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Carpe Diem. segunda parte.

DetritusDetritus Gonzalo de Berceo s.XIII
editado agosto 2010 en Erótica
Ella volvió a sentir aquel vértigo que la acercaba al vacío de una forma incontrarrestable. El hombre la tomó de las caderas y deslizó una mano por debajo del delantal. La acarició hasta la rodilla, y después, trepó para meter la mano, cual una cuña, por debajo de su calzón. El órgano femenino respondía a sus vaticinios, así que podía obviar los preparativos; esa condescendiente humedad era suficiente. “¡Oh, Dios mío, estoy a las puertas de la gloria!” -le dijo a Lorena, mordiéndole una oreja.
Lorena cerró los ojos. Él seguía alabando su belleza. Seguramente, el vecino esperaba una señal decidora, y, no obstante, inconforme con haber avanzado hasta ahí, imprimió más empeño a su atrevimiento. Ella no se resistía y dejaba que él le tocara, y, ya transcurrido más del tiempo necesario para haberse defendido con dignidad, él dio rienda suelta a su animalidad.
La señora seguía con las manos en la lavaza. Él la tenía presionada entre su cuerpo y el lavadero.
Después de estimular la entrada, el vecino dirigió el glande al punto de convergencia.
Ella lo sentía presionar vanamente en busca de la entrada. No sabía que hacer con las manos, puesto que en ese momento y en virtud del estado en que estaban las cosas, la losa era algo fuera de lugar. De pronto, como quien se agarra de una débil rama al caer por un barranco, tomó con firmeza el uslero, haciéndolo asomar por encima de la espuma de la lavaza mientras él insistía pidiéndole que no fuera contra sus deseos.
Cuando levantaba el uslero para rechazarlo de un golpe, él pasa ambos brazos por delante de su cintura, y, tirando hacia afuera con ambas manos, le abre bruscamente el delantal, haciendo volar los botones por el aire; acto seguido, haciendo demostraciones de su fuerza bruta, la rodea con los brazos, y, sin percatarse que ella tenía el uslero agarrado con la mano, la da vueltas, quedando ambos cara a cara. Por la inercia del giro, ella no alcanzó a cerrar las piernas y él interpuso entre ellas su naturaleza viril.
Ella mantenía los brazos por detrás sujetándose con una mano del lavadero y con la otra fuertemente asido el uslero. Ahora, él la queda mirando desafiante y ella observa cómo le mira los senos antes de besárselos. Como la empujaba hacia atrás, no podía asestar el golpe y se retuvo mientras él le estimulaba los pezones con la lengua.
El vecino la toma de la cintura, la levanta y, medio sentándola en la orilla del lavadero, acerca el miembro, y, alzando y abriéndole las piernas contra sus caderas, pone el pene en el punto neurálgico.
Entonces, vino la sorpresa. El vio por última vez esa cara altanera, por su lado, ella sintió por última vez la violación de ese macho cabrío; porque, cuando él comenzaba a presionar el glande, y cuando vencía la resistencia de sus labios en flor, ella levanta el uslero por detrás de la espalda visualizando el golpe en dirección al cráneo. En ese momento, el vecino presionó aún más la intimidad de Lorena, e invadió aquel territorio bendito hasta la mitad de su virilidad. Ella gritó de dolor al sentir que aquel miembro la dilataba y avanzaba más allá del territorio que había conquistado su marido. Tres embestidas después ella sintió el golpee eléctrico y soltó el uslero, quebrando varios platos.
-¡Ahhh!- exclamó ella, con la mirada extraviada al soportar el enajenado ritmo de embestidas. Adelantando la mano que había tenido prisionera con el uslero, da otro grito y se sujeta del cuello del desconocido.
Antes de las nueve ella abandonó la habitación del nuevo vecino, tomó una toalla y fue a bañarse. Después, terminó de lavar la losa.
Darío aún no despertaba.
Lorena se recostó con los brazos entrelazados por detrás de la nuca.
Lentamente su cara fue sufriendo una metamorfosis, comenzando por una sonrisa sostenida, pasando por una breve preocupación, para culminar en desesperación, al recordar, que no se había tomado los anticonceptivos.
-¡Hola, mi amor!- le saludó el esposo, apenas despertó.
-¡Hola!- contesta ella con una sonrisa mal simulada poniendo sus manos abiertas sobre su vientre palpitante.

Comentarios

  • carriecarrie Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado agosto 2010
    Es que después de siete meses... pobrecilla.
  • fantasyfantasy Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado agosto 2010
    ¡¡¡muy bien logrado el final¡¡¡ ahora voy al lavadero y dejo la puerta abierta ¡a ver si aparece el vecino:D:D:D
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