Fontanero rápido y eficaz Tenía aquel muchacho 20 años. Volvía en su furgoneta a su casa después de haber realizado su sexto servicio. En el interior de la furgoneta llevaba, entre otros útiles necesarios para su trabajo, una caja azul metálica con herramientas.
De pronto, sonó su móvil y aparcó en el arcén
-Iba de recogida, pero dígame usted, señora ¿Urgente? En ese caso, deme su domicilio. Ya lo he anotado. En diez o quince minutos estaré en su casa -después de apuntar la dirección soltó un ¡joder!
Es que eran muchas horas y mucho el cansancio acumulado. Desde la seis de la mañana no había parado, y ahora eran más de las ocho de la tarde. No obstante, se comprometió a este nuevo servicio.
Poco después... ¡ding…dong...!
-¿Qué ha pasado? ¿Ha cortado usted el agua? -le preguntó.
-Sí… sí… pasa… pasa... –parecía nerviosa, anhelosa...
La señora tendría unos 40 años: atractiva, morena, buenas hechuras. Solo llevaba puesto sostén y tangas transparentes, que dejaban ver grandes aureolas, pezones y pubis poblado. Se dio la vuelta y la precedió hasta la cocina.
Mientras la seguía, se iba abultando la parte delantera de los vaqueros. Al llegar a la cocina vio un charco de agua debajo del fregadero. Se arrodilló para verificar la procedencia. Una vez comprobada miró a la señora con expresión de duda porque se dio cuenta de que la avería había sido provocada.
Mientras trabajaba no podía evitar llevar los ojos hacia una mata negra de la entrepierna. Y la dueña de la mata le miraba a su vez sentada en la encimera, con lujuriosos ojos, acariciándose un pecho por encima del sujetador y las piernas abiertas.
El chico sudaba en aquel sitio tan estrecho. Abrió la caja de herramientas y sacó un serrucho y un soplete de gas.
Enfrascado él en el fregadero, ella se agachó y de la caja cogió una lima con mango gordo. De reojo la miraba. ¡Separándose el tanga se había metido el mango entero en su sexo y soltaba rugidos!
Embelesado el fontanero miraba la escena. Ella soltaba el mango empotrado, y ya con las manos libres se quitaba el tanga. Miró al chico y le dijo:
-Sácamelo.
¡¿Quéééé?! -solo acertó a responder ese qué con eco.
Sacó al chico a rastras del encajonamiento en el que estaba, quedando tendido sobre el suelo mojado. Se puso a horcajadas sobre de él, y la punta metálica sobresaliendo aún de su vulva espumosa.
-¡Sácamelo! -repitió, caliente perdida.
Con su mano mojada cogió el mango y lo sacó lentamente y lo puso en el suelo.
-¡Y ahora desabróchate!
Al ver la señora aquella tranca, la sacó de la bragueta y se la metió en la boca, al tiempo que se acariciaba sus mamelones. Luego se abrió los muslos y cabalgó cual amazona hasta llegar a un simultáneo orgasmo soltando él un chorro espeso, que lo hacía retorcerse, sobre todo por el cansancio acumulado, y tuvo que sujetarse al cuello de su ardiente clienta.
-Ya, mi niño, ya -se levantó y, mirando de nuevo aquella tranca, se relamía los labios lujuriosamente.
-Ahora tengo que salir. Cuando acabes y salgas, cierra la puerta. Toma, esto es por tu servicio. Haz hecho un buen trabajo. Gracias -y le lanzó un beso con la palma de una mano, y con la otra mano dejaba encima de la encimera un billete.
Como antes le había dicho que cobraba 50 por servicio, se sorprendió al recibir 100. Y cuando salió de aquella casa, estaba triplemente contento: por haber arreglado la avería, por haber echado gratis un polvo; y por percatarse de que este era el mejor servicio que había hecho en su corta vida de fontanero.
Estaba cansado, pero también feliz, y no solo, “evidentemente”, por haber recibido más dinero del que esperaba. Y desde aquel día, deseando estaba siempre de que en aquella casa se produjese alguna “avería que necesitase de sus servicios”.
Antonio Chávez López
Sevilla octubre 2003