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Al retortero de tu fuego
El ocaso del cielo en la mirada
y el color palpitante del deseo en el instinto.
En los labios un dulzor de luna nueva sembrada
que se desmadeja, cadenciosa, en prístinas hebras,
pegando el paladar a la lengua.
Tu saliva, húmeda y volcánica, resbala
por mis candentes y endurecidos senos,
minando de rescoldos los ardientes cascadas
y gratos senderos, que nos hacen inmortales,
dioses únicos, embriagados, fecundos, pero reales.
Igneos de veneno en verso,
vertido en cada ignota gruta
que de nuevo recorremos
con la respiración entrecortada y bruta
y el aliento exhausto en el aroma del sexo.
El efluvio poderoso y viril de la simiente
impregnando, inexorablemente, el lecho.
La piel inerme ante tus besos ardientes
especiados, precisos, de provecho...
El exhálito mordaz y sumamente erótico
de mi ego que habita más allá de tu serpiente,
el deliro fugaz de una rosa enigmática
que ensambla dos desiertos levemente,
proficuos de hondura y ligaduras aromáticas
retobados de proximidades siempre
Henchidas las ganas, inmutables,
retenidas, atesoradas…
El ímpetu de la sangre
y el tropel de espuma marcada
que transforma al hombre
en una bestia palpable.
Comentarios
Gracias, Nacho. No, no puedo proliferarme en la poesía, sencillamente porque no soy un experto. Estas cosas que a veces escribo (que mantengo para mi propia satisfacción en mi archivo; y por que no decirlo, para mi propia vanidad) son súbitas improntas que me surgen en momentos determinados; es decir, me viene, no sé de dónde, una luz, y, sin pausa, enseguida la llevo a alumbrar la palabra. Se me da mejor la prosa, que tampoco es para tirar cohetes. Sin falsa modestia.
y por QUÉ no decirlo