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Donde habita el mal (prólogo)

DamapaDamapa Fernando de Rojas s.XV
editado abril 2012 en Terror
Podría decir que mi historia comenzó una noche oscura y fría, en plena tormenta; pero lo hizo en la negrura de la mañana de un lunes. O usar la imagen de un cuchillo en algún sitio solitario y lóbrego; pero lo más peligroso a lo que se acercó su filo fue a la manzana que llevaba en la fiambrera para desayunar. Podría utilizar algún ruido grave y sordo para llamar la atención, o el aullido débil y frágil de una escalera cuando intentas subirla en silencio; pero mientras caminaba hacia la oficina, el único sonido que recuerdo es el de la frenada de un coche en un paso de peatones rasgando el asfalto, como las uñas que se quiebran con el roce de la superficie de una pizarra. Podría haber un maniaco, un psicópata, un asesino en serie acechándome en cada rincón, en cada esquina, el mismísimo satán regresando del infierno para llevarme con él y saldar cuentas; pero el único pobre diablo aquella mañana antes de salir del trabajo era mi jefe, con los brazos en cruz, esperándome frente a la máquina de fichar. La gente en la sala de reuniones de la planta de arriba pudo haber sido un consejo de sabios, brujos o vampiros con los ojos inyectados en sangre; pero el más listo era el abogado laboralista, el más hereje el representante sindical y lo más cargado de rojo fue la tinta del bolígrafo con el que me hicieron firmar el finiquito de un despido improcedente. Puede que me mirasen con pánico cuando después de firmar el fin de mi futuro temporal dejé clavado el pilot ball en la mesa, mientras me hervía la sangre y las bisagras de la puerta se tensaron hasta el límite al dar un portazo y salir de allí; pero la única mirada que reflejaba mi rostro fue la de una hierática indiferencia, la misma con la que me monté en el autobús, la misma con la que le dije al conductor que parase a mitad de trayecto para hundirme en la ciudad y dejarme arrastrar por el vaivén de su mar de hormigón. Tal vez el canto de unas sensuales y voluptuosas sirenas guiaran mis pasos por las venas de asfalto de Barcelona; pero lo más melodioso y hechizante que inundaban mis oídos eran los bocinazos del tráfico de una ciudad que me habla constantemente, que me enloquece, que me eleva hasta alcanzar un estado de conciencia límite, a encaramarme a lo alto de un edificio en plena tarde de marzo solo parar mirar hacia abajo por el puro placer de sentir la atracción de la gravedad, esa garra invisible de la muerte en mi espalda, el sabor del vértigo mientras imagino cómo sería la caída y el impacto después de devorar las estrellas a mi paso.

Puede que mi historia comenzase mucho antes de saber que pertenezco a la Orden del Péndulo Invertido, que mi nacimiento y mi destino estaban escritos mucho antes de llegar a este mundo, de romper lapiceros con solo mirarlos, mucho antes de empezar a tontear con el tarot, la sugestión, la hipnosis y la ouija, mucho antes de leer libros de ocultismo y brujería y aprender que si se abre un punto de poder en la mente humana hay que saber cómo sellarlo y que hay puertas que, una vez que las cruzamos, se cierran para siempre y ya no hay vuelta atrás, al menos no sin pagar un precio, no sin antes entender que el bien y el mal no son más que un instrumento. Que los sueños pueden ser más peligrosos que enrollarse el cuello con un alambre de espino.

Todo late a nuestro alrededor, todo vive y muere dentro de nosotros, todas las historias que hemos pensado que solo tenían lugar en los libros y en las pantallas de cine son ciertas, desde las que conocemos hasta las que aún han de escribirse.

La ciudad me habla, su voz me susurra y me persigue como la sombra de mis pasos, en fila como los fantasmas de las ánimas en pena. Y yo la escucho, sabiendo que tal vez será la última canción que entonaré a su lado, que tal vez será la última vez que me bañe en sus luces de neón para redimirme, para lavar todos mis pecados y sentir sus grafitis tatuados en mi piel.

Sabiendo que soy parte de una letanía de oscuridad inacabada a la que mañana pondré fin para restablecer el orden.

Para que la puerta permanezca cerrada.

Mi nombre es Andrés Subirachs, y esta es mi historia.

Comentarios

  • TrasgoTrasgo Fernando de Rojas s.XV
    editado abril 2012
    Buena, interesante idea ...

    Me pareció extraña esa "O" después de un punto aparte, me pareció bien fluido, parece bien trabajado.

    Ahora creo que la misma idea pero un poco mas simplificada, le evitaría al lector decir, "Para donde va todos esto"...

    son solo ideas y espero que sigas.

    Saludos
  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado abril 2012
    Puedes seguir con la puerta cerrada, pero si la entreabres un poco para nosotros saber más, seguro que será divertido;):):p
  • jesus F Alonsojesus F Alonso Pedro Abad s.XII
    editado abril 2012
    Sigue, Damapa, sigue contándonos algo de esa puerta.

    Me gusta el cambio que sacude el texto entre el primer y el segundo párrafo, pasamos de una imagen cotidiana (y aun así terrorífica, y más en los tiempos en los que estamos) a un mundo paranormal que augura una interesante trama.

    Me repito pero, por favor, sigue contándonos.
  • minatufeminatufe Anónimo s.XI
    editado abril 2012
    Me he quedado con ganas de saber más sobre la Orden del Péndulo Invertido y Andrés
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