Eran las once de la noche y Andeka salió de casa a comprar una cajetilla de tabaco. Acababa de cenar y se dio cuenta de que sólo le quedaba el cigarrillo que tenía entre los dedos. No era probable que se fumara ninguno más en toda la noche, pero el problema era el que vendría después del desayuno de la mañana siguiente. Ése, no se lo perdonaba su adicción a la nicotina.
Aguardando al ascensor en el rellano de la escalera, incómodo por el incordio de salir a semejantes horas por tabaco, reconoció que era un desastre, un pequeño gran desastre. “Si no fuera tan despistado, ahora, con las ganas que tengo de terminar el libro, no me hallaría buscando desesperadamente mi dosis de humo”. Despistado y desmemoriado. Ya era la segunda vez que leía aquel libro y no recordaba el final. Sin embargo, desde que leyó por casualidad una cita de Nietzsche –“La ventaja de tener mala memoria consiste en que se goza muchas veces con las mismas cosas”–, lejos de incomodarle su mala memoria, se sentía orgulloso de su falta de atención, y eso es lo que se disponía a hacer en casa: gozar. “¡Maldito tabaco!”
En la esquina de enfrente de su calle vio un pub irlandés que le sacaría del apuro.
De un tiempo a esta parte, despidiendo el pasado siglo, se había puesto de moda abrir pubs irlandeses (los que se llamaban antes pubs no eran sino discobares, originales, pero discobares) y, como churros, habían aparecido, uno aquí y otro allá, haciendo competencia a las cafeterías, bares y degustaciones. Andeka siempre elegía un sitio agradable y tranquilo para tomarse una cerveza o un café, justo lo que le ofrecían los pubs. Era raro que la media de los asiduos a la hora del café sobrepasara los cuarenta años, hecho que, aparte de ser muy importante, no ocurre en las cafeterías, bares o degustaciones. Andeka se sentía a gusto entre gente de su edad.
Y una cosa muy importante: la música. En ningún sitio cuidan tanto la música como en estos pubs. A la hora en que los suele frecuentar (sábados y domingos a la media tarde), se escucha, tapando las conversaciones de las mesas de al lado, un hilillo que no molesta ni le zumban a uno los oídos, sobrecargando el ambiente. Andeka tenía comprobado que en aquellos sitios donde la música suena excesivamente alta, no se habla, se grita. Se esfuerza tanto la voz que no te das cuenta de que estás chillando. ¿Cuántas veces Andeka habrá llegado a casa ronco por ello después de alternar durante media noche los discobares de ambiente? Por ello y por la mezcla del alcohol y la nicotina en la garganta, todo hay que decirlo.
Ya en el pub localizó la máquina de tabaco a la entrada ante la doble puerta. Una de las puertas se abrió y salieron del local unas ligeras notas, un susurro melodioso. Sonaba blues. Van Morrison. “Moondance.” Su voz era inconfundible. Un hombre con una gabardina gris casi tropieza con él. Andeka se sonrió porque, a pesar de ser abril, época de lluvias como bien dice el refrán, hacía un mes que no llovía, treinta y dos días para ser exactos, y era el corrillo en las tertulias radiofónicas y callejeras. Algún arriesgado locutor o locutora se atrevía a vaticinar que si en otros tantos días no llovía se implantarían las restricciones de agua de hace quince años, en que a partir de las seis de la tarde cortaban el grifo hasta la madrugada del día siguiente. Andeka no quería ser tan alarmista, pero sabía que era peor el remedio que la enfermedad: la gente hacía tal acopio de agua innecesaria que se aprovisionaba de litros para dos días y al final la mitad iba por el desagüe, con lo que el ahorro se convertía en inútil despilfarro. Había gente que se duchaba hasta dos veces, una por la mañana y otra por la tarde, debido a la angustia del corte de agua y por un prurito de limpieza cohibida. Eso parece ser que a las lumbreras del Consorcio de Aguas se la traía por debajo del sobaco: manteniendo el estricto y riguroso corte de doce horas se sentían satisfechos.
Decidió, con el paquete de tabaco en la mano, entrar a tomar una cerveza con el pretexto de escuchar cómo terminaba la canción, si bien se la conocía de sobra. Al día siguiente no madrugaba, aunque le gustara –más por obligación que por otra cosa–, dedicar la mañana del sábado a hacer las engorrosas labores de casa y las compras de la semana en el supermercado.
Era la primera vez que entraba en este pub debido a que apenas llevaría dos meses funcionando y porque para las tertulias con sus amistades frecuentaba el mismo pub, el primero que se inauguró en el pueblo, por lo que no sabía qué se encontraría dentro. Si todo era como el excéntrico personaje que acababa de salir el local prometía.
Le pidió al camarero una cerveza que no fuera Guinnes, que la eligiera él. Paradójicamente, la Guinnes le parecía demasiado amarga, teniendo en cuenta que la mayoría de los pubs son franquicias de la mencionada marca de cerveza, y mientras se la servía echó una mirada a la barra, sin encontrar nada anómalo en los tres clientes que se apoyaban en ella, una pareja de enamorados y un joven solitario que le miró por haberle interrumpido la charla con el camarero, comprobando que era un local bastante amplio con profusión de cuadros en las paredes, al igual que en los restantes pubs que conocía.
Cuando tuvo la cerveza en las manos había acabado la canción; empezó a sonar “The End” de los Doors, la voz inigualable de Jim Morrison envolvió las paredes, y pensó que el camarero, meticuloso, seguiría un orden por vocalistas, o quizá sería mera coincidencia.
El hombre de la gabardina gris volvió a entrar y le preguntó al camarero si le había retirado el paraguas de la barra. Ante la negativa del barman, se marchó cabizbajo y pensando dónde se habría dejado el paraguas. La situación le hizo gracia a Andeka: tantos días sin llover y el de la gabardina buscando su paraguas. Pensó que sería una apuesta que habría hecho con algún amigo. Andeka recordó que en su época de estudiante de instituto le apostó a otro de la clase de al lado que no era capaz de ir desnudo a un bar y tomarse una cerveza y un pincho de tortilla y decirle al camarero, a la hora de pagar, que no llevaba dinero encima. Sorprendentemente al camarero del bar no le quedó más remedio que invitarle, y tuvieron que rendir cuentas ante la policía municipal, Andeka por inductor y el amigo por escándalo público, desacato y resistencia a la autoridad y por estar indocumentado. “¿Por qué lo del hombre gris no podía ser otra apuesta?”
Al camarero no le apetecía hablar con Andeka, le daba coba al joven, que seguro metía más horas que en su casa, por lo que mientras escuchaba las últimas voces de Jim Morrison, y esperando que no siguiera con la «eme», buscó con intuición los servicios, no porque tuviera intención de utilizarlos, sino porque una vez que entraba en un local nunca salía sin verlo entero, y con la excusa de ir al baño veía de paso todo el pub, pues casi siempre los aseos se ubican al fondo.
Le agradaban los establecimientos que tienen los baños en el subsuelo, resulta mejor para el medio ambiente del local, y este así los tenía, en un lateral de una amplia sala fuera del alcance de la barra, junto a un pequeño habitáculo que hacía la veces de cabina para el teléfono, al lado de una puerta en la que colgaba un rótulo de “Privado”. Sólo había una mesa vacía y, un poco antes de las escaleras, estaba arrinconado un piano bajo un cartel anunciando una función de jazz para mañana.
Salió del aseo y oyó unas risas que provenían de una mesa junto al piano. Eran cuatro chicas que se divertían entre risas cómplices. Pero no eran las risas lo que le llamó la atención sino las miradas que descansaban descaradamente en él haciendo diana perfecta, como en la que jugaban un par de jóvenes al fondo del pub. No le dio importancia; si no sabía de qué se reían, por qué iba a preocuparse. Fue a la barra y pegó un largo sorbo a la cerveza. La «eme» otra vez. Ahora Bob Marley and the Wailers. Buffalo Soldier. Sin duda tenían archivados los cedés alfabéticamente y el camarero les amenizaba con un “ememonográfico”.
Ensimismado con la música y con la cerveza, que saboreaba sorbo a sorbo, no vio cómo se levantaban las cuatro risueñas chicas sentadas junto al piano por estar dándoles la espalda. Oyó un cuchicheo cuando estaban a su altura, se giró, y las vio reírse ostensiblemente, observando que una de ellas inclinaba la vista al suelo. Sin cesar en las risas salieron del pub, y Andeka, perplejo, miró al suelo queriendo encontrar el sentido de esas risas. En seguida identificó cuál había sido el motivo de tanta risa. Pagó la consumición y salió del local. Miró a ambos lado de la desierta calle, mejor que no transitara nadie; la cruzó, y una vez dentro del portal, aguardando al ascensor, reconoció que era un desastre, un pequeño gran desastre, y se preguntó, mirándose los pies, por qué sería tan despistado.
Comentarios
Hubiera sido estupendo que, además de salir descalzo de casa, se hubiera olvidado de comprar el tabaco
Me sigue pasando que el autor se deja ver demasiado a través del narrador. Aunque en este cuento el tono no es tan condescendiente con el protagonista (no le manejas como un muñeco de trapo pintoresco), el narrador opina demasiado, juzga demasiado. Debería dejarnos ver de forma más desnuda lo que está pasando.
Como en el anterior cuento, echo en falta que nos describas lo que es noticia, sólo lo que tiene significado y nada más. Ya sabemos que hay muchos pub irlandeses, ya sabemos que sirven Guiness... Date cuenta que en tu descripción se cuelan frases largas como la de profusión de cuadros por las paredes al igual que en muchos locales. .
Si no tienen nada de especial esos cuadros y si eso pasa en muchos locales, para qué dedicas una frase a describir algo tan poco significativo. Usar la palabra "profusión" no logrará que sea más literario.
Si el protagonista siente agrado por los baños subterráneos que sea porque eso le describa de alguna forma, porque le gusta el olor a húmedo, porque le excita sexualmente, porque le gusta poner zancadillas a los borrachos que le han mirado mal al llegar... no sólo por colar una observación que al final no sirve a la trama, que le deja tan desconocido como antes.
Creo que deberías hacer un esfuerzo por desprenderte de ese halo "literario" demasiado intelectualizado y empatizar de verdad con tus perdonajes, dejarnos ver algo más genuino en tu firma de ver las cosas.
La crítica que te dedico es dura porque veo que no eres torpe ni inculto.
El despiste casa muy bien con el tipo de personaje.
Nó sé si es un defecto o una virtud, pero compartimos el gusto por la buena música (Morrison), y me gusta, como a tí, meterla en las historias, lo que ocurre es que no siempre coincide nuestra música personal, con la que escucha el lector, aunque lo has relacionado bien con la excusa del Pub (me ha parecido un acierto)
Lo más importante es que me han dado más ganas de leer cosas tuyas, desde que tenga tiempo pillo algo.
Hasta pronto.