Cuando cae la tarde, en la franja violácea que separa el día de la noche y el silencio envuelve todas las cosas, salvo la clara certeza de que ya no te tengo…entonces mis pensamientos se agitan con algo muy parecido al desconcierto. Y como siempre, sigo levantándome a la misma hora, haciendo lo que suelo hacer siempre, porque soy una mujer sosegada, menos cuando te pienso.
No siempre fue así, donde ahora hay costumbre, antes hubo esplendor. Recuerdo aquellos no tan lejanos días gloriosos, cuando nuestras miradas apuntaban hacia el mismo esperanzador horizonte situado en el eje de aquel presente ya pasado, y con idéntica pasión gozábamos de casi todo, de las cosas grandes, de las cosas chicas; si ahora desfilaran de nuevo ante nuestros ojos pasarían desapercibidas, sombras veladas de lo que fueron. Quizás yo misma también sea una parodia, mueca de una pasión, ya pálpito inútil.
Mis amigas insisten en que tengo que salir, así, de modo imperativo. Como las quiero mucho accedo a sus cariñosas exigencias y me disfrazo de otra mujer casi guapa, casi alegre, casi viva.
En la fiesta, hago como si nada me afectara: respiro, sonrío cuando escucho a la concejala de festejos subir taconeando la tarima, y decir…no sé qué dice, lo de todos los años, supongo. La gente aplaude. Miro al músico soplador de micrófonos, probando, probando, un, dos, un, dos, tres. Levanto los brazos y coreo al grupo “Tekila” y su eterno Rock and Roll en la plaza del pueblo.
Miro a un hombre tan enano que roza el suelo, el mismo que me dijo tantas veces...¡bueno, ya qué importa lo que dijera! Lo conozco bien, más aún cuando niega, o reniega. Sujeta por la cintura a la bonita muchacha que tiene al lado, la mira como solía mirarme, del mismo modo y manera.
Exclamo ¡ohhh! y ¡ahhh! haciendo eco a todo el mundo cuando los fuegos artificiales encienden el cielo y el mar de colores brillantes tan ajenos al hueco gris que siento dentro. Huele a pólvora. Murmura algo a su oído, ella ríe, ríe…y aunque su risa no se escucha con el barullo, veo su cabeza inclinada hacia atrás, la curva perfecta de su cuello y los ojos iluminados de él cuando la admira. Se enciende el cielo de nuevo, encuadra a la pareja que forman una sola figura ahora. Ya no escucho nada... ni los petardos, ni el parloteo, ni la bulla del gentío, ni a mi amiga con un ¡será cabrón!, ni a la otra con un ¡anda, vámonos de aquí!
Ahora hay un silencio espeso que envuelve todas las cosas.
Comentarios
Este silencio es como un clamor donde se añora lo perdido, lo que pudo haber sido y ya no es.
Me gusta la utilización del silencio como metáfora del desinterés de la protagonista por lo que le rodea. Tiene un deje amargo pero no hay mal que cien años dure y podemos confiar en que la protagonista volverá a abrirse al mundo y volverá a escuchar sus sonidos.
Pero me ha gustado, he disfrutado y he comprendido muy bien todo cuando tus amigas te arrastran al concierto. Creo que ahí tu texto cobra vida. Pareciera como si te hubieras desprendido del lastre del virtuosismo y echara a volar.
Noto una evolución, Suina. Enhorabuena .
Gracias Dino, sí, se trata de una descepción, o engaño...no tiene que ser autobiográfico ¿eh? o sí, a saber...
Saludos