Ingenuidad en Internet
Recién divorciada y sin hijos, a sus 44 el mundo le parecía brillar de nuevo. Las secuelas de su divorcio iban desapareciendo. Un sinfín de sensaciones inundaba su mente, ahora abierta. El ansia de libertad, de volver a ser uno, de hacer y pensar en singular, le atraía; lo que no sabía era que sus sensaciones iban a ser efímeras; como la suerte de un novato ganador. Si pensaba o creía que su liberación no iba a pasarle factura, era una ingenua en un grado superlativo.
Tener el mando de la tele en propiedad y manejarlo a su antojo, le parecía de lo más divertido que le había ocurrido nunca.
Fumar en el salón, era como romper de golpe con el pasado, cuando era obligada a fumar en la terraza, hiciese frío o calor.
Ahora era una mujer sola, disfrutando plenamente de una libertad que jamás había tenido.
No tener que rendir cuentas a nadie le era extraño, tan habituada como estaba a tener que explicarlo todo.
Salirse de lo conocido, familiar o vivido, la atraía en forma magnética. Pero la euforia ante todo lo nuevo iba disminuyendo gradualmente. Pasado un tiempo, no veía tan divertido tener poder sobre el telemando.
No cultivaba flores, ni coleccionaba sellos, ni ninguna otra afición que la llevase a relacionarse con otras personas con sus mismas inquietudes, sus mismas metas. Tampoco le apetecía las discotecas, y menos aún las asociaciones de divorciados, ni el senderismo, el cine o el baile...
Descartados el gimnasio y el baile de salón, no halló más opción que la seguridad del anonimato, y su precaria economía la llevó a navegar por el Internet. Al menos, esto no le suponía demasiado dinero.
Tampoco tenía energías suficientes como para hacer vida social, de la que carecía desde hacía muchos años atrás, y enseguida se veía moviéndose como pez en agua dentro del mundo cibernético.
Se pasaba extasiada frente al monitor horas y horas muertas gozando, leyendo y aprendiendo a la vez. Ansiaba tener contactos humanos, pero no sabía por dónde empezar para intentar conocer a gente tan aburrida o perdida como ella...
Sus conocimientos en Internet le proporcionaba buscar páginas que encajaban en su perfil de soltera sola. Divorciados, separados, viudos, solteros, le pedían compañía, y un volver a empezar. Resolver juntos y de algún modo su soledad, la alentaba, y comenzaba su periplo como internauta.
Y se inició visitando dos páginas de contactos románticos, que le parecía lo más idóneo para su situación.
Escogía un nick acorde con su estado psicológico; flor era perfecto, un apodo corto, directo, real… Y así, flor empezaba su andadura por el espacio virtual.
Era la primera vez que entraba en páginas de contactos y no tenía ni la más remota idea del mundo en el que se metía, ni de los entresijos que iba a encontrar. Pero, un hombre, bueno, cariñoso, amable, gentil y comprensivo la esperaba cada día por la mañana, por la tarde y por la noche o a todas horas ante su PC. Su nick era libre.
Flor abría su ordenador y un lindo saludo de libre la estaba esperando cada día, desde más de un mes. Libre fue su primer amigo cibernético, al que le contaba todas sus cosas cotidianas, sus rutinas diarias. Le hablaba de su familia, su trabajo, sus costumbres, sus deseos, sus ilusiones, su ciudad…
Flor era atractiva, su media melena morena seguía siendo vistosa, y sus abultados senos y sus caderas redondas hacían de ella una mujer sensual. Sus ojos, su boca y sus piernas largas seguían siendo su mejor recurso de seducción. Su conjunto era armonioso, y la hacía aún más atrayente el hecho de que ella no era consciente de su magnetismo.
Su aspecto iba mejorando gracias a su nuevo amigo virtual, que le sugería a diario y progresivamente cosas atrevidas, y ella ponía más empeño en cuidar de su imagen, haciendo que su figura cambiase a mejor. Quería gustar a libre. Esto era lo que ella más deseaba.
Pero hablar diariamente con libre la inquietaba, puesto que, invariablemente, después de un tiempo de amigable charla, la introducía de una forma sibilina en tendencias de un contenido sexual. Esto la excitaba, porque su vida sexual había sido un desastre, desde varios años antes de divorciarse. El sexo había ido a parar al baúl de los trastos viejos.
-Hola, flor cariño. ¿Qué tal llevas el día?
-Hola, libre, bonito. Normal, como tantos otros. ¿Y tú?
-Bien. Estaba pensando en ti y me preguntaba que pensarías si yo te hiciese el amor en el portal de tu casa o en mi coche...
-Dime, flor. ¿Qué te sugiere revolcarnos y hacernos un 69?
-Flor, ¿te gustaría ir sin bragas a tu trabajo y que tu jefe te diga pon este fax pensando en tu sexo húmedo y pudiese olerlo?
-Dime, flor, cielo, ¿qué sentirías si te muerdo los mamelones? ¿Se está excitando ahora tu sexp?
-Tócate tú y dime, flor, cariño, ¿cómo lo tiene de húmedo?
-Flor, corazón, ¿te apetecería que hiciéramos un trío, tú, otra mujer y yo, y no devoramos los tres?
-Flor, ¿te gustaría que fuésemos al cine nos sentamos en la última fila y ya allí, tú me haces una felación?
-Flor, cielo, ahora no puedo pero la semana que viene te voy a citar, nos vamos a conocer en persona y, después de cenar en un buen restaurante, nos vamos a un hotel 5* y allí te voy a hacer el amor a lo bestia (una cita improbable, porque suele ser gente que solo disfruta con esta clase de juegos, pero le propone eso para que no decaiga la ilusión en ella).
Y de ahí, pasaban al sexo telefónico y después al sexo con cámara. Esperaba cada día, impaciente, el contacto con su amigo libre para practicar sexo con él en cualesquiera de estas modalidades.
Hasta que una mañana despertó sintiéndose el objeto del deseo carnal de un depravado, sin escrúpulos y que solo quería saciar su apetito sexual a costa de su ingenuidad. Defraudada, regresó a sus masturbaciones, a su telemando y a fumar en su salón.
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Esto ocurre a diario en las redes sociales y en los foros públicos y privados a través del chat o de mensajes privados. Pero también hay que hacer constar que hay sobradas pruebas que certifican que tanto hombres como mujeres han encontrado el amor a través de alguno de estos medios. Es más, puede contarse por miles las personas que mantienen una relación estable, e incluso han llegado a casarse y a tener hijos. Pero la realidad es que el miedo al engaño o al fracaso frena tanto a los hombres como a las mujeres. Sólo las personas aventureras continúan buscando en las redes sociales su pareja ideal.
Fuente: Internet
Antonio Chávez LópezSevilla