En un banquito de cortas patitas, estaba sentada aquella niña de mirada distante y sonrisa con ausencia de alegría. Sus piernitas flacuchas de prominentes rodillas, se unían mientras las canillas se separaban dando forma a esa particular figura en “A” pues sus piececitos se hallaban girados hacia adentro, tocándose los deditos de ambos pies. El cuadro era cómico, tierno y al mismo tiempo… desolador.
A pocos metros de altura sobre ella, una espesa y gris nube de no más de ochenta centímetros, lloraba gotas gélidas que empapaban a la niña.
¿Cómo podía ser que en un día tan soleado y atractivo para vivirlo plenamente, aquella nubecilla gris se empecinara en propinarle una lluvia exclusiva e incesante a la niña de mirada ajena y distante? ¿Es que acaso hay seres humanos que nacen y viven con tormentas sobre sus cabezas?
Largo rato estuve observando con minucioso detenimiento a la niña sentada en el banquito en medio de la plazuela, con su nube gris goteando sobre ella. Por sus dorados cabellos recogidos en desordenadas trencitas y su carita de piel extremadamente blanca, se deslizaban manantiales de agua que presumo, caían unificándose con sus lágrimas, casi como queriendo ocultarlas.
Comentarios
Solamente el final me pareció que no estaba a la altura del resto del cuento.