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LISTA forodeliteratura (5ª edición) Mi herida no para de sangrar

antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


Este texto lo publiqué hace algún tiempo en el apartado "Relato-Narrativa", pero me ha parecido interesante incluirlo en la LISTA, sobre todo porque lo veo instructivo y porque en su día lo presenté a un concurso literario en el Ateneo de Sevilla y obtuvo un premio, concretamente el segundo.


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Mi herida no para de sangrar

Después de pensar y de leer acerca de este asunto que me ocupa, llego a la radical conclusión de que todo lo trascendente tiene su origen en hechos banales. Es difícil, a veces imposible, recordar el principio, la causa primera de los fenómenos que nos marcan de por vida. Solamente podrían ser dos o tres los más importantes, y esto es una cosa irrefutable.

Recuerdo perfectamente bien cómo descubrí mi herida. Pero no creo que mi caso sea un caso singular, lo que pasa que no todas las personas se observan a sí mismas, con una frecuencia que debe ser obligada.

Una mañana cuando entré al cuarto de baño de casa, vi que en el espejo se reflejaba un rasguño, no mayor que una uña de un adulto, que de pronto había aparecido en mi pecho, más arriba del corazón. En un principio no le eché cuenta porque no recordaba cómo me la había hecho, y además por su perfecta posición vertical. Al otro día lo olvidé por completo.

Hasta que al cabo de una semana, una sensación molesta, que no llegaba a picor, me recordaba su presencia. Me sorprendía a mí mismo frotándome por encima de la camisa, como en un acto reflejo similar a ese que causan los insectos sobre la piel. Pero cuando me miré de nuevo al espejo, no podía ocultar que me quedé estupefacto; el rasguño se había extendido hasta la medida de un dedo índice de adulto, y la piel de su alrededor aparecía enrojecida. Desinfecté esa parte a conciencia, más sorprendido que preocupado, porque estaba pensando en una pregunta para la que no tenía una respuesta. “¿Cómo se ha alargado de esta forma sin que me haya dado cuenta de nada?”.

Lo cierto es que en esa etapa de mi vida tenía mucho trabajo; siempre estaba con decenas de pequeñas, y no tan pequeñas tareas pendientes, de toda índole. Por eso y porque yo soy poco dado a las hipocondrías, este caso quedó en un segundo plano, debido también a la acelerada rutina de días cargados de responsabilidades, días que parecían manojos misérrimos de horas conseguidas en la beneficencia, en lugar de días verdaderos.

La preocupación me llegó por sorpresa en mi oficina, y ocurrió al intentar bajar un archivador de una estantería; un perfecto círculo de sangre, pequeño pero evidente, crecía en la pechera de la camisa. Presuroso me fui hacia los aseos impulsado por la angustia; ya allí, me desabroché los botones de la camisa, e involuntariamente di un paso atrás. El rasguño era ahora una ranura en la carne de un horrendo color purpúreo. En su parte media, gotas de sangre manaban, deslizándose por la ranura hacia abajo. Me la limpié como buenamente pude y volví a mi trabajo, pero con la cabeza como si fuera una centrifugadora desrielada. Quedaba ya poco tiempo para salir de la oficina. Nadie me hizo ningún comentario sobre mi camisa mojada de agua y manchada de rojo.

Cuando llegué a casa, de nuevo tuve que afrontar, ahora desde un prisma lastimero y absurdo, las relaciones con mi mujer. Estábamos atravesando una de nuestras fases de distanciamiento; en los últimos días no nos hablábamos: encontronazos, discrepancias, chillidos, insultos, faltas de respeto… conformaban el meollo de nuestra crisis, la cual se había enrevesado y casi solidificado de tal manera que no había por donde cogerla. Y a todo esto llego yo con mi camisa manchada de sangre por una herida que no dejaba de crecer, pero que no tenía un motivo claro.

—Mira cómo me he puesto la camisa –me atreví a decirle a mi esposa.
—Yo la veo bien –dijo tras un leve vistazo, casi sin mirarla.

Volvíamos de nuevo a las trincheras. Un día más.

-¡¿Y esto también lo ves bien?! -grité, a la vez que mostraba el sangrante tajo púrpura.
—¡Oye, a mí no me chilles! –reaccionó con ira-. ¡Si has tenido un mal día lo pagas con otra! ¡ ¿Te enteras?! ¡Eres un hombre insoportable! –y, sin más, se encaminó hacia la puerta de salida a la calle, cogió su bolso, dio un portazo y salió. ¿Quizás a su trabajo?, pienso que no, porque era demasiado temprano. Pero ni ella me dijo a donde iba, ni yo le pregunté. Total, para qué…

La realidad es que me quedé solo en la casa, desorientado, en pie, sin saber qué hacer; pero, eso sí, como un patético Cristo mirándose una línea de sangre que rodeaba desde el esternón hasta el ombligo.

Volví a curarme, pero al ver la herida más de cerca no pude evitar un repentino escalofrío. Era una herida salvaje, que no se parecía en nada que antes hubiese visto, como si la carne se hubiese abierto hacia afuera; ni cortada, ni quemada, abierta. Y en todo este tiempo atrás, no había dejado de sangrar; de hecho, sangraba más todavía.

Pero para una mayor extrañeza, no me sentía débil ni mareado, lo que hubiese sido normal por tanta pérdida imparable de sangre. En un segundo transformé la blancura del lavabo en una siniestra carnicería. Mi anatomía se activó con mil alarmas. Presioné la herida con las vendas que encontré, y después salí de casa corriendo e invadido por el pánico, y al mismo tiempo calculando mentalmente cuánto tardaría en llegar a urgencias, e intentando adivinar la cantidad de sangre que una persona puede perder antes de caer desplomada, muerta.

-sigue-



Comentarios

  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


    Pero no fue una buena idea echar a correr, porque mi corazón empezó a bombear con fuerza, y la sangre se disparaba como un cañón del infierno al exterior. Las vendas pasaron a ser un asqueroso amasijo sanguinolento que chorreaba al compás de mi carrera desesperada.

    —¡Socorro, socorro! ¡Ayúdenme, por favor! –gritaba tan alto como podía-. ¡Estoy desangrándome…!

    Pero la gente, en lugar de acercarse para prestar auxilio a alguien en riesgo de muerte, se apartaba. ¿Qué era lo que temía de un hombre herido? ¿Cómo se supone que uno debe pedir ayuda cuando está a punto de morir, sin sobresaltar a nadie?

    Mientras corría, se me iban saltando las lágrimas, de puro miedo, de impotencia. La sangre manaba sin control, como un río innatural. Nadie en la Tierra ha albergado tal cantidad de sangre en su cuerpo. Algún transeúnte se había parado, pero solo para mirarme, a mí, no al caudal aterrador que iba vertiendo, encharcando todo a mi paso cual horror imposible escapado de un inframundo. ¡Me miraba a mí, como si fuese un pobre loco! Nunca antes había sentido tan palmariamente la profunda soledad en la que nos encontramos en momentos así.

    Me paré a recobrar un poco de aliento frente a la puerta de mi ambulatorio, con las manos sobre las rodillas, mientras que de mi pecho seguía manando un inagotable manantial de sangre. Jadeando entré al edificio, casi sin fuerzas ya.

    —Un médico, por favor –me escuché decir.

    Ahora me atendieron urgente, llevándome sin pérdida de tiempo a una consulta médica. Creo que sería por mi aspecto de desesperación por entrar con el pecho al descubierto y un caminar tambaleante, y no por lo horrible de mi herida, a la que nadie hacía el más mínimo movimiento por impedir un masivo desangramiento. Solo las vendas, empapadas, que seguían apretando, se interponían entre la sangre y el exterior.

    Tras sentarnos en su consulta, el médico me habló:

    —Dígame, señor. ¿Qué le ocurre?

    “¿Han perdido todos la cabeza o la estoy perdiendo yo?”, pensé.

    —¿Usted tampoco ve este chorro de sangre que brota de mi herida? –le dije al médico, mientras las paredes me daban vueltas-. ¿Es que no está viendo cómo estoy poniendo todo? ¿O es que me están tomando el pelo? ¡Haga usted algo, por favor! –ya no podía más.

    Durante largos segundos, aquel médico me escrutaba con ojos analíticos. Eran ojos que habían visto a cientos de pacientes, a lo largo de los años de su vida profesional.

    Después de esa extensa observación, me dijo con rotunda determinación:

    —Usted no tiene ninguna herida en el pecho, señor.
    —¡¿Qué?! –no podía creer la ofensa que estaba escuchando.

    Sin pensar, cogí toda la bola de vendas y la estampé con todas mis fuerzas contra la mesa, haciendo un tremendo ruido el impacto húmedo, que salpicó toda su consulta y a nosotros, y más aún al médico. Mi mano izquierda ocupó el lugar de las vendas, pero la sangre seguía escapándose entre mis dedos.

    El médico no se esperaba mi grosera e insolente reacción. Creo que, gracias a su profesionalidad, tardó poco en recuperarse de la impresión.

    Con voz pausada, tranquilizadora, me propuso una oferta:

    —Si usted me lo permite, le daré una prueba irrefutable de que no tiene ninguna herida y de que, por supuesto, no estamos aquí para divertirnos a su costa. Si después de esta prueba sigue pensando lo mismo, no tendré más remedio que reconocer esa enorme herida que no deja de sangrar y que por lo tanto debía haberle matado hace unas cuantas horas.
    —De acuerdo, doctor.

    -sigue-


  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


    De pronto tuve la sensación de que todo esto era una vuelta de tuerca más en esta confabulación, en esta broma inhumana, pero decidí seguirle el juego, y tal vez así, de él consiguiese ayuda.

    —¿Cuál es esa prueba, doctor?

    Abrió las puertas de un armario vitrina para guardar el instrumental que tenía en las manos. En la cara interior del armario, cada una de las puertas estaba revestida de una lámina de espejo.

    Mi propia imagen me impactaba de lleno. Estaba demacrado, mostraba un aspecto francamente horrible, veía mis manos, una sobre la otra, haciendo presión; las costillas se me marcaban en la piel. Pero no había herida y ni gota de sangre por ninguna parte. Y mientras observaba, atónito, aquel reflejo, seguía sintiendo un fluir de sangre entre los dedos. Sangre que no aparecía en el espejo.

    —¿Me cree usted ahora? –me preguntó, sonriendo débilmente.
    — No hay sangre... –musité.
    —Claro, hombre. Tranquilícese, su vida no corre peligro.

    La evidencia irrefutable que mostraba la imagen del espejo, contradecía con la sensación que me transmitían las manos, los antebrazos y el resto del cuerpo, que eran bañados por la sangre que seguía manando.

    Eché la vista abajo, y la sangre seguía ahí, tan roja ella. En modo alternativo me miraba el cuerpo y el espejo, mis manos y el espejo, mi apelmazado pantalón y el espejo, repetidas veces, y los resultados persistían. Estaba percibiendo dos realidades contradictorias a la vez.

    —¿Co…có...mo... es… po...si...ble…? –tartamudeé-. ¿Qué me está ocurriendo, doctor?
    —No se preocupe más. Dígame, ¿cómo se ve en el espejo?
    —Sin sangre por ningún lado.
    —Bien, eso es lo más importante. Yo también lo veo así.
    —Pero sigo sangrando. Es lo que siento, es lo que veo ahora mismo, apenas dejo de mirarme al espejo.
    —¿Puedo preguntarle si consume drogas?
    —Nunca, ni siquiera fumo, ni bebo alcohol.
    —Vamos a ver, señor… ¿En estos últimos meses está viviendo usted una fase de su vida especialmente estresante?
    —Sí, doctor, eso sí.

    El charco bajo mi silla se extendía a una velocidad inexorable.

    —Ya… Entiendo…
    —¿Cómo es posible ver y sentir en forma permanente algo que no existe? –mi voz temblaba. Estaba muerto de miedo.
    —Verá usted, señor, el cerebro no es un órgano infalible. A veces yerra. La mente puede sufrir un muy amplio abanico de trastornos de gravedad y sin posibilidad de tratamientos. Comprendo que esta alucinación que le aqueja es, además de particularmente elaborada, angustiosa en extremo. Pero no tiene que preocuparse. Hay casos con peor pronóstico que el suyo. Usted debe saber que de ser real su hemorragia, sería mortal de necesidad, ¿verdad?

    -sigue y termina en la página siguiente-


  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


    —Eh… sí, claro.
    —Y usted ve en el espejo que se trata de un error subjetivo en la percepción de su cuerpo. ¿No es así?
    —Aún me cuesta creerlo, pero sí, así es, doctor.
    —Por eso le digo que no tiene de qué preocuparse. La elaboración podría haber sido catastrófica de seguir viendo la herida también en la imagen del espejo.
    —¿Cree usted que algún día dejaré de ver todo esto? –me volví a mirar, asqueado, en el espejo.
    —Seguro. Pero tiene que darse tiempo, tener paciencia por nítida que sea su percepción. Tiene que acostumbrarse, quitarle importancia hasta que desaparezca. Esto es más normal de lo que la gente piensa. Se trata de una reacción psicosomática, causada por un estrés y puede adoptar muchas formas: ceguera, parálisis, tartamudeo… En su caso se ha manifestado así, pero podría haber sido de cualquier otro modo. Un estrés puede llegar a ser terriblemente dañino.
    -Es increíble -susurré, mientras el suelo se alfombraba de rojo.
    —Ahora lo pasaré con un colega –dijo levantándose del sillón-. El doctor López. Es bueno en su trabajo, y no lo digo porque sea mi amigo –sonrió amable-. Siga al pie de la letra las indicaciones que él le dé, y ya verá como pronto todo esto quedará en un susto.
    —Gracias –le tendí la mano, pero sabía que lo ponía en el compromiso de ensuciarse con el apretón, como de hecho ocurrió. Pero eso parecía no importarle.
    —Venga, le acompaño -sus pasos chapoteaban en el suelo.
    —Disculpe, doctor. ¿Podría prestarme una bata suya para cubrirme? -me sentía indefenso y estúpido-. Mañana se la traeré. Limpia, por supuesto.
    —Claro, hombre, y así de paso me cuenta usted que tal le ha ido con mi colega.
    —Gracias por todo, doctor.

    Me llevó hasta la consulta de su amigo López, que era médico-psicólogo. Él entró antes para conversar en privado con él, y poco después me hizo pasar.

    —Cuídese –se despidió al pasar junto a mí con una palmadita en el pecho, dejando su huella de sangre en la reluciente bata que me había facilitado.

    Pasaron meses y muchas cosas desde aquel aciago día, que no debió existir. Meses de terapia, fármacos, cambios vitales… Me divorcié, me despidieron del trabajo, y además tratamientos variados. Aseguro que he puesto mi mayor empeño en este trabajo: curarme. Empero, el médico de mi consultorio se equivocó. La herida no ha dejado de sangrar en ningún momento desde el día que se abrió. En todo este tiempo, sin duda, he crecido como persona. En esto sí que puedo decir que todos los terapeutas me han ayudado grandemente, que no en devolverme a mi estado de conciencia anterior.

    Puede uno llegar a acostumbrarse a ensangrentar todo a su alrededor, siempre que la gente que te rodea actúe sin prestarte atención. Dicen que a todas las personas, en algún momento de su vida, le toca padecer una herida que transforma todo lo que llega después. Dicen que la cuchilla que la abre puede ser un hecho pequeño, un pensamiento inconsciente, residuos de un sueño, y que desde entonces dejamos de ser quienes estábamos destinados a ser.

    Esta mi herida es interna, aunque puede que sea yo una extraña excepción de una regla inexistente, y es el cuerpo el que se encarga de que seamos ignorantes a la hemorragia, fagocitando la sangre de nuestra identidad originaria, la cual malvive moribunda junto a nosotros, hasta que dejamos de vivir. Un lamento sempiterno y sin consuelo. Solo cuando el cuerpo falla o la sangre es mucha, llega a nuestra consciencia en forma de tristeza, pero sin causas aparentes.

    Creo firmemente en esa teoría, pero no por su sentido poético, y tampoco por una afinidad con mis creencias, sino por la experiencia trascendente que viví; visión que no volvía a repetirse, como única oportunidad que se me otorgaba para ver la realidad, más allá de mis sentidos, y que fue así:

    Estaba los primeros meses de mi tratamiento, una tarde del mes de junio. Caminaba por la calle enseñando de nuevo a mi mente a pensar y a dirigir la atención hacia ideas y hechos diferentes a mi perpetuo y constante derramamiento de sangre. Como si un velo, que solamente yo veía transparente, hubiese caído encima de mis ojos.

    Ante mí, descubrí un mundo superpuesto, el que conocía y moraba. Al igual que mi herida siempre había estado ahí, aunque no lo percibiese, me quedé paralizado frente a la gran revelación. En pocos segundos mis fosas nasales se convertían de una vaharada de hedor a un plasma sanguíneo, como cobre quemado; las ventanas de los edificios lloraban un fino manto de un líquido viscoso rojo, que fluctuaba a la luz del Sol; de sus balcones, cornisas, tejados o de todo a la vez, como en los días de tormentas, chorreaba sangre con estrépito, transformando las calles en ríos espesos. Y excepto los niños, los adultos que yo alcanzaba con la vista sangraban profusamente.

    Algunos, como mi caso, desde una herida en el pecho; otros, desde la mitad de la frente, bañándose desde el pelo a los pies en una siniestra ablución. Las mamás empujaban los cochecitos de sus bebés como si fueran unas mártires lapidadas, los autobuses circulaban como depósitos rodantes de sangre, cuyo nivel máximo se podía ver en los cristales de las ventanillas, y cuando llegaban a alguna parada se liberaban de pasajeros, como una suerte de menstruación aberrante; salpicaban los vehículos a los transeúntes, sin que ninguno protestase por ello; las alcantarillas vomitaban un exceso inasumible, aviones cruzaban el cielo con su estela blanca y fina nube rojiza adherida al fuselaje.

    La imaginación no puede construir por sí misma esa oscura grandiosidad de lo que vi. Imposible. Y allí, en la mitad de un escenario infernal e inconcebible en otros tiempos, me sentía, por primera vez desde que esta pesadilla mía dio comienzo, acompañado. Hasta ese momento sabía que era un miembro de la sociedad, pero no era hasta ese momento que me sentía irrevocablemente dentro de ella. Tras estas imágenes, el velo retornó a mi visión. Ya no volví a ver nunca más a mi ciudad sangrar.

    Aquel amable médico de mi ambulatorio, que indudablemente tenía sus propias teorías, se equivocó con mi caso (hasta la gente más docta yerra). Mi herida no ha desaparecido con los años, ni mi sangre ha dejado nunca de verter. Y mi visión no era un trastorno de la percepción o de los sentidos, sino un don, un don único y desconocido y solamente concedido por el don de la Naturaleza (o un Don de Dios, según los creyentes como lo soy yo). Y de cuyo don ignoro su propósito final, como también ignoro el mensaje último que contiene, pero sé que voy a dar las gracias al cielo todos los días por haber sido un privilegiado por ver lo que el resto de la humanidad por sí misma jamás podrá llegar a ver.


    LA CAJA DE MSICA 10 UN RINCONCITO PARA COMPARTIR - Pgina 26 Herida13


    Antonio Chávez López
    Confeccionado: agosto 2011


  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


    En ese texto técnico que sigue a continuación de este párrafo me basé para escribir "Mi herida no para de sangrar". Como digo en el mismo, el estrés no es solo una dolencia, un malestar, es una enfermedad en toda la regla y además de difícil cura, puesto que influyen decisivamente el psíquico, no el físico, cuyo dispone de fármacos paliativos y finalmente se puede recurrir al bisturí.

    La relación de la mente sobre el cuerpo es clara. Del mismo modo que las enfermedades físicas influyen en nuestro estado de ánimo y nos causan temor, miedo o preocupación, muchos problemas psicológicos causan síntomas físicos.

    Las enfermedades psicosomáticas son frecuentes; casi un 12% de la población europea sufre estas molestias y se considera que una cuarta parte de las personas que acuden médico de atención primaria presentan este tipo de enfermedades.

    ¿Pero qué son las enfermedades psicosomáticas? En términos generales se entiende que una persona sufre somatizaciones cuando presenta uno o más síntomas físicos y tras un examen médico, éstos síntomas no pueden ser explicados por una enfermedad médica. Además, pese a que la persona pueda padecer una enfermedad, tales síntomas y sus consecuencias son excesivos en comparación con lo que cabría esperar. Todo ello causa a la persona que sufre estas molestias un gran malestar en distintos ámbitos de su vida.

    Debido a la falta de tiempo en las consultas y al difícil diagnóstico de las enfermedades somáticas, la Medicina tradicional tiende a centrarse casi exclusivamente en los síntomas físicos de la enfermedad, olvidando la verdadera causa del problema o aquello que lo puede estar manteniendo. Es corriente encontrar personas que se quejan de haber recorrido varios médicos sin que les encuentran nada; sin embargo, continúan sintiéndose mal y presentando algunos de los síntomas antes comentados. En muchas de estas ocasiones estamos ante problemas psicosomáticos.

    A menudo los médicos tratan con fármacos a estos pacientes administrándoles ansiolíticos, pero al cabo de un tiempo éstos vuelven con el mismo problema sin resolver o con otros síntomas diferentes. Así pues, al final el médico deriva a este tipo de pacientes al psicólogo alegando que todo es una cuestión de “nervios”. Sin embargo, desde el punto de vista del paciente, el no encontrar una causa física, le hace pensar que puede tener una enfermedad psicológica y consecuentemente teme por su salud mental. De éste modo, las personas que padecen estas dolencias no entienden muy bien qué les pasa y se muestran reticentes a acudir a un psicólogo porque no comprenden cómo éste profesional les puede ayudar. Tal vez, por este motivo, cada vez hay más gente que busca una primera respuesta en medicinas alternativas que a larga tampoco solucionan su problema. Actualmente la psicología de la salud y la medicina conductual se encargan de estudiar esta la relación mente-cuerpo y de tratar al individuo desde una perspectiva más amplia, teniendo en cuenta la importancia tanto de los factores biológicos como los psicológicos y sociales en el comienzo o el mantenimiento de algunas enfermedades.

    ¿Por qué el médico me dice que debo acudir al psicólogo? ¿Si mi problema no es físico, a qué se debe? Éstas y otras preguntas son comunes en personas que padecen somatización y que son derivadas a un psicólogo. A continuación intentamos darles respuesta.

    A menudo las personas que padecen problemas psicosomáticos no han logrado encontrar una causa orgánica a sus síntomas o tras realizar distintos tratamientos médicos éstos no mejoran. Incluso, hay ocasiones en que los fármacos les ayudan durante una temporada, pero entonces aparece un nuevo síntoma. Las personas que se encuentran en esta situación, frecuentemente, no creen tener un problema psicológico, y continúan acudiendo de médico en médico para encontrar una respuesta física. Sin embargo, cuando se indaga un poco en su rutina diaria, éstas personas tienden a darse cuenta de que hay algo en sus vidas que les crea malestar o ansiedad. No se trata de tener un trauma infantil ni nada por el estilo, simplemente, hay ocasiones en las que algo nos supera y no sabemos cómo hacerle frente o bien llevamos un ritmo de vida demasiado acelerado como para que nuestro cuerpo no se resienta.

    Por lo general, se tiende a pensar que las enfermedades psicológicas sólo causan tristeza, llanto, sentimientos de inferioridad y otros síntomas que no tienen que ver con el cuerpo, sin embargo, esta idea es errónea. Nuestros emociones influyen en nuestro cuerpo, al igual que éste influye en nuestras emociones.

    La ansiedad, el estrés y la depresión actúan sobre distintas hormonas, provocando cambios en nuestro organismo, que nos hacen más sensibles al dolor e influyen en distintas enfermedades. Un ejemplo serían los estudios que relacionan el estrés con el cáncer. En este sentido, se ha demostrado que éste puede influir tanto en el origen como en el curso de la enfermedad. Del mismo modo, se ha demostrado que las personas que padecen depresión presentan una debilitación del sistema inmunológico o de defensa, con lo que pueden enfermar con más facilidad o bien les puede ser más difícil recuperarse de ciertas enfermedades.

    Muchas enfermedades médicas están estrechamente relacionadas con el estrés. Entre ellas encontramos: la hipertensión, distintas enfermedades coronarias, el asma, la gripe, el cáncer, el hiper y el hipotiroidismo, las úlceras de estómago, el síndrome del intestino irritable, Cefaleas, el dolor crónico, contracturas musculares, impotencia, etc.

    Tras observar que la depresión, la ansiedad y el estrés, entre otros, son factores que influyen tanto el origen, el mantenimiento y la evolución de distintas patologías físicas, es más fácil comprender la influencia de nuestra mente sobre nuestro cuerpo y el papel del psicólogo en nuestras molestias físicas.


  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII

    -o-

     :)

     
  • GadesGades Garcilaso de la Vega XVI
    Voy a leer primero el texto en el que te basaste. para seguir tu mismo recorrido.

  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII
    Gades dijo:
    Voy a leer primero el texto en el que te basaste. para seguir tu mismo recorrido.


    Me parece bien. Debes tener en cuenta que ese texto técnico lo extraje de Internet, pero al plasmarlo aquí le hice algunas modificaciones a mi sui géneris. El texto que presento en la LISTA "Mi herida no para de sangrar" es íntegramente mío, y digamos que es como un ejemplo a citar con respecto al texto técnico referido.

     :)

     
  • GadesGades Garcilaso de la Vega XVI
    Primera lectura del texto. 
    Pensaba ponerme de una a corregir lo que encontrase, pero la historia me atrapó. Muy bien reflejada esa angustia creciente. 
    Especialmente me gusta el momento en que ve las heridas de los demás. Es algo en que nunca nos paramos a pensar. Cada cual se centra en su dolor ignorando el dolor ajeno.
    Muy bueno, de verdad. 

    Ahora es cuando lo releo sacándole pegas. ;)
  • GadesGades Garcilaso de la Vega XVI

    Transcribo solo los párrafos en los que te he comentado algo.

    Poco me parece ese segundo premio.

     


    Recuerdo perfectamente bien (‘perfectamente’ ya es superlativo. En mi opinión sobra el ‘bien’) cómo descubrí mi herida. Pero no creo que mi caso sea un caso singular, lo que pasa (yo aquí pondría  un ‘es’) que no todas las personas se observan a sí mismas, (para mí sobra esta coma) con una frecuencia que debe (aquí usaría el condicional, ‘debería’) ser obligada.

    Una mañana (Pondría una coma) cuando entré al cuarto de baño de casa, vi que en el espejo se reflejaba un rasguño, no mayor que una uña de un adulto, que de pronto había aparecido en mi pecho, más arriba del corazón. En un principio no le eché cuenta porque no recordaba cómo me la (Si hablas del rasguño, es ‘lo’) había hecho, y además por su perfecta posición vertical. Al otro día lo olvidé por completo.

    Hasta que (falta una coma) al cabo de una semana, una sensación molesta, que no llegaba a picor, me recordaba su presencia. Me sorprendía a mí mismo frotándome por encima de la camisa, como en un acto reflejo similar a ese que causan los insectos sobre la piel. Pero cuando me miré de nuevo al espejo, no podía ocultar que me quedé estupefacto; el rasguño se había extendido hasta la medida de un dedo índice de adulto, y la piel de su alrededor aparecía enrojecida. Desinfecté esa parte a conciencia, más sorprendido que preocupado, porque estaba pensando en una pregunta para la que no tenía una respuesta. “¿Cómo se ha alargado de esta forma sin que me haya dado cuenta de nada?”.

    Lo cierto es que en esa etapa de mi vida tenía mucho trabajo; siempre estaba con decenas de pequeñas, y no tan pequeñas (Quitaría la coma anterior a la ‘y’ o pondría coma después de ‘pequeñas’) tareas pendientes, de toda índole. Por eso y porque yo soy poco dado a las hipocondrías, este caso quedó en un segundo plano, debido también a la acelerada rutina de días cargados de responsabilidades, días que parecían manojos misérrimos de horas conseguidas en la beneficencia, (Me encanta. No sé si tomar nota para plagiarte) en lugar de días verdaderos.

    —¡Oye, a mí no me chilles! –reaccionó con ira-. ¡Si has tenido un mal día lo pagas con otra! ¡ ¿Te enteras?! ¡Eres un hombre insoportable! –y, sin más, se encaminó hacia la puerta de salida a la calle, cogió su bolso, dio un portazo y salió. ¿Quizás a su trabajo?, pienso que no, porque era demasiado temprano. Pero ni ella me dijo a donde (falta la tilde) iba, ni yo le pregunté. Total, para qué…


    Volví a curarme, pero al ver la herida más de cerca no pude evitar un repentino escalofrío. Era una herida salvaje, que no se parecía en (‘a nada’) nada que antes hubiese visto, como si la carne se hubiese abierto hacia afuera; ni cortada, ni quemada, abierta. Y en todo este tiempo atrás, no había dejado de sangrar; de hecho, sangraba más todavía.

    Ahora me atendieron urgente, llevándome sin pérdida de tiempo a una consulta médica. Creo que sería por mi aspecto de desesperación por entrar con el pecho al descubierto y un caminar tambaleante, y no por lo horrible de mi herida, a la que nadie hacía el más mínimo movimiento por impedir un masivo desangramiento (Por un lado, yo pondría ‘ante’ o ‘hacia la que...’. Y por otro lado, evitaría la repetición de ‘-miento’ en la misma frase). Solo las vendas, empapadas, que seguían apretando, se interponían entre la sangre y el exterior.


    Con voz pausada, tranquilizadora, me propuso una oferta: (Quizá sea más adecuado ‘hizo una oferta’)

    Mi propia imagen me impactaba de lleno. Estaba demacrado, mostraba un aspecto francamente horrible, veía mis manos, una sobre la otra, haciendo presión; las costillas se me marcaban en la piel. Pero no había herida y ni gota de sangre por ninguna parte. Y mientras observaba, atónito, aquel reflejo, seguía sintiendo un fluir de sangre entre los dedos. Sangre que no aparecía en el espejo. (Cuidado con las incoherencias. en casa ya se miró al espejo y sí vio lo que ahora no ve)


    La evidencia irrefutable que mostraba la imagen del espejo, contradecía con (No es correcto. ‘contradecía la sensación...’ ‘se contradecía con la...’, ‘era contraria a...’) la sensación que me transmitían las manos, los antebrazos y el resto del cuerpo, que eran bañados por la sangre que seguía manando.


    Puede uno llegar a acostumbrarse a ensangrentar todo a su alrededor, siempre que la gente que te rodea actúe sin prestarte atención. Dicen que a todas las personas, en algún momento de su vida, le (Error de concordancia, ‘les’) toca padecer una herida que transforma todo lo que llega después. Dicen que la cuchilla que la abre puede ser un hecho pequeño, un pensamiento inconsciente, residuos de un sueño, y que desde entonces dejamos de ser quienes estábamos destinados a ser.

    Estaba (en) los primeros meses de mi tratamiento, una tarde del mes de junio. Caminaba por la calle enseñando de nuevo a mi mente a pensar y a dirigir la atención hacia ideas y hechos diferentes a mi perpetuo y constante derramamiento de sangre. Como si un velo, que solamente yo veía transparente, hubiese caído encima de mis ojos.

    Besos mil, Antonio.

  • Hola, hola.

    Felicidades @antonio chavez . Capturaste una dolorosa realidad en un relato fascinante.
    Una historia de nunca acabar por desconocimiento y apego al sistema. De hecho hay una terapia alternativa (como comentas) llamada: "Biodescodificación" y es excelente para estos casos; incluso para enfermedades verídicas.

    En fin, a lo que venimos que este texto lo merece.

    Un tema realista y para empatizar con el personaje, especialmente para aquellos que cada día luchan por redescubrirse.
    El personaje principal tiene una personalidad que descubre lo estudiado sobre el tema, pues engancha entre los síntomas y cambios.
    El ambiente fácil de identificar.
    La redacción y estructura con buena narrativa y aunque se deja leer, exige concentración.
    La gramática y sintaxis con uno que otro detalle que, en alguna oportunidad me obligó a releer. Por ejemplo:

    Las mamás empujaban los cochecitos de sus bebés como si fueran unas mártires lapidadas, los autobuses circulaban como depósitos rodantes de sangre, cuyo nivel máximo se podía ver en los cristales de las ventanillas, y cuando llegaban a alguna parada se liberaban de pasajeros, como una suerte de menstruación aberrante; salpicaban los vehículos a los transeúntes, sin que ninguno protestase por ello; las alcantarillas vomitaban un exceso inasumible, aviones cruzaban el cielo con su estela blanca y fina nube rojiza adherida al fuselaje.

    Aun así, es un relato original y con mucho por descubrir sobre el tema.

    Por cierto, gracias por el material técnico. Súper útil.

    Saludos.
  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII
    Gades dijo:

    Transcribo solo los párrafos en los que te he comentado algo.

    Poco me parece ese segundo premio.

     


    Recuerdo perfectamente bien (‘perfectamente’ ya es superlativo. En mi opinión sobra el ‘bien’) cómo descubrí mi herida. Pero no creo que mi caso sea un caso singular, lo que pasa (yo aquí pondría  un ‘es’) que no todas las personas se observan a sí mismas, (para mí sobra esta coma) con una frecuencia que debe (aquí usaría el condicional, ‘debería’) ser obligada.

    Una mañana (Pondría una coma) cuando entré al cuarto de baño de casa, vi que en el espejo se reflejaba un rasguño, no mayor que una uña de un adulto, que de pronto había aparecido en mi pecho, más arriba del corazón. En un principio no le eché cuenta porque no recordaba cómo me la (Si hablas del rasguño, es ‘lo’) había hecho, y además por su perfecta posición vertical. Al otro día lo olvidé por completo.

    Hasta que (falta una coma) al cabo de una semana, una sensación molesta, que no llegaba a picor, me recordaba su presencia. Me sorprendía a mí mismo frotándome por encima de la camisa, como en un acto reflejo similar a ese que causan los insectos sobre la piel. Pero cuando me miré de nuevo al espejo, no podía ocultar que me quedé estupefacto; el rasguño se había extendido hasta la medida de un dedo índice de adulto, y la piel de su alrededor aparecía enrojecida. Desinfecté esa parte a conciencia, más sorprendido que preocupado, porque estaba pensando en una pregunta para la que no tenía una respuesta. “¿Cómo se ha alargado de esta forma sin que me haya dado cuenta de nada?”.

    Lo cierto es que en esa etapa de mi vida tenía mucho trabajo; siempre estaba con decenas de pequeñas, y no tan pequeñas (Quitaría la coma anterior a la ‘y’ o pondría coma después de ‘pequeñas’) tareas pendientes, de toda índole. Por eso y porque yo soy poco dado a las hipocondrías, este caso quedó en un segundo plano, debido también a la acelerada rutina de días cargados de responsabilidades, días que parecían manojos misérrimos de horas conseguidas en la beneficencia, (Me encanta. No sé si tomar nota para plagiarte) en lugar de días verdaderos.

    —¡Oye, a mí no me chilles! –reaccionó con ira-. ¡Si has tenido un mal día lo pagas con otra! ¡ ¿Te enteras?! ¡Eres un hombre insoportable! –y, sin más, se encaminó hacia la puerta de salida a la calle, cogió su bolso, dio un portazo y salió. ¿Quizás a su trabajo?, pienso que no, porque era demasiado temprano. Pero ni ella me dijo a donde (falta la tilde) iba, ni yo le pregunté. Total, para qué…


    Volví a curarme, pero al ver la herida más de cerca no pude evitar un repentino escalofrío. Era una herida salvaje, que no se parecía en (‘a nada’) nada que antes hubiese visto, como si la carne se hubiese abierto hacia afuera; ni cortada, ni quemada, abierta. Y en todo este tiempo atrás, no había dejado de sangrar; de hecho, sangraba más todavía.

    Ahora me atendieron urgente, llevándome sin pérdida de tiempo a una consulta médica. Creo que sería por mi aspecto de desesperación por entrar con el pecho al descubierto y un caminar tambaleante, y no por lo horrible de mi herida, a la que nadie hacía el más mínimo movimiento por impedir un masivo desangramiento (Por un lado, yo pondría ‘ante’ o ‘hacia la que...’. Y por otro lado, evitaría la repetición de ‘-miento’ en la misma frase). Solo las vendas, empapadas, que seguían apretando, se interponían entre la sangre y el exterior.


    Con voz pausada, tranquilizadora, me propuso una oferta: (Quizá sea más adecuado ‘hizo una oferta’)

    Mi propia imagen me impactaba de lleno. Estaba demacrado, mostraba un aspecto francamente horrible, veía mis manos, una sobre la otra, haciendo presión; las costillas se me marcaban en la piel. Pero no había herida y ni gota de sangre por ninguna parte. Y mientras observaba, atónito, aquel reflejo, seguía sintiendo un fluir de sangre entre los dedos. Sangre que no aparecía en el espejo. (Cuidado con las incoherencias. en casa ya se miró al espejo y sí vio lo que ahora no ve)


    La evidencia irrefutable que mostraba la imagen del espejo, contradecía con (No es correcto. ‘contradecía la sensación...’ ‘se contradecía con la...’, ‘era contraria a...’) la sensación que me transmitían las manos, los antebrazos y el resto del cuerpo, que eran bañados por la sangre que seguía manando.


    Puede uno llegar a acostumbrarse a ensangrentar todo a su alrededor, siempre que la gente que te rodea actúe sin prestarte atención. Dicen que a todas las personas, en algún momento de su vida, le (Error de concordancia, ‘les’) toca padecer una herida que transforma todo lo que llega después. Dicen que la cuchilla que la abre puede ser un hecho pequeño, un pensamiento inconsciente, residuos de un sueño, y que desde entonces dejamos de ser quienes estábamos destinados a ser.

    Estaba (en) los primeros meses de mi tratamiento, una tarde del mes de junio. Caminaba por la calle enseñando de nuevo a mi mente a pensar y a dirigir la atención hacia ideas y hechos diferentes a mi perpetuo y constante derramamiento de sangre. Como si un velo, que solamente yo veía transparente, hubiese caído encima de mis ojos.

    Besos mil, Antonio.


    Puede ser "perfectamente bien" o, "perfectamente mal"; por tanto, no veo de más, en ese caso, que haya puesto "bien".

    Cierto, se me pasaron algunas comas y una tilde (y eso que yo soy "el tío de las comas y las tildes"). Igualmente el tema de las concordancias, que las achaco a una línea total de seguir una correlación en la concentración.

    Ahora, en esto difiero... "(Cuidado con las incoherencias. en casa ya se miró al espejo y sí vio lo que ahora no ve)". Y difiero porque de algo le sirvió a aquel doctor en medicina sus tácticas médicas persuasivas para hacer ver al paciente el sentido de la percepción.

    Gracias, señorita correctora Ana






  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII
    Hola, hola.

    Felicidades @antonio chavez . Capturaste una dolorosa realidad en un relato fascinante.
    Una historia de nunca acabar por desconocimiento y apego al sistema. De hecho hay una terapia alternativa (como comentas) llamada: "Biodescodificación" y es excelente para estos casos; incluso para enfermedades verídicas.

    En fin, a lo que venimos que este texto lo merece.

    Un tema realista y para empatizar con el personaje, especialmente para aquellos que cada día luchan por redescubrirse.
    El personaje principal tiene una personalidad que descubre lo estudiado sobre el tema, pues engancha entre los síntomas y cambios.
    El ambiente fácil de identificar.
    La redacción y estructura con buena narrativa y aunque se deja leer, exige concentración.
    La gramática y sintaxis con uno que otro detalle que, en alguna oportunidad me obligó a releer. Por ejemplo:

    Las mamás empujaban los cochecitos de sus bebés como si fueran unas mártires lapidadas, los autobuses circulaban como depósitos rodantes de sangre, cuyo nivel máximo se podía ver en los cristales de las ventanillas, y cuando llegaban a alguna parada se liberaban de pasajeros, como una suerte de menstruación aberrante; salpicaban los vehículos a los transeúntes, sin que ninguno protestase por ello; las alcantarillas vomitaban un exceso inasumible, aviones cruzaban el cielo con su estela blanca y fina nube rojiza adherida al fuselaje.

    Aun así, es un relato original y con mucho por descubrir sobre el tema.

    Por cierto, gracias por el material técnico. Súper útil.

    Saludos.

    Eso último que te ha obligado a releer, pienso que se debe al ritmo trepidante que le he imprimí al relato; es decir, por mi parte, objetivo conseguido, que no era otro que "meter al lector en el texto desde la primera hasta la última palabra.

    Gracias por leerme y por colaborar



  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII

    Kantos (Falta por comentar “el grifito abierto de Anna” de Acuarelista y "mi herida no para de sangrar" de Antonio Chávez")
    Geraldinediazoficial
    Gades
    Acuarelista (Falta por comentar "mi herida no para de sangrar" de Antonio Chávez")
    Antonio Chávez
    Hormiguita


    Para dar celeridad a la LISTA, me permito insertar a continuación los comentarios de  mi relato "Mi herida no para de sangrar" que en su día y en otro hilo facilitaron Kantos y Acuarelista


    abril 2021 editado abril 2021 Reportar
    Me impactó el relato, honestamente. No solo está muy bien escrito, sino que además tiene un ritmo trepidante. 

    "Y excepto los niños, los adultos que alcanzaba mi vista sangraban profusamente."

    Creo que esta frase resumen perfectamente el concepto de toda la historia. La mayoría de los niños, al no haber transitado los duros senderos de la vida, aún no tienen esa herida o marca que si tienen (o tenemos) todos los adultos. Una vez que crecemos, todos nos "vamos quebrando" poco a poco, en mayor o menor medida. Es inteligente la forma en la que esta idea está planteada.

    No me quise enfocar en el apartado técnico por qué quise disfrutar del relato sin tener presente ese "ojo crítico" que siempre trato de tener cuando comento en LA LISTA. Sin embargo, sí debo hacer una excepción en el caso de la puntuación de los diálogos. Considero que deberías corregir todas esas veces que utilizas esta raya "-" en vez de la correcta raya de diálogo "—". Además, al comenzar un diálogo, la raya siempre va pegada a la primera palabra. Es decir, en vez de ser:

    "— Mira cómo me he puesto la camisa –me atreví a decirle a mi esposa."

    Debería ser:

    "—Mira cómo me he puesto la camisa —me atreví a decirle a mi esposa."

    También observo que faltan mayúsculas en los casos en donde los verbos que acompañan a la acotación no son verbos dicendi. 

    Por ejemplo:

    "— ¿Cree usted entonces que algún día dejaré de ver todo eso? –(Me)me volví a mirar, asqueado, en el espejo."

    Fue buena idea recomendarnos que leamos esto, fue una buena lectura.

    ¡Buen trabajo!

    Cehi, tu relato me parece muy bien escrito, como siempre, al margen de mejoras gramaticales que siempre nos pueden aportar algo. La historia es buena y está bien llevada, para mi. La temática es lo que a mi me incomoda, pero esto es una manía personal. Me encantó tu historia erótica sobre la entrega de los premios Óscar, yo incidiría sobre historias mas alegres. Es una sugerencia totalmente personal e irrelevante.

    Enhorabuena por tu pasión y por lo bien que escribes.



  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII

    Gades

    días que parecían manojos misérrimos de horas conseguidas en la beneficencia, (Me encanta. No sé si tomar nota para plagiarte) en lugar de días verdaderos.

    Te la regalo. "Desde Sevilla con amor"

     :)

     
  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


    Dejo aquí constancia de los comentarios, críticas u opiniones que ha recibido mi relato "Mi herida no para de sangrar", de colegas foreros que ya no están en la LISTA.


    abril 2021 editado abril 2021 Reportar
    Vaya, sorprendente final. Parece que ese loco no estaban tan falto de cordura como los demás creían.
    Yo, pero esto es una manía mía, cambiaria ciertas redundancias de algún párrafo, por ejemplo: 

    “Lo cierto es que en este periodo de mi vida tenía mucho trabajo; siempre estaba con decenas de pequeñas, y no tan pequeñas tareas pendientes, de toda índole. Por eso y porque soy poco dado a las hipocondrías, este extraño suceso quedó en segundo plano, debido también a la acelerada rutina de  días cargados de responsabilidades, días que parecían manojos misérrimos de horas conseguidas en la beneficencia, en lugar de días verdaderos.”

    Como lector, de este párrafo saco en limpio que debido a trabajo, rutina y una vida ajetreada no le daba importancia a su dolencia. A título personal, yo lo haría más conciso.

    Buen relato 🙂👌

    Realmente un relato que me atrapó desde el principio hasta el final.

    evilaro Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    Antonio:

    Me ha gustado, el final está muy bien.

    La historia creo que refleja, una cosa muy importante
    sobre nosotros mismos, como somos y como nos ven.

    Y lo peor, como creemos que nos ven.

    Una vez estaba en la fila de un cine, y no sé por qué 
    todos me miraban. Debía tener algo... Lo pasé muy 
    mal, pero no tenia nada, debía ser una manía. 

    Muy bien escrita... como siempre 

    Emilio

    vic76
    Enhorabuena, cehi. Es un gran relato, lo primero que leo en este foro y si todo es así no me arrepentiré de registrarme, desde luego.
     El ritmo es trepidante y en todo momento te mantiene en tensión esperando el final, lo que considero fundamental en un relato corto. En cuanto al contenido, me ha hecho reflexionar sobre cómo los pensamientos y las percepciones nos juegan a veces malas pasadas, y muy bueno el final y optimista a la vez, con esa identificación con la raza humana a través de los sufrimientos comunes, o al menos así lo he interpretado yo. Gracias...



  • GadesGades Garcilaso de la Vega XVI
    Ok a lo de "perfectamente bien". Lo del espejo igual se puede aclarar. 
    Son pequeñitos detalles. El relato es muy muy bueno.
  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII

    Gades

    Lo del espejo igual se puede aclarar. 

    Todo se aclara mejor en armonía. ¿Sacamos ya las espadas?

     :) 




  • GadesGades Garcilaso de la Vega XVI

    Gades

    Lo del espejo igual se puede aclarar. 

    Todo se aclara mejor en armonía. ¿Sacamos ya las espadas?

     :) 




    ¡Ay! ¡No! Prefiero besos y abrazos.
  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII
    Gades dijo:

    Gades

    Lo del espejo igual se puede aclarar. 

    Todo se aclara mejor en armonía. ¿Sacamos ya las espadas?

     :) 




    ¡Ay! ¡No! Prefiero besos y abrazos.



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