INCESTOTercer Encuentro Mi sobrina Silvia va diciendo por todas partes e incluso hasta a sus padres que sigue locamente enamorada de mí, y nada le supone obstáculo para buscarme y atraerme, a pesar de mi oposición. Pero, claro, se puede ver como normal que caiga en sus redes, sencillamente porque son muchos y muy evidentes sus encantos físicos.
Hoy vestía pijama corto florido, sin ropa interior, lo que hacía que se le notasen de punta los pezones, y casi se le veían los vellos del pubis. Entré a la casa y me dio un beso en la boca, me cogió la mano, la llevó a su sexo y me dijo: “comprueba por ti mismo lo húmedo que está; no paro de pensar en inventar cosas nuevas para que tú disfrutes y no me dejes”. No respondí a esto último.
Después me metió la mano por entre el bajo (llevaba pantalón corto y polo verde) y me cogió el pene con tantas ansias que parecía que lo iba a romper. Me lo sacó de la bragueta, se echó sobre mi pecho y empezó a acariciármelo, engrasándose la mano con sus salivas, y con su otra mano se agitaba el mirto. Seguidamente, se lo metió en la boca, con la misma maestría y poder que veces anteriores, besándomelo, chupándomelo y mordisqueándome glande y prepucio, y metiéndome la puntita de la lengua en el meato. Y de nuevo me dijo que, si tenía ganas de orinar, incluso me dio un vaso con agua para causar que orinase, sin lograrlo tan pronto. Me llevó al cuarto de baño de la planta baja, abrió el grifo del lavabo, y eso me causó orinar, e inmediatamente después de orinar y de tratar de limpiármela con papel higiénico, me arrebató el papel y se la metió en la boca, limpiándomela despacio, hasta conseguir una tiesura. Se empleó afanosa en ponérmela dura, y lo logró, apareciendo un glande rosado descapuchado y unos testículos apretados.
Esta vez me la lamía de una forma diferente; succionando hondamente desde el meato, como queriendo recibir enseguida el semen. Pero no descargué, solo disfruté del proceso.
En vista de lo cual, nos fuimos al dormitorio y nos tumbamos en la cama, y allí se quitó el pantalón del pijama y comenzó a refregar su sexo sobre el mío, y, para un mayor deleite, me quitó calzoncillos, pantalón y polo, y ya los dos completamente desnudos, lamía su lengua todo mi cuerpo: cuello, sobacos, tetillas, ombligo, muslos... finalmente, se centró en el pene, no sin antes ir al baño de su cuarto a enjuagarse la boca con un líquido verde, que pensé sería un antiséptico bucal para evitar infecciones.
Por explícito que lo explique, faltan datos para definir su maestría para hacerme disfrutar. De su mesilla sacó una cajita con una crema azulada, se echó una poca sobre las yemas de los dedos índice y del corazón de la mano derecha y me la untó en el glande y los testículos que ardían (esa crema se llama Spedra, y yo no sabía que existía). Y, claro, en contra de lo que me había obligado, sentía un palpitar permanente, por lo que tenía urgencia por hacer el amor; me la encalomé y, con palabras sucias y besos salvajes, descargué en su sexo, y otra vez vi que era abundante y consistente el semen, con los consiguientes gritos de ella, que parece que gritar, después de culminar, es su deporte favorito.
Descargado ya mi pene, se salió solo de la joven hendidura, lo que aprovechó para hacerme un limpiado de esos suyos, pero mejorado, relamiéndose los labios. Su nuevo aire de lengua, casi me la empalma de nuevo. La aparté y le dije que mi edad y mi virilidad pedían a voces un descanso
Nos levantamos y nos fuimos al sofá grande y curvado del salón; ella en tangas, y yo en calzoncillos. A esto, eran ya las siete y media pasadas.
Después de comernos unos sanguis variados, cerveza ella y yo zumo natural de naranja, puso en voz baja un vídeo porno de felaciones, y a medida que iban avanzando las secuencias me iba diciendo que no bien me recuperase me iba a hacer lo que más me hubiese gustado del vídeo.
Aproveché el relax para decirle lo que hablamos tú y yo, que se mentalizase de que nuestros encuentros solo eran de sexo, que se dejase de enamoramientos, que esto no se iba a surgir por mi parte, a lo que replicó igual que otras veces: “tú no lo estás de mí, pero yo sí de ti, y seguro que, con el tiempo, tú también lo estarás de mí”. Le sugerí de nuevo que saliese con chicos de su edad y que se divirtiese, y si alguno le gustaba que intimase con él, y que ese debe ser su camino, y no yo, que no tenía edad para seguir un juego que nos iba a causar problemas. Respondió que con nadie quería quedar, solo conmigo, y que de momento se resignaba hacer el amor dos veces al mes. Pero como el 'de momento lo pronunció bien pronunciado', le dije que a qué venía eso, y ella concluyó: “el tiempo hablará”.
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Pasaría como una hora o así desde la merienda-cena, cuando disimuladamente, "sin querer queriendo", tenía de nuevo en el sofá su boca pegando bocaditos a mi paquete por encima de la tela de la bragueta. Y no sé si la crema es milagrosa o ella es ninfómana, el caso es que yo estaba deseando de qué me la destrozase. Y, ‘disimuladamente’ también, con los dientes me bajaba los calzoncillos y me hacía brujerías con la lengua y los dientes. Cuando ya estaba en forma, alzó la cara y le dio por inspeccionármela entera, besando todas y cada una de las virilidades que iba descubriendo.
Y otra vez como roca, pero caí en la cuenta de que era un riesgo para mi salud tanto sexo en un día. Me recordó que la vez anterior había eyaculado tres veces y que me quedé con ganas de más, que no quería me esforzase, pero que le parecía un raro que no descargase con las cosas que me estaba haciendo, a lo que le respondí, sin rodeos, que esa misma tarde había tenido sexo con otra mujer y que ya no me quedaba remanente, que estaba disfrutando con ella, pero que mi organismo es el de un hombre casi sesentón y que no daba para más.
Sin saber distinguir sus sentimientos, mi sobrina me preguntó. “¿Quién te da más placer esa o yo?”. “Las dos por Igual, pero la diferencia es que ella es una mujer madura, y claro hacer el amor con ella sin ser de familia no me da remordimientos”.” Y en mí tienes la joya de que soy tu sobrina, un morbo extra para gozar”. A lo que repliqué: “No me hables de morbo que me siento fatal por lo que estoy haciendo”. “Lo que quiero, por ahora, es que tus infinitas enamoradas me dejen un hueco; a mí me tienes siempre disponible; paso de tíos por guapos que sean”. Lo de "tus infinitas enamoradas" me lo decían unos labios despechados, porque mi respuesta a lo bestia la había encelado.
Un fugaz pensamiento cruzó como un rayo por mi mente: “tocante al sexo, la vida no es tan mala conmigo, después de todo a mi edad, casi sesentón, tengo a mi disposición un montón de chicas jóvenes”.
De pronto, sacó de un mueble una caja de cartón que contenía juguetes sexuales.
Me pidió que se la metiera en la boca mientras colaba en su sexo un pene largo y grueso de goma, a la vez que me metía un dedo en el ano. Y ahí, con su avieso dedito, acabé por caer una vez más y eyaculé en su boca, pidiéndome no sacarla hasta antes no saborear hasta la última gota. Y yo sentía un placer fuera de lo común, echando semen a intermitencias, no mucha cantidad, pero a borbotón por pulsación.
Sobre las once de la noche me incorporé del sillón, me duché y me vestí y después le dije adiós. Y esta vez no me retenía porque sabía que volvería de nuevo, pero le advertí que no quería más fotos ni más mensajes explicativos de lo que me iba a hacer. “Ok”, respondió. Finalmente, se agachó, le pegó varios besitos a mi portañuelas, y, cómicamente, dijo: “hasta muy prontito, cosita mía”.
Antonio Chávez López
Sevilla agosto 1999
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