Mis sueños nunca cristalizan Sueño dormida y sueño despierta que alguien hace vibrar, sin parar, las cuerdas del violín de mi cuerpo, excitándose mi hermoso culo Y es un sueño que se repite a diario, y siempre a la misma hora: la una y media de la mañana; y siempre la misma música: una música clásica; y siempre el mismo instrumento: un violín Stradivarius, y siempre está todo a oscuras Pero mis sueños se desvanecen mientras es de día.
-¿Quién eres?
-¿Quién quieres que sea?
Me doy la vuelta y no veo nada, pero siento una presencia, escucho una música y siento un arco de violín deslizarse por mi espalda desnuda.
-¿Quién quieres que yo sea?
-No sé. ¿Quién crees que quiero que seas?
Y de ahí no salía la cosa…
De pronto, una respiración agitada aparece junto a mí. Me giro de nuevo, pero no consigo ver a nadie, solo sigo oyendo esa música de un violín.
-¿Qué sientes?
-¿Qué?
-¿Qué es lo que sientes ahora mismo?
-No sé… ¿Dónde estás? No puedo verte.
-Inténtalo.
-Lo intento una y otra vez, pero nada.
Y así una madrugada tras otra...
Más silencio, más oscuridad, más música... Un arco de violín no para de pasearse por mi espalda. Me giro por enésima vez, pero sigo si ver nada, solamente escucho una música, parece que ahora más cerca...
-¡¿Quién eres?! ¡¿Dónde estamos?! -pregunto con desesperación.
-Dímelo tú. Tú eres quien me ha traído.
-¿Traerte? ¿Pero dónde estamos? ¿Y quién coño eres tú? ¡No soporto más esta anómala situación!
Unos brazos me sujetan fuertemente de la cintura. Después, me coge de la mano, me aparta la cabellera, me aparta pelos de mi cuello y los acaricia, y, de pronto, todo me da vueltas. Un torbellino de extrañas, pero agradables sensaciones recorre mi cuerpo. Empieza a besarme, y sus besos son peores que un martirio chino.
Baja lentamente por mi espalda y reconozco que soy incapaz de moverme.
Pero, de pronto, ya no escucho la música.
-¿Quién eres?
Silencio. No hay respuesta. Con mi respiración entrecortada me giro una vez más, y esta vez topo contra un violín. Lo siento, pero sigo sin a nadie. El arco acaricia mi cara y parece que su contacto incendia cada centímetro de mi piel.
Por fin, toco el arco, fabricado con crines de caballo. Sin percatarme, estoy tumbada en la cama. Me quita la blusa. Suspira. Segundos más tarde, la parte más pronunciada de esta especie de batuta se pasea entre mis pechos. Y de nuevo regresa ese fuego abrasador. No puedo hablar. Mi calentón es monumental, y quien quiera que sea que toque el violín, parece divertirle. Suelta una risa y… desaparece.
-¿Dónde estás? -me levanto de la cama a ciega y tropiezo con él. Me levanta en los brazos y me besa como si no hubiese un mañana. Me sujeta con firmeza. Me pone sobre una mesa. Me quita las bragas, y enseguida empieza a degustar mi apetitoso manjar ante sus ojos...
Creo morirme. Este tío juega en otra liga. Mueve su lengua como un pez en el agua. Come y muerde en el lugar exacto, y la comida exacta. Pero justo cuando estoy a punto... se detiene y desaparece de nuevo.
-No me gusta esta clase de bromas -y apenas acabo la frase me tumba más, se abalanza sobre mí y devora mi boca. Una mano sujeta mi cabeza y la otra baja a mi sexo. Y otra vez el mismo juego. Recorro su espalda, ¡menuda espalda! Llego a su culo, ¡menudo culo!
Estaría tocándole todo el tiempo. Consigo colarme en su entrepierna, y cumple con creces con el pronóstico.
Maravillosamente bien dotado; un pene enorme, largo y grueso, que haría perder la cordura a toda mujer De nuevo empiezo a perder el sentido, y otra vez un orgasmo a medias. “¡Será capullo!”, pienso. Pero sin tiempo de rechistar, me penetra con fuerza todas las veces que le vienen en ganas. “¡No pares!” -grito para mis adentros.
Mi espalda se arquea y pide más. Siente mi exigencia y me sujeta con fuerza. El ritmo aumenta a un grado enloquecedor. Nuestras respiraciones galopan como un potro salvaje. No puedo evitarlo. Mis uñas se clavan en su espalda, sin control, sin medida, sin cesar. A él le gusta. Aprieto, y su pene crece descomunalmente. De nuevo, una llamarada lo incendia todo y estallo en mil pedazos.
Recupero el aliento y le pregunto de nuevo.
-¿Quién eres?
-¿Yo?
-Sí, tú, ¿quién si no?
Yo…. Yo soy un sueño -responde al fin.
Bañado mi cuerpo en sudores, y mi vagina empapada en sus propios jugos, abro los ojos de par en par, sentada en la cama. No estoy asustada, pero... ¡no, no puede ser! Miro el reloj: ¡las una y media de la madrugada! ¡Venga ya! ¿Otra vez un sueño? ¡No me jodas, cabrón!
Antonio Chávez LópezSevilla octubre 2002