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Mujer soltera blanca busca Betareaders

(Debido a la extensión del mensaje me he visto obligada a dividirlo en dos. Esta es la primera parte, confío en que el sistema me permita postear la segunda parte después...)

 

Mujer soltera blanca busca Betareaders (I)

 

Fin. Sí. He escrito, por fin, la palabra F I N (en mayúsculas y separadas las letras por espacios, que es como lo he visto hacer en muchas novelas) al final del texto. He cruzado el Rubicón. Alea iacta est. He concluido la escritura de mi primera novela. Sí. Esta vez va en serio. Se van a enterar de lo que yo valgo.

Tras mucho tiempo de arduo trabajo soy capaz de contemplar el día en el que podré dar mi primera novela por concluida (aunque haya escrito F I N, aún debo corregir todo el texto de arriba a abajo). Casi puede decirse que lo he conseguido. En realidad está escrita ya. No quedan capítulos por reescribir, ni elipsis por rellenar, ni pasajes que reformular. Está todo encadenado, todo sucintamente amarrado, y el engendro, de momento, se mantiene en pie y muestra un aspecto saludable y prometedor. Sólo queda depurar, suavizar, barnizar, garantizar la armonía sintáctica, borrar asperezas y acentuar los puntos de giro. En la fase de corrección, que realizo de principio a F I N, reviso la ortografía, depuro el estilo, concilio el vocabulario y, en definitiva, realizo el trabajo cosmético. No entiendo a los autores que confiesan que no les gusta corregir sus propias obras. A mí es la parte del proceso de escritura que me resulta más gratificante y llevadera. Creo que la mejor forma de explicarlo es mediante un símil cinematográfico. Enfrentarse al folio en blanco y erigir toda una novela, con sus múltiples capas y subcapas narrativas, supone un esfuerzo colosal equiparable al de rodar una película. Para hacerlo hay que reescribir, reformular y adaptar el guión un millón de veces antes de darlo por aceptado, conseguir financiación, buscar localizaciones, contratar personal, contratar a una empresa de efectos especiales, a otra de catering, a otra de luminotecnia, a otra de vestuario, a un estudio de grabación, a los actores, a un compositor, a una orquesta y, por fin, cuando se dispone de todos estos elementos y muchos otros limítrofes, empezar a rodar la película, que a lo mejor se desarrolla en Alaska y trata sobre la caza de un oso, y resulta que el director artístico considera que un oso generado por computadora quedaría falso y artificioso, y hay que esperar tres días apostado en la nieve con las manos ateridas por el frío hasta que el puto oso sale de la cueva con tal mala suerte que el actor tropieza y arruina la escena, y hay que comenzar de nuevo, y al final toca reescribir el guión otra vez para suprimir la escena, y hay que coordinar todo con el equipo técnico que se queja de que les pagan poco y están dos días de huelga en los que el oso sale y entra de la cueva mil veces, y hay preocuparse de que haya buen ambiente en el set, y consolar las neuras del protagonista que no desea ser encasillado y, en definitiva, pasar mil penurias antes de acabar con el proceso. Tras todo este sobresfuerzo el director puede, por fin, terminar el trabajo en un ambiente mucho más cómodo y amigable, coger todas las cintas, encerrarse en la sala de edición y montar la película, darle el tono narrativo, apreciarla en su conjunto y no fragmentada, disfrutar de su cadencia y ajustar sus reverberaciones. En cierto modo el verdadero trabajo artístico se realiza al final, en la postproducción, en cine, o al corregir, en narrativa. Todo lo anterior es más bien un proceso de albañilería literaria (o cinematográfica).

El mío es un libro largo, posiblemente muy largo, descomunal, pesado, plúmbeo. Su longitud es de casi 1000 páginas (tamaño A5). A veces me atormenta recordar que en una ocasión le leí a Umbral que uno de los errores más comunes de los escritores noveles es querer contarlo todo en el primer libro. No he sabido atender a su consejo y me preocupa haber sido víctima de un exceso de ambición. Todo este tiempo he sentido que a la novela le faltaba material, carne, que era necesario meter más leña en el asador antes de poder dar la obra por finalizada. Haber amputado a mi creación sólo me hubiera provocado una crisis de conciencia y hubiera dado como resultado a un vástago mutilado, una deformidad. No importa. No voy a ganar millones como J.K. Rowling ni entraré en el panteón de los grandes de las letras españolas. Esto no es, ni será, un bestseller. Eso no va a ocurrir y no me importa. Siento que he escrito casi exactamente el libro que me hubiera gustado leer y que consideraba que era necesario escribir. Por ello creo que puedo permitirme una pequeña dosis de orgullo & satisfacción ante la misión cumplida.

Tengo ya corregida la primera mitad del libro, unas 500 páginas, aunque es posible que cuando este texto sea leído haya avanzado más o incluso concluido. Tampoco importa. Tendré que darle varios repasos al conjunto para eliminar cualquier error ortográfico que vaya quedando. Intento trabajar con sistema, regularidad, orden y rutina porque creo que es la única manera de progresar. Lo relevante de todo este exordio es que ya cuento con un texto que es, a efectos prácticos, legible.

La singladura de publicar promete demostrarse frustrante y extenuante a partes iguales. Durante todo este tiempo he evitado pensar mucho en ello porque hacerlo no es sino una forma de distraerse, pero conforme más se acerca el día final, el día de acabar al 100%, el día de los rayos equis, más tengo claro que, poco a poco, debo empezar a moverme y estudiar el nuevo campo de batalla. Me consta que, hoy en día, existen muchas posibilidades: moverlo por concursos de novela, buscarse uno de esos chiringuitos de autopublicación, realizar un maquetación digital y prescindir del papel, buscar una imprenta bajo demanda, probar con editoriales alternativas o sospechosas… A la sazón de esta zozobra espiritual he ido tomando preparativos como el de registrar la obra en el registro de propiedad intelectual (tendré que hacerlo una segunda vez cuando cuente con una versión final), ir preparando buenos textos para un blog que me sirva de cara a la promoción, contactar con gente del mundo editorial que pueda orientarme en mi inexperiencia, leer en la red de redes las vicisitudes que han tenido que afrontar otros escritores, informarme sobre los peligros de publicar a cualquier precio, etcétera. No puedo saber lo que ocurrirá ya que no tengo capacidad adivinatoria.







Comentarios

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    Mujer soltera blanca busca Betareaders (II)

     

    Lo que sí puedo distinguir con claridad es que se acerca, o ha llegado, el momento de empezar a mostrar mi trabajo a personas que puedan ofrecerme sus primeras impresiones. En la jerigonza ciberliteraria se conoce a estas personas como betareaders, término que no me gusta por ser excesivamente angloidealizante y por el mal uso que se hace del prefijo beta-. Encontrar betareaders no es una tarea fácil, máxime cuando se trata de un libro largo. En primer lugar deben descartarse a amigos y familiares, ya que difícilmente podrán ser objetivos y ecuánimes. Además, en mi caso, he de confesar que la mayor parte de mis allegados no leen nunca nada. Lo que necesito, claramente, es a gente que sea lectora habitual y que no le tenga miedo a un libro extenso. No me vale con cualquier lector. Alguien que lea mucho pero sólo lea libros de fantasía, de dragones & mazmorras, o de autoayuda no sería capaz de soportar la lectura del mío, ni de empatizar con él, ni de aportar una opinión que a la postre me resulte útil. Debe tratarse de alguien, por lo tanto, a quien no le irriten las distintas temáticas y géneros que se encuentran presentes en mi ladrillo.

    Sospecho que este es el momento exacto de dejar de contar cosas de mi libro y pasar contar cosas sobre mi libro. Cada vez que me solicitan que describa o defina el libro me invade una sensación de consternación ya que si pudiera decir en única frase todo sobre lo que me explayo en él, no hubiera sentido la necesidad de escribirlo. Cada vez respondo de una manera diferente dependiente de mi estado ánimo. Lógicamente escribir una novela extensa presenta la ventaja sobre el libro más cortito de poder practicar dentro de él distintos géneros y temáticas. Así las cosas, creo que se puede decir que se trata de una novela de narrativa contemporánea. En él hay intriga, política, ensayística, sexo, denuncia, humorismo, algunos detalles de experimentación postmo, lírica, sociología, psicologismo, filosofía, criminalística, recreación distópica, drama y en definitiva, una serie de elementos armonizados bajo el molde de la prosa. Se narra la historia de un hombre enfrentado a una adversidad que le sobrepasa y que acaba convirtiéndole en otra persona. Esta catábasis, o ascensión al Gólgota, se desarrolla a través de una narración en primera persona que, a lo largo de las páginas, pretende sumir al lector en un viaje al centro del centro de una obsesión y sufrir, junto al protagonista, la misma metástasis espiritual que él.

    Por si todo esto fuera poco, me veo impelida a hacer una última advertencia. Se trata de una novela políticamente muy incorrecta. Bastante más incorrecta que las novelas políticamente incorrectas al uso. En algunos sentidos es un ejercicio de plusultrismo político-incorrectista, un escandaliza-abuelas, un rompecráneos. Lectores con la piel muy fina, que no estén acostumbrados a la transgresión, el gamberreo y el terrorismo incruento, no podrán jamás ni acabar de leer ni terminar de valorar esta novela. Una condición casi sine qua non para los posibles betareaders es que estos se sientan cómodos (o, al menos, no excesivamente molestos) ante la presencia de anatemas, samizdat, tabús, herejías e inocencias pisoteadas.

    Es de mal nacida ser una desagradecida. Deseo evitar ser desconsiderada. Me consta que lo que pido no es poca cosa. Sólo para leer la novela a la mayor parte de personas le exigiré semanas, quizá meses, de su tiempo. No conforme con eso, después esperaré de ellos que escriban sobre lo leído algo original, creativo y que, como creadora, me resulte útil, lo cual tampoco es tarea fácil. Empero, también me consta que posiblemente yo no sea la única persona en esta situación y que con toda probabilidad habrá en internet autores y escritores con las mismas necesidades que yo. No escribo este mensaje tanto para solicitar como para ofrecer. No me parece honesto pedirle a alguien que se lea mi murga sin estar yo dispuesta a leerme la suya. Espero que no se considere arrogante si alego que, posiblemente, yo pudiera ser una buena betareader. Así lo intuyo y, en lo que respecta a ese particular, creo no me equivoco. Todo esto no quiere decir que esté dispuesta a tragarme cualquier cosa. Mi tiempo, por desgracia, también es muy limitado y además creo que yo podría serle de escasa ayuda a autores que practiquen géneros que yo habitualmente rechace (como son los géneros de fantasía, el teatro o la poesía). Estoy dispuesta a devolver el favor a aquel que esté dispuesto a ser mi betareader, o confesor literario porque creo que eso es lo justo, pero lo cierto es que lo que busco, en principio, es a un tipo de betareader muy, muy específico.

    Cualquier incauto que desee echarme una mano sólo debe responder a este mensaje contándome dos cosas: a) qué razones concretas y sinceras tiene para querer leer esta novela y b) qué va a pedirme a cambio del favor. Si noto que hay cierta sintonía intelectual y que la colaboración puede ser provechosa, me sentiré muy afortunada.





  • mensaje privado enviado
  • No me ha llegado nada, villakarriedo.
  • deberías tener un correo mío. Arriba, bajo tu nick. En el sobrecito
  • Lo siento, pero no ha llegado nada.
  • Vale, ya. Estaba un poco escondido. Te acabo de enviar un email.
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