INCESTO
Quinto y último encuentroPues sí, así fue cómo ocurrió todo. Por un estúpido acato a la moral y por un insaciable y enamorado sexo femenino, tardó en llegar este quinto encuentro. Pero llegó, a pesar de las promesas a mí mismo de que no habría más sexo entre nosotros, lo que también hacía saber a la ama de tan ardiente vagina la última vez que nos acostamos en su acogedora casa.
La llamé a su móvil ayer y le dije que me invitase a cenar y así aprovecharía para ver la obra de modificación de su vivienda. Accedía, sorprendida, pero también jubilosa y con gusto pensando, quizás, en “ese otro gusto” que tanto le gusta y siempre anhela a todas horas.
Llegué a su casa a las 10 de la noche. Me recibió vestida con ropa de calle (vaqueros azules ajustados, y jersey de lana verde de cuello vuelto). Y con una mirada… ¡uf qué mirada!, como para devorar a un tigre, y la cosa es que son tranquilos sus ojos morunos, no grandes, pero expresivos. Tiró de mi cabeza y me dio un beso en la boca con los labios abiertos, y su lengua, apenas adentrarse, se afanaba en cortejar a la mía. Esta vez no percibí un olor a alcohol en su aliento.
Pasamos directamente al salón que, sobre la mesa había ya platos superpuestos y cubertería para dos, tres copas diferentes, según bebida, y un balde con taquitos de hielo, en el que esperaban un tinto Rioja y un blanco Diamante, y dos botellitas de agua mineral, y unas pocas latas de cerveza Cruzcampo. De la cocina traía una sopera, a juego con los platos, con caldo con fideos y almejas, y una bandeja, de igual calidad y color que el resto de vajilla, con salmonetes fritos. De entremeses, en la bien montada y floreada mesa había gambas blancas de Huelva, ibéricos Jabugo, y queso fresco, cortado en tacos pequeños. Y ya cenando me ofrecía todo el tiempo beber de sus diferentes copas, con miradas insinuantes, muslos cruzados y abierta toda la cremallera de los vaqueros. Terminamos de cenar…
Seguidamente nos escurrimos del salón hacia sofá. Esperó unos minutos para que reposase las viandas. Pero no duraban los minutos porque se me acercó más y me dijo, sus labios pegados a mi oído “estoy feliz por haberte decidido venir a visitarme de nuevo; esta noche será una noche inolvidable para los dos”.
Y sin más hablar, comenzó a desnudarme y a desnudarse. Una vez ella en tangas y yo en calzoncillos (calefacción total en su casa, y calentura brutal en su cuerpo y hasta en la forma de lucirlo), empezó su juego, pasando la lengua por encima de mi bragueta, hasta lograr ponérmela medio en forma, pero como no paraba de dar lengüetazos, terminaba por ponérseme tiesa entera. Me la sacó de los calzoncillos y empezó a acariciármela, y donde más se paraba era en el capullo y el meato; con un tic rítmico de arriba y abajo. Iba intensificando tanto la felación que el semen pedía salir zumbando y… eyaculé en su boca, sin avisar. A todo esto, diciéndome “esto es mío y lo voy a mimar siempre”. Yo mutis, y ella se callada ahora porque estaba haciéndole un limpiado de oro olímpico con la lengua, regodeándose con un ardor rozando lo enfermizo con aquel trozo de carne sin hueso (normalito para mí, grandioso para ella), al que veneraba entre dedos de ambas manos.
Sirvió un vaso de whisky con hielo para mí y lata Cruzcampo para ella (ya se había bebido al menos 3). Seguíamos desnudos. Charlábamos, sin rememorar lo ocurrido el sábado anterior. Pero, de pronto, me propuso que nos viésemos dos o tres veces al mes, que se resignaba con eso porque no quería perderme y porque estaba viendo que no me daba a más. No respondía a su propuesta, solo le decía: “ya veremos”.
Con una cosa y otra, la hora se vino encima, y era casi la una, que, como yo preveía y por circunstancias propicias que ella se había ocupado de generar, me dijo, con carita de nena buena, que me quedase a dormir con ella, alegando en su petición que tenía una semana de vacaciones y quería disfrutarla conmigo. No tenía esto previsto y tampoco me atraía su idea, pero accedí, sobre todo para evitar algún contratiempo (sabiendo cómo se las gasta la tal), y también (que todo hay que decirlo), porque siempre he sido vulnerable ante solicitudes así por parte de alguna mujer con la que estuviese saliendo. Pero eso es algo que pertenece al baúl de los olvidos de mi pretérito…
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Nos fuimos a su cuarto; en pelotas vivas ella, tangas en su mano, y yo, calzoncillos puestos, que, “cómo el blanco cegador de mi prenda íntima dañaría a sus ojos”, me dijo, nada más entrar, que me los quitase y que me quedase enteramente como ella, porque le gusta dormir desnuda y rara vez con camisón, pero sin nada debajo. Es por esto que me pide que cada vez que nos acostemos en su casa, que entero me despelote. Total, tampoco es mucho pedir.
Ya acostados seguimos hablando otro poco, siempre ella pegada a mí y sin dejar de agarrarse a todo lo que podía y yo le permitía. Sobre la tapa de un chifonier, a un lado de su cuarto, había una tableta de chocolate Nestlé con almendras, que al verlo le pregunté que si le gustaba tanto el chocolate como para tenerlo tan a mano. Me dijo que sí le gustaba, pero que ese era para mí, porque sabía que me levanto de madrugada a comer chocolate.
Bueno, pues a media madrugada, más semen. Y, como la vez que me quedé en su casa me despertó una sutil felación, ahora exactamente igual. Pero yo quería bajarme a su pilón, así que, mientras su diabla lengua me la estaba armando, baje la boca y empecé a recorrerle su sexo. Su retorcimiento de gusto abocaba a un flujo salobre en mi boca, saboreándolo mi paladar. Y ya mi pene erecto, dejé mi otra tarea y me encalomé encima de su cuerpo, entremezclando sabores boca a boca. Quería que nos "fuésemos" a la vez, pero su sexo tenía prisa, y ella emitía sus típicos gritos que servían de incentivo a mi pene para el sprint final que, luego de llegar a la meta, atenazaban mi bujía sus labios vaginales, sintiendo un doble calambrazo; el de su cimbreante mirto y el de mi palpitante glande.
Mientras estábamos fundidos, que tardé más en descargar, me iba diciendo, cual loca “¡soy tuya, hazme lo que quieras, que tu sexo entre en el mío y que no salga!”. Y, no sé por qué, o sí lo sé, yo no decía palabra así, hasta que me puso a mil y le pregunté: “¿tanto te gusta?”. “Ni lo imaginas”. “Pues ahora es tuya”. “¡Pues penétrame y dame placer!”. Y largué dentro de su diana, tal y como he explicado antes.
Y sorprendentemente no me había costado esfuerzo descargar por segunda vez a pesar de que antes de hacerlo con ella me había revolcado esa tarde con otra.
Hoy me ha servido el desayuno en la cama: zumo de naranja, leche caliente con Nesquik, pan de molde con jamón y aceite y, ¡oh!, una copita de aguardiente dulce Cazalla. Eran las 9 de la mañana, aproximadamente.
Raro en mí, me recocleé un rato más en la cama, hasta casi las 10. Me dijo que me quedase a almorzar con ella. “No puedo”, respondí. Me preguntó qué cuándo regresaría de nuevo, le dije que antes la telefonearía.
Y sin más hablar, saqué los pies de la cama y me fui hacia el baño de su cuarto. Me siguió, y una vez más me sentía reo en un agobio agobiante. Siempre me gustó conquistar a las mujeres, nunca me gustó que me conquisten ellas, aunque se diga, que difiero, que las mujeres son las que siempre tienen la última palabra.
Ya los dos en la ducha, me pedía más sexo y yo no podía darle más. Me ponía el culo en pompa contra mi pene, flácido. Me dejé querer para ver mi resistencia. Y como veía que no, se daba media vuelta y empezó a masturbármela con la boca, hasta ponerla dura. Pero hasta ahí llegó la cosa en esa ocasión.
Si esta vagina loca no es ninfómana, yo soy gay. Pero, espera, una vagina ninfómana necesita mucha caña y con quien sea, y la ama de esta vagina dice que su vagina solo quiere coitar con mi pene y que se adapta a un par de polvos al mes.
Creo que me he enamorado.
Llegué a casa alrededor de las tres, y lo primero que he hecho es escribir esto, que lo envío a tu correo. Pero que sepas que hoy cumplí 60. No quiero más sexos jóvenes liberales. He decidido traerme a Silvia a mi casa para vivir conmigo.
Antonio Chávez López
Sevilla agosto 1999
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