Loca por mi
funcionario
Me llamo Rosa Manuela.
Nací y vivo en Sevilla, más concretamente en el barrio de Triana. Soy una mujer
con la piel y el pelo, morenos, y con un careto y un cuerpazo de putísima madre
para mis treinta y nueve tacos. Me gustan mucho los tíos, pero nunca tuve novio
ni amante, y follo menos que El Papa Benedicto ese, el alemán. Por contra,
tengo un vicio enorme, que es que fumo hasta por los codos a todas las horas
del día e incluso durante algunas horas de las madrugadas. El médico me ha
dicho que como siga fumando, el cabrón tabaco me va a llevar a la tumba.
Puedo escuchar a mis
vecindonas:
De Rosita dicen que
sus pulmones son tinta china –Ya empiezan.
De niña detestaba a mi
madre porque me llamaba Rosita. Con diez años, era una experta en renegar de
todo. Siempre he sido igual: pelo negro, como ese negro que se ve si queman un
neumático. Siempre mi corte de pelo a la altura de los hombros; rímel negro,
para resaltar el color claro de mis ojos; blusa negra y vaqueros negros,
ajustados, y los pies enfundados en zapatos negros de tacón. Tacón cada vez más
alto a más años. Como si fuese una inconformista de cintura para arriba, y una
pija de cintura para abajo. Hasta llegar al ahora, compartiendo piso con un
tipo, que lo mejor que le ha podido pasar es que se haya caído en la ducha y se
ha jodido los huevos.
Escucho a las de
siempre...
Es su compañero de
piso. Estará destrozada - ¡Qué sabrán ellas!
Destrozada. La gente
es falsa. Gente que te rodea y te sonríe, y te masacra cuando no estás delante.
Esa misma gente que te saluda efusivamente.
¿Tinta china? Lo que
es un putón verbenero -Y habla siempre la
más puta.
Y esto es sólo un ejemplo. Ayer me senté en mi sillón, para ver la tele, a eso
de las once de la noche. Pero levanté mi culo y me fui a dormir dos horas
después. Me arropé, di varias vueltas en la cama, y me levanté a orinar. Cuando
pasé por el salón, mi compañero de piso tenía mi cojín, el mismo que yo había tenido
abrazado, y con los ojos cerrados lo estaba oliendo. A veces he visto en el
bombo de la ropa sucia mis bragas revueltas. Y esto es sólo un ejemplo. Oler lo
que yo he llevado puesto es cuando te avergüenzas de alguien como para cagarte
en sus... Ni sé cómo se llama: Javi o José o algo con 'J'. Somos el matrimonio
perfecto.
Este tipo de
matrimonios lo provoca el tío de la inmobiliaria, al decirte lo que te va a
costar tu independencia. El alquiler te condiciona a confiar en alguien, aunque
sólo en el dinero. Eso es amor para muchos: encontrar la pareja económica
ideal. 'Amor moderno'. En esta clase de amor, puedes odiar a tu pareja, ponerle
los cuernos; sólo basta con que a final del mes pongas tu sueldo a su
disposición y él el suyo a la tuya. Hay quien termina confundiendo este amor
con los de verdad, y los hay quienes incluso se casan. Quizá porque el amor
poético ha muerto por falta de credibilidad. Pero nada pasa, Tomasa; con este
tipo de amor, toda pareja es aceptada: bisexuales, homosexuales, lesbianas...
Da lo mismo. Y hasta acaba siendo verdad eso de que el amor no tiene edad. Y en
realidad no la tiene, sólo se trata de la pasta. Un precio lo suficiente
elevado hace trizas toda clase de poesías.
¡Bienvenido a ese tipo
de amor! Al carajo las preocupaciones, es sólo una cuestión práctica. ¿Quién
decía que el amor es complicado? Dime lo que cobra tu pareja y yo te diré si te
quiere. Quizás de aquí las parejas liberales: tríos, orgías, bisexuales... Hoy día
todo es admitido. Imaginen a cuatro compartiendo piso, que al final terminan…
pues eso... follando. Algo que demuestra que el amor y el sexo no son de
diferentes galaxias.
Todo esto nos ha
enseñado, sin quizá pretenderlo, la anónima dependencia; esa necesidad de
encontrar a alguien conocido o no, para poder pagar el piso a medias. 'Dependencia
para poder lograr independencia'. Pero ni independizándote logras independencia.
Mira yo, por lo menos a mis padres les podría pedir algún favor de vez en
cuando.
Mi esperanza actual es un hombre. Y mi vía de escape... una mujer: Eva, mi
antigua colega de la universidad, con la que aún conservo buena amistad, a la
que se lo cuento todo, pues es lo suficiente lejana a mi pandilla como para
poder conversar, sin tener que imaginar luego a todo bicho viviente que me
conoce chismorreando de mí. Hablar con ella es como escribir un diario, con la
casi seguridad de que nadie lo va a leer. Y digo ‘casi’, porque ya no me fío ni
de mí.
Una mañana de sábado,
después de haber salido Javi o José o como coño se llame, sonó el teléfono. Era
Eva. Puedo hablar tranquila.
— Hola, Evita guapa.
Todo bien. Seguro. ¿Cómo te va a ti? Me gustaría matar a mi compañero de piso,
pero necesito su dinero.
— Ya -sonríe-. ¿Pero
es que no te lo has tirado todavía?
— No me hagas vomitar.
¿Sigues tú yendo al taller de Literatura?
— Sí, pero últimamente
todo lo que escribo me parece una mierda.
— De todas formas, si escribes
alguna vez algo bueno, se te reconocerá cuando ya estés en el hoyo.
— Gracias por tus
ánimos.
— Es que eso ha pasado
muchas veces.
— Ya… ¿Has llamado a
ese tío?
Ese tío es mi esperanza. Ahora mi esperanza está volcada en un tío que parece
valer la pena, que me cae bien. Trabaja como funcionario, lo cual es digno de
admiración, pues yo, a nuestras edades, me habría suicidado si fuese
funcionarias. En sus ratos libres trabaja como canguro. Es algo así como un
mito en su barrio. He salido con él dos veces. Y dos veces son dos veces, no es
una frase hecha. Porque la tercera está costando. Por aquello de esperar a que
me llame él, porque esta vez le toca a él.
— No, no lo he llamado. Hace diez días que no sé nada de él.
— Entonces no tendrás
tanto interés como dices.
— Sí tengo interés,
pero también tengo orgullo.
— Bueno, que te cuelgo,
que aquí no me dejan hablar tranquila. ¡Y llama a ese tío y fóllatelo ya!
¡Tienes que hacer algo, joder! ¡Muévete, coño…!
Miro mi teléfono con ganas tremendas de tirarlo al carajo, pero marco el número
del funcionario. Lo bueno es que con su horario sé si va a estar o no. Al
tercer tono se oye un clic. Un niño grita. Oigo una respiración en el
auricular.
Comentarios
— Ho… Hola…
— Hola.
— Soy Rosa.
— ¡Ah, hola, Rosa!
'¡Dios, que no ponga tanto énfasis al pronunciar mi nombre!', pienso.
— ¿Estás ocupado?
— Estoy en la casa de un vecino mío haciéndole un canguro. Esto un follón. Son gemelos y tienen seis años.
— Bueno, te llamo por si te apetece salir esta noche a algún sitio. Si quieres, vaya ¿A qué hora acabas?
Estoy a las puertas de un multicines. Tengo frío y piel de gallina. Creo que me he puesto demasiado rímel, y me he hecho una raya en una media, de esas que se ven desde lejos. No sé si vendérselo como un recurso estético, o decirle la verdad. Voy enterita de negro. Una quinceañera gótica de casi 40 tacos. Como mínimo es raro. Nunca tuve voluntad de cambiar de hábito con la ropa. Y él va a venir con vaqueros baratos y cualquier camisa. Si alguien nos ve, no diría que tenemos algo en común en lo del vestir. Pero ya se sabe lo que pasa con la gente...
Esa Rosita debería dormir en un ataúd, fumar dentro de un ataúd y follar dentro de un ataúd –Otra vez están ahí de nuevo.
El médico me dijo, no hace mucho, que con mi ritmo de cigarrillos al día era milagro que todavía no me hubiese dado un infarto. Teniendo en cuenta el estado de mis pulmones: tinta china.
¡Qué se joda! ¡Ella se lo ha buscado! -Y dale que te pego…
Ya viene mi funcionario. Las tías no paran de mirarnos antes de entrar al cine. A las tías les encanta comparar sus vidas con la tuya, y les basta y les sobra con ver cómo llevas el pelo o qué ropa te has puesto, y así se sienten felices. Esto no varía. Siempre ocurre lo mismo.
Por suerte, mi funcionario no parece ser así, y es justo eso lo que más me gusta de él: su visión poco definida de las cosas... Como si se conformase con hacer una buena acción al día. Y punto. Lo que para los yankys es un boy scout, que tan poco erotiza a la mayoría de las mujeres: la bondad no camuflada.
Y como nada en la vida es una sorpresa, efectivamente, mi funcionario llegó con vaqueros sucios, una camisa vulgar y sanas intenciones. Un beso en cada mejilla, su mano en mi brazo, apenas apretando. Y después, alzamos la vista hacia la cartelera. Ocho salas.
Mientras vemos la película, yo, cachonda, me siento el hombre, dudando sobre si debo tocársela a mis anchas, sobre cómo reaccionaría si se la cojo e incluso si se la acaricio. Porque él no parece excitado. No sabe que igual le estaría haciendo una buena paja, sin importarme nada la gente y él se dejase, por supuesto.
¡Es un putón verbenero, vaya si lo es! -No paran esas tías...
Igual se la chuparía. Hace tiempo que no se la chupo a un tío. Y tengo ganas ya de chupar una polla. Por eso se la mamaría a él.
Rosita necesita siempre un tío a su lado - ¡Y vosotras un pepino en el coño!
Si ahora llevase una falda, me bajaría las bragas, cogería su mano y le permitiría que jugase con mi clítoris.
¡Guarra! ¡Eso es lo que es, una guarra! -Ya hasta me hacen reír.
Quizá tire de su brazo a media película y me lo llevo a casa y me lo follo.
¡Ninfómana! ¡Eso es lo que es, una ninfómana! - ¡Y ustedes unas mal folladas!
Pero yo no soy él, soy yo, y por eso lo que hago es seguir viendo la película.
Pasa que al final la película termina. El funcionario me acompaña hasta el portal de mi bloque. Me da un beso en la boca, con cero pasión. ¡Algo es algo! Pero el tío se larga y me deja más caliente todavía. Y lo que quisiera es follármelo sin parar...
¡Puta! ¡Eso es lo que es, una puta! – ¡Y vosotras unas alcahuetas reprimidas!
…¡me gusta, me gusta y me gusta, ea! Aun su romanticismo patológico.
¡Zorra! ¡Eso es lo que es, una zorra! –Mejor zorra que siempre a dos velas.
Lo que me dijo el médico es que un día podía sentir un fuerte dolor, bajando por el brazo izquierdo, como un colapso. Es una posibilidad. Si te pasa, me dijo, tienes que tener a alguien cerca. Con un infarto no puedes echarle ovarios y coger tu coche e irte al hospital. O eso, me dijo, o dejas el tabaco. Pasa que mi funcionario lleva tres días sin llamarme. ¡Coño ya, ¿no puede llamarme?! Así no voy a adelantar nada.
Cada vez me gusta más el tabaco. Puedo pasar sin sexo, sin amigos, sin calefacción, sin comer, pero que no me quiten el tabaco. Hay que tener siempre reserva en casa y no esperar a que se te acabe porque nunca sabes si tienes una máquina a mano. Es para mí tan relajante que hasta mataría, como los que se suicidan por amor. El enamoramiento y el tabaco consumen, y yo tengo las dos enfermedades. Da igual si la cuestión es física o química, porque yo siempre tengo mono de los peores vicios, o los mejores, según se mire...
Así que una vez más he vuelto a llamarle yo, y hemos quedado. No puedo evitar preguntarle por qué no me llama. El bar está lleno de la gente que sale a las seis del trabajo. Y aquí estamos los dos. Mi funcionario duda.
— No... sé... -dice-. Es... que… no se me dan... muy… bien... estas cosas…
— Pues la otra noche me besaste muy bien -intento animarle.
Sonríe, coge su vaso, bebe, la deja en el posavasos y vuelve a sonreír.
— Bueno, gracias. Pero creo que se me da mejor tratar con niños que con adultos. Me encanta ver sonreír a los niños.
Y regresa a su café. En circunstancias normales, su último comentario me hubiese repateado. Ese rollo de: 'me encanta ver sonreír a los niños'. Esto no es normal. Con él todo parece siempre escenas cándidas. Así que le digo que me gusta, que me llame cuando le salga de los huevos, que no me molestarán sus demoras, que me envíe mensajitos estúpidos, cada vez que él quiera. ¡Porque me gusta, joder! Quiero estar con él. ¡Y porque quiero follármelo de una puta vez, coño ya!
— Vale. Tomo nota -responde.
Y yo pienso: '¡qué lindo!'. Me dice que esta noche no puede salir, que está agotado, y todo lo que se dice cuando no se quiere hacer algo. No me lo tomo a mal porque esto habrá sido un mal trago para él. Su vaso tiembla mientras lo coge. Y aunque me lo follaría ahora mismo en el servicio del bar, merece un descanso.
Por las noches en casa me siento serena, en relación a la cuestión de mi funcionario. Veo futuro con él. Sólo le falta abrirse. Fumo tapada con una manta, mientras veo las luces de los coches que circulan por la calle proyectarse en el techo, entrando y haciéndose fuerte hasta que se van. Salta mi móvil sobre la mesilla. Me acomodo en la cama. Lo cojo. Es Eva. Me dice que es importante que ponga la tele. Me levanto y me voy al salón. '¿Qué canal?', le digo al móvil. Eva me habla atropelladamente. Javi o José o como puta leche se llame el tío, sigue dormido en el sofá. Tengo que sacar el mando de debajo de su… Pongo la tele. En la pantalla salen fotos en blanco y negro, sólo caras. '¿Lo estás viendo?', me dice Eva. Le voy a contestar cuando veo que una de las caras que desfila por la pantalla es la del funcionario. ¡Mi funcionario! Le grito al móvil. Qué es lo que pasa. En el informativo han pasado a otra cosa y no me he enterado de nada. Y Eva me dice:
— ¡La policía han desmantelado una red de pornografía infantil!
— ¿Quééééé...?
— ¡Han registrado veinte casas en la ciudad!
Eso me dice Eva. Veinte casas, incluyendo la casa del funcionario. Quizás sí que hay sorpresas en la vida. Lo malo de esto es que nunca acabas de probar tu inocencia, en el caso de ser inocente. Si eres una vez pederasta, lo eres siempre, aunque se lo hayan inventado. 'Se me da mejor tratar con niños que con gente adulta'. Esto me dijo el muy cabrón e hijo de puta.
Además de zorra, es pederasta, un desecho - ¡Iros ya a la puta mierda!
Me hago ovillo en el suelo, rezando para que el asunto no me salpique. Rezando y cagándome en to lo que se menea. Y las vecindonas...
Ella es la que lleva el tema de los niños, él es un pringao -Me sulfuro, pero me callo.
Cuelgo sin un adiós a Eva. Una acusación de crimen sería un oasis en el desierto en comparación con esto. Si mi nombre sale a relucir, seguro que la poli viene a hablar conmigo; tartamudearé, dudaré, no sabré qué decirles, la calma no mantendré. Me auto inculparé con declaraciones tontas. Te hacen millones de preguntas, y tú sólo puedes responder: 'yo no sé nada de esto'.
¡Qué la detengan y se pudra en la trena! - ¡Sois unas hijas de putas!
Cojo un pitillo y me lo fumo en un pispás. Borro del móvil el número del asqueroso funcionario, aunque no sirva de nada. Podría bloquear todas sus llamadas, pero no sé hacer eso. Hasta ahora mi mayor preocupación era el puto tabaco, pero en este momento es un alivio que me quitase de en medio. Me gustaría ser como la gente que no tiene problema para elegir un bando, aunque no sepa la verdad, aunque no esté cerca de saberla.
Mi compañero de piso se despierta. Me ve muy nerviosa.
— ¿Qué te pasa? -me pregunta.
Me vuelvo hacia él.
— Oye -le miro a los ojos y le pregunto-. ¡¿Tú cómo coño te llamas?!
— David.
— ¡¿David?!
— Sí, David.
“¡Hostia David! ¡Hay que joderse! David no lleva J”, pienso.
¡Pues mira, fetichista David sin J, desde ahora mismo, y para siempre, métete tus guarras manos en tus huevos y no vuelvas a tocar mis bragas! ¡¿Entendido?!
Me ha sorprendido el final; no me esperaba que el funcionario fuera un pederasta.
😁
Ese escrito, que lo titulé "Loca por mi funcionario", lo hice hace casi dos décadas, de ahí que no me ajustase a un comunicado de la RAE en cuanto a SOLO, que, por otro lado, a veces sigo el viejo procedimiento, y no yo sólo, pues leo de escritores afamados que no prestan atención a esa nueva regla. Es esta que sigue:
Solo no se acentúa. Desde la publicación de la Ortografía de la lengua española de 2010 es indiferente si se trata de un adverbio o de un adjetivo. Existía una antigua regla de acentuación por la que se podía utilizar la tilde diacrítica para evitar posibles ambigüedades.
También he de aclarar que mucha parte del texto de dicho escrito está plagada de tacos malsonantes, pero si los suprimo o los sustituyo por sinónimos, llamémosles "decentes", perdería un cierto salero. Es por ello que, para su confección, en su día usé la jerga de la calle, ubicada, en este caso, en el barrio de Triana de la capital andaluza, Sevilla.
Gracias, Nacho, por leerme y por tus opiniones
Fíjate la imagen que escogí de Internet; una treintona atractiva, pero con una expresión de desahogada, descarada, resuelta...