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Altos decibelios del silencio (Obrita en dos actos- 1/2)



Primer acto



El telón permanecía abierto.

La minúscula utilería mostraba una sala de casa de familia, un sofá grande con unos almohadones, a sus costados dos lámparas de pie encendidas, una mesa ratonera larga frente a él, repleta de vasos, copas y platos apilados; a simple vista usados, a entender por las botellas vacías en número no despreciable. En el medio del predio una enorme mesa de madera antigua, las sillas que constituían el juego, desalineadas como después de una reunión, fiesta o evento similar. Una pila de diarios, destacaba su presencia, al igual que decenas de libros desparramados sobre la impactante mesa. En un rincón un tanto alejado un pequeño sillón, como abandonado, de color rojo fuego; no obstante, su lejanía del centro del escenario, invitaba las miradas de los espectadores sentados a la espera del comienzo de la representación teatral. A juzgar por los cuadros colgados en la pared del fondo, los dueños de casa, gustaban de motivos campestres, naturaleza resaltada en colores y matices que otorgaban una sensación de calma, que parecería interrumpida por el desorden reinante en dicha habitación.

No se escuchaba música ambiental, propia de puestas en escena acostumbradas; el silencio ocupaba forzosamente los sentidos, en especial los auditivos, del público, resultando como un grito de atención frente a lo que allí ocurriría.

La puerta, situada en la parte izquierda del escenario, pegada a lo que pareciera una pieza contigua, se abrió y un hombre entrado en años pasó sin cerrarla, se dirigió al sillón rojo, y mientras sacaba de uno de los bolsillos de su abrigada campera unos papeles, tomó asiento como desplomándose en él. Una luz amarillenta alumbró aquella parte de la escena. Montó frente a sus ojos un par de anteojos que le colgaban del cuello, y dio a entender que leía lo escrito en dichos papeles.

Transcurrieron ciertos minutos, que parecieron largos, mas nuestro señor, por lo visto absorto sobre manera en la lectura, solo atinó a reacomodar sus lentes, cambiar de posición y acercar la pequeña lamparilla sostenida de la pared cercana al sillón.

Dejó de leer, se levantó, por lo visto en la expresión de su cara, malhumorado, se acercó a la mesa del centro, revolvió entre los diarios, tomó uno y retornó a su sillón. En una mano las hojas del diario seleccionado, y en la otra los susodichos papeles continuaron ocupando en forma intensiva al nervioso personaje, a decir por la fruncidas del ceño y la tensión de su cuerpo, fácilmente notorios desde la platea.


CONTINUARÁ

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*Imágenes de la Web


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