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Llevaba una hora buscando el collar rojo. Faltaba muy poco para salir al trabajo y sin la acreditación no le ingresarían los puntos a su cuenta virtual. Incluso podrían multarla y quitarle parte de los que ya había conseguido.
Porque en ese lugar nadie era nadie sin esos collares que, como a los perros, identificaban con un número a cada una de las chicas. Ella se llevó las manos a la cabeza y resopló. Igual se lo había olvidado fuera, pero era extraño que se lo hubiera quitado.
Intrigada conectó el dvd y empezó a rebobinar las imágenes hasta el día anterior. Sin embargo, un mensaje interrumpió la grabación: «El sistema no logra identificarla; póngase su collar».
Ella intentó seguir rebobinando, pero el mensaje no se quitaba. Al cabo de un rato, desistió y se acercó a la puerta. Entonces, se desmayó.
El señor Augier acudió raudo a su despacho; una de las alarmas había saltado.
—¿Qué ha ocurrido?
—Nada importante, señor —dijo la secretaria—, una rebelde sin acreditación.
Él observó en el ordenador a la chica tirada en el suelo. Luego, ordenó que vaciaran el cubículo, donde estaba ella, y que metieran a otra.
—Ah, y haga el favor de mandarme, de una vez, a una joven, que llevo un rato esperando.
—Ahora mismo, señor.