Posesión masculina hasta el final
¡Cuánto, cuantísimo lo amaba! Y solo con pensar que había muerto por ella, que se ofreció voluntario como holocausto para salvarla. ¡Qué blanca reluce su piel! ¡Qué bello aparece dormido! Sus normalmente duras facciones se hallan suavizadas por las caricias de la Parca. El pelo rubio, lacio le cae desordenado en un flequillo y le tapa un ojo. Sus labios quieren acabar en una sonrisa.
¡Qué desgracia, qué pena! No quiere perderlo, lo ama demasiado. Mientras la gente se va marchando del tanatorio, ella se queda sola con él. Le preguntan si se lo llevan ya. 'Una noche más', ruega ella, y así cumple su deseo que le permitan velar su cadáver el resto de la noche. "No hay problema", le responden.
Cuando todos se han ido y una luz de Luna se filtra por las vidrieras, la chica se echa al lado de su difunto esposo y coge su mano: fría como hielo. No siente la calidez que solía recordar. Cierra los ojos y se deja arrastrar por los pensamientos más escondidos de su ser. Está tranquila; triste y sola, pero tranquila.
Oscurece. Cree sentir la mano de él apretando con fuerzas la suya. Ella experimenta una presión en el pecho y un vacío en el alma. Trata de gritar, pero su aparato fonador no responde, ni su cuerpo tampoco. Agarrada de la mano de sus ser amado, abandona la vida.
Al día siguiente, dos féretros salen del mismo tanatorio.
En uno de ellos va una ex esposa joven, casi una niña, con una expresión de espanto, a pesar de que le han cerrado los ojos. En la otra, un ex esposo joven que sigue inmóvil y en la misma postura que se encontraba la noche anterior, pero en su cara se dibuja una sonrisa egoísta.
Antonio Chávez LópezSevilla enero 1999