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primeras páginas de "El profesor enfermo"

pessoapessoa Gonzalo de Berceo s.XIII
Type yo

Mi abuelo Ángel no pesaba un cuarterón de últimas, cuando con dos vasos de vino ya no se tenía en pie. Mi abuela Severina llevaba la panadería y zarandeaba a mi abuelo como un trapo cuando acudía a casa embriagado. Eso sí, mi abuelo Ángel dejaba los gorrinos más blancos que la cal cuando hacía la matanza. Dicen que mi abuelo Ángel era muy hábil, pero conocía demasiado el camino de las tabernas. Mi abuelo Ángel engendró en Severina a mi madre, María de la Salud.

Mi abuelo Bienvenido murió al empezar la guerra, que la gente pensaba que la cosa duraría unos días. Mi abuela Vitoriana era un poco santurrona. Como mi padre habla poco y era muy niño cuando perdió a mi abuelo, poco sé de ellos. Mi abuelo Bienvenido engendró en Vitoriana a mi padre, Gabriel.

Pasada la guerra, los niños acudían un poco a la escuela después de cantar el cara al sol y en cuanto podían trabajar, lo hacían, como hizo mi madre cuando nació su hermana pequeña. Heñir es un verbo que no todo el mundo conoce, pero yo sí. Heñir es aplastar la masa de pan con los puños hasta reblandecerla. Yo sé muchas cosas de la intrahistoria española gracias a mis padres y sé muchas palabras que pertenecen al campo, al pan y al vino de mis padres y doy muchas gracias al cielo por haber tenido unos padres tan inteligentes como María de la Salud y Gabriel.

Mi padre, huérfano y arrebatado de bienes por unos tíos sin alma, tuvo que trabajar de zagal. Luego, cargó y descargó pellejos de vino por muchos pueblos. Y más tarde se hizo a conducir camiones y prosperó, lejos de falsos parientes que le explotaban. Se recorrió después toda España conduciendo, que es la cosa más bonita que a mi padre le ha parecido hacer en la vida.

Doy gracias a Dios que mi madre conociera a mi padre prostrado de una pleuresía que cogió en el servicio militar. Se enamoraron. Se casaron muy jóvenes y andando el tiempo, entre un trabajo y otro, mi madre se tomó el trabajo de parirme junto con un gemelo mío a la avanzada edad de 42 años, harta a trabajar.

Luego yo he visto con mis ojos que la vida no es muy bonita, pero agradezco haber vivido para ver este mundo que no es maravilloso ni idílico, pero hace latir el corazón algunas veces con la promesa de una felicidad.

 

Yo nací acompañado en un pequeño pueblo de Segovia que se llama Zarzuela del Monte. Quiero decir que soy gemelo de otro idéntico a mí que se llama Fernando. A mí me bautizaron como Ismael. Como dice mi madre, yo era como una rata: delgaducho y poca cosa mientras que mi hermano Fernando vino a la vida más lucido. Mi madre dice también que después de nacer, empecé a mamar con fuerza hasta que me igualé en peso con mi hermano. Nos criamos los dos en una taberna que tenían mis padres. Fuimos la atracción de la taberna y muchos nos iban a ver por la singularidad de nuestro parecido. Nos hacían gracias y nos enzarzaban en pequeñas peleas. Yo era el más inquieto y pinchaúvas y mi hermano Fernando era más tranquilo. Me cuenta uno del pueblo que nos vio nacer que yo pinchaba a mi hermano y él, que no quería ver perturbada su tranquilidad, me daba un bofetón y me ponía a llorar.

No recuerdo nada de mis primeros cinco años en el pueblo a no ser algunos juegos en la alameda en los que hacíamos de indios con arcos rudimentarios que apañábamos con unas ramas. También recuerdo que nos ceñíamos con cuerda a la cintura unas latas grandes de sardinas simulando tambores y con unos palitroques hacíamos ruidos debajo de los soportales del ayuntamiento, en la plaza, donde residía el bar de mis padres.

Y así han sido siendo nuestras vidas. Nos hemos tenido que conformar con latas de sardinas, con profesiones que no queríamos, con una enfermedad crónica que destroza los sesos. Pero siempre a nuestro lado han estado mis padres. Menos mal.

Recuerdo una siesta en que mi padre nos echó al calor del sol del verano porque no le dejábamos dormir con nuestras burlas.

Mis padres, cuando nos tuvieron, ya tenían dos hijos, un niño y una niña ya mayorcitos. Nosotros supusimos un poco de estorbo a la familia ya que mi madre rondaba ya la cuarentena cuando nos tuvo. No nos han tratado nunca con excesivo afecto, pero sí se han preocupado por nosotros siempre que ha hecho falta.

Otro recuerdo es aquel en que pasamos una mañana entera los niños de la plaza montados en la bicicleta de un niño vecino nuestro y el enfado de este al sentirla casi como robada.

El deseo de una bicicleta fue muy grande en mi hermano en mí, pero tuvimos que esperar a tener quince años para tener una propia. Recuerdo muy bien el primer día de aprendizaje con las caídas y la ilusión de montar en bici.

Mis recuerdos de la infancia no dan para mucho más que una plaza de arena, una espada comprada en las fiestas y un cuerpo lleno de sol que se agitaba con fuerza.

Luego, toda mi persona se ve trasladadaur message
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