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Buen chico

Marco Publio LabeoMarco Publio Labeo Anónimo s.XI
editado abril 2014 en Terror
I EL REGALO DE ED
La taza de café aguado desprendía un olor que apenas disipaba el cansancio de aquel largo día de invierno y tampoco el agradable calor que emanaba de ella parecía aliviar el malestar de Ed. Era una de esos malditos atardeceres de diciembre en Plainfield, en los que la temperatura parecía descender a cada segundo y el frío se le calaba hasta los huesos a pesar de aquel abrigo de tejido supuestamente aislante que tan a regañadientes había aceptado pagar... aquella asquerosa tela sintética.


Aquella era su mesa, al fondo de la taberna de los Hogan junto a la entrada al almacén; las pocas personas que pasaban a su lado nunca tenían ganas de charlar y además proporcionaba una panorámica del resto del establecimiento desde una posición muy discreta; por eso era su mesa. No es que se interesase por la vida del resto de habitantes de aquel pueblucho, pero sentirse vigilante era una de las pocas sensaciones que le producía cierta satisfacción; y después estaba ella, la dulce y amable Mary vaciando los filtros de la cafetera aparentemente ajena a la mirada de Ed. A decir verdad, él hubiera preferido saborear aquel momento en compañía de la botella de bourbon casi sin empezar que se distinguía en la repisa por encima del hombro izquierdo de Mary, pero también sabía que al llegar a casa no podría disimular el olor del aliento ante su madre, algo que le traería problemas. Quería a Augusta, pero era una madre estricta que apenas le había dejado relacionarse con niños de su edad cuando era pequeño y quizá fuese la razón por la que se había convertido en un adulto enclenque del que muchos en el pueblo se preguntaban cómo podía tener tan buena mano con las reparaciones; ella acostumbraba a llamar a Ed “mi ángel de ojos azules” y le repetía que era hermoso, pero en el fondo sabía que la única cualidad por la que le dirigían la palabra en aquel pueblo era precisamente porque no había nada que no pudiese reparar, construir o hacer germinar.


- ¡Ed imbécil, me has tenido esperándote toda la tarde para nada! -la voz de Hershel le trajo de vuelta de sus pensamientos- quizá a tí no te importe perder el tiempo, pero los tablones que salen de mi aserradero no se reparten solos y no puedo estar esperando a que aparezcas a recoger una mierda de saco de serrín.
No le gustaba aquel hombre con el que, a pesar de tener la misma edad, no tenía nada más en común y que le trataba con cierto desprecio. Quizá le recordaba al borracho de su padre que también le miraba como a un bicho raro, aunque sí era cierto que había estado tan sumergido en sus recuerdos que ni siquiera se había dado cuenta de que estaba allí hasta que había empezado a gritarle.

- Lo siento, -agachó la cabeza y fingió sentirse culpable, algo que siempre funcionaba- me he entretenido más de la cuenta con el granero de los Sheperd y se me ha hecho tarde.

- Bueno, es cierto que Marcia llevaba semanas preocupada con lo de la puerta del granero... de todas maneras tengo el saco colgado desde hace una semana en el aserradero y si no lo has recogido mañana por la tarde, no te molestes en pasarte -las últimas palabras las pronunció ya desde la puerta, mientras salía de la taberna de los Hogan-.

- Vale... gracias, Hersh -le contestó Ed al aire-.


Decidió que ya había torturado suficiente a su estómago con aquel café aguado y soltó algunas monedas al pasar por la barra a la altura de Mary, quien le sonrió -Gracias Ed, hasta mañana-. Pero él había decidido que mañana por fín cambiaría todo, aquella mujer era una de las pocas personas de todo Plainfield que le agradaban y que parecía sentir sincera simpatía por él y se merecía algo mejor que servir desayunos a aquellos palurdos desagradecidos día tras día; incluso no pudo contener una sonrisa al pensar que haría feliz a la amable Mary mientras hurgaba en el cajón trasero de su camioneta Ford y volvía a entrar a la taberna de los Hogan.


- ¿Se te ha olvidado algo Ed? -dijo Mary sonriendo sin levantar la vista mientras contaba la recaudación del día-.

- Se me ha olvidado darte las gracias...
La detonación casi aturdió a Ed, debía haber limpiado aquella vieja escopeta más a conciencia, pero lo importante es que había dado el paso y la mitad inferior del rostro de Mary, que había resistido la lluvia de metralla, parecía sonreír agradecida desde el suelo mientras aún sujetaba los billetes.
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