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El caballero molesto

Marcelo_ChorenMarcelo_Choren Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
Texto generado a partir del cuadro "El caballero molesto" de Berthold Woltze, 1874

El caballero molesto


En Gare de Lyon todo había sido gritos, carreras, revisores ayudando a las damas a ocupar sus asientos en primera clase, mozos de cordel empujando carretillas cargadas de baúles y maletas. Una pareja de jóvenes se besaba: ella desde la escalerilla del vagón, él desde la plataforma.

A Luisa le enterneció ese beso, tan cándido, tan definitivo. Pensó que no era momento para ternuras. Tenía que salir de París, de su atmósfera, que la asfixiaba. Deseaba encontrar un sitio donde volver a comenzar: ponerse de mucama de alguna familia rica, o en un taller de costura. Cambiar de vida.

«Tercera clase, al fondo del convoy», le habían indicado. Su mano enguantada apretó el billete hasta hacerlo crujir.

En el trayecto se cruzó con posibles viajeros y quienes los acompañaban sólo para despedirlos: algunos saludaban agitando el sombrero, otros con una mano y estirando mucho el cuello como si el tren ya hubiese partido.

Desde la locomotora llegó un golpe de silbato y un siseo asmático, de vapor.

—Vamos, señorita —la instó el jefe de estación, un hombre enorme de uniforme azul con botones dorados que le daba un aire marcial, como un almirante en el puente de un barco—. Apúrese, por favor.

Luisa apretó el paso.

El bolso con sus pertenencias le pesaba, se lo cambió de mano, y su andar se hizo inseguro.

Cuando alcanzó su coche ya no tenía fuerzas para trepar a él. Miró hacia ambos lados: no hay revisores amables para la tercera clase, es un arréglate como puedas.

—¡Páseme el equipaje, muchacha! —Un caballero, que no le resultó ni viejo ni joven, le estiraba la mano desde arriba —.No me mire así, deme su bolsa y luego la ayudo a subir.

Luego de un instante de indecisión, Luisa aceptó la oferta.

—¿Se da cuenta? Ja ja —el hombre sacó un pañuelo y se enjugó el sudor, unos impertinentes cabalgaban sobre una nariz cuajada de venillas azules y rojas—. Hasta me he dejado el sombrero por ahí. Ja ja. Nada más verla, comprendí que necesitaría que le echara una mano.

—Le estoy muy agradecida, señor...

—Tausendeltern, Claus Tausendeltern —dijo con una ligera inclinación.

—Es usted alemán, entonces.

—En realidad, señorita —Tausendeltern bajó la voz—, mi nombre es mucho más vulgar, pero los franceses consideran que el alemán es un idioma demasiado basto y no se molestan en traducirlo. Perdone, ¿no será usted francesa, verdad?

—No, soy polaca, de Orzechowo.

—Permítame que la acompañe hasta un asiento — Tausendeltern tomó otra vez la bolsa y se internó por el pasillo—. Ah, lo suponía. Mire usted, allí al fondo queda un sitio libre. Todavía no sé su nombre...

—Luisa, Luisa Złeżycie —A pesar de su dureza, el asiento de madera le resultó hasta cómodo, se acomodó contra la ventanilla—. Vuelvo a agradecerle la deferencia.

—Oh, no es nada —Tausendeltern sacó un cigarro, y chupó el extremo—. Siempre es grato ayudar a una damita en estos trances. ¡Vaya, aquí está mi sobrero! ¿Le molesta si fumo?

—No, en absoluto. Fume usted, si lo desea.

Tausendeltern se acodó en el respaldo del asiento y encendió el cigarro. A Luisa le llegó un tufo a tabaco malo, a suciedad, a rancio.

—A propósito, ¿qué hace una mujercita tan joven como usted viajando sola hasta Niza? Uf, he sido grosero. Lo lamento — Tausendeltern se descubrió con otra reverencia—. Soy muy curioso, ¿sabe?

—No se preocupe, no me molesta. Voy a... A casa de unos familiares.

—Ah, muy bien, ¡Excelente, excelente! Las jóvenes decentes deben vivir con su familia hasta el matrimonio. Estará usted de acuerdo, ¿verdad?

—Eso creo.

La obsequiosidad pegajosa de Tausendeltern empezaba a inquietarla.

—Usted no es de hablar mucho. En cambio a mí me encanta hacerlo, sobre todo en los viajes, que se hacen tan aburridos. ¿Se aburre en los viajes, señorita Luisa?

—No. Miro el paisaje: veo granjas, poblados, trato de imaginar las vidas de esas gentes.

—¡Qué interesante! ¡Qué imaginación! ¿Lleva un diario? Podría volcar allí todos sus pensamientos, y cuando quiera acordar, ¡zas! Tiene un libro de lo más entretenido.

—Señor Tausendeltern, me encuentro un poco cansada, quisiera...

—¡Oh! ¡Ah! Soy incorregible, hablo y hablo sin parar. Compréndame — Tausendeltern volvió a bajar la voz—, no quiero parecerle uno de esos atrevidos que importunan a las mujeres, pero es que usted es realmente muy hermosa. Me resulta muy difícil contenerme.

—Gracias por el cumplido. Ahora, si no le molesta...

—No, claro que no... Sólo... Me preguntaba... ¿Qué pasaría si una jovencita como usted llegara a destino y no encontrara a sus parientes?

—No entiendo a dónde quiere llegar —a voz obsequiosa de ese hombre se le colaba por las rendijas del cuerpo como una llovizna persistente.

—En ese caso, quedaría usted desamparada. Desamparada en una ciudad llena de pícaros. En ese caso, señorita, yo conozco una pensión. Verá, es una pensión muy respetable, humilde, sí, pero muy limpia —Tausendeltern la observaba por encima de los impertinentes. Luego enseñó unos dientes desparejos, manchados de nicotina, en un remedo de sonrisa—. Yo podría, si usted consiente en ello... Yo podría alquilar una habitación para usted. Hasta que pueda encontrar a su familia, adaptarse a la ciudad. Podría ser su amigo...

Los ojos de Luisa encontraron los de Tausendeltern. Reconoció el brillo de la codicia, de la lubricidad.

—Diez Francos —dijo.

—No la comprendo...

—Diez Francos —repitió—. Veinte, si es para toda la noche.

Volvió a mirar por la ventanilla, y se enjugó una única lágrima.

Albacete, abril de 2022

Comentarios

  • GadesGades Garcilaso de la Vega XVI
    Pensaba: qué cerca el final, no da lugar a un cierre... ¡Error! Buenísimo final. Deja KO al señor molesto y sorprendido al lector. 
    Muy bueno.
  • Marcelo_ChorenMarcelo_Choren Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    Me alegra haberte sorprendido un poquitín.
    Este relato lo escribí para una especie de desafío, donde al menos tres autores tenían que desarrollar el tema. Fui el último, y noté que los dos anteriores tomaban a la muchacha con personaje central (porque va de luto, y la lágrima, creo). Pero, el propio título sugiere que el personaje debe ser el otro, aunque lo veas a través de los ojos de Luisa.
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