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¿Por qué amor prohibido si nos queremos y nos compenetramos en todo?

antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


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¿Por qué amor prohibido si nos queremos y nos compenetramos en todo?

Acabo de cumplir este mes los 20 años y estoy locamente enamorado de una mujer madura de 41, siendo “excesivamente” correspondido por ella. Hace seis meses que tuvimos un accidente de tráfico, del que ella salió ilesa, pero yo me fracturé un brazo y una pierna, y aún no estoy bien del todo. Nuestra relación sentimental es mal vista por mis padres, que me tienen ametrallado con consejos y controles, y más todavía desde aquel aparatoso accidente, que me pudo costar la vida. Nunca he faltado a dormir a mi casa. Hasta la pasada noche.

Era un sábado a las doce de la noche. Habíamos estado bebiendo y divirtiéndonos en una lujosa discoteca nueva, a la que nos invitaron; o, más bien, a mi compañera; o, más bien a ella quisiese llevar de acompañante. A aquel sitio VIP solo acudía gente de alta escala social y alto estatus financiero. Permanecíamos en la discoteca hasta el alba. Llamamos a un taxi para que nos recogiese y nos llevase a la casa de ella.

El Sol entraba a raudales por la ventana, y mi postura en la cama era la misma que cuando mis párpados habían dicho basta ya, y se rendían antes de que el resto de mi cuerpo echaba las persianas.

Ella buscaba ansiosamente mi boca, pidiéndome sexo, mientras yo miraba el techo, rogando volver atrás para que hubiese ocurrido lo que no ocurrió. Como si los dos al mismo sueño de amor y sexo nos hubiésemos acogidos, pero no con un final tan desastroso.

-¿Qué hora es? -le pregunté.

Estaba aturdido. Aquel no era el sitio donde despertaba los domingos, en los que el Sol hacía el rol de madre y te animaba a levantarte. Este no es mi cuarto, y en este momento no sé dónde estoy, pero tengo claro que no es donde suelo estar, y más aún un domingo a media mañana.

-No sé -respondió.

Pero me respondía sin abrir los ojos, esforzándose para que no se le notase la rabia tan descomunal que tenía.

A ella nadie la controlaba. A mí sí. A ella nunca le importaba la hora. A mí sí. Quizás era mejor que no le hubiese preguntado la hora. En su siguiente reacción respondía diciéndole las mil cosas que le hubiese dicho y hecho en su elegante dormitorio.

-Tengo que irme. En mi casa estarán preocupados y yo lo estoy ya. Quizá no debimos beber tanto.

Abrió los ojos de repente. Algo de lo que dije parecía no gustarle.

-Dices que bebimos demasiado, pero creo que simplemente estabas deseando de no hacer el amor conmigo.

Intenté inventarme una respuesta, pero acabé sonriéndome con ese tipo de sonrisas con las que sin decir nada das la razón; porque ella, tocante al sexo, es una mujer insaciable, hasta me arruga a mí, que soy un chico joven y fogoso. Pero esa noche estaba realmente agotado por tanto alcohol que había ingerido.

Se levantó.

-Te voy a preparar un exquisito desayuno. Buscaré en la nevera y en la alacena. Yo no me encargo de estas cosas. Lo hace mi asistenta. Además, yo nunca tomo nada cuando despierto por la mañana.

Mientras relataba todo eso, iba abriendo y cerrando puertas y cajones levantándose de puntillas para llegar a lo más alto de los armarios de la cocina. Se veía que lo que había dicho de que las faenas doméstica las hacía su asistenta era verdad.

-Deja ya de buscar. Me estarán esperando. Y me harán preguntas, y lo peor es que no tengo respuestas.

Pero no, tenía prisa por atenderme. Tenía prisa por saber cómo sería su vida sin mí, si finalmente no era aceptada por mis padres. El no haber hecho el amor esa noche, la tenía impaciente por no saber cómo iba a responderle en adelante.

Soy de esa clase de personas que suelen hablarle a su espejo, y lo hago con la esperanza de que me dé la razón a través del silencio. Al fin y al cabo, me cuento mis propios problemas ante él, y como se me da bastante bien dar consejos, yo mismo me respondo.

-Te dejarás influenciar por tus padres, y a mí que me den. Pero ellos tiene que saber que yo te quiero de verdad y que lo de la edad es solamente un puto número. Además, yo soy una mujer libre, independiente y con dinero.
-Nos obligan nuestros padres a lo que ellos quieren. Pero eso no me preocupa, porque mi memoria se lleva tan mal con el olvido que siempre terminan por pelearse; pero nunca hay un vencedor, y el olvido siempre golpea más fuerte. Y sé bien de lo que estoy hablando...

Cogió un cabreo tan descomunal que dejaba de prepararme “el exquisito desayuno”, para decirme, “amablemente”, que me lo preparase yo si finalmente quería desayunar.

Sólo le había dado tiempo a verter la leche en una taza blanca, en la que aparecía el dibujo de una vaca que sonreía, como nadie sonreiría con una horrible resaca. No soy de esas personas que se despiertan con energías, con ganas de reírme, de hablar, de contar cosas...

-Respuestas válidas es lo que busco y nunca las encuentro.

Le expuse eso anterior solo para pensar en ganar tiempo, con la idea de conseguir las respuestas ante las más que seguras preguntas al regresar a mi casa.

En realidad, no quería desayunar ni tenía hambre, como de costumbre en las noches de juerga vino y clavel. Es que ni sed tenía, cosa anormal cuando aparece la resaca.

Pero ella, sentada en el suelo del cuarto de baño, con las manos en la cabeza cogiéndose el pelo, y una copa con Coca Cola a su lado, estaría pensando que se sentía una birria frente a mis ojos y los de mis progenitores. Y todo esto por no haberse dado la pasada noche una sesión plena de amor y sexo salvaje, que tantas veces habíamos tenido desde que nos conocimos año y mes atrás.


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Antonio Chávez López
Sevilla mayo 1999




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