Y transcurrió el tiempo; y él, convencido de que todo el amargor de ella había
pasado ya, se atrevió a pedirle su amistad, y ella, aferrándose al amor que todavía
le profesaba, aceptó.
Pero es sabido que amistad no es lo mismo que amor, al menos no siempre, y, por supuesto, no en ellos.
Ella traducía cada mirada, cada gesto, cada palabra
de él en una posibilidad de volver a estar juntos; él, simplemente, no traducía
nada.
Una tarde, que nunca debió existir para él, él osó a contarle que estaba enamorado de otra mujer, y ella lo supo encajar, pero llorando por dentro y sonriendo por fuera; sin embargo, las miradas y los gestos de él la derrotaban, y por eso luchaba con todas sus fuerzas por no amarlo,
por no verlo, por olvidarlo para siempre. Pero... no lo conseguía.
A cada llamada de él, que ella no pensaba responder, respondía. Cada vez que la
citaba, ella, guapa y radiante aparecía, y se tragaba su orgullo, solamente por
verlo, por hablarle, por estar con él…
Uno de aquellos días, llorando, le dijo que su nuevo amor lo había abandonado,
pero ella, en lugar de alegrarse, le curó sus heridas y le dio lo que nunca supo
darse a sí misma.
Una noche de vino, luna y clavel, él confundía la amistad. Ella quiso convencerse a sí misma de que por fin iba a “ocurrir” de nuevo. Y ocurrió. Hicieron el amor tiernamente, y salvajemente también. Más tarde, juntos, se reían de todo, como en los viejos tiempos Y
durmieron abrazados el uno al otro, como hacían en un pretérito próximo.
A la mañana siguiente, ella se despertó primero, y enseguida se puso a mirar
cómo dormía él. No hubiese cambiado nada, ni un miligramo de agonía por un segundo
de la noche de derroches de amor de aquel día.
Pero el golpe definitivo, el más fuerte y final se produjo cuando
ella lo escuchó musitar el nombre de la otra mujer, con una dulce sonrisa en
los labios.
Entonces, ella, pacientemente, le cubrió el cuerpo
desnudo, y, en ese momento, se prometió a sí misma no llorar nunca más por él.
El odio, aunque azucarado, que la invadía por la actitud de él, podía más que una posible reconciliación. Y aunque sabía que aún lo
amaba, algo que por el momento no lo podía evitar, decidía que ya era hora de
sacar su orgullo a relucir.
Así que cuando él despertó y ella ya había rumiado la verdadera realidad de la
situación y después del intento de él de llorar en su cuello, tranquila, pero
firme lo apartó y le dijo palmariamente lo que en adelante tenía que
afrontar.
"Reaccionaste demasiado tarde, cariño Ahora tú
estás empezando a enamorarte de mí, pero yo ya estoy terminando de estar
enamorada de ti.
Antonio Chávez López
Sevilla enero 2003
Comentarios
Hay que esperar a que no haya rescoldos; de lo contrario, el otro sufre. Y el peaje del dolor y del orgullo herido sale más caro a ambas partes.
"¿Las cosas del querer?", uf, materia atravesada, que si fuese una asignatura, trabajito costaría aprobarla. En mi opinión, no solo con amor se estabiliza y prospera una relación amorosa, también son muy importantes, incluso decisivos, la amistad y el respeto.
Gracias por leerme, y me gusta que te haya gustado.