Cita medio a ciegas Desde luego, era una locura. Eso era verdad. Estaba loca. Sabía que no era una buena idea lo de aquel encuentro, pero, sin embargo, allí estaba su vagina, dispuesta a hacer el amor y a que le hieran el amor. No paraba de mirar el reloj. No sabía si iba a llegar llegaría a la hora convenida. De todas formas, tenía tiempo para regresar de nuevo a su casa. La espera la estaba matando, la estaba poniendo más nerviosa de lo que ya estaba, pero, como todo había que decirlo, feliz también se veía. Si ella no tuviese la puñetera manía de ser tan puntual, no le pasarían estas cosas.
De pronto lo vi llegar en su flamante Volvo. Se bajó de él y se acercó a mí. Era tal y como me lo habían pintado y yo imaginé: alto, moreno ojos claros, ancha espalda y pelo rizado, que hacía caerle un coqueto tirabuzón sobre la frente.
¡Joder, de nuevo me ha vuelto a pasar! ¡Chiquilla, no sé cómo lo haces, pero en menos de un minuto, estaba mi boca en su pene! Me invitó a subir a su
Volvo y nos fuimos por ahí, por esos mundos perdidos. Iba dándome besos durante el trayecto, hasta que paró su flamante coche en una vereda, y su mano iba subiendo poco a poco hasta detrás de mi oreja. Sabía dónde besar, como si conociese la debilidad de mi anatomía. No me resistía y le dejaba hacer. Empezaba con besos, pero las cosas empezaban a subir de tono y una de sus manos tocaba mi punto neurálgico y con el dedo indicado, acompañado de caricias, como marcando el ritmo.
Pero me desconcertaba y a la vez me gustaba y me atraía y me excitaba. Sin hablar, tomé la iniciativa y empecé a deslizar mi mano por su espalda y acabé recorriéndola entera mientras la cubría de besos se daba la vuelta y empecé a besarle el torso, pero detenía el rumbo al llegar a la entrepierna. No quería precipitarme. En realidad, quería hacerle una felación lenta, pero tampoco era una cosa de despachar tan rápidamente.
En silencio me desabrochó el sujetador y empezó a jugar con mis pechos y a la vez meter y agitar su dedo del corazón en mi vagina; casi se me corta la respiración. Sabía lo que quería: enloquecerme. Empezó a agrandarse su miembro. Y yo no podía más, y con deseo y pasión mi mano se fue directamente a buscarlo, a encontrarla y a cogerlo.
Le quité los calzoncillos y él hizo lo propio con mi tangas. Me tumbó en el asiento de atrás y me lamió el mirto, excitándolo por momento. Se me desbocaba la respiración. Estaba recibiendo tanto placer que quería capturar ese momento, no quería que se esfumase.
Apenas se veía a sus anchas, me dejaba que jugase con su pene, que ahora era mío. Sentía fuego en su cara y sentía fuego en su pene, y esto me excitaba más. Se daba cuenta de que yo tenía el mando, pero pasaba de eso y me daba la sensación de que le gustaba, y era por eso que me hacía dueña de su cuerpo.
Sin embargo, la pauta la marcaba él. Cuando su verga estaba increíblemente dura, la atenacé de nuevo, la besé, la chupé y la mordisqueé, repetidas veces además, y luego me la metí toda en mi cueva. Empezamos a hacer el amor, lento, rápido… y así hasta alcanzar un monumental orgasmo.
Luego, entre risitas nerviosas, caricias suaves y apasionados besos, cogía su mano y la ponía sobre la mía, haciendo fuerza la una con la otra, en silencio y sin dejar de mirarnos, pero de nuevo… lento, rápido, rápido, lento...
¡Y esta vez alcanzamos un orgasmo al unísono!
Antonio Chávez LópezSevilla mayo 1997