La Espina de Cristo. Segunda Versión.
Un Zarzal de espinas coronaba
La cabeza de Dios, Jesús, un día,
Y la zarza la frente ensangrentaba,
Ocaso rojo en la negra umbría.
De la corona una espina que dañaba
Fue a caerse en el suelo, mala, arpía,
Y un leproso que por allí pasaba
Se clavó la espina, dura, impía.
Al momento el leproso quedó sano,
La belleza a su cuerpo retornara
Con aquel aguijón y aquella espina.
Pero el leproso era tonto y era vano,
A la espina de Cristo renunciara,
Y de nuevo volviera su ruina.
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Francisco Antonio Ruiz Caballero.