Mi vecina de puerta Aurora
Un verano más de un achicharrante calor en mi Sevilla de mi alma, pero un verano frío en mi vida sexual, y ello es por culpa de mi vecinita Rita, que una vez que se ha decidido darse un homenaje conmigo, después de quedar satisfecha me dejó más tirado que una colilla. Y así voy yo ahora, dando miembrazos por las esquinas de lo salido que estoy a todas horas. Hasta el extremo de que miro con deseo y hasta con lujuria a todas las hembras, las jóvenes y las maduras, y hasta las de más edad, que pasan por mi lado.
Una de aquellas tardes, sobre las seis y con un calor sofocante, oí unos ruidos insistentes en el exterior de la ventana de mi cuarto, el cual daba al patio comunitario. Tenía yo mi persiana echada para así paliar un poco el fuerte calor. Es una de esas persianas de plástico verde, o beige, o gris, con unas disimuladas rendijas que permiten ver a través de ellas sin ser visto. Al menos, eso pensaba yo…
Al mirar por una de las rendijas me llevé una gran sorpresa; vi a mi madura vecina Aurora, de 39 años, solo en sujetador y bragas, negros, y las dos prendas con encajes floridos bordados.
Estaba tendiendo unas cuantas toallas, y no sospechaba que yo estaba espiándola por mi ventana. Me puse medio cardíaco y empecé a tocármela. Ahora el turno era para seis o siete bragas de diferentes colores y tamaños. Al parecer, no usaba tanga. Me bajé el bañador y empecé a "dar más velocidad a la mano", mientras iba mirando sus dos enormes pechos, aprisionados en la tela del sujetador. Se movían, aparatosos, cada vez que la dueñas de ellos hacía un esfuerzo al tender.
Debido a mi descomunal excitación solté un gemido semi apagado, pero ella lo escuchó y miró hacia mi ventana. Me quedé mudo, quieto, con mi miembro en la mano y un puñado de espasmos. Veía cómo miraba hacia mi persiana, sonriendo, pero seguía con su tarea y canturreando la copla
Me embrujaste de la gran coplera
Miriam Domínguez. Sí, me había pillado, pero a juzgar por la expresión en su cara, no le había importado, incluso hasta diría que le había gustado.
Yo seguía con mi pene en la mano, pero la erección había bajado un poco debido a la situación del momento. No me costó recuperarla, incentivado porque Aurora se acariciaba los pechos por encima del sujetador, metiéndose dedos en los bordes, del mismo. Podía ver y casi sentir que estaba excitada. Por lo visto estaba gustándole que estuviese pajeándome y mirándola al mismo tiempo, porque, desde luego, sabía que era yo el que la espiaba, como también sabía que era mi cuarto.
No vivía ningún otro hombre en mi casa. Éramos solo mi madre, mi hermana y yo. Solté otro gemido, y ahora mi vecina reía a carcajadas mientras se quitaba lentamente el sujetador. Y yo veía dos mamelones erguidos; más pequeños que los de Rita, pero los suyos eran redondos y prietos. Mi pene estaba a mil, y en apenas dos o tres segundo me descargué salvajemente, salpicando la pared de semen, gimiendo y con espasmos, mientras el líquido salía. Aurora se estaba dando cuenta de todo. Pero, de pronto, desaparecía, y yo me quedé en pelotas y descargado. Pero mi instinto me decía que esperase, y esperé, y… poco después, ¡oh!, aparecía completamente desnuda en su balcón, mirando hacia el mío y lanzándome un beso y un guiño, y moviéndose convulsivamente dos de sus dedos, como imitando una masturbación. Una experiencia que me recordó otras que había tenido por chat, precisamente con otra madura. Es que donde se ponga una madura bien hecha, como mi vecina, Aurora, que no tiene nada que hacer esas nenitas "calienta...eso".
Pasaba tranquila la tarde, y no supe más de mi vecina hasta que unos días después mi madre me dijo que Aurora (que era modista) iba a mudarse al extranjero y estaba haciendo el equipaje. La habían contratado para un trabajo en una galería de modas en Roma. ¡Qué rabia me dio esa noticia! La musa de mis masturbaciones se iba de mi ciudad, y de mi edificio, y yo tendría que buscarme otra para mis desahogos en soledad, porque Rita, la otra vecina, estaba saliendo con uno que era un drogata y un gilipollas. Así que al garete mis tocamientos mientras miraba a Aurora, y mis expectativas sexuales se ceñían a ver porno, o a la esperanza de que viniese Rita a por algo a mi casa y la sedujese de nuevo. Pero no fue eso lo que ocurrió…
-sigue-
Comentarios
Para mi sorpresa y suerte, mi madre me dijo al otro día que Aurora le había pedido que si yo podía ayudarla con las cajas de la mudanza. Y esto me ponía a cavilar. Por supuesto le dije que sí, pero fingiendo una cierta desganas para que no pareciera que me gustaba la propuesta, ya que mi progenitora sospechaba algo. Me amplió mi madre que Aurora me esperaba a las cuatro en su casa, que me comportase como un caballero y que la ayudase en todo lo que necesitase. Mi madre y mi hermana tenían cita con el dentista y no llegarían a mi casa hasta las ocho o más. Todo perfecto para que ocurriese “miles de cosas” entre mi pene y la vagina y los pechos de mi exuberante vecina, casi cuarentona.
Y llegó la hora, pero antes me duché, me perfumé y “apetecible” me vestí: camiseta ajustada, mostrando bíceps, y pantalón corto y prieto, que nunca me ponía porque se me notaba el bulto. Iba pidiendo guerra y quería provocar a Aurora. Así que fui a su casa y llamé al timbre. La puerta se abrió, y allí estaba ella, vestida con una camiseta dos tallas más que la suya y un bañador negro, que le sentaba de puta madre, pues se le marcaba toda la hendidura de abajo, y ella se percataba de que yo se la miraba con ojos desorbitados y deseosos.
-Pasa Curro. ¿Quieres beber algo fresco antes de empezar? Mira que hay mucho de trabajo -cerró la puerta tras de mí, y yo empecé a ponerme nervioso.
-Gracias, Aurora. Ahora no me apetece nada. Si acaso después me tomaré una Coca Cola -le respondí, muy educado yo, y esperando sus instrucciones.
-Lo que tú quieras y cuando quieras –me miró burlona y sonrió.
Eso de “lo que quieras y esa mirada” me hizo pensar en lo que realmente quería yo.
Señaló una estantería, llena de libros. Me dijo que quería que los metiese en las cajas que estaban en el suelo, y que ella se iba a su cuarto a llenar más cajas con ropa y otras cosas. Que cuando acabase que la llamase. Confieso que estaba un poco cortado, así que solo le respondí “vale”, y enseguida empecé a meter libros en cajas, a la vez que ella se iba a su dormitorio. Llevaba un rato llenando cajas, cuando de pronto me entró un calor horrible. Grité en dirección a su dormitorio:
-¡Aurora, disculpa, hace demasiado calor y voy a quitarme la camiseta!
-¡Quítate lo que quieras, estás en tu casa! ¡En la nevera hay Coca Cola! –gritó desde la otra punta de la casa.
-¡Voy a por una! ¡¿Quieres tú una?! -le pregunté.
-¡Para mí, mejor una lata de cerveza Cruzcampo, y si no te importa me la acercas!
Cambié de opinión y de la nevera cogí dos cervezas y me fui a su dormitorio. La visión al llegar al alfeizar de su puerta era como un anticipo de lo que iba a ocurrir más tarde. La hallé agachada cogiendo ropa de un cajón, el más próximo al suelo, con el culo en pompa hacia donde yo estaba. ¡Se había quitado el bañador y las bragas! En bolas estaba la tía brindándome un espectáculo excitante. Y frente a tamaña escena, empezó a abultarse por delante mi pantalón.
-Toma tu cerveza. También yo he cogido una, si no te importa.
-No me importa. Por cierto, felicidades, que ayer cumpliste 23 años.
-Gracias -sonreí, nervioso.
-Y por felicitarte con un día de retraso quiero hacerte un buen regalo…
Se incorporó y entonces vi que sus pezones estaban erectos. Yo no podía ocultar mi erección, así que me puse de lado para tratar de disimular. Pero de nada servía. Aurora se dio cuenta.
“¿Qué regalo será…?”, pensé, ingenuamente.
-sigue y termina en página siguiente-
-¡Oh, por lo que veo estás ya a punto! –y sonrió pícaramente, mirando mi bragueta.
-Yo no soy de piedra, Aurora, y tú eres guapa y estás muy buena –no me creía que fuese capaz de decirle eso. Pero creo que hablaba mi miembro viril, en lugar de mis labios.
-Ya, ya me di cuenta de que te gusto. El otro día te brindé un magnífico desfile para una buena masturbación.
-No…sé…de…qué hablas… -tartamudeaba, pero ya se me había acercado hasta situarse delante de mí, acariciándome y besándome el torso.
-Sí que lo sabes. Te la cascaste mientras mirabas mis pechos. Pero el caso es que nos gustó a los dos. Yo también me auto alivié después en la ducha pensando en esa verga que ahora casi veo bajo tu pantalón.
Llevó su mano a mi bulto moviéndolo de un lado a otro, imaginándome que hacía eso para calcular las dimensiones, a la vez que se mordía el labio inferior y mirándome a los ojos, con lo cual, mi pene se puso a tope, así que sin pensar la atraje hacia mí cogiéndola de las caderas.
Empecé lamiéndole el cuello, cogiéndome ella el pene por encima del pantalón. Mientras le lamía el cuello e iba por el lóbulo de una oreja, veía que le gustaba; tenía la piel erizada y empitonados los dos mamelones. Y esto me daba pie para continuar y devorar sus hermosos y bien puestos pechos.
-Ten cuidado con ellos. Últimamente los tengo sensibles y ahora me estás haciendo daño. Mordisquéalos, úsalos, bésalos, acarícialos, lámelos, pero muy despacio, con delicadeza…
Aurora me había bajado ya el pantalón, pero sin dejar de acariciármela y engrasándomela con sus salivas.
Pero, súbitamente, dejó mi miembro y se tumbó sobre la cama. Entonces vi una vagina depilada y un estético triángulo con vellitos rizados. Le abrí despacio los labios vaginales y le metí la lengua, encontrándome con unos fluidos calientes, que me llevaron al éxtasis.
Mi madura Aurora rugía. Cogía mi cabeza, apresándomela con sus piernas. Pensaba que no podría respirar, pero eran tantas las ganas de hacerle lo que estaba haciéndole y de verla disfrutar de lo lindo, que aguantaba y seguía jugando con su vagina con la punta de mi lengua, con más entusiasmo y dedicación en su mirto.
Pasado un rato enfrascado en su mirto, entre espasmos y rugidos, me alzó la cabeza y me dijo que le metiese ya el pedazo de carne sin huesos, que tanto ansiaba. No puse reparos y se lo metí en la boca, haciéndome una felación de oro olímpico y deslizando los dientes sobre el glande.
Su magistral felación no tenía nada que ver con las que me había hecho Rita. Para Aurora no era su primera felación, y sabía cómo hacer gozar a un macho. Daba mordisquitos, mezclados con sonoras lamidas con todo el pene dentro, sin importarle las arcadas. Yo estaba ya a punto de descargar. Le dije, incluso con énfasis:
-¡Ahora vamos a fundirnos en uno, y yo descargaré mi semen en tu vagina! –empecé a empujar hasta el fondo de una vagina abierta y hambrienta.
-¡Sí, dámelo todo! ¡Hazme tuya y hazme rugir de placer!
Me la puse encima, se metió mi mástil en su cueva, y empezó a moverse. Gozaba, pero por la postura de su culo, sentía solo las embestidas y no me daba el placer que yo había imaginado, pero viendo que estaba caliente, la dejé hacer fingiendo que me estaba gustando.
Pasado su primer orgasmo, decidí cambiar de postura para buscar mi propio deleite; la puse a cuatro patas y le di antes dos lametazos al mirto, para después ensartar mi pene con furia, mientras le daba cachetes en las nalgas. Esto le gustaba a ella, y yo empezaba a sentir el placer que quería. Para no descargar pronto, me saqué el pene y se lo puse en el ano, moviéndolo, frotándolo e intentando meterle la puntita, pero palpando comprobé que no estaba suficientemente dilatado.
-¡Deja ahora el culo y métemela por delante! ¡Quiero tu semen dentro de mi vagina! ¡Después hacemos lo otro!
Sus palabras me ponían otra vez a mil y volvía embestirla con más fuerza, empujando, una y otra vez, hasta que sentía que me llegaba un orgasmo. La cogí de los pechos y comencé a bombear. Rugía mientras salía ese líquido viscoso a borbotones. Tardé poco en llenar su cueva de espermatozoides.
Y así nos mantuvimos un rato. Me decía que así era cómo quería sentirme, y que estuviese tranquilo, que no iba a quedarse embarazada porque a diario, lo hiciese o no hiciese, se tomaba la píldora, ya que era una mujer todavía fértil. Me tranquilizó el que me quitase esa preocupación, sobre todo por mi madre.
Después, cogió de un cajón de la mesilla un bote con vaselina, se untó una poca en el ano y me dijo que se la metiese. Y me recreé en aquel agujerito, haciendo que ella se le escapasen lágrimas de placer, y también de dolor.
Después de tanto sexo variopinto, me dijo que nos duchásemos y que merendásemos antes de seguir con las cajas.
-¿Merendar yo? ¡Pero si yo he merendado ya para un mes! -le dije, y los dos nos reímos a carcajadas.
Mientras me estaba duchando me vino a la memoria su cuerpazo, y de nuevo se me puso de aquella manera. Empecé a auto aliviarme. Pero, en ese momento, Aurora entró al cuarto de baño y cuando me vio en plena faena, se echó a reír.
-¡Jajajajajaja, ¿aún no has tenido bastante? ¡Yo tengo la vagina y el trasero escaldados! Pero vamos a ver qué podemos hacer con ese traviesa verga que tienes.
Me la cogió y se la metió de nuevo en la boca, lo que me produjo un placer extra y descargué de nuevo, pero ahora entrando en su boca todo ese líquido milagroso que da y produce vida.
Finalmente, se quitó la parte del semen que había caído en su cara con un pañuelo de papel, mientras me daba un apretado y apasionado beso en los labios. Nos duchamos juntos, enjabonándonos el uno al otro, y después terminamos llenando 50 cajas, y por mi parte dándole las gracias por la tarde de amor tan bonita que me había regalado, que ahora forma parte de lo mejor de mi vida sexual.
Aurora se fue a Roma al día siguiente y yo la acompañé hasta el aeropuerto, no sin hacerme un sorprendente obsequio antes de embarcar. Nos fuimos a un pasillo sin salida de fondo en el que no había nadie; de repente, se quitó las bragas, que eran las mismas que llevaba puestas el día anterior, pero pulcramente lavadas y perfumadas, y me las regaló junto con una pícara sonrisa en los labios. Seguidamente, me dio un prolongado beso, y después bajó hasta mi bragueta y con la lengua lamió mi paquete por encima de la tela del pantalón. Y seguidamente, con un gesto, entre nostálgico y cómico, le dijo a mi miembro: “¡hasta pronto, cosa mía, no te pierdas, espérame!”.
A pesar de su “hasta pronto, cosa mía, no te pierdas, espérame” no he vuelto a saber de Aurora, pero la tengo presente en mis pensamientos más calientes y en mis momentos más onanistas.
Pasados dos meses de aquello tan maravilloso e inolvidable que me había pasado con mi despampanante madura, no podía evitar recordarla cada día, y eso me ocurría porque me percataba de que me había enamorado. Y yo, ahora, nostálgico y fiel, no quiero echarme novia porque no quiero traicionarla.
Disculpen, tenía dos cosas más que contarles, pero me acaba de decir mi madre que ha regresado Aurora. A partir de ahora, por supuesto, no les hablaré nunca más de las relaciones entre Aurora y yo.
Y cuando vi a Aurora, antes de que yo me lanzase a sus brazos, ella lo hacía a los míos. Nos besamos en los labios, ante las atónitas miradas de mi madre y mi hermana, que sin embargo no veían con malos ojos esa acción. Aurora me dijo lo mismo que yo había pensado días después de marcharse a Roma, que estaba enamorada de mí y que como en la distancia no podía soportar mi ausencia, solo había cumplido dos meses de un año de contrato.
Antonio Chávez López
Sevilla mayo 2001
-0-
¡Venga, parriba!