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La tolerancia es tan necesaria como el comer

antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


La tolerancia es tan necesaria como el comer
 
Angustiada corría por aquel pasillo. Los números en las puertas se le agolpaban. Hasta que veía la placa de la habitación 133. Se quedada parada unos segundos, sin aliento y con la mirada fija. Movía reiteradamente la cabeza para tratar de salir de su aturdimiento, ponía mano trémula en el picaporte, cogía aire y abría despacio la puerta, como si se fuese a romper.
 
Y allí estaba su hijo, en una cama, y junto a él, su médico mirando su historial clínico. Se sobresaltaba al verle con goteros y con cables que entraban y salían del cuerpo, con la cabeza vendada y un brazo y una pierna enyesados, pero no se daba cuenta de la presencia de su madre; en ese momento tenía la cabeza vuelta hacía la ventana.
 
—Buenas tardes, doctor, soy Sonia, la madre de Hugo –decía, mostrando ojos vidriosos y voz quebradiza.
—Hola, Sonia. Y yo soy Antonio, el médico de Hugo. ¿Te importa si salimos al pasillo un momento y así dejamos a Hugo descansar?

Hugo sonreía, a la vez que una lágrima nublaba cada ojo, mientras madre y médico salían de la habitación, cerrando él tras de sí la puerta.

— ¡¿Co...cómo está mi hijo?! –preguntaba, y a la vez sacaba un pañuelo de su bolso, con un movimiento asombrosamente nervioso.
— Dentro de la gravedad, estable. Se recuperará con una rehabilitación adecuada –miraba de nuevo su historial, parpadeaba y tragaba dos veces saliva-. El brazo izquierdo fracturado, la pierna derecha fracturada, cinco costillas fracturadas, golpes y magulladuras en cabeza y cuerpo y el ojo izquierdo ulcerado, pero no hay peligro de pérdida.
— ¡¿Có... como ha sido, doctor?! –le preguntaba nerviosa, cerrando los ojos y apoyándose en la pared.
— Un muchacho de su mismo instituto, pero de dos cursos por encima del de Hugo, le golpeó todas las veces que le vino en ganas con un patín metálico.

La puerta se volvía abrir de nuevo. Hugo no sabía si había pasado un minuto o una hora. Despegaba despacio el ojo bueno y miraba a su madre, junto a su cama, que sonreía entre lágrimas.

— Hola, mamá.
— Hola, mi vida –decía y le cogía la mano–. ¿Cómo te encuentras? ¿Qué fue lo que pasó? –preguntaba intentando mantenerse lo más tranquila posible.
— Es... estaba yo... -empezaba, a partes iguales de duda, rabia y dolor. Se mordía el labio y proseguía–. …despidiéndome de Alonso en el portal de su casa. Llevaríamos cinco minutos o así, entre abrazos y risas y… le besé. Luego abría él la puerta de su portal y subía la escalera hacia el ascensor, y mientras se iba cerrando nos íbamos despidiendo con un beso al aire -hacia una breve pausa para tomar aire–. Me giré y lo último que recuerdo es que uno decía: “¡Eh tú, maricón, te vas a enterar…!”.

Sonia quedaba paralizada. Lo único que podía hacer era acariciarle la mano. La palabra no le salía por más que lo intentaba.

— ¿Recuerdas lo que me dijiste la primera vez que me insultaron por lo que soy, por como soy, cuando tenía nueve años? ¿Y la segunda…? ¿Y la tercera…? ¿Y luego del primer puñetazo…?

Asentía despacio. No podía sino no soltarle la mano y mirarle con dulzura.

— Me dijiste que con el paso del tiempo todo pasaría, que la gente se convertiría en más tolerante, que se acostumbraría. ¿Tolerante? ¿Qué se acostumbraría? Y la sensación que tengo ahora es que me siento como un pasajero de un tren, al que no pude subir porque no compré el billete. Cada día pienso que al viaje le quedan menos paradas. Cada vez son más insultos, desprecios, golpes… Tengo 14 años, mamá, y la sensación de que un reloj con cuenta atrás pende sobre mi cabeza –y empezó a llorar.
— No digas eso, hijo –respondía tiernamente-. Puede que no te guste el viaje. No podemos a veces elegir ni el trayecto ni el destino, pero podemos elegir con quien viajar. Un día llegará en que ese tren se quede sin combustible, sin su impulso, que es un desdén y un odio irracionales. Poco a poco lo estamos logrando. Aférrate a tus sueños, a tus esperanzas, porque de eso se trata la vida, hijo mío.
 
 
 
Antonio Chávez López
Sevilla octubre 2012


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