Entrega
de los Oscar
En las tablas del escenario el cantante
terminaba su canción. Un nerviosismo reinaba en el pequeño pero concurrido
cuarto de control, en lo más alto de la parte trasera de la sala. No se trataba
de un programa de los corrientes; era, nada menos que la retransmisión en
directo del acontecimiento más importante del mundo de la cinematografía: “la
entrega de los premios de la Academia; los Oscar”.
Numeroso aplausos impacientes se oían
mientras el cantante daba por finalizada su actuación. Se inclinó mostrando
sonrisa, tras la que se ocultaba indignación. La orquesta había arruinado su
arreglo musical y había ahogado sus últimas notas.
De pronto, una voz enérgica sonaba en los
altavoces del cuarto de control. Era la voz del director.
— ¡Un minuto más, y pausa para la publicidad!
— ¿Qué canción era ésa? –añadió, preguntando,
con aire de despistado.
— La segunda -contestó su ayudante-. O la
tercera. No estoy segura.
— Sea la que sea es malísima –contestó, y le
preguntó-: ¿Qué es lo que sigue ahora?
— El premio a la mejor adaptación
cinematográfica de un libro. Ahora vamos a enfocar a todos los candidatos.
El director miró hacia las pantallas. Las
cinco centrales captaban cada una a una persona diferentes; cuatro hombres y
una mujer. Ellos con esmoquin, parecían nerviosos. En cambio, ella se mostraba
indiferente ante todo lo que la rodeaba. Tenía los ojos semicerrados, los
labios abiertos ligeramente y movía la cabeza en forma convulsiva, como
escuchando una música proveniente de su interior.
— ¡Esa tía está drogada! –exclamó el
director-, pero qué bonita es.
Empezó la cuenta atrás para los comerciales.
No bien acabaron se encendió una luz en las pantallas. Se podía ver al maestro
de ceremonias regresar al estrado; el director hizo una toma de él y después
enfocó a dos artistas famosos, un hombre y una mujer, que subían al escenario
entre los aplausos de la concurrencia. Las palmas cesaron apenas empezaron a
leer la lista de los candidatos.
A medida que iban pronunciando los nombres,
los 4 hombres trataban, sin éxito, de parecer indiferentes, mientras la mujer
seguía dando la sensación de estar en otra galaxia.
Llevaron el sobre al escenario, con la
consabida pompa y solemnidad, el sobre era abierto, con suspense.
— ¡Oscar a la mejor adaptación de un libro
corresponde a...! –la artista invitada hizo un receso en el momento culminante,
después miró a su colega. Éste agregó, con voz aguda...
- ¡Vivian Perkins, por… ¡Las chicas malas son buenas!
Un cámara fijó a Vivian, que en un principio
parecía no haber escuchado. Sus ojos se abrían y esbozaban sus labios una
sonrisa forzada. Empezó a caminar. Otro cámara la seguía mientras iba hacia la
parte delantera. Solo después de que bajase los escalones y de volverse hacia
el respetable, pudieron hacer una toma completa de su cuerpo.
— ¡Hostias! -exclamó una voz femenina
quebrando el silencio en el de control-. ¡Esa mujer no lleva ropa interior bajo
el vestido transparente! ¡Quítenla del primer plano! -ordenó la ayudante.
— No –dijo el director-. Dejemos que se les
empine un poco a los cámaras.
Mientras, Vivian se iba al micrófono portando
el Oscar en la mano. Parpadeó varias veces, como luchando contra el sueño o
contra el llanto, vayan a saber Pero cuando abrió los ojos, lucían resplandecientes.
— Señores y señoras de la Academia. Público en
general –empezó en un tono de voz suave-. Si les dijera que no me siento
orgullosa, mentiría. Esto es algo que solo ocurre en los más disparatados
sueños de un escritor...
Los aplausos la interrumpían, pero cesaban a
petición de la galardonada, haciendo gesto con la mano que le quedaba libre.
— ...Empero, no puedo dejar de sentir
resentimiento y tristeza a la vez. ¿He merecido este premio como mujer, o como
escritora? Me parece que no hay dudas de esta clase en la cabeza de ninguno de
los cuatro caballeros candidatos, de haber sido alguno de ellos el ganador.
Pero lo cierto es que todo lo que tuvieron que hacer es escribir sus libretos.
No tenían que acostarse con todos y cada uno los participantes de la película
para lograr que ésta se llevara a cabo. No obstante...
Rugidos corrían en la sala, confusionismo
invadía el cuarto de control.
— ¡Comiencen ya a grabar! -se oía la voz del
director-. ¡Corten! ¡Esperen un segundo! ¡Ahora! ¡No! ¡Pongan el VTR!
¡Quítenlo! ¡Cinco segundos más! ¡No! -se sentó a medias en el asiento que
ocupaba de detrás de la mesa y echó un vistazo a la sala por la ventanilla-.
¡Tomen escenas de las reacciones del público, desde todos los ángulos! ¡Ahí
abajo se está formando la de Dios en Cristo!
Las imágenes aparecían ya en las pantallas:
mujeres en pie, aplaudiendo, gritando. Hombres entusiasmados y perplejos...
-pasa a página 2 y última-
Comentarios
— ¡Bien, Vivian! ¡Cuenta la verdad! –decía una señora puesta en pie y un cámara hacía un primer plano de su acompañante, el cual intentaba por todos los medios hacerla sentar otra vez. El director del cuarto de control ordenó que un cámara siguiera permanentemente a Vivian cuando prosiguiera con su discurso.
— ...no puedo pasar por alto esas costumbres manidas hipócritas de dar las gracias a toda la gente que hacía posible que ganara este Oscar. Especialmente, ahora sin hipocresía pero con cariño, a un oficial de la policía de Santa Mónica, llamado Al Ray, y a su encantadora hija Susan. Pido el mejor aplauso de la noche para estos dos grandes ausentes –la sala estallaba-. Mi siguiente agradecimiento es para mi agente, que siempre decía que lo único que importaba era lograr que se hiciera la película -buscó con la mirada el sitio donde sabía que estaba, pero no lo podía ver por mor de las luces de los focos. Pero dirigió la voz hacia ese sector-. "Tienes que estar ya más tranquilo, viejo, ya ves que no ha sido tan difícil" –y siguió hablando para el público-: todo lo que yo hice ha sido, "simplemente" follar con el productor, mamársela al primer actor y lamerle el coño a la esposa del director. Gracias a todos ellos, porque fueron, tal vez, los que lo hacían posible...
- ¡Joder! -exclamó el director del cuarto de control. El ruido delos voceríos, ahogaban xe nuevo las palabras de la galardonada.
— ¡Cortar los micrófonos de la sala! –soltó el director.
No obstante eso, los potentes altavoces hacían posible que la voz de Vivian se oyera por encima del griterío. Guardaron un relativo silencio al aparecer nuevamente en los altavoces la voz de la triunfadora de la noche.
— Y por último, quiero expresar mi agradecimiento a todos los miembros de la Academia por haber tenido el privilegio de haber sido la elegida como ejemplo de escritora del año. Y en su honor, voy a descubrir una estatua que mandé hacer expresamente para ellos.
Reía burlona mientras la mano que tenía libre tanteaba por detrás del cuello. De pronto el vestido cayó. Quedó quieta en el escenario, con el Oscar en pose invertida sobre su figura desnuda. El cuerpo del muñeco cubría parte de las tetas y el estómago, y la boca de la cabeza calva parecía reír a causa de las cosquillas por el vello del pubis.
Un escándalo monumental recorría la sala. Algunos espectadores, en pie, gritaban, jaleaban, vitoreaban, reían, mientras dos guardias del servicio de seguridad corrían hacia el escenario para tapar a la oscarizada. Al llegar, uno de ellos intentaba cubrirla con su guerrera. Pero Vivian, gloriosa y ufana, apartaba la guerrera a la vez que bajaba del estrado luciendo, con un contoneo deliberado, su espectacular figura.
Mezcla de asombro y felicidad se reflejaba en la faz del director del cuarto de control, pero antes de dar paso a la publicidad, dijo:
— La entrega de los Oscar no volverá a ser igual después de lo hoy.
— ¿Cubriremos el índice de audiencia? -preguntó su ayudante
— Así lo espero. De lo contrario, sería una pena que la verdad no tenga la misma oportunidad de saberse como la mentira.
Mis disculpas al lector por varios fallos mecanográficos y por haberme comido algunas palabras, quizá debido a una falta de concentración, y también por mi sempiterna manía de no repasar el borrador antes de insertar.
Te sigo a partir de ahora
Un saludo
Gracias por leerme y gracias por decir que vas a seguirme. Espero no defraudarte.
En el sub-apartado "Narrativa" de este mismo apartado "Publica aquí tu relato", colgué un texto que lo hice llamar "Mi herida no para de sangrar". Las críticas que he recibido hasta ahora de compañeros foreros las considero buenas. Quizás te interese echarle un vistazo; si lo haces y comentas algo, me pondré de nuevo en contacto contigo.
Otro saludo para ti
Tremendo, como siempre.
Con tintes eróticos fuertecillos, pero por ello lo inserté en el apartado "Erótico", que para eso está, precisamente.
Este relato tiene fallos gramaticales y mecanográficos, pero te digo lo mismo que a otro colega forero. Literalmente, copia y pegar...
Trato de defender mis textos dignamente, y esto mismo lo he dicho varias veces en este foro y en disímiles hilos, y hablo de mejorar mi gramática, evitar fallos mecanográficos, erradicar anomalías en el tiempo de los verbos en un mismo párrafo... y alguna cosa más por el estilo. Pasa que de un tiempo a esta parte estoy a falta de concentración, causada, sin duda, por un macro suceso personal (fallecimiento de mi hijo), y quizás también por mi avanzada edad y por mi eterna manía de no repasar los escritos antes de plasmarlos. Mis disculpas. Gracias por leerme y por comentar.
Gracias por leerme
Saludos chiclaneros
Una anécdota relacionada con mi escrito "Entrega de los Oscar"
A la entrega de los oscar del 1980, en el Dorothy Chandle Pavillon, de Los Ángeles, tuve el honor de asistir, invitado y acompañando por un productor cinematográfico, de origen español, muy amigo de mis padres, y el oscar al mejor guion de una novela adaptada a una película (quiero recordar que era Kramer contra Kraner) se lo asignaron a un tal Robert Benton, que, ausente por enfermedad, lo recibió casi en pelotas su novia y secretaria, una belleza de unos 25 años. Meses después, ya en mi ciudad, Sevilla, me dio por hacer un escrito, a mi sui géneris, pero acordándome de aquello. Y ese texto que he publicado en este foro es parte de mi escrito, que es bastante más extenso.
Gracias por leerme
Pues, sinceramente, a mí no me causó más impresión que una buena película en un cine cualquiera de barrio. Los yankys (estadounidenses o norteamericanos, como prefieras), por lo general, son horteras, aparatosos, suficientes... y todos los calificativos similares que se le puedan añadir a esos. Mucho esmoquin, los caballeros, y mucho traje largo, las damas, pero la clase y los modales brillan por su ausencia. Y conste que no tengo ningún motivo para estar en contra de esta gente, pero tienen mucho que aprender, en ese aspecto, de la vieja Europa. Ese individuo saliente de la Casa Blanca, Donald Trump, es el prototipo chulesco de la gente pudiente de América de Norte. Y hablo por propia experiencia como espectador, puesto que he estado por aquellos lares cinco veces y en diferentes años.
Esas dos imágenes que plasmo seguidamente, tal vez se adapten mejor a lo que mi texto pretendía desde un principio. Pero, pensando, como ya he corregido algunos fallos, lo que voy a hacer es insertar de nuevo todo junto. Así que las imágenes irán acompañando al escrito modificado. Como podrán apreciar, no he querido suprimir las palabras con las que empezaba este párrafo, como si fuera una conversación informal entre amigos, que a veces uno de ellos dice: "donde dije digo es Diego". De esto se trata un foro, de seguir una línea de charla y de improviso cambiar "la línea por bingo"
La entrega de los Oscar
En el escenario, el cantante terminaba su canción. Un nerviosismo reinaba en el pequeño pero concurrido cuarto de control, en lo más alto de la parte trasera de la sala. No se trataba de un programa de los llamado corriente; era, nada menos que la retransmisión en directo del acontecimiento más importante del mundillo de la cinematografía: “la entrega de los premios de la Academia; los Oscar”.
Numerosos aplausos impacientes se oían mientras el cantante se inclinaba mostrando una sonrisa, tras la que ocultaba una indignación. La orquesta había arruinado su arreglo musical y había ahogado sus últimas notas.
De pronto, una voz enérgica sonaba en el altavoz del cuarto de control.
—¡Un minuto más, y pausa para publicidad! -era la voz del director
—¿Qué canción era ésa? –añadió, preguntando, con cara de despistado.
—La segunda… o la tercera. No estoy segura -respondió su ayudante.
—Sea la que sea es malísima. ¿Qué es lo que sigue ahora?
—El premio a la mejor adaptación cinematográfica de una novela. Enseguida vamos a enfocar a los cinco candidatos.
El director miró hacia las pantallas. Las cinco centrales captaban cada una a una persona diferente; cuatro hombres y una mujer. Ellos, de un riguroso esmoquin, parecían nerviosos. En cambio, ella se mostraba indiferente ante todo lo que la rodeaba; tenía los ojos semicerrados, los labios ligeramente abiertos y movía la cabeza en forma convulsiva, como oyendo una música proveniente de su interior.
—¡Esa tía está drogada, pero qué bonita es! –exclamó el director.
Empezó la cuenta atrás para los anuncios. No bien acabaron, se encendió una luz verde en las pantallas. Se podía ver al maestro de ceremonias volver al estrado; el director hacía una toma de él, y su ayudante de dos famosos artistas, un hombre y una mujer, que subían al escenario entre los aplausos de la concurrencia. Las palmas despalmaron no bien comenzaron a leer los nombres de los candidatos, que a medida que los iban pronunciando, ellos trataban, sin éxito, de aparentar indiferencia, mientras ella seguía dando la sensación de estar en otra galaxia.
Llevaron el sobre al escenario, que, con la consabida pompa y solemnidad, era abierto con cierto suspense.
—¡El Oscar a la mejor adaptación de una novela corresponde a...! –la artista invitada hizo un receso en el momento culminante, miró a su artista compañero, quien agregó, con más énfasis...
— ¡¡Vivian Perkins, por… Las chicas malas están muy buenas!!
Un cámara fijó a Vivian, que en principio parecía no haber escuchado. Sus ojos se abrían y sus labios esbozaban una risita forzada. Empezó a caminar. Otro cámara la seguía mientras iba hacia la parte delantera del escenario. Solo luego de que bajase los escalones y se volviese hacia el público, podían hacerle una toma completa de su cuerpo.
—¡Oh! -exclamó la ayudante del director, quebrando el silencio en el cuarto de control-. ¡Esa mujer no lleva ropa interior bajo el vestido transparente! ¡Quítenla del primer plano! -ordenó.
—No –dijo el director-. Dejemos que se le empine un poco a mis muchachos.
Mientras Vivian iba hacia el micrófono portando su Oscar, parpadeó varias veces, como batallando contra el sueño o contra el llanto, ¡vayan a saber! Pero cuando abrió los ojos, lucían resplandecientes.
—Señores y señoras de la Academia, público en general –comenzó en un tono suave-. Si les dijese que no me siento orgullosa, mentiría. Esto es algo que solo ocurre en los más disparatados sueños de un escritor o escritora…
Los aplausos la interrumpían, pero cesaban a petición de la galardonada, que hacía un gesto con la mano que le quedaba libre.
—...empero, no dejo de sentir resentimiento y pena a la vez. ¿He merecido este premio como mujer o como escritora? Creo que no hay duda de esto en la mollera de los cuatro caballeros candidatos, de haber sido alguno de ellos el ganador. Pero todo lo que han hecho es escribir su libreto. No estaban obligados a acostarse con todos y cada uno los participantes de la película para conseguir que ésta se llevara a cabo. No obstante...
Rugidos corrían en la sala, confusionismo invadía el cuarto de control.
—¡Comiencen ya a grabar! -se oía la voz del director-. ¡Corten! ¡Esperen dos segundos! ¡Ahora! ¡No! ¡Pongan el VTR! ¡Quítenlo! ¡Un segundos más! ¡No! -se sentó a medias en el asiento que ocupaba de detrás de su escritorio y echó un vistazo a la sala a través de la ventanilla-. ¡Hagan tomas de las reacciones del público! ¡Ahí abajo se está formando la de Dios en Cristo!
Las imágenes aparecían en las pantallas: mujeres en pie, aplaudiendo, gritando, riendo… Hombres abochornados, perplejos...
-pasa a página 2 y última-
—¡Bien, Vivian! ¡Cuenta toda la verdad! –decía una señora puesta en pie, y un cámara hacía un primer plano de su acompañante, que intentaba por todos los medios hacerla sentar de nuevo. El director del cuarto de control ordenó que dos cámaras siguieran permanentemente a Vivian cuando ella prosiguiera con su discurso.
—...no puedo pasar por alto las costumbres manidas e hipócritas de dar las gracias a los que han contribuido a que ganara este Oscar. Especialmente, y ahora sin hipocresía pero con cariño, a Al Ray, un oficial de la policía de Hollywood, y a su encantadora hija Susan. Pido, por favor, el mayor aplauso de la noche para estos dos grandes ausentes –la sala estallaba-. Mi siguiente agradecimiento es para mi agente, que siempre me decía que lo único que importaba era lograr que se hiciese la película -buscó con la mirada el lugar donde sabía que se hallaba, pero no lo podía ver por mor de las luces de los focos. Pero llevó la voz hacia ese sector-. "Debes estar más tranquilo, ¿no?, como ves no ha sido tan difícil" –y seguidamente siguió hablando para el gran público-. Todo lo que tuve que hacer fue, "simplemente", follar con el productor, mamársela al primer actor, y lamerle el coño y los pezones a la esposa del director. Gracias a todos ellos, porque han sido, tal vez, los que lo han hecho posible...
—¡Hostia! -exclamó el director del cuarto de control. El sonido del vocerío general, de nuevo medio ahogaban las palabras de la galardonada.
—¡Cortad todos los micrófonos de la sala! –ordenó el director.
No obstante eso, los potentes altavoces hacían posible que la voz de Vivian se escuchase por encima del griterío.
Guardaron relativo silencio al aparecer de nuevo en los altavoces la voz de la triunfadora de la noche.
—...Y por último, quiero dar las gracias a todos los miembros de la Academia por haber tenido el privilegio de haber sido la elegida como ejemplo de escritora del año. Y en su honor, voy a descubrir una estatua que he mandado hacer expresamente para ellos.
Sonreía, burlona, mientras la mano que le quedaba libre tanteaba por detrás del cuello. De pronto, el vestido caía. Vivian se quedó quieta en el escenario, con el Oscar en pose invertida sobre su figura desnuda. El cuerpo del muñeco cubría una parte de las tetas y el estómago, y la boca de la cabeza calva parecía reír a causa de las cosquillas del vello del pubis.
Un escándalo monumental recorría toda la sala. Algunos espectadores, en pie, gritaban, jaleaban, vitoreaban, reían, mientras dos guardias del servicio de seguridad corrían hacia el escenario para cubrir a la oscarizada. Al llegar, uno de ellos intentaba taparla con su guerrera. Pero Vivian, gloriosa y ufana, apartaba la prenda, a la vez que iba bajando del estrado luciendo, con un contoneo de caderas deliberado, su espectacular figura.
Una mezcla de asombro y felicidad se reflejaba en la expresión del director del cuarto de control, que antes de dar paso a la publicidad, dijo:
—La entrega de los Oscar no volverá a ser igual después de lo de esta noche.
—¿Cubriremos los índices de audiencia? -le preguntó su ayudante
—Eso espero…. Pero, si no, sería una pena que la verdad no tenga la misma oportunidad de salir a la luz como la mentira.
Y entre ese desproporcionado gentío estaba mi menda, acompañando a un productor de cine mexicano-español, amigo de muchos años de mis padres
Conservo fotografías de aquel evento, pero en ninguna aparezco en solitario, por lo que no veo prudente ponerlas aquí. También tengo una de la novia y secretaria del tal Robert Benton, la que, por ausencia obligada de Benton, recogió, medio en pelotas, un segundo premio, que tampoco, por supuesto, voy a publicar.
Precisamente la casi desnudez integral de aquella despampanante señorita, fue la que me sirvió de, digamos de musa para confeccionar mi escrito, que lo que he plasmado aquí no es ni la cuarta parte del total
El expresarme en algunos pasajes en forma brusca (tremendo, como dices) se debe a que Vivian, la protagonista, tuvo que ir sorteando un red de añagazas hasta llegar a conseguir el oscar a la mejor adaptación de una novela, la suya. Y cuando llegó la hora de la entrega, largó bilis a mansalva por su boquita, o lo que es lo mismo, toda esa serie de obscenidades que cito, y algunas otras que no cité porque quedaron en mi tintero. El texto primitivo, que conservo en mi archivo, en tres o cuatro veces más extenso que el publicado aquí. Que tampoco era cuestión de insertar un cartapacio amplio, porque más que un relato sería una novela.
Aclaración. Importante para mí.
No soy yo precisamente un escritor (o un aspirante a escritor, que es lo más correcto), que se recree en citar palabras malsonantes (tacos) en mis relatos eróticos, pero pienso que especialmente este, "Entrega de los Osca", las pedía a voces.
Sin duda, podría haber escrito "hacer el amor" en lugar de "follar", como así, "saborear su miembro", en vez de "mamársela"; o "acariciar los mamelones", podía haberlo sustituido por "lamer los pezones", o "lamerle el coño", cambiarlo por "acariciarle la vagina". y así por el estilo en las otras expresiones de "sexo". Pero, mientras lo estaba escribiendo me iba percatando de que no causaría el mismo efecto en el lector, de aceptación o rechazo, que ambas actitudes son tan válidas como para tenerles en cuenta.
Quizá más delante me anime a plasmar en este mismo hilo el texto completo, que en su día confeccioné, aunque tendría que utilizar varias páginas. A mi arbitrario parecer, creo que merece la pena, puesto que es un relato (de unas 10 o 12 páginas) en el que aparece la cruda realidad de este magno acontecimiento de la cinematografía, condimentada con ironías, sarcasmos, humor, alegría, tristeza, crudeza... y todo ello expresado sin pelos en la lengua, tal cual.
Un cariñoso saludo a todos los colegas foreros
Segunda entrega de "Entrega de los Oscar"
—¡Mi querido Ray! Tienes la habilidad de aparecer cuando más te necesito.
—No estaba lejos –sonrió. Anoche, mientras tomaba café en la cafetería de enfrente de la Academia, te vi en la televisión. Gracias por la dedicatoria.
—De nada –respondió a la vez que se bajaba del coche-. Estoy molida. Creo que me voy a ir directamente a la cama.
—¿Te encuentras bien?
—Bien, pero muy cansada.
—Entonces me iré si no me necesitas.
—Vale. Besos a Susan y a su bebé..
Asintió y la vio entrar a su casa antes de dar la vuelta el coche. "No estoy de acuerdo con algunas cosas que hace y dice, pero estoy feliz porque, por fin, es ella”, pensó.
El teléfono sonó apenas entró al salón.
Era su madre, una señora capillita anticuada que vivía en Nueva York y que no se llevaba bien con su hija
—¡Qué amoral lo que hiciste! –así la saludó-. ¡No podré ir por la calle con la cabeza alta! ¡Has dado la nota en todo el país! ¡Y bla... bla... bla...! ¡Y bla… bla… bla…!
—¡Adiós, viuda de Din, y esposa de no sé quién! -y colgó. Su madre debió quedarse con un teléfono mudo en la mano.
De nuevo sonó, pero no lo cogió, lo desconectó. Al cabo de un rato, volvió a conectarlo, y al poco vibró otra vez, pero como ahora parecía que el zumbido era el característico de las llamadas locales, contestó.
—¿Sí?
—¿Vivian?
Enseguida conoció la voz al teléfono.
—Soy su secretaria –mintió, cambiando el tono de voz-. ¿De parte de quién?
—Robert Gross.
—Usted era su antiguo agente, ¿no?
—Sí. Dile a tu jefa que se ponga que tengo buenos negocios para ella.
—No puede. Va camino de Las Vegas -mintió otra vez.- Pero me encargó que si usted llamaba que le recordara que tiene que devolverle el borrador de una novela que le dejó en su oficina. Y también me dijo que no tuviera ningún reparo en enviarle directamente al carajo –soltó una carcajada y colgó.
-sigue 2ª página-
Mientras se deleitaba con lo que acababa de hacer, el teléfono sonó nuevamente. Y esta vez sí le agradó, a pesar de los pesares, la llamada. Era Jackson, su amigo homosexual y el ex director que la expulsó de una obra que iba a representar en Broadway.
—Hola, -entró suave-. Sé que no tengo perdón, pero no podía dejar pasar algo así.
—¿Quién te dio mi teléfono? –eso fue lo primero que contestó, en forma de pregunta.
—El taxista que nos llevó en su taxi hasta el lago verde del Central Park. ¿Recuerdas?
—¡Claro, jajajajaja! –su memoria se fue inmediatamente a ese episodio.
—Me alegro que hayas alcanzado la cima –adquirió un tono serio-. Pero, ¿a que ha sido alto el precio del éxito? –añadió, preguntando.
—Sí, muy alto–respondió.
—Te advertí, recién empezabas en esto que tenías que llevarte bien con los viejos verdes y los maricones. Y aunque éste maricón que te habla no se portó contigo como un "tío", sabes que te quiere –hizo una pausa-. Pero ahora te llamo porque me alegro de tu éxito –sollozos se oían y después seguía la voz-. Oye, mi querida Vivian, yo sigo viviendo en el mismo lugar. Un beso para tus labios cerrados. Adiós.
—También yo te quiero. Cuando vuelva a Nueva York te veré –y colgó, conteniéndose las lágrimas.
Al poco, otra vez el teléfono. Esta vez era su agente.
—¿Con quién hablabas todo el tiempo? He estado llamando cada minutos -le dijo, y sin esperar respuesta, añadió-: eso que hiciste fue una buena estrategia. En todos los años que llevo en esto no había visto surgir una estrella en una noche.
—No fue una estrategia.
—Bueno, eso no importa ahora. Ven mañana a mi oficina. Tengo muchas ofertas en firme en las que tú puedes imponer tus condiciones.
—¡A la mierda el dinero! –contestó y colgó.
No había caminado tres pasos, rumbo a la cocina, cuando… ¡ring, ring, ring…!
Ahora era su mejor amigo y ex amante, el mulato Sam.
—¡Hola, Vivian! ¡Esto sí que me gusta para ti! –así la saludó. Y siguió-: te felicito. Pero lo hago por teléfono, no vaya a ser que en persona tengamos problemas uno de los dos o los dos, como ocurría en los viejos tiempos –sonrió.
—Gracias, Sam –le devolvió la sonrisa-. Lo más adecuado que puedo responder ahora es que te deseo que lo mejor de tu pasado sea lo peor de tu futuro -no había dejado aún el receptor en su lugar cuando se apresuró en añadir-: ¡no cuelgues! –pero había colgado ya. Solo quería preguntarle cómo había conseguido su teléfono…
Al poco, nueva llamada. Ahora era su ex marido, un famoso escritor millonario.
—Hola -carraspeó-. Esta vez has sido tú misma. No sé si me creerás si te digo que me alegro que hayas logrado el más alto honor para un escritor. Yo no lo conseguí aún.
—Gracias. En esto de escribir me queda mucho que aprender de ti -y añadió: supongo que para alguien tan importante como tú no te habrá supuesto obstáculo averiguar mi número teléfono.
—Eso no es cierto –contestó-. Yo ya soy viejo y vivo del pasado. Tu generación, y tú al frente, es la que pita hoy -agradeció la gentileza, pero hizo caso omiso en cuanto a lo del número de teléfono.
—Es ley de vida –respondió, sin recabar más sobre lo otro.
—Obviamente –se quedó en silencio unos segundos, después le preguntó-: por cierto, ¿tiempo atrás no has estado enredada en un asunto grave, de cárcel incluso?
—Así fue, pero pude salir del trance.
—¿Por qué no acudiste a mí?
—No era necesario. Gracias –colgó, sin darle opción a la réplica. No quería remover más la mierda de su pretérito.
-sigue 3ª y ultima página-
No hizo más que colgar cuando otra vez sonó el ya un poco gastado timbre.
El psiquiatra Taylor estaba al otro lado del hilo.
—¿Cómo se encuentra la señorita Vivian?
—Bien, doctor Taylor. Y en parte, gracias a ti –sonrió, y añadió a través de una pregunta una frase muy sobada ya en esa noche-: ¿cómo conseguiste mi teléfono?
—De la gente famosa y adinerada, todo el mundo se ocupa en saber sus señas.
—A lo de famosa, bah. Y a lo de adinerada, paso.
—¿Te parece poca riqueza el hecho de que ya estás bien?
—Por supuesto que no y te estoy agradecida por todo, Frank. Ya iré a hacerte una visita. Pero ahora, si me disculpas, estoy muy cansada y me voy a ir a echarme un rato –mintió con esa disculpa.
—Me parece bien. Espero verte pronto. Sabes que te aprecio. Cuídate.
Por un momento pensó que necesitaba una secretaria, al menos en esa noche, porque a los pocos segundos de colgar, el timbrecito volvía a hacer de las suyas.
Era Rut, su ex "amiga íntima"
—Hola, cariño. Me ha costado dar este paso porque no sabía si querías hablar conmigo. Enhorabuena. Mereces el premio conseguido y más -eso fue lo único que dijo.
—¡Claro que quiero hablar contigo! Además, tengo intención de ir pronto a Nueva York. Te llamaré y comeremos juntas.
Imaginándose que la que sonaba sería la última llamada, descolgó por enésima vez.
—¿Si?
—¿Puedes dedicar un minuto de tu costoso tiempo a un viejo amigo?
—¡Tony Moix!
A Moix, que era productor de cine y teatro, se le notaba interés en la voz. Pero le agradó a Vivian que se hubiera acordado de ella.
—Te lo dije. Ahora solo falta reunirte conmigo. Entre los dos nos comeremos el mundo.
—Todo se andará. Te veré pronto, y gracias por confiar en mis posibilidades. Tú siempre tan amable.
Pero, súbitamente, se sentía decaída. Casi todas las personas que la habían llamado era por motivo de interés personal. Seguía sufriendo, aunque de distinta forma, las secuelas del éxito, que era, aun no pareciéndolo, un peso que debía sobrellevar de por vida, si es que quería seguir en su carro. La gloria no estaba tan bien asfaltada como se le habían pintado. En esta vida, por suerte o por desgracia, todo tiene un precio.
De pronto, como si el teléfono quisiera azucararle los ánimos, poco después recibió una nueva llamada que le sirvió para rememorarle un episodio, más de recuerdo que de otra cosa, de su pretérito. Procedía de Italia y la voz que hablaba desde el otro lado del hilo era la de Gina Capello, la esposa del famoso productor italiano Renato Bianchi.
—¿Qué tal se encuentra mi bellísima galardonada?
—¡Gina! –ésa exclamación era la respuesta al saludo recibido.
—Mi felicitación por tu Oscar. Sé la alegría que debes sentir en estos momentos, porque, como sabes, yo también disfruté de un premio así. Pero en Italia puedes tener "otra clase de oportunidades", aparte de la de escritora y actriz. Además de que estarías protegida por uno de los hombres más poderoso de mi país. Y por su esposa, por supuesto.
—Gracias pero no –contestó y añadió-: desde que me levanté de la suntuosa cama de la deslumbrante suite del espectacular Sant Regis, decidí que en mi vida solo mando yo. Y es por eso que no quiero que nadie se adueñe de mí.
—No queremos ser dueños de nadie. Solamente que pienso que aquí puedes acabar de realizarte. Y te lo dice una mujer que tiene experiencia en esto. También tuve tu edad y pasé por ‘ciertas cosas’, de las que nunca me arrepentiré, porque, en definitiva me han servido para llegar a la posición social y económica en la que ahora me hallo. Pero, ante todo, quiero que sepas que te quiero.
—Y yo. Pero insisto en mi postura.
—Bueno… Si es esa tu decisión… Un beso. Ciao.
—Otro para ti. Adiós –y colgó.
Vivian, para conseguir llegar a lo más alto, hasta alcanzar el oscar, tuvo que pasar por algunas camas, y la cama de ese millonario y lujurioso matrimonio italiano era crucial para su propósito.
El aparato telefónico empezó a sonar de nuevo. Pero ni caso. Se limitó a arrancar el cable a y meterlo en su acuario, pensando que en realidad no sabía el porqué de preguntar a todos los que la habían llamado los medios para averiguar su teléfono. Pero sin dar más importancia a su pensamiento se fue a su dormitorio. En la mesilla buscó y encontró un cigarrillo de marihuana, lo encendió y empezó a fumárselo sentada en un peldaño del porche, a la vez que miraba hacia la ciudad. La noche era cálida. De repente, sus ojos empezaron a humedecerse…
Y sentada en el escalón siguió fumándose el pitillo. Entre chupada y chupada se secaba los ojos. Pero, súbitamente, comenzó a llorar en forma desesperada, como nunca antes había llorado. Una tremolina de pensamientos contrapuestos se agolpaban en su cabeza, mientras a lo lejos, las multicolores luces de Los Ángeles tililaban resplandecientes a través de sus sentidas lágrimas.
Batallando contra sus lágrimas, medio se repuso. El primer pensamiento que le vino a su mente fue el de dos personas: Rut y Ray. No estaba de acuerdo con el consejo de Rut de que lo necesitaba era un hombre que la mantuviera; ella era lo suficiente valedora como para mantenerse a sí misma. Y ahora mejor, porque, además de lograr el oscar, también obtenía, junto con el premio, una cuantiosa suma de dólares, y ya era considerada una escritora de prestigio, con lo cual se la rifaban los agentes y las editoriales.
Pero sin embargo le atraía poderosamente la idea de unirse a un hombre, a pesar de haberle dicho a Rut que le gustaba permanecer sola. Y quien mejor candidato que Ray, que sabía que la amaba y que estaba enamorado de ella. No pensaba en la diferencia de edad; al fin y al cabo, se había casado con su ex, que le llevaba 26 años, y Ray 15. Sabía que no estaba enamorada de Ray, pero lo apreciaba mucho y se amparaba en que con el paso del tiempo acabaría por enamorarse de él porque era un hombre honesto, honrado y trabajador; un hombre bueno, en definitiva Tenía dudas, pero se planteó seriamente el ir a buscarlo…
Esa foto de ahí abajo se la hicieron el mismo día en que recibió su Oscar, por supuesto antes de desnudarse completamente.
Antonio Chávez López
Sevilla sepbre 2021
Tercera entrega de "Entrega de los Oscar"
Un año atrás...
El foco amarillo de tres mil vatios que resplandecía sobre la pequeña plataforma en la que estaba bailando, borraba el contorno de todo lo que había enfrente, y la estridente música apagaba los ruidos del cabaré. La cara y el cuerpo de Vivian estaban cubiertos de una capa de pátina, el sudor corría entre sus pechos, desnudos. Estaba próximo el final de su número. Respiró profundamente y soltó una sonrisa con los labios entreabiertos. Empezaba a sentirse exhausta. Le dolía la espalda, los brazos, y hasta los pechos a causa de las sacudidas. La música cesó de pronto, cogiéndola por sorpresa; alzó los brazos, en un típico gesto de cabaré, y se inclinó regalando a los entusiasmados espectadores un último escaparate de su espectacular cuerpo antes que apagaran las luces del escenario.
Retó con la mirada a los que se la comían con los ojos desde la barra del bar. Pero ellos bajaban la cabeza. Se produjo un atronador aplauso y un recrudecer de requiebros. Dejó caer los brazos y desapareció detrás del telón del fondo. La voz del encargado del club resonó en los altavoces.
—¡Damas y caballeros. Presentamos ahora a la estrella de este espectáculo, venida de Las Vegas. La mujer ardiente que todos querían ver y algunos y algunas presentes a algo más. La bomba rubia, la espectacular Lisa con su par de tetas del cuarenta y ocho!! –se podía oír un estruendo entre gritos y aplausos.
Lisa esperaba detrás del telón, con sus gigantescos pechos semi ocultos mediante la fina seda de un kimono. Sujetaba un pequeño frasco en una mano y una pajita en la otra.
—¿Qué tal el público de esta noche, Vivian? -le preguntó.
—Como siempre –respondió, poniéndose su bata de seda-. Pero es a ti a quien vienen a ver. Lo máximo que he podido hacer era empinársela un poco a los tíos y humedecer las bragas de algunas tías.
—Son unos cerdos -añadió Lisa. Metió la pajita en el frasco y la acercó a la nariz. Aspiró una vez con cada aleta nasal. Luego tendió la mano con esos productos, y le preguntó de nuevo:
—¿Sí?
Vivian movió la cabeza de un lado a otro.
—No, gracias. Si espiro eso, no podré dormir en toda la noche.
En vista de la respuesta, guardó ambas cosas en el bolsillo de su kimono.
—En este momento soy la tía más drogada que hay en la sala –dijo Lisa, súbitamente.
Vivian asintió, sonriendo.
Lisa y sus otras compañeras, salvo Vivian, utilizaban a menudo cocaína y anfetamina. Sin esto no podrían cumplir con su turno nocturno ocho horas, los siete días de la semana y todo el mes, según el contrato de cada una.
De pronto, Lisa se descubrió la parte superior del kimono y se volvió.
—¿Te gustan cómo me han quedado?
—¡Fantásticas! –exageró Vivian la nota para complacer.
Lisa se irguió y sus ojos empezaron a brillar cada vez más, a medida que la cocaína iba haciendo su efecto.
—Carol dice que sus tetas son más grandes, pero no es así. Las dos acudimos al mismo cirujano, que me dijo que ella, quizá por miedo, se detuvo en la cuarenta y seis, y que las mías son unas auténticas cuarenta y ocho.
Sabía que se refería a Carol Jones, una conocida topless de California. Lisa la odiaba con todas sus ganas, y solo porque disfrutaba de más popularidad.
—Suerte, Lisa -le dijo de pronto-. ¡Sal a ese hervidero y acaba con el cuadro! ¡Remátalos como tú sabes!
Lisa seguía mirándose sus tetas.
—Sé cómo hacerlo -le respondió-. Y el que no aplauda, le dejaré caer una de éstas en su cabeza y acabará en el hospital.
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Pasó al otro lado del telón cuando la música de fondo cesó. El local quedaba a oscuras hasta que Lisa ocupara su lugar en el escenario. Poco después, se escuchó un rugido del público al encenderse la luz amarilla. La música empezó de nuevo a sonar, y enseguida arreciaron, a la vez, aplausos y silbidos.
Sonreía Vivian mientras iba hacia su camerino. El busto de Lisa era lo que habían venido a ver. Ahora, el público se encontraba a sus anchas.
Cuando llegó, no había nadie en el camerino, que compartía con otras compañera. Cerró la puerta y abrió la mini nevera. La jarra de té helado estaba medio vacía. Cogió el balde y vació su contenido en el recipiente con té. Se sirvió un vaso y puso un poco de vodka. Se sentó y bebió un trago largo.
Sintiendo correr por la garganta el líquido helado, lanzaba un profundo suspiro de alivio. La mezcla de vodka y té era una ayuda; la reanimaba y al tiempo ayudaba a reemplazar todo el líquido perdido durante su actuación.
Acto seguido, se quitó la peluca de un tirón y se sacudió su pelo pelirrojo, dejándolo caer sobre los hombros. Las cabareteras profesionales no llevaban el cabello largo. Al respetable no le gustaba porque le tapaba las tetas.
Destapó un bote con crema y enseguida procedió a quitarse la espesa capa de maquillaje que le cubría la cara.
La puerta de su camerino se abrió de pronto, apareciendo el encargado del club. La miró a través del espejo, sacó un pañuelo y se lo pasó por el cuello.
—En la sala hace un calor sofocante -dijo-. Casi no se puede respirar.
—No protestes tanto –le dijo Vivian-. Estas últimas semanas te quejabas de que entraba poca gente.
—No, si no me quejo. No me sirve de nada. Al final, quien se lleva los berrinches soy yo -metió la mano en el bolsillo interior de su chaqueta y sacó un sobre que dejó caer sobre la mesita del tocador-. Ahí tienes lo de la semana pasada. Cuéntalo si quieres.
—Me fío de ti -respondió.
—Pero he podido equivocarme.
Abrió el sobre que contenía su paga.
—Y 640 -acabó de contar-. Bien -echó un vistazo al recibo. El total era 865 dólares, pero con las deducciones, la comisión y los anticipos, ése neto era lo que quedaba.
—Lo habrías duplicado si me hubieras hecho caso.
—No es mi estilo, Danny.
—Eres extraña, Vivian. ¿Puedo saber cuál es tu estilo?
—Te lo he dicho ya varias veces, pero te lo voy a repetir ahora. Soy una escritora en paro y una “bullanguera” transitoria.
—¿Otra vez con esas? ¿A qué Club vas ahora? –añadió.
—Debuto en Gary el martes próximo.
—¿En el Top-lees Gary, quizás?
—Sí, ahí.
—Buen cabaré. Lo conozco. Mucho trasiego y mucho dinero. Mi colega se llama Tom. Dale recuerdos de mi parte.
—Lo haré –se puso en pie al escuchar un ruido de aplausos. Danny se fue hacia la puerta de salida del camerino.
—Lisa consigue ponerlos a cien –lo miró y sonrió.
—Es buena –dijo-. Pena que no haya más como ella. Con un par así, podría retirarme en menos de un año.
—No seas tan ambicioso. Hasta ahora te ha ido bien.
—¿No te dejarías hacer una operación como la de Lisa –le preguntó, de pronto.
—Estoy satisfecha de mis tetas.
—Gana 1.200 a la semana por una actuación cada noche.
—Bien por Lisa –bebió un sorbo de su copa y agregó-: pero ella es ella y yo soy yo. No podría caminar con unas tetas de ese calibre. Me caería de bruces.
—¡Eres imposible! -sonrió Danny y salió del camerino-. ¡Mucha suerte en tu nuevo club! –añadió, como despedida, desde el pasillo.
—¡Hasta pronto, Danny!
Volvió de nuevo al espejo, acabó de quitarse el maquillaje y abrió el grifo del lavabo para lavarse la cara. Apuró su copa antes de encenderse un cigarrillo. Empezó a sentirse bien. “Quizá escriba un poco cuando vuelva al motel. Mañana es domingo y puedo dormir más tiempo. El vuelo de Chicago es el lunes a las cinco de la tarde”, pensó.
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Cuando el taxi la dejó a las puertas de su motel, vio el auto plateado con los asientos de cuero negro.
El conserje de noche levantó la vista de los estadillos de las habitaciones.
—Señorita Vivian. Su amiga de Nueva York ha llegado hace un par de horas. Me permití entregarle su llave.
—Me parece correcto.
—¿Se irá mañana domingo? –agregó, preguntando.
—El lunes, señor Ford.
—Solo quería saberlo para hacer mis disponibilidades. Gracias.
Salió al exterior y comenzó a caminar por la corta vereda que conducía hasta su casita. Una débil luz se filtraba a través de las cortinas. Giró el picaporte y vio que la puerta no estaba cerrada con llave.
Rut estaba en el saloncito, leyendo, recostada sobre el sofá. Apartó la vista del diario y sonrió al verla entrar.
—Pittsburgh no es Nueva York. Aquí la última función acaba a las dos.
Sonrió también, a la vez que echó un vistazo a la mesa del salón. La máquina de escribir seguía como la había dejado antes de partir hacia su trabajo; con un folio en blanco en el rodillo.
—En eso que antes dijiste tienes razón –contestó, al fin-. Esto no es Nueva York.
Dejó su neceser en el sofá, la miró y le preguntó:
—¿Quieres beber algo?
—Zumo de naranja, si es que tienes.
—Tengo -se fue hacia la cocina. Sacó de la nevera un bote de naranjada y la jarra de té, y la botella de vodka del estante. Abrió el congelador y cogió el balde con unos trocitos de hielo. Cuando regresó al salón, Rut estaba preparando un cigarrillo de marihuana. Sirvió Vivian las bebidas: el zumo para su amiga, y el té con vodka para ella.
—Salud -le dijo, dejándose caer de golpe sobre el sillón.
Le pasó el cigarrillo.
—No te vendrá mal unas caladitas –le dijo.
—Tienes razón.
—¿Qué tal la escritura? -le preguntó, de pronto, señalando la mesa.
—Mal. No puedo inventar nada. Se me ha ido la inspiración.
—Necesitas vacaciones –le aconsejó-. Hace más de cuatro meses que estás de gira. No es bueno trabajar durante el día y la noche.
—No solo eso, es como si de pronto hubiese olvidado cómo se escribe. No atino a poner en palabra lo que pienso. Y por si eso fuera poco, me atranco con la mecanografía.
—Estás cansada, cariño. Tienes que tomártelo con más calma o acabarás al borde de un ataque de nervios.
—De salud estoy perfectamente.
Rut señaló el vaso que sostenía en la mano.
—¿Cuántos de ésos te tomas al día?
—No demasiados –mentía. Últimamente, cada vez que cogía la botella con vodka, para prepararse una copa, estaba vacía-. Además, esto es más económico que la marihuana y da el mismo resultado -añadió.
—Pero el alcohol no es bueno para el organismo -dijo Rut-. La marihuana, si se consume con moderación, no hace daño. Todo lo contrario.
—No estoy yo segura de eso –respondió, a la defensiva-. Cualquier droga puede dejarte chiflada para los restos.
—Por eso he dicho con moderación.
Guardó silencio, con la cabeza gacha.
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—Cariño –dijo enseguida Rut al ver su súbita actitud-. No es mi intención sermonearte. Pero me tienes preocupada. No sabes cuidarte.
—Hago todo lo que puedo -y cambiando de tema, añadió-: no esperaba verte este fin de semana. ¿Dónde está tu marido?
—En Los Ángeles. Canta en la tele en un programa musical. Está trabajando duro.
—Pensaba que eso iba a ser la próxima semana –contestó, a la vez que se reía nerviosa, causado por el efecto de la mezcla del vodka y la marihuana.
—¿Qué tal su nueva vida de casada? ¿Cómo la lleva? -le preguntó, súbitamente.
—Todavía no me he quejado -contestó-. Aunque tampoco ha tenido oportunidad para ello. De los seis meses que llevamos casados, solo hemos pasado diez días juntos, y de ésos días, solo una vez hemos follado Mi marido siempre está ocupado con la televisión y la radio.
—Estás agotada, cariño -le dijo súbitamente Rut.
Cuando abrió los ojos. Rut había dado la vuelta al sillón y se encontraba inclinada sobre Vivian, la cual hacía un gesto de asentimiento.
Empezó Rut a masajearle suave la frente, para después bajar lentamente las manos hasta el cuello, con el propósito de destensar los músculos.
—¿Te gusta?
—¿Qué si me gusta dices? ¡Te compro esas manos por todo el dinero que he ahorrado y el pienso ahorrar en los próximos meses! -dijo, al tiempo que cerraba de nuevo los ojos.
Sonrieron ambas abiertamente.
—¿Qué te parece si te preparo un baño? Traje sales nuevas de París -le propuso.
—¡Pues me parece la idea más genial que he escuchado nunca –y seguía con los ojos cerrados.
Oía que hacía correr el agua de la bañera, y al poco la sentía, más que la oía, regresar. Abrió entonces los ojos.
Rut estaba arrodillada, desabrochándole los zapatos.
—Pobres pies cansados –dijo, mientras se los masajeaba. Después levantó la cabeza, la miró, de arriba abajo, y agregó, preguntándole de nuevo-: ¿sabes que eres muy bonita y que estás muy buena?
—¡Tú sí que eres bonita y estás buenísima –dijo, volviéndose hacia ella, que Rut se pasó la lengua por los labios y, con una voz lujuriosa, agregó:
—Alcanzo a oler tu coño desde un kilómetro.
—¿Es fuerte el olor? –preguntó, con curiosidad-. La verdad es que no me quedan fuerzas para ducharme después de actuar tres veces en el cabaret. Acabo rendida –añadió.
—Más que fuerte es afrodisíaco. Me vuelve loca –sonrió-. Olerlo es como si de pronto se abriera un grifo entre mis piernas. Ahora mismo estoy empapada.
Clavó los ojos en Rut y contestó:
—Y yo, mulata mía. Siempre que estoy contigo a tu lado, solamente pienso en lo mismo, en que follemos y gocemos a tope de nuestros cuerpos.
-continuará-
En breve publicaré aquí, en este mismo hilo, la cuarta y quinta entrega de "Entrega de los Oscar", y más adelante, poco a poco las restantes.
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