La sirena y el Guadalquivir
Historia llena de fantasías, inventada por mi menda en uno de esos días en los que mi loca inspiración tenía ganas de currar. Y mi ilusión era que se presentase en mi localidad natal, como así ha ocurrido: Sevilla, guapa y legendaria ciudad ubicada a la margen izquierda del tan poetizado Guadalquivir.Tranquila estaba yo tumbada sobre el sofá del salón de mi casa leyendo,
Atormentado, una novela escrita por un amigo mío sevillano, cuando, súbitamente, un repentino ventarrón entraba por la ventana trayendo consigo unas hojas de algún árbol cercano y unos papeles escritos. Me agaché para recogerlos, y entonces vi que uno de ellos estaba escrito con una escritura extraña; no era en español ni en inglés ni en francés ni en ningún otro idioma occidental. Eran palabras con rasgos árabes. Pero, por el momento, no le daba importancia y proseguía con la lectura.
Después de un buen rato enfrascada en la novela me levanté y me fui a mi cuarto. No bien entré, vi un papel encima de mi cama, y, como el anterior, estaba escrito en el mismo idioma, pero con una diferencia; éste tenía un dibujo de una guapa sirena, que además tenía un cuerpo espectacular, pero su cara encerraba pena y angustia. Miré el dibujo y sentí un deseo de que la sirena estuviese a mi lado para consolarla. Me asusté, pero me tranquilicé pensando: “seguramente será uno de esos papeles que han entrado del exterior”.
Pero no, no era un papel cualquiera…
Después de ducharme, cenar, cepillarme los dientes y de ponerme el pijama, me senté en mi cama con mi portátil sobre mis piernas curvadas; lo encendí y me inicié a buscar en el Google las leyendas urbanas y reales de la ciudad de Sevilla. De tanto buscar y buscar, al fin encontré una que llamó mi atención: “La Marea”.
Esto que sigue a continuación decía el prólogo
En las noches de luna llena, una sirena (embrujada por las mágicas aguas del río Guadalquivir, un río con vocación de mar) pasaba por todas las casas frente al río concretamente las de Triana, y dejaba una nota cada día; si no las leían y las tiraban, caían en la misma maldición que ella, pero si las leían, las guardaban y las ponían cada noche en el balcón junto con un vaso con agua fría, evitaban caer en una maldición eterna. Pero no será fácil, porque cada vez que aparezca la sirena cantará una canción, cuya los hipnotizará y, después los llevará al río en un estado de hipnosis, y seguidamente los sumergirá en él para siempre. Para liberar a la sirena, tienes que seguir los pasos escritos en un antiguo idioma que aparece en unas notas, por lo que tienes que ingeniártelas para saber lo que dicen e interpretarlo después.Al terminar de leer, quedé más aterrada de lo que ya estaba. Tenía que hacer algo para ayudar a esa pobre sirena, y también a mí misma para no caer en la maldición eterna. Traté de relajarme, pero lo conseguía a medias. Entonces me dio por echar un vistazo a mi horóscopo, y así ver si así me iban a pasar cosas malas. Cogí de la mesa del salón el periódico ABC del día y cuando entré en la página de efemérides y horóscopos, leí que la noche siguiente sería noche de luna llena. Al leer esto me quedé helada. "Mañana vendrá la sirena y aún no estoy lista; todavía no he sabido descifrar lo que dice la misiva", pensé. La consecuencia de todo esto era que no podía pegar ojo en toda la noche.
Al otro día decidí no salir y quedarme en casa para averiguar lo que decía la nota. Pasadas dos horas me di por vencida, no sin antes intentar de mil formas disímiles descifrarlas. Exhausta, salí de casa y me fui a una biblioteca pública, con la idea de lograr información. Pero antes de salir, tenía que asearme; me fui al baño y en su banquito blanco iba a dejar esos papeles, pero, mientras los sacaba del bolsillo de arriba de mi bata, veía unas palabras escritas en el espejo:
Debes conseguir una caracola que mide 25 centímetros de larga y 12 de ancha. Pero no te será fácil. Esa caracola está en el Museo de Caracolas, situado en la Plaza del Museo de la ciudad. Debes cogerla, sin que nadie se percate, porque si no, tú y todos los que estén en el Museo en ese momento caerán bajo la maldición. Pero si cumples las normas y la consigues, tienes que ponerla en tu balcón o ventana junto con esta nota y un vaso con agua fríaTan pronto acabé de leer esa nota, cogí mi abrigo y mi bolso y corrí hacia el Museo. Cuando llegué había mucha gente, pero miraban otras caracolas. Recorrí el local en busca de la gigantesca caracola. Hasta que… “¡allí, allí está!, y parece custodiada por dos guardias de seguridad, lo que me hace pensar que es importante para el Museo y para la ciudad”.
De pronto escuché un niño llorar desconsoladamente porque quería un batido de chocolate. “Si le compro el batido, me lo agradecerá y me lo voy a ganar”. Pero se me ocurrió una idea mejor, que me vino a la mente al ver una cucaracha muerta en el suelo. Con asco la cogí, compré el batido y metí el bicho en el frasco. Apenas el niño lo viese gritaría y quizás lloraría, lo que causaría que los guardias irían hacia él a ver qué le ocurría, y mientras yo aprovecharía para coger la preciada caracola y luego me iría triunfante y feliz a mi casa.
Y, por suerte para mí, así fue como sucedió todo,
Una vez en casa, puse la caracola en la ventana junto con las notas y un vaso con agua fría. Pero, al dejar el abrigo y el bolso sobre mi cama, vi otra nota en la mesilla. Y en ésta habían escrito:
Debes ir a una tienda de señoras a comprar un vestido largo blanco y unos zapatos blancos del número 36 con tacón medio. Si, por casualidad, te preguntan para quién es el conjunto, no me menciones a mí, porque si lo haces, la chica que te atienda morirá, y las personas que estén en ese momento en la tienda pensarán que tú la has matado. El vestido, los zapatos y todo lo demás, tienes que dejarlo en el balcón antes de las 9 de la noche.-sigue y termina en página siguiente.
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Desesperada y nerviosa corrí de nuevo y los más rápida que podía a una boutique de señoras, pues eran las ocho y media y los negocios a esa hora cerraban. Por fortuna, vi una abierta que estaba a punto de cerrar. Pedí a la dependienta el vestido y los zapatos. Salté de alegría porque los dos artículos los había. Y menos mal que no me preguntó para quien era, porque no sé mentir y la sirena la mataría. Después de pagar con mi tarjeta de crédito, cogí la bolsa y busqué y encontré un taxi. Ya en casa, presurosa puse en el balcón el vestido y los zapatos junto a las otras cosas. Pero, joder, rebasé en dos minutos las 9 y todo había desaparecido: el vaso, las notas y la caracola brillaban por su ausencia.
En ese momento sentía un miedo y un frío irracionales. Quedé paralizada. No podía hablar, ni moverme, ni respirar. Y para más inri, de pronto, una aterradora sombra se abalanzó contra mí, a la vez que pronunciaba una frase inteligible:
Después de tanto horror junto, con el tiempo llegué a la conclusión de que aquellos últimos rasgos eran como un embrujo, porque antes de decirlos y de coger el vestido y los zapatos, la sirena huyó al Guadalquivir, quedando yo a su vez inválida de cintura para abajo, y ya no podré caminar de por vida.
Reuniendo un dinero familiar acudí a ínclitos médicos, y ninguno de ellos se explicaba mi caso, pero me decían que no tenía cura. Y yo, por temor a no ser creída, e incluso a que se riesen de mí, nunca he querido nombrar “La Marea”. Es que además de no creerme nadie y de reírse de mí en mi cara, iban a pensar que estaba loca.
Jamás olvidaré esta angustiosa historia. Tanto la recuerdo que aún hoy me estremezco como si me estuviese pasando ahora mismo, y eso que hace ya más de mil años que sucedió.
Y de la sirena, nunca más se supo.
Antonio Chávez López
Sevilla febrero 1995