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Descubriendo el sexo

antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII

Descubriendo el sexo

En mi adolescencia pensaba a diario en el sexo. Iba al Instituto a fingir que me estaba sacando la ESO, y eso no era verdad porque era un pésimo estudiante. Había besado a algunas chicas e incluso en la boca, sin amor por mi parte, pero solo era para presumir delante de mis amigos.

En esa etapa de mi vida disfrutaba de popularidad, sin motivo aparente, pues lo único que se me daba medio bien era jugar al fútbol, y también de formar parte de una pandilla de otros como yo. Pero era innegable que a las chicas les gustaban los “niños malos”, y era por eso que no me faltaban oportunidades para besarme con alguna, pero no me llenaba. La inmadurez reinaba en las aulas.

La primera chica de la que me encapriché era la empollona de mi clase. Rocío se llamaba; mis colegas me decían que pasase de ella, que era aburrida. Pero a mí me atraía y siempre quería verla, aunque de lejos. Se daba la casualidad de que nuestro tutor nos sentaba juntos en el aula, así que la tenía a mi lado todo el rato.

Intentaba entablar charla con ella, pero siempre me respondía con monosílabos. No tenía nada interesante que decirle, pero no podía ignorarla. A veces le pedía un lápiz o cualquier otra cosa con tal de disfrutar de su mano. Soñaba con ella: su forma de hablar, escribir, masticar chicle, expresarse con los profesores si no estaba de acuerdo con ellos…

Yo lo tenía crudo; no era su tipo, solo un golfo, sin nada que aportar a su vida. A veces me dejaba llevar hasta que llegaba el verano, estación en la que trataba de apartarla de mi mente, pero algo en mi interior no me lo permitía.

Decidí cambiar de estrategia. Como no había nada en mí que le gustaba, me fijé en las cosas que le gustaban a ella, y quizá así podría conseguir la información que me hiciese saber cómo comportarme para ser visible a sus ojos.

Durante las horas del recreo, se encerraba en la biblioteca del Instituto. Le gustaba leer. Descubría algo que podía explotar a mi favor. Así que lo que hacía era irme a la biblioteca todos los días a leer. El primer día pasé vergüenza, porque mis colegas no creían y cambio radical de actitud, ya que yo nunca había ido a la biblioteca, y cuando me pasaba los recreos leyendo, se sorprendían por mi extraña metamorfosis. Pero todos a todo nos acostumbramos.

Insospechadamente, leer me gustaba. Fue un hechizo para mí. Estuve todo el 4º de la ESO devorando libros. Y no solo eso; ella me hablaba. Me preguntaba qué estaba leyendo, y cambiábamos opiniones, nos contábamos cosas, reíamos. Descubría algo importante para ella y lo convertía en importante para mí. No me hacía falta simular que no me gustaba leer, porque en realidad adoraba las horas de patio, pero eran los momentos del día en que podía viajar a otro planeta, leyendo un libro.

El curso finalizaba y como cada año empezamos a montar una fiesta. Aquel año fue en casa de un amigo de familia rica que vivía en un chalé con jardín y piscina. A Rocío nunca la invitábamos porque la veíamos un muermo.

Pero ese año era disímil. Sin la presencia de Rocío la casa estaba vacía para mí; logré que mi amigo la invitase. No olvidaré el día que entró en la biblioteca, se fue hacia ella y le dijo que estaría encantado si asistiera a su casa. Estaba yo leyendo en la mesa atrás, pero cuando mi amigo salió, alcé la cabeza y llevé la mirada a Rocío. Me sonreía. ¡Había aceptado!

La fiesta fue un desenfreno de lujuria, aleado con drogas, sexo y alcohol. Había tres grupos repartidos en la casa; uno, se bañaba en la piscina; otro, se "rifaba" con quien irse a la cama; y el tercero, estaba perdido por las habitaciones de la casa, haciendo ni Dios sabe qué. Bueno, Dios si lo sabe, pero apartaba la vista...

Estaba yo en el salón hablando con uno, pero con la vista en la puerta de entrada, cuando, por fin, Rocío entró. Apenas pude reconocerla. Lucía minifalda verde y melena rubia al aire. Era la primera vez que la veía maquillada. Me vio, se me acercó y me dio los dos besos típicos. Mientras preparaba las bebidas, me dijo que su madre no la dejaba venir, pero el pretexto de las buenas notas ayuda a permisiva. Rocío tomaba ron con naranja, y yo opté por lo mismo; bebida dulce da un buen sabor a la boca, “preparado para lo que pudiese ocurrir…”

Con copa en mano la invité al cuarto de mi amigo, como lo tenía pactado. A Rocío le dije que allí estaríamos más cómodos y sin música podríamos charlar. Accedió. Un cosquilleo bailaba en mi barriga. La cosa se acercaba. Ya en el piso de arriba, fue al baño a retocarse. La miraba y tenía que tragar saliva pues se me estaba agolpando en la boca. Me miró a través del espejo sonriendo nerviosa.

Por fin llegó la oportunidad que llevaba esperando desde el inicio del curso, así que me acerqué más a ella y nos besamos. Temblaban nuestras piernas, pero seguíamos hasta que nos relajamos y ella rodeó mi cuello con sus brazos. Cerré los ojos y metí la lengua en su boca buscando la suya, que mientras jugaban, mi mano bajaba a su cueva. Me retiró la mano y cogida de ella me llevó a la cama. Mi entrepierna se endurecía.

Siempre me quedaré con la duda de qué hubiese ocurrido si no hubiera aparecido en el cuarto una amiga suya llorando. Y lloraba porque el alumno más grosero del Instituto se había pasado un montón con ella. Rocío me dijo que lo sentía, pero que se tenía que ir con su amiga para consolarla.

Antes de salir le dije que me diese su móvil. Accedió, pero decepcionada como yo por ese inesperado contratiempo. Cuando llegué a casa, tuve que meterme en la ducha. Mientras me enjabonaba me tocaba y así me iba calmando.

Al otro día la llamé y le propuse vernos en una cala cerca de casa. Aceptó. Atravesé toda la playa hasta llegar, escuchando el rumor de las olas contra la arena caliente. Me ayudaba a pensar ese sonido. Le iba a decir que quería iniciar una relación. Me gustaba mucho, hasta el punto de que estaba enamorándome de ella.

Estaba allí, esperándome. Mi corazón se disparaba. Nos besamos y di riendas sueltas a mis sentimientos. Le dije que quería ser su novio. Me respondía que llevaba saliendo semanas con un chico de su barrio. Había oído eso, pero no quería creerlo. Añadía que no quería dejarlo y venirse conmigo porque no estaba segura de que fuese en serio, que lo de la noche anterior había sido un calentón y que no se arrepentía, pero que necesitaba conocerme más para convencerse de si merecía la pena. Así de claro y de rotundo me habló.

Y yo, imbécil de mí, sin controlarme dejé que me venciese el orgullo y la mandé a paseo. En realidad, era la primera vez que me enamoraba, y aquel duro golpe no lo supe encajar. Me fui de la cala dejándola con la palabra en la boca.

Mientras caminaba hacia mi casa, mi corazón se iba rompiendo. Ya en ella, lo tenía hecho trizas. Aunque la realidad es que un corazón nunca se rompe, solo sufre.

Me metí directamente a la ducha, sin ganas de nada

Agua a chorros corría por mi cuerpo y lágrimas abundantes por mis mejillas…

Pasados algunos años, Rocío se casó con aquel chico, que resultó ser una buena persona. Tienen dos hijos, niña y niño, la parejita, que podrían haber sido míos si yo hubiese sabido controlar mi estúpido orgullo.


SLO ESCRITOS NARRATIVOS - Pgina 2 Desc_210

Antonio Chávez López
Sevilla octubre 2000




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