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El Ciclo Tarlesiano -2ª Parte (el antagonista y III)

DarsayDarsay Pedro Abad s.XII
editado marzo 2013 en Ciencia Ficción
__ ¡La Voz se alza, que Su palabra nunca caiga en el silencio! –exclamó Joren luchando por no quebrarse.
__ Tu palabra nos glorifica, Señor –volvieron a recitar a coro los asistentes.
Los Forjadores hicieron una reverencia y se retiraron hacia las sombras. Los cuatro Pontífices se acercaron a su señor y se arrodillaron.
__ Que la Voz de Kalés bendiga la ceremonia –dijo el más anciano.
Tres de las muchachas se despojaron de sus ligeras vestiduras y se tumbaron en la gran mesa entre las bandejas bajo la lasciva mirada de los asistentes que recorrían sus desnudos cuerpos con silenciosa lujuria.
__ Kalés nos asiste, que empiece la celebración –ordenó Joren.
La cuarta muchacha se acercó a la Voz y dejó caer su delicada túnica.
El olor a carne chamuscada aún impregnaba sus fosas nasales cuando la penetró brutalmente por detrás. Apoyada en el altar, la muchacha gritó con cada embestida, mientras sus ojos vidriosos paseaban la mirada perdida por la sala.
Las otras tres muchachas fueron salvajemente violadas por los asistentes al rito, siguiendo el orden según habían entrado. La sala se llenó de alaridos y gemidos, de sollozos lastimeros y roncas risas. Cuando los asistentes terminaron, la Voz seguía embistiendo con dureza a la muchacha. Su cabeza de oro relucía bajo la luz, lanzando destellos brillantes por toda la sala. La chica se debatía como un animalillo temeroso, pero la Voz sabía cómo hacer que dejara de moverse. Con una mano la sujetó con fuerza del cabello, mientras que con la otra empuñaba la daga ritual, alzándola por encima de su cabeza. La punta afilada, resplandeciente, se hundió en el centro de la espalda, los músculos se tensaron y le hicieron explotar de placer. La sangre le salpicó, y sintió su tacto cálido y suave, casi purificador. Los tres Pontífices más ancianos se sentaron a horcajadas encima de las muchachas y clavaron sus dagas ceremoniales en el cuello de las esclavas, mientras el cuarto recogía la sangre en un cuenco de plata. Seis Maestros apilaron los cuerpos de las chicas en la base del altar, después la Voz recogió el cáliz y vertió su contenido sobre la comida que se enfriaba en las bandejas.
__ La sangre de las Puras bendice esta comida, hagamos la voluntad de Kalés –recitó Joren.
Estaba exhausto y deseaba terminar cuanto antes con aquello.
Después del banquete, los asistentes empuñaron sus dagas y se acercaron a los cadáveres de las chicas, las descuartizaron en una orgía de sangre, engulléndolas, finalmente, pedazo a pedazo. Todo bajo la atenta mirada, cargada de odio y agotamiento, del Excelso Pontífice.

Necesitaba descansar. Que su mente se evadiera de su cuerpo durante horas para dejar de sentir el dolor y el cansancio que lo atenazaban. Aún notaba la sangre en su boca, su sabor impregnando su paladar. Mientras ascendía por las escaleras, sentía que la máscara pesaba cada vez más, el dolor había menguado después de que el calor abrasara sus nervios, sin embargo, era una molestia que le acompañaría el resto de su vida.
La escalera desembocaba en un largo y amplio corredor, donde estaban expuestas cada una de las cabezas de sus antecesores, rostros de oro que expresaban diversas emociones: miedo, tristeza, locura...
Observó todos aquellos rostros. Algún día, su cabeza estaría en uno de aquellos pedestales, y la historia lo recordaría como aquel que llevó la luz a su pueblo. Pero para ello tenía que ejecutar su plan, su obra maestra.
Se acercó a la cabeza de su predecesor y sonrió. Obviamente, se requerían sacrificios.
__ Si me hubieras escuchado, viejo, ahora estarías regodeándote en tu trono –profirió.
Su voz retumbó en aquel lugar sagrado.
__ Ahora estás pudriéndote. Ojala estés ardiendo en el peor de los infiernos. Sólo lamento no haber sido yo quien empuñase la daga, y arrancarte la piel a tiras.
Escupió sobre la dorada cabeza con una mueca de desprecio y se giró. Los restos de saliva y sangre resbalaron por la pulida superficie, como lágrimas, de aquel rostro triste.

Se acercó a una puerta grande de metal, colocó la mano en un escáner que había a un lado y ésta emitió un sonoro zumbido al abrirse.
La estancia era circular, sin adornos, salvo un gran asiento en el centro, de cara a la enorme pantalla que conformaba la propia pared.
Se sentó en el confortable asiento y tecleó la consola que estaba conectada en uno de los brazos de éste. La puerta se volvió a cerrar, dejándole a oscuras.
La pantalla parpadeó e iluminó la estancia con un suave resplandor azulado.
Ante él apareció la imagen de un sistema planetario que orbitaba alrededor de dos estrellas. A miles de años-luz de Tarlesh.
Lo que parecía una leve risotada se transformó en una grave carcajada cargada de malicia. Joren supo que todos sus esfuerzos habían valido la pena.
Observó con sumo agrado aquel nuevo rincón de la galaxia.
La codicia iluminó sus ojos, que parecieron cobrar vida en lo profundo de aquella máscara de odio.

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