Pasaban los años y al girar la llave y abrir la puerta olía igual que entonces, como su caja, como sus cuerpos, como sus vidas.
Mataba sus palabras presionando sus caderas con sus manos hasta que sus pies perdían el contacto con el suelo, a partir de ahí el aire no importaba y las miradas perdidas descansaban en los rincones olvidados de una habitación anclada en un tiempo vacío. Juntos, las tardes de domingo carecían de razón y la existencia era algo puramente físico, al día siguiente recorrerían los mismos caminos sin reconocerse en esas palabras que la rutina fabrica para completar el absurdo de los días muertos que les obligaban a estar separados.
Ella escondía sus velas en la misma caja desde que era pequeña, al abrirla el olor lo envolvía todo y sonreía al sentirse transportada sin quererlo. Guardaba su vida entre sábanas blancas y olores profundos, escondiéndose en el cariño verdadero de quienes siempre estaban ahí, a pesar de sus silencios y de su particular forma de sobrevivir.
Él corría buscando los días que se le escapaban entre prisas y aviones, fabricando escudos para protegerse de lo que otros llamaban felicidad, hasta que descubrió en ella la posibilidad de poder cerrar los ojos sin miedo y sentir.
A ella sus largas ausencias le llenaban de ilusiones, se compraba vestidos nuevos, imaginaba reencuentros perfectos y deshacía su coleta con el teléfono en la mano.
El se abandonaba en pensamiento vacíos y largas noches en vela, marcando los días en decenas de espejos en los que tal vez no volvería a mirarse y en los que no podía imaginar el rostro de ella.
Fundían el tedio de tantos días en largos abrazos tiernos para ella y febriles para él, hasta que volvían a verse vencidos por sus cuerpos ciegos y por suspiros infinitos…
Para ella, él siempre volvería, para él, la vida se abría al girar la llave.
Comentarios
Un saludo!
la emoción se ha apoderado de mí,de mi corazón y de mi alma.
cuando recuerdos vuelven al imaginarme esa llave girando.
muchas gracias por compartirlo.
Un beso