Me sodomizaron
Corría como una galga. ¡Es que perdía mi tren...!
Breves pero inolvidables momentos los de aquella noche que empezaban a escribir, sin yo imaginármelo, una nueva página de mi vida.
La reunión era tan densa y tan aburrida que estaba harta. Nuevos proyectos de venta, nueva imagen de marketing, números, números y más números... No veía la hora de que acabase todo aquello.
Y para más inri, esa misma noche tenía que viajar hasta Madrid para tratar de cerrar a horas tempranas del día siguiente un suculento negocio, que iba a dar una importante empujón a mi grupo de empresas
El reloj de la pared de la sala de juntas marcaba las 21,20 horas. Sobresaltada, me levanté de la silla de dirección. ¡Mi tren partía a las 22,00 horas!
-¡Qué pierdo el tren! -anuncié a través de una fuerte exclamación.
Sin conceder tiempo a más comentarios de mis empleados, cogí mi agenda y mi maletín y salí a todo gas.
-¡Pídeme un taxi! -le dije a mi secretario-. ¡Es muy urgente! -añadí.
Entré en mi despacho, cogí la maleta, que había preparado de antemano, y me dirigí a los ascensores, que no sabía por qué se estaban demorando más de la cuenta. Después me dijo el conserje del edificio que el otro ascensor se había averiado y que todo el trasiego de subidas y bajadas lo estaba soportando uno solo.
Cuando el ascensor llegó a la planta baja, ya esperaba a las puertas del lujoso edificio un taxi con la puerta derecha trasera entreabierta.
-¡A la estación de Santa Justa! -le dije al chófer-. ¡Pero dese prisa, por favor, que pierdo mi tren! -añadí.
Tras una carrera, en la que el chofer zigzagueaba en la Avenida de la Palmera, no dejaba de mirar la hora. Por fin, llegamos a la estación. Sin siquiera preguntarle al taxista el importe del viaje, saqué de mi billetera dos billetes, uno de veinte y otro de diez euros, y se los dejé en el asiento delantero derecho, a la vez que le daba las gracias por la celeridad.
El electrónico de la estación anunciaba la inminente salida de un tren con destino final Madrid . "¡Y yo con estos tacones!", pensé. Me descalcé y me lancé en su persecución. El andén 13 parecía interminable.
En el preciso momento en que el convoy iba a partir, trepé a uno de los vagones. Nerviosa y sudorosa localicé mi vagón, mi compartimiento y mi asiento, donde solté mis bártulos y me dejé caer sobre él. Algunos minutos después, ya recuperado el aliento, vi que una de mis medias tenía una larga rotura. Dejé en el asiento de al lado mi abrigo y mi maletín, me arreglé un poco el pelo, y revisé la maleta en busca de un nuevo par de medias.
Antes de ponérmelo decidí ir al baño a refrescarme. Cogí las medias, me calcé los zapatos y salí en busca del aseo. Tuve que recorrer el pasillo hasta hallarlo. En el trayecto vi que la mayoría de los compartimentos estaba a oscuras, quizás vacíos. Me estremecí al pensar en un tren sin pasajeros corriendo en la vía, rodando en medio de una noche negra.
Al llegar al aseo y encender la luz, vi la estrechez del cubículo. Me desabroché la blusa, botón a botón. El agua salía fría. Un suave chorro, que recogí en la palma de la mano, era suficiente para refrescarme la cara y el cuello. No quería salpicarme la ropa. Me incliné sobre el lavabo. Pero, de pronto, se abrió de un golpe la puerta y alguien apagó la luz. Súbitamente, recordé que no había echado el pestillo.
Alguien se puso detrás de mí. Una mano cálida me tapó la boca. Otra mano apretó mis pechos y los acariciaba suavemente. Notaba que se enganchaba el sujetador. El roce, aunque muy delicado, me lastimó un poco los mamelones. Apretada contra el lavabo, no tenía opción de defenderme. Relativamente sofocada traté de separar a quien fuese de mi cuerpo. Sentí presión sobre mis nalgas que, junto con el temor, percibí una ráfaga de excitación que me subía a través de los muslos.
La misma mano que me acariciaba buscaba mi falda; tiró de ella hacía arriba y halló el hilo del tanga. Escuché el sonido de la costura al ceder, y eso acrecentó mi ardor. Había en mí una mezcla de miedo y deseo. Mi sexo comenzaba a humedecerse con sus propios jugos. Ya no quería gritar, ya no quería defenderme, ya dejé de resistirme...
Quizás el atacante percibió mi entrega, porque destapó mi boca. Sentía su aliento y sus caricias sobre mi cuello. Me volqué más sobre el lavabo. Quien fuese me sujetó por las caderas, ahora desnudas.
Sus palmas se deslizaban por mi culo, explorándolo en aquella oscuridad sofocante. Le dejé hacer, disfrutando yo también de cada uno de sus hallazgos.
Oí el sonido de una cremallera que se bajaba. Sentí el calor húmedo de una masculinidad dura entre mis nalgas. Y como me di cuenta de lo que iba a suceder a continuación, aspiré con fuerza, profundamente.
Era un miembro grueso y grande, que ardía al penetrar. Los dos empujábamos; él, por clavar su pene en mi ano, y yo, para llegase hasta el fondo. Ahogué un gemido, pero no contuve un espasmo de un doloroso placer. Al mismo tiempo que me sodomizaba, acariciaba con los dedos mi vagina. Me agitaba los labios vaginales y me daba suaves pero precisos golpes a mi clítoris. Su respiración se aceleraba junto con la mía.
-¡Más... más...! -dije, en una exclamación semi ahogada.
Los movimientos de los dos se aceleraban. El golpeteo de sus testículos contra mis nalgas me arrastraba a un orgasmo. Un orgasmo delirante. Se contrajo todo mi cuerpo, hasta que estallé. Me inundó un chorro de liquido pegajoso. Él seguía con los movimientos, y a cada intento, un jadeo, un suspiro ronco, hasta que descargo del todo y fue relajándose. Su miembro empezó a perder turgencia y por eso resbaló sobre mis nalgas. Aquel líquido viscoso y caliente se escurrió entre mis muslos y piernas, que todavía temblaban.
Iba a decirle algo, cualquier cosa, cuando de repente me soltó y salió del aseo, no sin antes dar a mi trasero un delicioso y apretado beso. Apenas me rehíce, asomé la cabeza al pasillo: nadie a la vista.
Cerré el pestillo por dentro. Encendí la luz del aseo y me miré en el espejo. Vi señales leves en mi cuello. Luego de asearme como buenamente pude regresé a mi compartimiento, espiando en cada uno de los que se hallaban iluminados. No pude ni supe reconocer a nadie.
Sentada ya de nuevo en mi asiento, una sensación de relax bullía en mi interior Me dije para mí:
Esta noche, sobre las 22,15 horas, en el aseo de un tren con destino a la capital de España, he sido sodomizada por alguien, pero de una forma sumamente delicada, y yo diría que hasta con cariño. Tanta delicadeza y tanto cariño que en absoluto me importaría que ese alguien me sodomizase de nuevo.
Antonio Chávez LópezSevilla agosto 2001