<STRONG> [HTML]COSA DEL CRUDO INVIERNO[/HTML]
Nunca me había pasado, y mira que he tenido perros, y he pasado inviernos duros, pero lo del otro día fue tremendo.
Andaba yo con mi mascota como siempre paseando, pensando en los foros de Literatura y en mi canino, en mi colmillo no, en mi mascota que olisqueando aquí y allá, buscando rastros de otros perros para además de dejarse olisquear sus plantas eróticas, dejar su huella en forma de liquido elemento. Cuando me tope a voz en pronto (como en las novelas antiguas) con mi amigo Vicente, el "Karmeliya" como le llamamos. Compañero del curro y amigo de aventuras y abordajes.
Mi amigo además de tener una "venilla" más bien que pierde aceite más que un Pegaso antiguo, "casca" ademas, raja como un vendedor ambulante, como un político en épocas de elecciones, como una suegra despechada, o como una portera aburrida, no para, Karmeliya es una maquina parlante pero con patas.
Hablar con mi amigo no es hablar, es solo escuchar y a veces si puedes, y si se tiene ocasión, decir si o no, porque el se encarga de todo, de las respuestas, del parecer de los dos, de las opiniones del otro, de todo.
Estábamos a menos dos grados, pero la temperatura a aquella hora de la tarde bajó aún mas, de forma que las horas pasaban allí de pié en la calle, y mientras, mi perrilla cansada de la espera, y quizás adormecida por la música continua de la boca altavoz que le venia desde arriba se sentó junto a mis zapatos.
Pasaban las horas y yo notaba que una bolsa de plástico que llevaba colgada de los dedos me estaba cortando la circulación. El frío era insoportable, por lo que aprovechando un respiro del "Karmeliya" le dije adiós y salí corriendo, pero la perrilla no andaba, así que pensando que estaba cansada, la cogí en brazos y cargué con ella hasta el chabolo, pero una vez allí comprobé que además de que los yogures que llevaba n la bolsa habían caducado, el pan se había puesto duro, y la leche estaba congelada, la perrilla no se movía, extrañamente se mantenía de pie en la misma posición que en la calle.
Con los ojos vidriosos y fijos, el pelo tieso y el rabo como una barra de hierro. mi perrilla estaba tiesa, congelada, como un témpano, como un cúbito, ¡que barbaridad! había que hacer algo, si no quería quedarme huérfano de perro, entonces encendí la estufa y como si el animal fuera de madera, o de yeso, tieso y rígido lo cogí y lo arrimé al calor y poco a poco con la temperatura butanera, su aspecto fue cambiando, empezó a sacar la lengua, a mirarme con despreció y a mover el rabo, estaba salvado, la había sacado de la congelación fortuita, pero desde entonces ha dejado de hablarme, ahora se limita a coger el teléfono y a cambiarme los canales de la TV con el mando a distancia.
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