Cuentan que cuentan que alguna vez existió, en lejanas tierras septentrionales, un príncipe que ya no era precisamente un mozuelo. Su vida había transcurrido plácidamente en palacio, protegido por sus padres y por una corte que no permitía que nada grave le pasase en esta vida tan llena de avatares y circunstancias.
Como él no era muy agraciado físicamente ni profesaba mayor ingenio o talento, llegó a una edad bastante madura soltero y célibe: cosas de la vida.
Se sentía desaprovechado e inútil, hasta que supo por un caballero andante chismoso, que había por ahí una joven y hermosa princesa en peligro, pues un malvado dragón la quería abrasar con su poderoso fuego.
Nuestro príncipe llamó a su paje, y corrió con él a su alcoba a vestirse de héroe salvador. Fue entonces que notó que la ropa apropiada para salvar princesas le quedaba muy apretada y estaba fuera de moda. Como sea, se la logró poner, sacrificando para ello un par de botones.
Inmediatamente después llamó al encargado de las caballerizas reales para que preparase su mejor corcel, el cual, por falta de entrenamiento y mala alimentación, estaba completamente fuera de forma. Como sea, el príncipe lo montó, y salió en busca de la princesa en apuros y del malvado dragón escupefuego que la acosaba.
Llegó enseguida al palacio de la princesa, pues ambos habitaban la misma región.
Y sí: ahí estaba el prepotente dragón, sentado a mitad del camino, como esperando que apareciese el príncipe salvador.
No se veía como un dragón hostil o agresivo. No era, desde luego, un cachorro o un dragón mozuelo, sino que más bien irradiaba calma y madurez. Podría decirse que la bestia flamígera prefería un diálogo maduro a un enfrentamiento absurdo con un príncipe empolvado y obsoleto.
No muy lejos de ahí, estaba la princesa que desde su balcón pedía auxilio a gritos. Era un tanto obesa, y mostraba sus patas de gallo y papada, pero a los ojos del príncipe salvador, era una verdadera belleza acorralada por una bestia inmunda.
El príncipe salvador apuntó la lanza contra el malvado dragón y azuzó a su corcel para embestirlo.
Éste –un dragón noble con mucha experiencia en la vida- emprendió el vuelo y permitió que el príncipe salvador rescatase a la ridícula princesa sin que nadie resultase lastimado.
NOTA FUERA DE LUGAR DEL AUTOR: lo curioso de esta historia es que había sido la frustrada princesa quien había –por su crónica falta de aventuras existenciales- agredido sexualmente al noble y pacífico dragón.
El príncipe salvador llevó a la princesa a su palacio, la desposó, y vivieron felices por siempre.
El maduro dragón volvió a recostarse en el camino, saludando con aprecio y respeto a los humanos que por ahí pasaban, todos ellos ocupados por sus menesteres mundanos del día a día. Para él fue maravilloso el verse liberado de las innecesarias agresiones sexuales de la inmadura y frustrada princesa, a la que deseó la mejor de las suertes en su nueva vida con el príncipe salvador.