícara sonrisa en sus labios, me respondió:
- No. Ahora tengo algo más importante que quiero hacer. Voy a entrar solo dos minutos para asearme un poco.
Y no bien salió del cuarto baño, me cogió de la mano y me llevó a un cuarto en el que había una enorme cama y una mesilla de noche a juego. Mi corazón latía con fuerza. Me empujó delicadamente hasta dejarme aposentado en el borde de la cama, pasando ella directamente a la acción…
- Disculpe, señora. ¿Qué está haciendo usted?
- No hables, no digas nada, déjate llevar...
La señora estaba excitadísima, y mi miembro abultaba los nuevos vaqueros que ella me había regalado. Se puso de rodillas y corrió la cremallera de mi bragueta.
No llevaba calzoncillos, facilitando que directamente cogiese con una de sus manos mi miembro, y con la otra extrajo de la mesilla un bote de crema; se echó una poca en una mano, la juntó con la otra y las frotó, para luego untármela en el glande, y todo ello acompañado de unos movimientos sensuales. Pensé que sería algún revolucionario producto farmacéutico para que los penes se mantengan erectos y duros en los momentos de “íntimas tareas”. Después, hizo la misma operación en mis testículos. Cuando, al fin, terminó me dijo:
-pasa a página 2 y última-
Comentarios
- Túmbate ahora en la cama, mi niño precioso.
Y me tumbé. Gateando ella se instaló encima de mí. Se arrancó el camisón y lo lanzó al suelo, saliendo a la luz unos pechos recios y redondos con sus amarronadas aureolas de punta, y todo ello como esculpido.
Lentamente, con sus manos en mi torso se deslizó hacia abajo. Mi corazón latía a mil. La calentura que despedía mi miembro, combinada con los permanentes golpeteos de sus pechos contra mi cara, era el no va más de excitante vivido por mí.
Desencajada de deseo, se movía veloz, subiendo y bajando, y con sus manos aferradas firmemente a mi torso y sus ojos buscando los míos. La fiebre en aquella lujuriosa cama subía. Gemía la señora de placer, a la vez que no paraba de subir y bajar su cuerpo. Era sorprendente tanta energía en una mujer que no era precisamente joven.
Mi excitación era demasiada, por lo que comencé a corresponder a un cuerpo realmente espectacular. Pero… la cagué. Enseguida y repetido grité:
- ¡Me viene... me viene…!
Con rapidez se pegó más a mí. En ese momento no sabía por qué hacía eso, pero supuse que sería para que le entrase todo el semen caliente. Pasado el orgasmo, se me quitó de encima y me cogió el pene, que le hacía un flamante limpiado, Pasando una y otra vez su lengua por todo el contorno, deteniéndose en el glande, proporcionándome el segundo gustazo de la noche. Me retorcía mientras mi ardiente desconocida hacia todo lo posible para que mi miembro no se aflojase.
Por mi mente pasaban variadas cosas, pero no podía sino sonreír de felicidad. Ante mí, una mujer hermosa y desnuda obsequiándome con una excelente experiencia sexual. De pronto, sonó de nuevo su voz:
- Son las diez. Voy a prepararte una buena cena, pero creo te vendría bien quedarte a dormir aquí esta noche conmigo y mañana, cuando despertemos, hablaremos. ¿Qué me dice mi guapo amante?
- No quisiera molestar, pero muchas gracias por tu hospitalidad –le respondí, tuteándola por primera vez, porque veía ridículo seguir con mi usted después de haber tenido tan alto grado de intimidad.
En poco más de un cuarto de hora, en la mesa de la cocina había dos filetes de ternera y dos huevos fritos con patatas esperando. Comí como nunca y dormí como nunca, pero con dos paréntesis, que los llenamos con dos nuevos actos sexuales, más intensos que el primero, y en cada orgasmo apretaba su cuerpo contra el mío. no bien notaba ella que iba a descargar semen. Y también hablamos con más confianza. Le conté detalladamente mi luctuosa vida. Pero el cansancio me derrotó y me quedé frito.
Al otro día, pasadas las once, la luz que se colaba a través de una rendija de la persiana de la ventana, hacía que abriese los ojos. Miré a un lado y a otro. Yo era la única persona que había en la cama. Desperezándome, me giré hacia la mesilla y vi un sobre cerrado y un papel escrito encima de ella. Tenía bastante texto...
Buenos días, mi precioso anónimo. No creas que te echo, pero por favor sal antes de las dos de la tarde de mi casa. El comprador de ella llegará a esa hora. No me busques, no preguntes quien soy ni por mi paradero. Nada sobre mí. Hace años que vengo teniendo en mente quedarme embarazada, y por más que lo busqué, no encontré el padre idóneo, hasta anoche, para mi posible descendencia. Me muero de ganas por tener un hijo. Aunque puedo pagarme la alta tarifa “in vitro”, no me gusta, como tampoco los vientres de alquiler, que además tendría que desplazarme al extranjero por estar prohibida esta práctica en España. A mi edad, 49, no me queda mucho tiempo para quedarme en cinta. A Dios pido un embarazo tuyo, ya que has sido el hombre elegido por mí. Y si no me he quedado embarazada, es muy probable que pronto sepas de mí y lo intente otra vez. Pero si lo estoy y doy a luz, tienes todo el derecho de conocer a tu hijo, por lo que te buscaría de nuevo para hacerte saber que la semilla que dejaste dentro de mí ha sido fructífera. Gracias por regalarme una noche tan hermosa. Creo que ya he empezado a quererte, y no solo por tan suculenta sesión de sexo, que también, sino por tu bonita forma de ser y por lo mucho que has debido sufrir. Según me contaste, la vida ha sido dura contigo. Un beso grande para tus labios. En el dormitorio que anoche me hiciste tan feliz, te he dejado una maleta nueva con ropa nueva, y zapatos nuevos para ti, y también te dejé algo de dinero. Pero no quiero que veas mi gesto como pago de que una madura como yo haya querido comprar sexo a un joven como tú. Solo es que a mí me sobra el dinero y a ti te falta. Cuídate y que la vida te sonría y que seas feliz. Un beso para tus labios.
Luego de leer la nota, cumplí más que a rajatabla lo que me pedía porque salí de la casa a las doce. Me duché de nuevo y después de vestirme abrí el sobre y, para mi sorpresa dentro había la friolera suma de ¡6.000 euros! en billetes de 500, 200, 100 y 50. Me puse tan nervioso y a la vez tan alegre que no sabía qué hacer, si buscar a la señora por todos lados, para devolvérselo, o invertirlo en algo productivo. Pero como lo primero me iba a resultar difícil, busqué una academia para acabar mis estudios primarios, y también me alquilé un cuarto en un humilde piso. Y ahora trabajo de repartidor de pizzas por las mañanas, y caídas las tardes acudo a la academia.
A pesar de lo mal que se han portado conmigo mis padres, lucharé por ellos, y a ver si consigo sacarlos de la ruina en la que están inmersos. Sobre todo, mi madre, que, en cierto modo, es una víctima más de mi padre.
Me he propuesto ser alguien en la vida, sobre todo por mí, pero también por si la señora contase conmigo. ¡Y ojalá se haya quedado embarazada, que mi hijo o hija no va a pasar nunca por lo que yo he pasado!
¿Quién dijo que la suerte no es para quien la encuentra?
Antonio Chávez López
Sevilla mayo 2003