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El Rasgo

antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


El Rasgo

Eran días de tranquilidad en Cerro Hierro. Uno de esos días recordé los primeros meses de después de acabada la carrera, cuando mi colega y después socio, Pérez, y su hermano, Toni, estudiante todavía, ambos de Huelva, y yo vivíamos bajo el mismo techo en Sevilla. La fonda para estudiantes era un buen lugar para residir.

-¿Sabes algo, Amor? -recordé a Toni diciéndome uno de aquellos días lejanos-. A menudo me pregunto si hay alguna otra casa en la que la preferencia de una dama por un caballero la haga demostrar con estiércol de cabra.
-Verdad, es curioso –respondí-. También yo he pensado en eso mismo –agregué.

Terminamos de desayunar. Rosa, nuestra ama de llaves, ponía la correspondencia de cada uno al lado de nuestro plato. Y en el lugar de Pérez, dominando la escena como símbolo de triunfo, había una lata con estiércol de cabra que la señorita Laura le enviaba.

Aun su envoltorio, de color rojo, sabíamos lo que había dentro, pues siempre usaba el mismo tipo de envase: una lata vacía de Cola Cao, de 12 centímetros de ancho por 20 de alto. O las conseguía de las tiendas de ultramarinos de la región, o a ella le gustaba en demasía el Cola Cao. Vayan ustedes a saber.

De lo que no cabía duda era del cariño que la señorita Laura sentía por las cabras, parecía que esos animales dominaban su vida. Lo cual era extraño, porque cuidar de cabras era, como mínimo, una dedicación sorprendente para semejante belleza de mujer, que bien podría haber entrado, sin esfuerzo, en el mundo del cine o la televisión. Encantos intelectuales y "otros" no le faltaban.

Otra de las rarezas de la tal señorita era que permanecía soltera. Cada vez que iba a su granja, a examinar a algunas de sus cabras, me sorprendía que una mujer como ella pudiese mantener alejados a los hombres. Contaba treinta y tres años: alta, rubia, ojos verdes, piernas largas y torneadas. Un auténtico palmito "10". Mientras miraba el contorno de su agraciada cara, me preguntaba si su mandíbula firme era lo que hacía que no se le acercasen pretendientes. Pero no, nada de eso; era una mujer con un buen carácter. Concluí que no quería casarse. Vivía casi permanentemente en una lujosa mansión, tenía fincas urbanas y rústicas, automóviles de lujo, y, por supuesto, dinero, mucho dinero. Aparentemente, era feliz. ¿Se podía estar en mejor situación?

Pero, con el transcurrir del tiempo, descubrí que el estiércol constituía una muestra de su afecto. Se tomaba muy en serio su oficio como ganadera, y quería que las heces de sus cabras se analizasen con regularidad en algún laboratorio, en busca de algún parásito. Las muestras siempre iban dirigidas a Pérez, y no había reparado en ese hecho hasta que una mañana, días después de que le hubiera causado alegría cuando le extraje una brizna de paja, incrustada en un ojo, a una de sus cabras, el conocido envase apareció junto a mi plato, dirigido a mí: "Para el Doctor Amor". El teclado de una Olivetty había escrito mi nombre en una etiqueta adhesiva.

Fue entonces que me percaté de que aquello era un gesto de aprobación. En la antigüedad, los caballeros feudales llevaban un guante sujeto a la silla de montar, o un pañuelo en la punta de su lanza, como señal del amor que sus damas sentían por ellos. En el caso de la señorita Laura, era el estiércol de cabra. Evidenciando claramente con ello que gustaba de conservar ciertas tradiciones.

Cuando fui yo quien recibió la famosa lata, la cara de Pérez mostraba un gesto de sorpresa, o, más bien, de contrariedad, y supongo que en la mía habría uno de vanidosa satisfacción.

Pero, en realidad, Pérez tenía de qué preocuparse. Pasados uno días, la lata aparecía de nuevo en mi lado, con mi nombre impreso. Después de todo, era normal, porque si el verdadero atractivo masculino tenía que ver con esa situación, "no cabía duda de que les sacaba a todos una evidente ventaja Jajajaja".

Toni perseguía a las chicas, con dedicación y no menos éxito. Pérez no tenía motivos de queja, en este sentido. "Pero yo me hallaba en una escala superior: las volvía locas, Jajajaja; no tenía que perseguirlas, ellas me perseguían". Cuando Pérez, Toni y yo nos conocimos, pude comprobar que eso que se decía sobre el atractivo del hombre con cara angulosa, era verdad. Si a ello se le sumaba "mi encanto natural, jajajaja, y mi  acusada personalidad", era inevitable que la susodicha lata apareciera siempre junto a mi plato.

Y así ocurría durante bastante tiempo, sin importar el hecho de que tanto Pérez como yo, acompañados de Toni, fuésemos a inspeccionar las cabras de la señorita Laura. Nuestras visitas eran frecuentes, ya que la guapa ganadera nos avisaba al más mínimo asomo de malestar en alguno de sus animales.

Una mañana en que oí su voz al teléfono, me percaté de que esa vez no era para algo tan trivial. Hablaba nerviosa y llorosa. Llamaba desde su mansión, "Granja Rupestre", a dos kilómetros de San Nicolás, en dirección a Cerro Hierro.

-¡Doctor Amor, doctor Amor, Tina se enganchó el lomo en un clavo que le ha causado una herida profunda! ¿Puede venir a examinarla, por favor? De ser afirmativo, no se retrase.
-¿Tina? ¿Quién es Ti…? –me interrumpí.
-Tranquilícese. Iré enseguida –no volví preguntarle nada más, suponiendo que se trataba del nombre de una de sus cabras.

Sentí una satisfacción que me recorría el cuerpo. Este era un trabajo de sutura, y a mí me gustaba esa clase de trabajos. Eran fáciles e impresionaban al cliente. Me desenvolvía mejor en este campo que en el campo del diagnóstico. Por eso cuando, en este caso, la señorita Laura me preguntaba acerca de las enfermedades de las cabras, me ponía en un aprieto. En la facultad no enseñaban gran cosa sobre las cabras y, aunque había leído algo sobre ellas, no me consideraba un experto. En realidad, tenía pocas nociones sobre la vida y las costumbres de estos rumiantes trepadores.

Iba ya saliendo, cuando Toni emergió de la profundidad del sillón, en el que se pasaba buena parte de su tiempo. Se estiró, bostezó, y después se levantó. Parecía interesado en la llamada telefónica. Me dijo:

-¿Era, por casualidad, la señorita Laura? ¿Algo sobre las cabras? Te acompañaré. Esta mañana me apetece salir.
-¡Vamos entonces! –sonreí, mirándole. Pero, para mí, Toni era siempre una buena compañía.

La señorita Laura nos recibió desprendiendo un embriagador aroma y conscientemente embutida en un sedoso mono beige que en nada disminuía su atractivo. Todo lo contrario; tenía tal color y tal ciñe, que parecía su propia piel.

-Muy agradecida por venir enseguida, doctor Amor, señor Toni -y añadió-: síganme, por favor -y empezó a caminar con un contoneo natural, pero excitante.


-sigue-

Comentarios

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    Ir detrás de semejante monumento era un premio y un peligro para la vista. De hecho, cuando cruzamos el cobertizo, Toni, hipnotizado con lo que estaba contemplando, tropezó y cayó al suelo. La figura que nos precedía se giró, preguntó si había pasado algo y después, sonriendo y sin dar mayor importancia al asunto, apresuró el paso hacia el establo, que se hallaba al fondo.

    -Mírela, ahí está mi Tina –dijo, cuando llegamos. Se cubrió la cara con la mano y añadió-: no puedo mirarla. Me causa pena, llanto y miedo.

    Tina era un bello ejemplar de la raza ibérica, aunque su belleza estaba deteriorada debido a una herida en forma de 'V' que le había desgarrado la piel a la altura del hombro, dejando al aire los músculos hasta el hueso. Causaba impresión, pero la herida era superficial, con lo que podía cerrarla fácilmente, a la vez que me esponjaría ante su dueña. Ya me veía insertando por última vez la aguja, señalando la invisible herida y diciéndome: "acabé; ¿la ve usted mejor?", mientras la señorita Laura, más tranquila, me miraba embelesada.

    Pero, por el momento, solo veía una mujer triste, entrelazando los dedos, al tiempo que me preguntaba: 

    -¿Cree usted que puede salvarla, doctor Amor?
    -Claro que sí -asentí-. Necesita un laborioso trabajo de sutura, pero estoy seguro de que lo aguantará. Estos ibéricos son fuertes y resistentes.
    -¡Muchas gracias! Traeré un poco de agua caliente –contestó, a la vez que empezó a caminar hacia la casa.

    En un instante, ya estaba listo para la operación. Toni sujetaba la testa de la cabra mientras yo limpiaba la herida. Comencé a coser. La señorita Laura, que ya había regresado con el agua, me facilitaba las tijeras para cortar cada punto. Todo empezó de lo más normal, pero la herida era grande y llevaría tiempo en cerrarla. Traté de buscar un tema de conversación, con idea de que la clienta se evadiera un poco. Pero, súbitamente, Toni intervino. Al parecer, había pensado lo mismo que yo.

    -¡Bello animal es la cabra! -exclamó, dando una sublime importancia a su dicho.
    -¡Ay sí! –la señorita Laura suspiró, regalándole a Toni una sonrisa luminosa-. Estoy de acuerdo con usted –lo miró.
    -Si lo pensamos, se puede ver como el animal doméstico más arcaico –seguía Toni-. Las pinturas rupestres nos muestran que las cabras han sido una parte de la vida del hombre desde un tiempo inmemorial. Este es un pensamiento fascinante -concluyó, por el momento…

    Desde mi posición en cuclillas, miré sorprendido a Toni. En mis charlas con él, había descubierto cosas sorprendentes, pero las cabras no estaban incluidas en ese lote.

    -Tienen un excelente metabolismo –añadió, de pronto-. Comen lo que otros animales ni siquiera miran, y de esos alimentos producen buena y abundante leche.
    -Desde luego -asintió la mujer gustándole la charla, a la vez que se hallaba interesada en el tema elegido por "el catedrático en cabras".
    -Y tienen carácter. Son duras en todos los climas, además de tener un estómago temerario por ingerir impunemente plantas venenosas que podrían matar a muchos otros animales -añadió Toni.
    -Son asombrosas –la señorita Laura lo miraba, extasiada, mientras estiraba el brazo y me daba mecánicamente las tijeras, sin mirarme siquiera.

    Entonces, contrariado, sentí la imperiosa necesidad de que tenía que intervenir en la conversación.

    -Las cabras son extremosas… -empecé a decir.
    -Pero sabe qué -Toni, muy astuto, volvía a la carga-. Lo que más gusta de ellas es su naturaleza afectiva. Es por eso que personas como usted se aficionen tanto a las cabras.
    -Cierto –afirmó, convencida de lo que estaba escuchando-. Veo que es usted un entendido en cabras, señor Toni.

    Toni extendió una de sus manos y comenzó a "coquetear" con el heno del pesebre.

    -Ya veo que alimenta bien a sus cabras: cardos, ramas de arbustos, plantas fibrosas... Es obvio que sabe que prefieren este tipo de comida. Y por eso están tan sanas.
    -Muy amable -se ruborizó-. Pero también les doy concentrados, alternándolos con la alimentación natural.
    -Cereales integrales y otros productos alimenticios similares, supongo –añadió, convertido ya en el verdadero protagonista del, para mí, demasiado largo diálogo.
    -Siempre. Y esto es lo que los veterinarios recomendáis, ¿no?
    -Exacto. Eso les mantiene alto el pH. Si el pH está bajo, pueden sufrir hipertrofia de las paredes intestinales o una inhibición de las bacterias que digieren la celulosa.

    La señorita Laura miraba a Toni como a un profeta. Se encontraba realmente extasiada.

    _¿Me alarga las tijeras? –gruñí.


    -sigue-


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    Estaba empezando a sentir un calambre por la posición en que me hallaba, y a la vez disgusto por la creciente sensación de que la señorita Laura se estaba olvidando progresivamente de mí. No obstante, seguí con mi trabajo. Pero una parte de mí estaba feliz por ver cómo la piel había cubierto toda la zona descubierta, y la otra, escuchaba pasmada a Toni. "También yo me hallaba ya en el trayecto hacia el éxtasis".

    Después de un espacio de tiempo, dedicado exclusivamente a mi tarea, inserté el último punto y me levanté, penosamente.

    -¿La ve usted bien? –pregunté, sin causar el impacto que esperaba.

    Y era porque la señorita Laura y Toni estaban ya enfrascados en una distendida conversación acerca de los méritos relativos de las diferentes razas de cabras

    "¡Sin duda, ya he llegado yo al éxtasis!" -me dije para mí

    De pronto, la señorita Laura parecía que se percataba de que había terminado, pero no sabía cuándo ni cómo había acabado el trabajo Finalmente, me miró.

    -Gracias -me dijo, distraída-, se ha esforzado usted tanto en su trabajo que ya finalizado es el momento para que ambos se tomen una taza de café o cualquiera otra cosa que les apetezca.

    Encima, pronunció la palabra "ambos".

    Con nuestras tazas sobre la mesa, en el amplio y lujoso salón de su mansión, Toni hablaba incansable sobre la alimentación de las crías destetadas y sobre las diferentes anestesias para quitar los cuernos. Pero, de pronto, la señorita Laura se volvió hacia mí. Seguía bajo el influjo de Toni, pero los convencionalismos sociales ordenaban mi inclusión en la conversación. No tardó en hablarme.

    -Doctor Amor, hay algo que me preocupa y desearía que me la aclare –hizo una pausa -:yo comparto pastos con la granja junto a la mía y mis cabras pacen con las ovejas de mi vecino. Ha llegado a mis oídos que sus ovejas padecen de Cocidiosis. ¿Hay posibilidad de que mis cabras se contagien?

    Di un prolongado sorbo a mi café, con idea de que me diera tiempo a pensar algo...

    -Yo diría que… –empecé a decir, pero…
    -No es probable -Toni volvió a intervenir-. La mayor parte de los cocidios que provocan la enfermedad es específico en los animales que lo portan. Distinto es que alguna de sus cabras haya contraído esa enfermedad por sí sola.
    -Gracias, señor Toni –empero, se dirigió de nuevo a mí, como queriendo darme una última oportunidad, y me preguntó: 
    _¿Y qué ocurre con los gusanos? ¿Pueden infectarse mis cabras con los gusanos de las ovejas?
    -Bueno… –empezó a brotar un sudor en mi frente.
    -Por supuesto –saltó de nuevo Toni, entrando una vez más en escena. Y ya no sabía si era en mi ayuda o por lucro personal: como iba a decir el doctor Amor, hay peligro de infección ya que los gérmenes causantes son comunes en ambas especies. Debe desinfectar sus cabras a menudo. Si decide hacer eso, el doctor Amor puede facilitarle un programa.

    Me hundí, más todavía de lo que ya estaba en mi sillón, y dejé que Toni siguiera hablando sobre lo que le diese la real gana, e incluso hasta cansarse. Cuando al fin terminó, nos encaminamos juntos hacia el coche, no sin antes dirigir mi mirada hacia la señorita Laura, como reclamando su atención. Le dije:

    -¡Volveré en diez días, para retirar los puntos a Tina!

    Tuve la sensación de que ésas últimas palabras fueron lo único que atendió, con relativa atención, la espectacularmente bien hecha señorita Laura.

    Entramos en el coche, y yo era el que iba a conducir. Y conduje, al menos dos kilómetros, casi volando. Poco después detuve el coche en un camino y miré con cara de asombro a mi acompañante.

    -¡¿Desde cuándo eres un experto en cabras?! –le pregunté, con aspereza en la voz-. ¡¿Y de dónde has sacado ese tecnicismo que predicabas, y precisamente con la señorita Laura? –añadí, en el mismo tono.

    Toni sonrió y se echó hacia atrás Finalmente, soltó una risotada.

    -Lo siento, Amor –respondió, dejando de reír-: como sabes, presento mi tesis este lunes, y he oído decir que el catedrático la está orientando hacia las cabras. Llevo un mes preparándome y anoche mismo terminé de estudiar todo lo que encontré a mano sobre estos animales ¡Es increíble la oportunidad que he tenido de sacarlo a la luz tan pronto!
    -Ya, ya veo... ya veo... De ser así, me gustaría ver lo que leíste. No me había dado cuenta de lo ignorante que soy.

    A la mañana siguiente se originó la interesantísima secuela de los hechos de la tarde anterior. Pérez y yo entramos en el comedor para desayunar, pero Pérez se detuvo en seco y miró hacia la mesa. Y allí estaba la lata de Cola Cao, pero esta vez al lado del plato de Toni: '"el inventor de las cabras, el padre de las cabras, el mayor conocedor de cabras del mundo". Pérez se acercó y leyó la etiqueta. También yo le eché un vistazo. No había duda posible: la nota junto a la lata de Cola Cao estaba dirigida a Toni, ¡pero esta vez escrita de puño y letra por la señorita Laura!

    Quedé unos instantes un poco desconcertado. Pero pronto reaccioné, corroborando lo desconcertante que resultan algunas mujeres, en cuanto a la apreciación del afecto.

    Pérez no dijo nada, solo se fue hacia su sitio y se sentó. Lo seguí e hice lo mismo. Pasados unos minutos, Toni se reunió con nosotros; miró la lata, leyó la etiqueta y empezó a desayunar. No expresó ningún ademán de triunfo y fue en todo momento considerado con Pérez y conmigo.

    Sin embargo a que ninguno pronunciamos palabra, un hecho innegable pesaba en el ambiente: "a Toni lo había convertido de repente la señorita Laura en el hombre fuerte del grupo".

    Ello me llevó a pensar que para un buen profesional en la Veterinaria, y en la profesión que sea, es importante conocer la idiosincrasia de su clientela, sin importar que fuera hombre o mujer.

    A los pocos días de la última visita que hicimos a su granja, la señorita Laura ordenó cerrar "Rupestre" y trasladar sus cabras a otra granja que se compró en Alanís. ¿El nombre de la nueva granja? Se lo pueden imaginar: "Las cabras de Toni".

    Terminada su carrera, Toni fue a ejercerla al consultorio de Alanís, y quizá por eso la guapa ganadera compró allí una nueva granja. Yo no lo sabía. Lo que sí sabía era que nuestro amigo y colega Toni era el único que desde entonces inspeccionaba las cabras de la señorita Laura. Decían, comentaban, contaban... las lenguas comidilla que entre ambos había surgido una relación más allá de la relación profesional, a pesar de la diferencia de edad: Laura, 33 años, y Toni, 24. Algo indicaba que el rasgo se había transformado en amor, gracias a Cupido, a su flecha y, ¡cómo no!, a las cabras.





    Antonio Chávez López
    Sevilla mayo 1995


  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


    ACLARACIÓN

    Ese relato de "El Rasgo" es uno de lo veinte casos que componen mi novela "Y Dios se detuvo en Cerro Hierro"; los restantes los iré insertando en este apartado de "Narrativa".

    Además de mis estudios universitarios de ingeniero agrónomo, y también especializado en hidráulica y riegos en todas sur versiones, estudié dos cursos y un tercero sin acabar de Veterinaria, que son los que, en parte, me sirvieron en su día para confeccionar dicha novela. Y digo "en parte" porque una de mis hijas es veterinaria profesional, que fue la que me ayudó, en gran medida, con las explicaciones técnicas.

      


  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


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