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Jardines de Marte.

editado febrero 2013 en Ciencia Ficción
Jardines de Marte.

Rosas negras hay en estos jardines, y geranios negros. Largos coleos negros que muestran sus hojas manchadas de amarillo y fucsia para la retina admirable de los inmortales. También crece la ayahuasca y el opio, para que los inmortales se entreguen a una bacanal fría como la muerte pero que no les concederá nunca la paz que desean. Y en las fuentes mana siempre un agua negra que moja las raíces de ombúes siniestros y negras jacarandas retorcidas, pobladas por colibríes metálicos, casi negros, muy verdes y muy azules, que brillan iridiscentes dejando ciego al que los mira. Los paseos, las avenidas del jardín se abren a los desiertos, como bosques galerías, el oásis, deleite que quisiera ser para los atlantes, es una prisión para los mismos, que los recorren enloquecidos por el opio marciano, y las rosas oscuras exhalan su alma negrísima como pústulas sangrantes del cuerpo de un leproso, úlceras de un extraño Jesucristo que hubiese muerto mil veces sin resucitar jamás. Las zarzas apresan el cabello de Absalones marcianos, perseguidos de forma indolente por Salomones de penumbra que no quisieran perdonarlos nunca, son raíces verticales, llenas de espinas y ganchos, alambradas vegetales que hieren el aire, nopales negros, y estridencias de uñas en el arpa, retorcidas garras sin alma que se adornan de flores misteriosas de aroma pronunciado y amargo. Cantan cigarras de colores oscuros arañando el aire marciano con sus constantes trinos de sierra, desollando una vieja pantera furiosa, macabra en toda su ira. Pero es el silencio de las avenidas lo que más duele al oído de los inmortales marcianos, un silencio de espectros desnudos, metáforas de sus pecados, un silencio de aguas estancadas y podridas, de fuentes en las que mana un agua negra que no calma la sed eterna ni refresca los labios, de aguas que no sirven de espejo, de espejos que no sirven para reflejar los rostros, de rostros impenetrables que no dejan ver el alma que encierran, de máscaras que ocultan rostros impenetrables, de gentes que han caído en el olvido como en un Alzheimer monstruoso. Nadie recorre los jardines, en las glorietas los sátiros inmortales se emboscan para buscar la orgía de menta y nata, pero no hay menta posible en los labios secos que besan porque el agua que han bebido y el opio que han tomado eran amargos como su vida, y los ciegos andan sin ver las rosas oscuras que exhalan su aroma para el enloquecimiento de los que las huelen. Hay glorietas con estatuas con los ojos arrancados, glorietas con terribles estatuas de dragones mefistofélicos, vivíparos, que han dado a luz una progenie de arañas monstruosas de mármol negro, dragones que combaten San Jorges de rostro deforme y aniñado, tuertos, inmisericordes, que abren sus tripas escamosas con lanzas de oro refulgentes, fuentes y estatuas de las que fluyen las aguas negras como pozas sépticas, sin música posible, que riegan árboles llenos de espinas, negros, con pájaros amarillos que cantan acuchillando el tímpano, como goznes de cancelas sin aceite. Hay glorietas con estatuas de cerdos y jabalíes de dobles colmillos, monstruosos y llenos de tumores, y en las que los inmortales se tumban para hacer el amor buscando una infección, una sífilis que les destroce, pero que nunca llega, porque la muerte les es un imposible. Los paseos se abren con jazmines negros, de ganchos retorcidos, que intentan despojar de piel al que los roza, y están sangrando siempre una sangre marciana verde, nunca corrupta, de los atlantes que se han acercado a olerlos. Hay violines frenéticos de ruiseñores espantosos, crueles con la natura que les rodea, despiadados en el amanecer y despiadados en el atardecer. Y libélulas azules que en los negros estanques son como pequeñas estrellas de miel en una copa repleta de acíbar. Los jardines son jardines de locos, pequeñas selvas para esquizofrénicos o yonquis, para el nunca deleite de los adolescentes, para el nunca amor y la plenitud completa de la muerte. Son cárceles llenas de flores fucsias y negras, que administran su aroma para la locura y el absoluto tormento. Cuando Fobos o Deimos se acercan a observar estos jardines, en las noches profundas, la Bacanal es una guerra de cuerpos oscuros que se beben y se vomitan, eyaculaciones que no tienen otro fín más que la muerte, pero que no conceden nunca la muerte, largas masturbaciones amargas, cópulas frenéticas sin perjuicio, orgasmos dolorosos que no dulcifican la boca, pronunciados actos contra natura que no son condenados por la natura. Vacuas instancias de un poder imperial que se haya olvidado de sus subditos para no condenarlos nunca al olvido, salvo que el olvido es como un dragón colosal que todo lo devorara. Y sin memoria los bacantes se profanan una y mil veces, y se destruyen y se hieren y se atormentan, amarguísimos e infelices, en un cuadro de paranoia absoluta y dolor estomagante. Pero no es posible la muerte, y las estatuas están vivas, en todo su poder y en toda su soberbia, en toda su corrupción y en toda su locura, con el esplendor de las cosas palpitantes y malignas. Hay quien pide la Eutanasia a gritos, y sólo el silencio tiene como respuesta y premio y para no ver más tanta depravación y tanta vida los suplicantes se han arrancado los ojos en el suicidio que les es negado. Quisieran los hombres encontrar la flor que da la inmortalidad y quisieran los inmortales encontrar el veneno que los ejecutara. Jeroglífico y templo. Jardines de Marte.

Comentarios

  • NeverwinterNeverwinter Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado febrero 2013
    No soy amante de la literatura excesivamente descriptiva, que si bien reconozco que es más técnica y elaborada, más bella incluso, no me sumerge por falta de ritmo.
    Aún así, tengo que decir que me ha gustado el relato, muy elaborado, que iba creando un paisaje en mi mente conforme iba avanzando en las líneas.
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