¡Bienvenido/a!

Pareces nuevo por aquí. Si quieres participar, ¡pulsa uno de estos botones!

Sin premeditarla, noche lujuriosa

antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


Slo escritos erticos - Pgina 2 Escrit67


Sin premeditarla, noche lujuriosa

Si dos personas de igual o de diferente sexo se abandonan a una pasión, todo puede ocurrir entre ellas.

Era una fría tarde de un viernes de invierno, y, como otro día cualquiera, terminaba de llegar de la Facultad a mi humilde piso. Vivía sola. Había tenido que salir de mi pueblo y venirme a la ciudad, Sevilla, para estudiar la carrera de Arquitectura, y hacía ya seis meses de esto.

Bueno, antes de seguir con mi historia me presento:

Me llamo Alicia y tengo 21 años; soy alta y morena, y creo que simpática y con buenas hechuras. Pero a pesar de todo este bagaje, no he conseguido amistad con ningún chico, ni con compañeros de mi Facultad; solamente se fijan todos en mis grandes pechos, aunque bien puestos en verdad, y esto es algo que me tiene tan acomplejada que hasta me he planteado dejar de salir con el grupo de ellos y con cualquier grupo en el que vayan todos emparejados

A los pocos días de llegar a Sevilla, conocí a una mujer, bastante mayor que yo, 40 años, y Sara de nombre. Nos conocimos casualmente en mi facultad durante una reunión profesional, a la que asistimos las dos y, finalmente acabamos sentándonos juntas.

Compartíamos ideas sobre la arquitectura. Yo la veía como mi hermana mayor. Me sentía bien a su lado. Y según ella, sentía lo mismo por mí. Quedábamos algún fin de semana después de que yo saliese de la Facultad y ella de su trabajo, e íbamos a tomarnos algo. Nos contábamos todo con confianza. Sabía toda mi vida, y yo la suya. Era perito aparejador y ganaba mucho dinero. Vivía sola en un ático en el centro de la ciudad. Había tenido un novio durante cinco años pero las cosas no iban bien entre ellos y lo dejaron. Y desde entonces, no ha vuelto a estar con nadie más.

Como ya he dicho antes era un viernes por la tarde, hacía frío y estaba oscuro. Aquella noche mis compañeros iban a salir. Me habían invitado a ir con ellos, pero lo rechacé poniendo como excusa que no me hallaba bien, pero esto no era cierto. Todos los que iban lo hacían acompañados de su pareja, y yo estaba harta de estar siempre sola, pero no quería ser una molestia para ellos. Y esto me entristecía.

Mientras iba caminando hacia la parada de mi autobús, saqué el móvil del bolso y llamé a Sara. Necesitaba contar mis penas a alguien, y a quien mejor que a mi única amiga en Sevilla. La llamé y me dijo que por qué no nos veíamos para tomar algo y conversar un rato, y así no tendría que irme tan temprano a mi casa, máxime viernes siendo. Acepté.

Como venía siendo costumbre, quedamos para vernos en la cafetería en la que lo hacíamos. Me apresuré para no hacerla esperar, pero mi autobús había pasado ya y no me apetecía permanecer en la parada con el frío que hacía, así que me fui caminando con pasos rápidos.

Llegué a la cafetería y Sara me estaba esperando sentada en una silla de una de las mesas de la entrada. Me saludó, mano en alto, y me fui hacía ella. Cuando me puse a su lado me llamó la atención el modelito que llevaba. Debo decir que Sara era una mujer guapísima y cuerpazo, que aparentaba menos años de los que en realidad tenía. Se maquillaba poco, solo rímel en los ojos y una pincelada de colorete en mejillas. Siempre vestía a la última: zapatos de aguja y ropa, y todo de marca. El gusto por el vestir era una cosa que compartíamos, pero ella tenía posibilidades económicas para comprarse todo lo que se le antojase. Aquella tarde iba más arreglada de lo normal: llevaba un vestido de los de tipo arábigos, y una chaquetilla negra del mismo estilo. Estaba realmente espectacular. Veía ella que yo la miraba con fijación, pero sonreía y me decía:

-Pero siéntate, pequeña. No sé si me miras tanto porque estoy guapa o porque me queda fatal mi indumentaria.

Le gustaba llamarme “pequeña”. Sonreí y le dije:

-La indumentaria te queda genial. ¿Pero puede saberse a qué se debe este look de hoy? -la piropeé y le pregunté eso.
-Pues se debe a que he tenido una comida con mi equipo de trabajo para tratar un asunto importante, y es por ello qué me he esmerado un poco más -respondió.

Luego de haber tomado café, de hablar un buen rato y de contarle mis penas, para mi sorpresa me invitó a irme a su casa a cenar con ella, y así no permanecer sola. No sabía qué decir. Había estado ya en su casa dos veces, pero nunca de noche, y me preocupaba cómo volver a casa, tarde y con la lluvia y el frío que hacía. Se apresuró a decirme que yo no me preocupase por eso, que ella me llevaría en su coche. Bromeaba sobre si quería quedarme a dormir en su casa…

Y en realidad no era mala idea. Su ático era más acogedor que mi humilde piso de estudiante. Así que de nuevo acepté.

Cuando llegamos a su ático comenzó a preparar algo rápido para la cena, y nos sentamos a la mesa. Se esmeró en todo, alegando, con una sonrisa en los labios, que yo era su “pequeña invitada”.

Le tengo cariño a Sara, sobre todo por su amistad y lealtad. Es encantadora, de esa clase de mujeres con las que es difícil llevarse mal. Durante la cena, no sabía por qué, no podía dejar de loar su belleza. Una belleza natural, marcada no solo por su físico, del que destacaba sus grandes y bellos ojos grises, su pelo rubio, casi siempre con trenzas, y su espléndida figura, sino por su adorable carácter, capaz de hacer reír al humano más triste entre todos los tristes.

Después de cenar nos sentamos en el sofá. Estaba pensativa porque me seguía un poco deprimida por sentirme sola y por verme alejada de mis padres, a los que solo veía una vez al mes debido a que mi pueblo era el más alejado de la provincia y poco boyante mi billetera para más desplazamientos. No pude evitar llorar, y al ver Sara que me venía abajo, me consolaba rodeándome con sus brazos, y para mi sorpresa, y mi placer, que todo hay que decirlo, me dio un cálido beso en los labios. Después me dijo:

-No voy a dejarte nunca sola. Recuerda que eres mi pequeña.
-No sé qué haría si no estuvieses a mi lado siempre -respondí.


-sigue y termina en siguiente página-



Comentarios

  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


    No quería que acabase la noche. Me sentía protegida mientras estaba con ella. Pero no entendía qué era lo que me estaba ocurriendo. Me daba cuenta, de pronto, que Sara había pasado a ser algo más que una amiga…

    Cuando me dejó de abrazar, la miré a los ojos. Me sonrió y vi su perfecta sonrisa, y después clavé mis ojos en los suyos. Tenían un brillo especial. Yo me sentía confusa, dudando de si la situación era real, o estaba soñando. Sin saber cómo llevé mi cara a la suya, para así rozar nuestras bocas. Fue solo un segundo, pero un segundo en el Paraíso, y que sentía como si el tiempo se parase. Un pensamiento erótico cruzó mi cabeza. Podía sentir su calor. Regresé en mí y retiré mi boca de la suya, temiendo su reacción. Me miró con una mirada extraña. Pensé que me iba a decir que me fuese de su casa. Pero no. No fue eso lo que sucedió...

    Pasó su brazo por detrás de mi cabeza, me acercó más a ella y empezó a besarme. Al principio suave, pero después acaparó su boca a la mía mordiéndome suave los labios, acabando en un apasionado beso en el que nuestras lenguas se conocieron y se saludaron de esta manera tan peculiar, pero excitante...

    Pasamos así un rato, besándonos y acariciándonos, como si no hubiese un mañana. No decíamos nada. La palabra no estaba invitada. Cada vez más cerca la una de la otra con los cuerpos pegados buscando pasión. De pronto, me cogió de la mano y me llevó a su dormitorio. Ya en él, me di cuenta de que la cosa iba a ir más lejos de lo que esperaba, pero que era lo que deseábamos, al menos yo...

    Me tumbó en la cama poniéndose a mi lado, mientras se desabrochaba la falda. Me quité la blusa y nos quedamos las dos en sujetador. Seguíamos con nuestro juego de besos y caricias, ahora con menos ropa. Llevé mi mano a su cintura para ir subiendo hasta sus pechos. Estaba deseando tocárselos. Al hacer eso, ella hizo igual, así que nos desabrochamos la una a la otra los sujetadores, y así podíamos tocarnos de manera directa.

    Besándonos en la boca, nuestras hermosas mamas se rozaban. Comenzó a besarme el cuello y lentamente bajaba a mis pechos, lamiéndolos cuanto quiso y mordisqueándome los mamelones provocándome la mayor sensación sexual que había sentido hasta ahora.

    Entre besos y caricias nos quitamos lo que nos quedaba de ropa, hasta quedar completamente desnudas, pudiendo ver a mis anchas su increíble cuerpo. Si con ropa era bella, sin ropa más. Acaricié todas y cada una de sus pronunciadas curvas, y ella me seguía. Y después bajé la mano hasta su sexo, levantando de vez en cuando la cabeza para mirarla a los ojos. Con dos dedos le agité la puesta en marcha de abajo, lo que hacía que soltase rugidos.

    No podía creer que lo que estaba sucediendo fuese real, como había fantaseado a veces, pero sin querer reconocerlo, estaba ocurriendo en realidad. Bajó ella también su mano a mi sexo, copiándome. Solo con rozar mi clítoris, mi excitación iba a mil y me vino un primer orgasmo, que hacía que se me escapase un rugido, que también ella disfrutó. Nos mirábamos a los ojos masturbándonos la una a la otra, hasta que entre apasionados besos, suspiros, gemidos y hasta rugidos, llegamos al climax juntas. La palma de mi mano cubierta de su líquido, que antes me habría sido repugnante, ahora era una delicia.

    Nos miramos intercambiando sonrisas febriles. Besándonos y entrelazando nuestras lenguas, me tumbó sobre cama y me abrió las piernas. Sabía lo que me iba a hacer, y sentía una mezcla de morbo y vergüenza, que en el fondo me daba placer. Con una mirada pícara llevó su lengua a mi sexo, lamiéndolo con la misma maestría de una actriz porno. Sus manos cogían las mías. Y esto me gustó muchísimo. Me hacía sentirme segura.

    Seguía lamiéndome mi punto más débil con la punta de la lengua. Apenas subía el son, paralelamente iban creciendo mis gemidos. Recorría mi vagina con su lengua, lo lamía y después la metía hasta el fondo. Y de nuevo sentía que iba a explotar al sentir que me venía de nuevo, pero me daba vergüenza descargar en su boca, hasta que no pude aguantar y largué un Goliat flujo que me hizo temblar. Me cubrí la cara con las manos por vergüenza, pero Sara me las apartó, diciéndome:

    -No te sientas mal, mi pequeña –y dicho esto, lascivamente chupaba mis labios, dándose a catar sus propios jugos.

    Tenía que devolverle el favor, así que la tumbé y le abrí las piernas. Nunca le había hecho eso a una mujer, pero la pasión me podía con Sara. Llevé la lengua a su sexo y con la punta lo lamía y a intervalos clavaba los ojos en los suyos. Me excitaba ver que estaba así por mi culpa. Lamiéndole todo, acabé por devorarla, llevando mi lengua allá por donde se me antojase haciendo que rugiese, hasta que soltó un chillido y sus jugos acabaron en mi garganta, pudiendo saborear y luego tragar sus salados líquidos.

    Recuperado el aliento, me puse encima suya, de tal manera que nuestras vaginas se rozaban empezando a menearme e ir subiendo el ritmo hasta acabar cabalgándola. Rugíamos. Me incliné hacia adelante, para que nuestras mamas se uniesen a la fiesta y así poder besarla cuando no chillaba. Podía sentir su olor, y Sara lo vio en mis ojos, alcanzando ambas un sublime orgasmo. Pero mi amiga rubia quería más. Así que se incorporó, se puso frente a mí y entrelazó sus piernas con las mías, haciendo tijeras.

    Nuestros sexos pegados de nuevo, húmedos y sensibles, y ahora de un modo más directo. Empezó a moverse, y yo también. Ahora podía sentirla dentro, su calentura, su fiebre sexual. Aquella sensación era increíblemente excitante. Nos movíamos las dos cada vez más rápidas, gritando, gimiendo. Nuestras vergüenzas y pudores se habían ido de paseo. En ese momento éramos una.

    Jamás había oído a Sara decir palabras sucias, que me hacían explotar. Me abalancé sobre ella y empecé a lamerla, juguetear con su lengua en mi boca. Estábamos abrazadas y frotándonos nuestros sexos sin parar.

    Tanto placer junto era incontrolable. Dos o tres horas después, ni me acuerdo y además me pareció poco, rendidas sobre la cama caímos y nos quedamos profundamente dormidas....

    A la mañana siguiente, desperté entre sus brazos. La miré con cierta timidez, pero ella me sonreía y a la vez me guiñaba un ojo, relamiéndose los labios.


    Slo escritos erticos - Pgina 2 Sin_pr12

    Antonio Chávez López
    Sevilla julio 2006


Accede o Regístrate para comentar.


Para entrar en contacto con nosotros escríbenos a informa (arroba) forodeliteratura.com