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Infortunio

antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


Infortunio

Me llamo José Manuel y tengo 15 años. Mi familia es pobre. Mis padres nunca están en mi casa. Se pasan los días enteros trabajando para poder mantenernos y proporcionarnos la mejor calidad de vida posible. Soy extrovertido. No puedo acudir al colegio porque debo ocuparme de mi hermana pequeña, además de porque tengo que recoger cartones y chatarras y después venderlo. Hoy le dado la cena, la he aseado y ya la he acostado, y ahora estoy sin poder dormirme pensando en cómo poder ayudar a los niños pobres como yo. Soy sociable y me gusta socializar. Pero todo ha cambiado radicalmente tras tres acontecimientos macabros, casi seguidos, que le han sucedido a nuestra desgraciada familia.

Mi padre murió de un cáncer. Estamos tristes, y mi madre más que ninguno, hasta el punto de que no lo soporta. Después de la muerte de mi padre se quedó inmersa en una angustia total, entrando en melancolía, de la cual no pudo salir, y pocos días después de irse mi padre se suicidó. Mi hermana, de 4 años, vino corriendo a buscarme y llorando me dijo: “¡mamá se ha ahorcado!”. No entendía el porqué de todo esto, pero mi madre se fue porque no aguantó no ver nunca más a mi padre. Pero sabía que tenía dos hijos y eso no le importó. Después de estas dos desdichas, no había quién trajese dinero a casa, así que tuve que trabajar en la calle, dejando a mi hermana al cuidado de una buena vecina. Empecé en una tienda como chico de los recados. Era poco lo que ganaba, pero era suficiente para comer todos los días mi hermana y yo y para la escuela de ella.

La muerte de mi padre me dolió, y con el suicidio de mi madre me hundí en la tristeza. No sabía qué hacer con mi vida. Había perdido interés por vivir. Pero fui fuerte e hice algo que a mi madre no le ocurrió hacer: pensar en mi hermana.

Sin embargo, mi hermana era muy pequeña y echaba en falta a mi madre, aunque con mi ayuda poco a poco iba sobrellevando su ausencia.

Después de un mes, mi hermana enfermó; se quejaba mucho, tenía fiebres extrañas, decía que le dolía el pecho, que se iba a caer, que le temblaban las piernas, estaba sin fuerzas. La llevé al hospital y la internaron. A los dos días el médico diagnosticó que era un serio problema del corazón, que la iba a medicar y a esperar a que fuese mejorando. Diez días más vivió.

Mi vida era pésima, un caos. No entendía por qué pasaba lo que pasaba. Tenía la vida en contra. Era pobre, mi padre murió de cáncer, mi madre se suicidó y mi hermana también murió, además no tenía parientes con los que pudiese contar. Estaba solo en esta vida.

Mi hermana falleció porque no encontraron un donante. Iba a visitarla a diario al hospital hasta que me informó su médico que se durmió y nunca más despertó. Estaba destrozado, no sabía, no entendía, no quería entender el porqué de estas cosas, el porqué de la vida tan miserable que tuve, que tengo, y que no sé si seguiré teniendo.

Si hay un Dios que se apiada de las personas, mi caso era la excepción. Cada día rezaba por mi hermana para que mejorase su salud. Pero nada. Y fue entonces cuando concluí que Dios no existe, que Dios es una creencia creada por los humanos para su comodidad. El ser humano necesita algo en qué sostenerse. El milagro, la suerte y la desgracia son parte de la vida.

Hay cosas inexplicables que la gente dice: ‘es decisión de Dios’. Pero no es así. La gente, al no saber, lo asocia con el supuesto Todopoderoso.

Cualquiera en mi situación hubiese terminado con su vida. Yo no, yo, con fuerza de voluntad salí adelante, sin ayuda de nadie. Me propuse estudiar Medicina. Este iba a ser mi gran reto, pues me auto culpé de la muerte de mi hermana, sencillamente porque no pude ayudarla. Pensé algunas veces en cederle mi corazón para que ella pudiese seguir viviendo, pero fue mi indecisión la que no me dejó coger la decisión correcta, además de que esto es ilegal y ningún médico se comprometería a ello.

Empecé a ir a la biblioteca local, para estudiar todo lo referente a la Medicina. Estudié durante un tiempo. Había aprendido muchas cosas. Pero no era feliz. No tenía derecho a la felicidad. Un día, algo peculiar ocurría. Podía ver una persecución policial, podía escuchar la sirena de la patrulla que estaba a cien metros de mí. Venían a gran velocidad. El conductor del auto que estaba siendo perseguido giró a la derecha. Yo estaba en la esquina de esa calle. Me había quedado paralizado. Vi que el coche, derrapando, venía hacia mí, el conductor había perdido el control por la velocidad. Pero cuando salí del estado en que estaba, era tarde. Abrí los ojos con miedo, sorpresa, desesperación y angustia. Vi en un segundo toda mi vida pasar delante de mí. Vi lo feliz que había sido de niño, y vi el cambio radical cuando me volví más mayor. Vi la muerte de mi padre y la de mi madre, y también la de mi hermana, y todo lo que pasó después hasta llegar a hoy. Lo único que dije fue: ‘mi infortunio aún no ha acabado’, y, de pronto, el auto perseguido impactó contra mi cuerpo.


Periódico local. Sucesos

Ayer, un coche se estampó contra la pared de un edificio, y entre éste y el muro había un muchacho que, con un libro en la mano, iba a clase de Medicina y cuyo ideal era curar a las personas. Seguía todavía con vida, tenía los ojos lagrimosos, brotaba sangre de su boca y sus oídos.

Algunas personas se fueron acercando al lugar del siniestro, pero cuando vieron que aún estaba vivo, trataron de levantar el bloque de hormigón que estaba incrustado en su cuerpo, sin conseguirlo. La policía arrestó al ladrón y ayudó a resolver la causa.

Después de algunos minutos, el accidentado estaba echado boca abajo en el suelo para no ahogase con su propia sangre. A duras penas habló y se movió un poco. La gente que estaba a su lado le decía que no hiciese esfuerzos, que la ambulancia estaba ya en camino. Pero el muchacho no hizo caso y siguió esforzándose para poder incorporarse. Con enorme dificultad, sacó una cartulina impresa de uno de sus bolsillos.

—Un bolígrafo -pidió con voz débil, comenzando a expectorar sangre.

Una mujer que estaba cerca puso uno en su mano, y la victima marcó con una “X” un recuadro y garabateó su firma. Era la aceptación de donación de todos sus órganos. Poco después, volvió hablar, sin dejar de soltar sangre a borbotones.

—Si no puedo ayudar como médico, podré ayudar de ésta forma -él hacía referencia a lo que antes marcó y firmó en una cartulina. Pocos segundos después, cerró sus ojos para siempre.

Y esta fue la última acción buena de un muchacho bueno, a pesar de todo lo espantoso que le tocó vivir en vida.


LA CAJA DE MSICA 10 UN RINCONCITO PARA COMPARTIR - Pgina 8 Infort11


Antonio Chávez López
Sevilla julio 1999

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