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Dícamo

EPyePEPyeP Pedro Abad s.XII
editado junio 2012 en Taller de Prosa
Un pequeño fragmento, de tono y tema distintos de lo acostumbrado:

[FONT=&quot]Dícamo[/FONT]

[FONT=&quot]—[/FONT][FONT=&quot]Usted perdone—se disculpó—pero ya sabe que yo soy inventor, no ingeniero.[/FONT]
[FONT=&quot]El otro ni siquiera trató de replicar. Con gesto resignado, musitó algo ininteligible, que podía ser tanto una expresión de aliento como una oración desesperanzada, y se alejó del estudiante, que volvió a concentrarse en su trabajo.[/FONT]
[FONT=&quot]A decir verdad, no comprendía el porqué de la actitud del tecnimante. Realmente, aquella vez había ido bastante bien. Contempló la máquina sobre la mesa, detenida ya. Él la había puesto en marcha, y había respondido con un traqueteo quejoso, como si padeciera alguna enfermedad. Sin embargo, al fin había acabado por funcionar, a trompicones. Había girado la rueda, había movido la cadena, habían saltado los pistones, había chirriado el grueso eje, había caído el contrapeso, había subido la palanca, se habían tensado los engranajes, había exhalado una misteriosa nubecilla de vapor, había tañido algún muelle interno, había tintineado una ruedecilla al soltarse, había silbado una tuerca al salir disparada, habían reventado las probetas y matraces del escritorio vecino, se había volcado una redoma de ácido, se había corroído una cuerda del suelo y, a unos metros de allí, una maqueta de una máquina voladora había estallado contra el suelo. En la experta opinión de Caledio, aquel había sido sin duda una de sus mejores inventos. Únicamente tenía que investigar la parte del vapor. No recordaba haber puesto nada que funcionase a vapor. [/FONT]
[FONT=&quot]Sí, realmente había sido espectacular, pero comprobó que el vaso seguía vacío, y el café en el tanque. Y, además, frío. Tendría que hacer algunos ajustes. El caso era que en los planos quedaba muy bien. Pero claro, a él siempre le quedaban bien los planos. Lo difícil era el resto. No porque no tuviera capacidad, él era perfectamente consciente de ser un genio, sino porque nunca tenía los materiales necesarios –que, en algunas ocasiones, ni siquiera existían–, o las herramientas, o sencillamente no prestaba atención. Además, se cansaba muy deprisa, por lo que solía prescindir de detalles como pulir, engrasar, hacer ensayos o apretar bien los tornillos. Partía de la base de que, si un invento era lo suficientemente bueno, funcionaría sin importar cómo fuese fabricado. Aquello, unido a un desconocimiento casi total de todo lo relacionado con pesos, presiones, densidades, y todas esas cosas que necesitan conocer los que no tienen suficiente talento como para prescindir de ellas, y a una mentalidad que consideraba poco caballeroso utilizar mecanismos ya inventados por otros, había convertido a Caledio en uno de los más desastrosos tecnimagos de Neoscientia, una ciudad que había visto nacer personas capaces de hacer estallar incluso un destornillador.[/FONT]
[FONT=&quot]La única razón por la que le permitían continuar sus estudios en la Escuela de Tecnimancia era que dominaba la teoría con facilidad. En realidad, él manejaba y sabía aplicar todo tipo de teoremas y fórmulas, pero era desconocido el motivo por el que, a la hora de diseñar sus inestables creaciones, las ignoraba totalmente. Como él mismo decía, todos sus inventos funcionarían de no ser por sus poderosos enemigos, al frente de los cuales se encontraba la fuerza de la gravedad. En aspecto práctico era distinto. Trabajaba con entrega e interés, pero sólo durante los primeros treinta minutos. Más o menos el tiempo en el que tardaba en comprender que hacer realidad sus dibujos requeriría el uso de un minucioso trabajo manual durante semanas. Entonces, los adaptaba rápidamente, volviéndolos mucho más… rústicos. Caseros. Pequeños, feos, toscos y ruidosos, en honor a la verdad. La mayoría de las veces ni siquiera los terminaba, dejando su mesa sembrada de esqueletos de maquinas inconclusas, que progresivamente iban quedando sepultados bajo los nuevos estratos. Por lo general, cuando volvían a salir a la luz ya su creador los había olvidado, y los desmontaba para componer más ilusiones breves y largos olvidos.[/FONT]
[FONT=&quot]Pero, de vez en cuando, se entregaba más de la cuenta en un proyecto concreto. Y entonces no sólo ideaba. Entonces creaba. De sus manos había salido una reducida élite de maquinas de una precisión y simpleza magníficas. No eran tan pretenciosas como sus cientos de hermanas nonatas, ni sus planos eran tan impresionantes, pero quizás por ello habían provocado la sorpresa de otros grandes tecnimagos. No eran las máquinas prodigiosas que poblaban sus sueños, pero eran las auténticas responsables de que aún no hubieran echado a la calle a Dícamo de Rabánide, pues tal era su nombre. A pesar de ello, el estudiante no había dejado jamás de idear sus ingenios imposibles, aunque era consciente del escepticismo que despertaban en los demás. A decir verdad, le gustaba. No tiene ningún mérito inventar algo que todos quieran o necesiten, pues es obvio que, si no ha sido creado ya, alguien no tardará en hacerlo. El auténtico arte reside en los absurdos, los imposibles, las demencias ¿Dónde se ha visto que el arte sea útil? Él sabía que acabaría inventando algo que la humanidad no supiese que necesitase hasta que se viese necesitándolo.


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