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El camino hacia la eternidad

antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


En camino hacia la eternidad
 
Un viento frío recorría el arbolado de luces sombrías. Las hojas secas se deslizaban junto a la corriente, describiendo un movimiento perfecto, una al compás de la otra.
 
Lo esperaba. En realidad no sabía si lo aguardaba, o era parte de un juego. Una de las hojas danzantes iba a parar a sus pies, la más amarilla de todas, la que todavía no había muerto; con delicadeza la cogía. Un destello pequeño reflejaba su nombre en el reverso.
 
— ¿Por qué ansiabas tanto que volviese a verte? -resonaba una voz clara en aquel parque solitario.

La buscaba con los ojos hasta que la veía. Estaba sentada en un banco del parque. Jugaba con un ramillete de flores violeta de un perfume tan intenso que inundaba el espacio en el que se hallaba. Siempre le habían gustado las flores, sobre todo las violetas.

La miraba hondamente, como antes, como siempre había sido, intentando capturar para acumular en su memoria cada detalle, cada gesto, cada palabra. Impaciente ante su mutismo ella se paraba frente a él.
 
— ¿No te decides a decirme el porqué de tanta insistencia para que apareciese?

La tenía próxima de nuevo, después de un prolongado sufrimiento. Había suplicado tantas noches… “una oportunidad, solo una, quiero verla, no quiero convertirme en cenizas sin antes no verla”, pensaba.

Acariciaba su cara con infinita ternura. El simple contacto de su mano bastaba para tranquilizarla. La abrazaba fuertemente. Besaba con amor y pasión aquellos labios rosados, mientras lágrimas no cesaban de caer sobre sus mejillas. Ella comenzaba a recordar el sentimiento tan profundo que los habían unido en vida. Y a cada caricia, respondía con otra más dulce; a cada beso, otro más cálido.

Pero, implacablemente, el tiempo se estaba acabando. Aquella tarde concluía, tan abruptamente de cómo había empezado. A pesar de esto, ambos se hallaban felices por tan dichoso encuentro.

Aun lo tenebroso en aquel parque, oscuro y casi lúgubre, una luz resplandeciente empezaba a rodearla.

Con un tono triste, ella le preguntaba:
 
— ¿Me vas a olvidar?

Él la miraba y le decía:

— Jamás. Te llevo marcada en mi corazón.

La amargura se disipaba en su cara, le dedicaba su sonrisa más brillante y sincera, y luego se desvanecía. Un nuevo oleaje de hojas se arremolinaba unos minutos. Pero, inmediatamente después, todo se tranquilizaba.
 
Despacio se iba de aquel parque; oscuro, pero iluminado para él, para no volver nunca más.




Antonio Chávez López
Sevilla junio 2016

 :)

 
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