hoy, una Maule sobrevolando nuestra hacienda Armonía, le recordó a mi alma cuando Robert (gran amigo que vuela por la Otra Ribera) y yo, nos conocimos en Puerto Escondido, allá por la Costa Esmeralda, durante aquel verano de 1992 ...
Robert aterrizó su Maule en tres puntos arribando a Puerto Escondido: no recuerdo de qué año era, combinaba azul y blanco con un alternador ¡totalmente frito! Robert traía el síndrome de -"y ahora, ¿quién me ayuda?"- pintado por toda la cara (como los viajeros con problemas acá en México, siempre hacen). Lo llevé al taller eléctrico que rebobina los ventiladores de techo de su hotel Arcoiris; el máistro nos dijo -"No hay problema; me lo hecho, pero ustedes lo desmontan y montan en la avioneta."- Robert preguntó si teníamos herramienta y le hice notar que mi Bula Matari era un Taller Móvil completito; además, había dado mantenimiento a Cessnasy Pipers como pago para mi curso de Paracaidismo. Robert era socio del hotel Aicoiris con José Luis, yo era su gerente. Nos sentimos como el Inspector y la Pantera Rosa el primer día que se conocieron ··· Robert era perforador petrolero tejano (¿de dónde más?): mira que yo aprendí el inglés en Texas, durante mi adolescencia. Simpatizamos al vernos.
Robert dió las instrucciones para destapar al motor (no había vuelto a oir de sujetadores dzus, desde aquellos tiempos que volaba modelos a escala y control de línea. Mucha madera de balsa quedó astillada por todo el piso en aquel entonces···) y dejamos la pobre Maule sin alternador.
La habilidad de los maestros de taller mexicanos, puede llegar a ser asombrosa (o totalmente desastrosa): ésta vez nuestro Eléctrico demostró gran maestría. Había hecho énfasis de cuán importante era volver a colocar todas las cuñas de madera para apretar las bobinas, o la vibración del motor auto destruiría el alternador y -"¡no queremos que pase éso durante el vuelo!"- Entregó un alternador que estaba -"¡pior que nuevo, mi jefe!".
Volvimos para colocarlo ya reparado y arrancamos el motor de la Maule···como aquellos modelos a escala: ¡jalando la hélice con ambas manos! Y la Maule arrancó sin degollar a Robert. Lo celebramos con humor:
-"Pinche JeanLoup, estás tan loco que saltas dejando una avioneta ¡volando en perfecto estado!"- por mi fascinación paracaidista (con 29 saltos vil principiante apenitas) y contestaba -"Pos sí, pero no quedaré como ¡disfraz de Halloween maltrecho!!!"-(por jalar ésa hélice tan cerca de su hueca cabeza···)
Indiqué a Robert que había que recalibrar los contactos del regulador de voltaje: los calibré al estilo VW a falta de otras especificaciones. Junto a nosotros estaba el mecánico certificado de Aerolíneas Vega, afinando una bimotora Cessna; le pedimos su visto bueno y según él, todo estaba perfecto.
Al otro lado estaba un Skyvan de la Marina estacionado, con su rampa trasera abierta. Parecía el bebé de algún Hércules. Su tripulación nos observaba escuchando todo desde hacía un rato; con cara de "pinches gringos locos" nos preguntaron, asombrados:
-"¿A poco van a volar en ésa cosa así no más, sin hacer otras pruebas?"
-"No tengo opción: ya dije ¡ni te fíes del mecánico que no se suba contigo al vuelo de prueba! ni tampoco me perdería cualquier pretexto para volar"- contesté a los boquiabiertos marinos.
Mientras se calentaba el motor, pregunté (soy inmejorable haciendo preguntas estúpidas):-"Oye Robert ¿Qué bronca hay entre un patín de cola y un triciclo?"- sin palabras me entregó los controles y empezamos a practicar carreteo, para mantener derecha la Maule siguiendo la pista; pisando freno izquierdo o freno derecho, asegún se descarriaba. A baja velocidad el timón no responde y el patín de cola es una rueda loca (como los carritos del súper).
Por aquellos días, el aeropuerto de Puerto Escondido sólo recibía dos vuelos comerciales desde la ciudad de México. El personal del aeropuerto y de la Torre de Control se dormía de aburrimiento sin hacer nada lo más del tiempo. Felices de que iniciáramos algo de acción, nos ayudaron de buen grado: punto aparte que la comunidad aérea es un gremio bastante unido.
Después de recorrer p'arriba y p'abajo varias veces la pista, la Maule ya mantenía su curso bien recto. Robert me instruyó bajar los flaps un punto, corregir el ángulo de ataque a la hélice y acelerar gradualmente el motor a fondo. Casi enseguida alzó su cola, en menos de 100 metros alcanzamos 50 nudos y sentí la vibración de la Maule indicando que ya despegaba y yo manteniendo sus ruedas rozando la pista. Robert me dijo que jalara el timón y la Maule alzó su majestuoso vuelo de águila imperial, mientras Robert instruía subir los flaps. Es indecible ése -"pero ¡bien que vuela ésta fregadera!"- de cada despegue, manejando los controles hasta el goce de vivir unidos al aire, en ésta realidad tan superior a cualquier sueño...la Libertad.
Practicamos algunos ejercicios de navegación: mantener el ojo en la bola, navegar con el horizonte hasta llegar sobre las lagunas de Chacahua y vuelta de regreso. El manglar de Chacahua es un santuario para todo tipo de aves: garzas, grullas, pelícanos, pijijes, gansos, patos...siendo nuestra Maule ¡la mayor de todas! Noté que nunca nos alejamos mucho de la orilla: por si cualquier problema poder planear hasta a la playa. Nuestra Maule (bueno...la Maule de Robert!) tenía ruedas para arena: Robert siendo surfer, varias veces buscaba olas y tubos aterrizando hasta las playas más remotas.
De regreso, Robert me confió aquel día que las ruedas se le empezaron a hundir en el fango, en un intento suicida al despegue después de un chubasco...con su mujer copiloteando para aumentar vergüenzas ¡por supuesto! Cansado de surfear todo el día, tenía hambre, sed y sólo quería regresar al hotel. No peló las advertencias que a gritos daba su Maule...y la capoteó. Tuvieron que desmantelar las alas, subir la pobre Maule a un camión plataforma y llevarla hasta la fábrica en Estados Unidos. Allá repasaron la Maule por toda la línea de producción para revisarle TODO desde adentro hasta afuera. (de suerte, nadie resultó herido mas que orgullo y hélice)
De regreso a Puerto Escondido en la aproximación final, Robert me indicó flaps abajo, desacelerar con la hélice casi en bandera; yo me sentía el amo de los aires···hasta tocar la pista. Ahí, en vez de que las cosas fueran poniéndose cada vez más relajadas (como cuando aterrizo con trenes triciclos) empezaron a complicarse aceleradamente: sentí que el Maule se iba a atravesar, como si alguien hubiera tirado agua con aceite ¡por toda la pista! Robert ya se lo esperaba, conociendo bien el temperamento de la Maule; alternando golpes maestros contra pedales de freno a la izquierda o a la derecha y a velocidades inauditas, nos mantuvo derechitos sobre la pista, hasta que nos detuvimos (y pude volver a respirar).
Ahora ya sé "qué bronca hay entre un patín de cola y un triciclo"
Gracias, don Robert.
Extraño al buen Robert. Cada atardecer, se le encontraba en el Nido del Vigía del hotel Arcoiris, con un vaso de vodka sobre las rocas en una mano, volteando costillas de cerdo al carbón con la otra, después de preparar una salsa de barbacoa tejana, mortíferamente huérfana ...
Está volando en la Otra Ribera, dejándonos bien nostálgicos ... ya no más costillas de cerdo, ni salsa de barbacoa tejana.
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Robert aterrizó su Maule en tres puntos arribando a Puerto Escondido: no recuerdo de qué año era, combinaba azul y blanco con un alternador ¡totalmente frito! Robert traía el síndrome de -"y ahora, ¿quién me ayuda?"- pintado por toda la cara (como los viajeros con problemas acá en México, siempre hacen). Lo llevé al taller eléctrico que rebobina los ventiladores de techo de su hotel Arcoiris; el máistro nos dijo -"No hay problema; me lo hecho, pero ustedes lo desmontan y montan en la avioneta."- Robert preguntó si teníamos herramienta y le hice notar que mi Bula Matari era un Taller Móvil completito; además, había dado mantenimiento a Cessnasy Pipers como pago para mi curso de Paracaidismo. Robert era socio del hotel Aicoiris con José Luis, yo era su gerente. Nos sentimos como el Inspector y la Pantera Rosa el primer día que se conocieron ··· Robert era perforador petrolero tejano (¿de dónde más?): mira que yo aprendí el inglés en Texas, durante mi adolescencia. Simpatizamos al vernos.
Robert dió las instrucciones para destapar al motor (no había vuelto a oir de sujetadores dzus, desde aquellos tiempos que volaba modelos a escala y control de línea. Mucha madera de balsa quedó astillada por todo el piso en aquel entonces···) y dejamos la pobre Maule sin alternador.
La habilidad de los maestros de taller mexicanos, puede llegar a ser asombrosa (o totalmente desastrosa): ésta vez nuestro Eléctrico demostró gran maestría. Había hecho énfasis de cuán importante era volver a colocar todas las cuñas de madera para apretar las bobinas, o la vibración del motor auto destruiría el alternador y -"¡no queremos que pase éso durante el vuelo!"- Entregó un alternador que estaba -"¡pior que nuevo, mi jefe!".
Volvimos para colocarlo ya reparado y arrancamos el motor de la Maule···como aquellos modelos a escala: ¡jalando la hélice con ambas manos! Y la Maule arrancó sin degollar a Robert. Lo celebramos con humor:
-"Pinche JeanLoup, estás tan loco que saltas dejando una avioneta ¡volando en perfecto estado!"- por mi fascinación paracaidista (con 29 saltos vil principiante apenitas) y contestaba -"Pos sí, pero no quedaré como ¡disfraz de Halloween maltrecho!!!"- (por jalar ésa hélice tan cerca de su hueca cabeza···)
Indiqué a Robert que había que recalibrar los contactos del regulador de voltaje: los calibré al estilo VW a falta de otras especificaciones. Junto a nosotros estaba el mecánico certificado de Aerolíneas Vega, afinando una bimotora Cessna; le pedimos su visto bueno y según él, todo estaba perfecto.
Al otro lado estaba un Skyvan de la Marina estacionado, con su rampa trasera abierta. Parecía el bebé de algún Hércules. Su tripulación nos observaba escuchando todo desde hacía un rato; con cara de "pinches gringos locos" nos preguntaron, asombrados:
-"¿A poco van a volar en ésa cosa así no más, sin hacer otras pruebas?"
-"No tengo opción: ya dije ¡ni te fíes del mecánico que no se suba contigo al vuelo de prueba! ni tampoco me perdería cualquier pretexto para volar"- contesté a los boquiabiertos marinos.
Mientras se calentaba el motor, pregunté (soy inmejorable haciendo preguntas estúpidas): -"Oye Robert ¿Qué bronca hay entre un patín de cola y un triciclo?"- sin palabras me entregó los controles y empezamos a practicar carreteo, para mantener derecha la Maule siguiendo la pista; pisando freno izquierdo o freno derecho, asegún se descarriaba. A baja velocidad el timón no responde y el patín de cola es una rueda loca (como los carritos del súper).
Por aquellos días, el aeropuerto de Puerto Escondido sólo recibía dos vuelos comerciales desde la ciudad de México. El personal del aeropuerto y de la Torre de Control se dormía de aburrimiento sin hacer nada lo más del tiempo. Felices de que iniciáramos algo de acción, nos ayudaron de buen grado: punto aparte que la comunidad aérea es un gremio bastante unido.
Después de recorrer p'arriba y p'abajo varias veces la pista, la Maule ya mantenía su curso bien recto. Robert me instruyó bajar los flaps un punto, corregir el ángulo de ataque a la hélice y acelerar gradualmente el motor a fondo. Casi enseguida alzó su cola, en menos de 100 metros alcanzamos 50 nudos y sentí la vibración de la Maule indicando que ya despegaba y yo manteniendo sus ruedas rozando la pista. Robert me dijo que jalara el timón y la Maule alzó su majestuoso vuelo de águila imperial, mientras Robert instruía subir los flaps. Es indecible ése -"pero ¡bien que vuela ésta fregadera!"- de cada despegue, manejando los controles hasta el goce de vivir unidos al aire, en ésta realidad tan superior a cualquier sueño...la Libertad.
Practicamos algunos ejercicios de navegación: mantener el ojo en la bola, navegar con el horizonte hasta llegar sobre las lagunas de Chacahua y vuelta de regreso. El manglar de Chacahua es un santuario para todo tipo de aves: garzas, grullas, pelícanos, pijijes, gansos, patos...siendo nuestra Maule ¡la mayor de todas! Noté que nunca nos alejamos mucho de la orilla: por si cualquier problema poder planear hasta a la playa. Nuestra Maule (bueno...la Maule de Robert!) tenía ruedas para arena: Robert siendo surfer, varias veces buscaba olas y tubos aterrizando hasta las playas más remotas.
De regreso, Robert me confió aquel día que las ruedas se le empezaron a hundir en el fango, en un intento suicida al despegue después de un chubasco...con su mujer copiloteando para aumentar vergüenzas ¡por supuesto! Cansado de surfear todo el día, tenía hambre, sed y sólo quería regresar al hotel. No peló las advertencias que a gritos daba su Maule...y la capoteó. Tuvieron que desmantelar las alas, subir la pobre Maule a un camión plataforma y llevarla hasta la fábrica en Estados Unidos. Allá repasaron la Maule por toda la línea de producción para revisarle TODO desde adentro hasta afuera. (de suerte, nadie resultó herido mas que orgullo y hélice)
De regreso a Puerto Escondido en la aproximación final, Robert me indicó flaps abajo, desacelerar con la hélice casi en bandera; yo me sentía el amo de los aires···hasta tocar la pista. Ahí, en vez de que las cosas fueran poniéndose cada vez más relajadas (como cuando aterrizo con trenes triciclos) empezaron a complicarse aceleradamente: sentí que el Maule se iba a atravesar, como si alguien hubiera tirado agua con aceite ¡por toda la pista! Robert ya se lo esperaba, conociendo bien el temperamento de la Maule; alternando golpes maestros contra pedales de freno a la izquierda o a la derecha y a velocidades inauditas, nos mantuvo derechitos sobre la pista, hasta que nos detuvimos (y pude volver a respirar).
Gracias, don Robert.
Extraño al buen Robert. Cada atardecer, se le encontraba en el Nido del Vigía del hotel Arcoiris, con un vaso de vodka sobre las rocas en una mano, volteando costillas de cerdo al carbón con la otra, después de preparar una salsa de barbacoa tejana, mortíferamente huérfana ...
Está volando en la Otra Ribera, dejándonos bien nostálgicos ... ya no más costillas de cerdo, ni salsa de barbacoa tejana.
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