Nota: Mi carrera de masajista rei ki fue real pero breve. El relato es pura fantasía, sin querer restar mérito alguno a esta noble práctica.
Llegué a la casa de los Loconte al atardecer, a la hora convenida. Mi amiga Tina, mi Maestra, había combinado la cita para que yo empezara a abrirme paso en mi nueva profesión de masajista rei ki, la antigua técnica japonesa de sanación por contacto. Me había encauzado recientemente en un estilo de vida puro, basado en filosofía y medicina orientales y me dedicaba a dar alivio a los demás a través de esta práctica.
Yo tenía entonces unos veinticinco años y aquel día estaba nerviosa, pues los Loconte eran gente adinerada e importante y quería hacer buena impresión como profesional.
Para la ocasión y como era verano, me puse una blusa blanca de algodón con encajes y tirantes, y una falda larga a juego. Llevaba ropa interior blanca y sandalias de cuero. El pelo largo recogido en una trenza. La piel muy morena, hidratada con aceite de vainilla, brazos y tobillos adornados con pulseras de plata que había comprado en mi último viaje a Bombay.
Llamé al portón de la enorme villa que se encontraba entre los pinos centenarios de la via Appia antica, en Roma. Me abrió la señora Loconte, una mujer refinada y afable, de unos cuarenta y tantos. La casa estaba en penumbra, limpia, fresca y silenciosa.
Primero le haría el masaje a ella, me dijo, y luego a su marido Aldo quien se encontraba postrado en cama a causa de un fuerte ataque de lumbago. Pensé que la señora quería comprobar primero mis capacidades antes de someter a su marido al tratamiento.
Me llevó a un dormitorio donde había una cama bastante alta. Supuse fuese su habitación pues había objetos femeninos y personales sobre los muebles. Se tumbó supina, vestida sólo con una enagua de seda, y procedí con el masaje, empezando como siempre por la cabeza, la nuca y las sienes. Su energía estaba en equilibrio, no tendría que trabajar con excesivo dispendio de la mía.
La mujer estaba relajada. Me comentó sobre Tina, cómo se conocieron, sobre su marido y otros temas. Su cuerpo cedía facilmente ante la ligera presión de mis palmas, sin tensarse. Tenía la piel blanca y cuidada, perfumada levemente de rosa mosqueta. Le toqué todo los puntos, ocupándome en especial de los pies lo cual la llevó a un estado de relajación mayor, mientras se dejaba mecer por el tintinar de mis pulseras.
Cuando terminé con ella al cabo de unos treinta minutos, la cubrí con una sábana ligera. Estaba dormida.
Cerré despacio la puerta y me dirigí hacia el dormitorio donde antes ella me había presentado a su marido Aldo. El dormitorio estaba fresco, una ligera brisa agitaba las cortinas del ventanal entreabierto.
Aldo yacía en la cama, con sólo unos boxers encima. Admiré en silencio su cuerpo bronceado, tendido sobre la sábana que olía a suavizante al musgo blanco. Llevaba varios días bloqueado tras haber estado trabajando en el inmenso jardin de su casa, me dijo. Era poco mayor que su mujer, moreno, alto y de corporatura atlética. Con fatiga lo giré boca abajo para empezar el masaje en la parte dolorida. Empecé a tocar la nuca y las vértebras cervicales, haciendo ligerísima presión. Su aura rebosaba energía.
El contacto de su piel me produjo un hormigueo inmediato en los pezones que se me erizaron. Maldije mi ropa ligera y blanca, bajo la cual habría sido difícil disimular mis abundantes senos henchidos.
Mientras me fui moviendo con las manos por su columna y riñones, rocé mi pecho contra su espalda un par de veces al inclinarme. Tenía los pezones endurecidos, la auréola grande y oscura pegada al sujetador. Él mugía quedamente y noté que aceleraba apenas la respiración. Pasé a las piernas musculosas y a la planta de los pies, evitando el contacto entre los muslos y entreteniéndome con los pies a ver si se me pasaba la excitación. No podía concentrarme, el deseo se apoderó de mi flaqueando mi energía.
Lllegó el momento de girarlo supino para concluir el resto del masaje, de nuevo desde la cabeza hasta los pies.
En el rei ki los órganos genitales no entran en contacto con las manos que a su paso, quedan suspendidas en el aire para dejar fluir la energía sobre ellos, sin tocar ni presionar.
Él no hablaba. Me miraba mientras su pecho se llenaba de aire con su respiración siempre más entrecortada. Vi claramente que estaba excitado bajo los boxers y esto me produjo un cosquilleo íntimo en los labios de mi sexo.
Para poder seguir el masaje sobre su vientre y piernas me arrodillé en el borde de la cama, rozándole con mis rodillas al tenderme sobre él. Proseguí hacia el bajo vientre, sobre la zona pélvica. Era siempre más fatigoso resistir a la inmovilidad física obligada.
Estaba muy excitado, veía cómo su pene erguido empujaba bajo la tela del boxer. No decía nada. Sólo con las miradas nos entendimos. Desde aquel momento el contacto rei ki cesó.
Levantó una mano y me cogió un pecho por debajo de la camisa. El pezón estaba duro como un clavo bajo el sujetador. Empezó a masajearlo con la yema de los dedos. Cerré los ojos para mejor sentir el placer que su contacto me proporcionaba. Estaba mojada, con los labios hinchados y la vagina que bramava. Me escurrí hacia el bulto de su sexo y por primera vez lo rocé con mis pechos que se posaron pesados sobre el glande túrgido y palpitante que asomaba. Se puso aún más duro y erguido. Lo rocé con los labios y lo lamí lentamente con mi lengua empapada de saliva. Él gimió de placer.
Su mujer dormía al otro lado del pasillo, no había mucho tiempo y el deseo era ya incontrolable. Me levanté la falda, los muslos firmes y morenos a caballo sobre sus caderas, y aparté las bragas ya mojadas a un lado. Cogí su pene grande y duro y me lo introduje en la vagina con un gemido apagado. Le indiqué que no se moviese, para no empeorar su lumbalgia, y empecé a cabalgarlo con un ritmo pausado y constante, metiéndome su miembro fogoso en profundidad mientras me lo frotaba contra el clítoris.
Él me sujetaba las caderas, la mirada fija en el rebotar de mis pechos bajo la camisa. En pocos minutos llegamos los dos a un clímax intenso, desbordante, sin emitir palabra o sonido.
Mientras me recomponía me dijo que quería verme desnuda.
No había tiempo. ¿Volvería otro día?
Comentarios
PUES CLARO QUE SÍ, MUJER!!!
(a ver por qué no, si puede saberse, oye...)
Tú vuelve las veces que sean necesarias, por Dios. (faltaría más)
Un abrazo!:p
Eeemmm..., sí, claro, por supuesto.
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Porque no me pasan esas cosas?
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Sí está bien, claro que lo está... Para ser un sueño lo hiciste muy real, y sé de lo que hablo.
Coincidencias: Tú te viste en mi relato y yo en el tuyo. Durante años fui masajista. Lástima que... ¿Cómo lo digo? El par de veces que alguien se alegró de verme no fue precisamente una escena onírica, con caballero maravilloso y todo eso, sino toda una lucha por poner bien la toalla, que hasta eso tiene su método, y preguntar por la mujer y los hijos (a ver si aquello bajaba, qué remedio).
Tú no sabes lo que has hecho. Con lo que cuesta romper los estereotipos... !!
Igualmente adhiero a aquello donde la realidad supera a la ficcion.
Mira que yo no soy de masajes pero se me antoja uno después de leer esto.
Y gracias por comentar, Rude87.
Me intriga saber qué pasará en la segunda parte. Supongo que volverá... ¿Se enterará la mujer? Veremos. :rolleyes:
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