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La primera rola

jimbodosjimbodos Pedro Abad s.XII
editado abril 2016 en Narrativa
Esta es la primera rola de mi segunda novela en construcción: El Blues de Juan Bautista y otras rolas.

El Triste
Un muchacho al que le prometen el mundo
y le dan nada, eso es el Blues.
Otis Rush


Sé que no vendrán los putos.

Las niñas del primer grado creen estar enamoradas de mí, y creo que a algunas del segundo año les parezco, no sé… ¿interesante? ¿Simpático? Al menos, Rosa y sus amigas siempre me están observando cuando hacemos los “comandos” en la clase de educación física. Yo me enamoré de Victoria, todo el salón se enamoró de las piernas de Vicky (igualitas a las de mi hermana Magdalena) Espero que en la demostración de esta tarde en el patio de la escuela, sostenga apasionadamente sus lentes con ambas manos para manifestar el mismo alucinado interés que demuestra en la clase de contabilidad, con el profesor Pingüino.
Estoy en el segundo año de educación comercial, lo curso en la Escuela Comercial Treviño de Torreón. Para muchos la Treviño es la mejor escuela para formar secretarias y contadores en la ciudad. Por supuesto, es un colegio católico como toda institución educativa que se respeta. A mi madre, eso no le importa mucho, pero de cualquier forma me mandó a la peregrinación para estrenar el uniforme. Pobre Jefa, apenas ahora en diciembre logró liquidar el valor de esos trapos que ya no he vuelto a usar ¡Sea por Dios! Exclamó cuando le dije que el uniforme no era obligatorio. En ese momento había llegado de la fábrica de ropa, después de trabajar 14 horas seguidas… catorce horas… Vaya, cuánto le han de doler. Y cuanto le ha costado acostumbrarse -pero lo que gana su padrastro apenas si le alcanza para sus gastos, tiene tantos compromisos el pobrecito-, caritativamente trata de convencernos de los cuitas económicas por las que pasa el marido. Convencer a toda la familia que se completa irremisiblemente solo con mi hermana y una tía quedada es un gran mérito.

Me llamo Juan, tengo 14 años y encontré en Victoria a la mujer de mi vida. Ella es una casi quinceañera (quizás repitió un año en la primaria) menudita de grandes anteojos y pelo negrísimo hasta la cintura. La minifalda y la blusa entallada hacen su atuendo diario. Sabe presumir sus piernas de exhibición, sus pechos tímidos, y dentro de pocas horas presumirá lo pendejo que trae a todo el salón.
El director del colegio anunció solamente una posada para toda la escuela, porque el año anterior cuando cada grupo hizo su fiesta, fueron puras borracheras. -No queremos que sucedan otra vez los desfiguros de los alumnos en sus aulas como el año pasado. Sufrimos una vergüenza ante los padres de familia del primero A, solamente por unos cuantos-. Por supuesto, se refería a los “jefes”, a los Comandos del segundo A.
Los Jefes seremos el atractivo principal de la fiesta decembrina o “posada” de este año ¿Qué más da lo que sea? ¿A quién le importa? Ni siquiera a la mesa directiva del instituto que olvidó hacer los bolos. -Esos Jefes se dan con todo en los entrenamientos, la pelea del Carcaman contra el Triste emociona a los maestros tanto o más, como a Rosa y a las Jeidis- es el comentario más recurrente en estos días. Pero a mí no me interesa nadie, ni siquiera la novia de Rodrigo, que dicen esta enamorada de mí, pero anda con el Rodris por despecho ¡Vaya, esta rebuena la Yolanda! Pero no como la mamacita Victoria. Un día voy a tumbarle esos lentes gigantescos para convencerme de que sus ojos son tan bellos como lo es ella completita. Ojalá a la primera patada que me atice Saúl para demostrar quién es el mero chingón de los Jefes, ella me preste atención más de dos segundos. Así como lo hace en las clases de contabilidad. Entonces las cabriolas y los golpes con mi rival podré hacerlos concienzudamente, sin importarme ser el número uno del grupo. Creyendo solamente que la Vicky conoce por primera vez a un hombre de verdad, y olvide el parecido que me achacan en una puta combinación de Juan Gabriel con José José.

La demostración de los “mochos” del tercer año fue muy aplaudida. Además de no probar alcohol y ser muy altos saben encestar como profesionales. La presentación de los demás grupos en los bailables o en alguna disciplina deportiva fueron diarreicas y los Jefes no encerramos en el baño con el tocadiscos portátil. Cuando nos emborrachamos y fumamos como vejetes, nos gusta escuchar primero a José José y después el último disco de los Doors.
L A woman… Sunday afternoon… L A woman… L A woman ¡Yeah!
Rodris y el Cachihueco sacaron las “pachitas” del Presidente, mientras el Carcamán preparaba el “chicharrón”. Yo nunca le he puesto a la motita, pero ya nadie traía Raleigh o “marlboros”.
-Dale un toque, mi Triste… verás que buena pelea hacemos.
-Sabes que no me gusta, me dan agruras –Le contesto a Saúl el Carcamán, el pendejo desde el año pasado es el number one de los Jefes. Ya tiene 15 años y los demás somos de catorce (quizás el Carcamán repitió un año como Victoria, aunque no lo hicimos jefe por eso) Saúl ya es un hombre, cuando brincamos la barda de la zona de tolerancia, ubicada en la Maclovio al borde del río, es el único a atreverse a meter en el cuarto de alguna puta. Dice que lo ha hecho desde los once y por semana se echa un palo. Orgulloso porque no le encontró el chiste a la puñeta.
-Yo si quiero –interviene el Rodris, ensarneciendo su mirada.
-Sabía que te gustaba, pinche Rodrigo.
-¿Se la vas a partir al Triste?
-Nomás pa’que sepa quién es el “guan”.
-No mames güey… -Arrebato la botella al Loco, el camarada más apreciado de la banda, al menos por mí.
-Le sacas pinche Triste.
-Pinche, pinche, pinche… ya cállate tarado. Dile a tu tío que te enseñe a hablar ¡Cabrón! –El Rodris es sobrino del Director de la escuela (motivo de que las penas impuestas a los Jefes por nuestras violaciones a la buena moral no sean duras) y es también maestro de la clase de español.
-Pos aunque no quieras… te la voy a partir –Saúl abrazó a Rodrigo para sentenciarme.
-Nuestro número es el más chido, no hay que ponerle ni quitarle nada. El Profe me jodió, me vas a dar los golpes más duros de la exhibición… sabes bien que mi actuación es perfecta, de los 20 puntapiés que me atizas en ninguno te amarras la pata… nomás no me sueltes al momento de las maromas, cabrón.
-Ya veremos Triste… andas muy alzado… ya veremos.

El carcamán caminó al excusado para vomitar y le siguió el Rodris. Mientras el Loco y el Cachihueco sorbían los últimos tragos de su botella, yo enfilé con la otra pachita hasta donde estaba el Gringo, el último integrante de la banda. Apenas este curso había llegado de la Comercial Financiera donde hizo el primer año. El Gringo es de Alburquerque, pero casi siempre ha vivido en Torreón. El padre probablemente tenga otra mujer, puesto que nunca se encuentra en la ciudad. Aunque dice el pecoso, que su jefe es agente viajero, y en ocasiones viaja con él para conocer más lugares.
-Tómale Gringo –le ofrezco el brandy y su rostro lleno de pecas adquiere el color tímido de las rosas.
-Nou thanks… gracias… gracias. –Su nombre es John, es mi tocayo y es el chico más pudoroso del grupo.
-Ándale Juan, ya estás en edad.
-No me… gusta.
-Dijiste que querías ser de la banda, cabrón. Ya cumpliste los 14…
-No… todavía no.
-Como quieras… y dime que vas a hacer en las vacaciones.
-Nos vamos a ir a… Nuevo… a Nuevo México.
-A toda madre… siempre viajando… aunque, lástima no vas estar con nosotros el día último, celebrando el Año Nuevo y la “primera comunión” del Cachihueco –le dije al tomar el último trago de la anforita de Presidente.
Hubo después un silencio descomunal, pero alguien se asomó a los sanitarios para gritar.
- ¡Ya les toca a los de segundo A!

Comentarios

  • jimbodosjimbodos Pedro Abad s.XII
    editado abril 2016
    Sabía que no iban a llegar los putos.

    Después de la pachanga en la escuela y de la madriza que me propinó en la exhibición de los Comandos; el Carcamán y yo, pactamos una pelea de verdad para saber quién era más chingón para los putazos. El alcohol del brandy y de varias caguamas, soltaron despiadadamente mi lengua hasta declarármele a Victoria y desafiar al number one.

    -¡Te mando a la verga!
    -Chinga tu madre… pinche Rodris… vamos a vernos después de la fiesta en una de las esquinas del Palacio Federal. –En realidad no recordaba con certeza si me había citado con la Vicky en el edificio que se halla solamente a dos cuadras del colegio.
    -¡Puta! Pura mierda y orines hay allí –dijo el Cachihueco, tomando con firmeza de amo la cerveza.
    -No hay pedo, nos vamos a la plaza.
    -¡Ya aprendiste quién es el jefe, pendejo! –Intervino Saúl a la charla sin adivinar a quién se dirigía con sus pequeñísimos y aún más embriagados ojos.
    -Pura muleta cabrón, cuando se acabe el desmadre nos la partimos de verdad.
    -Quieres otra “madrina”… pos bueno… allá tú.
    -Yo no quiero ser jefe… pero vamos apostando.
    -Lo que quieras. –Por supuesto, el carcamán estaba convencido que me vencería como siempre pasaba en los festivales de la escuela.
    -El pedo es que… la apuesta es para todos ¿Le atoras, Rodris? –Rodrigo también creía que Saúl me volvería a vencer y acepto estúpidamente.
    -¡Va! –Grito abrazando a su ídolo para no caerse de la borrachera.
    -Yo también, pero lo hago por ti… sé que vas a ganar –el Loco ahora se colgaba de mi cuello, como la hacía Rodris con mi rival. El Cachihueco estaba adormilado y la opinión del Gringo no importaba para Saúl, afirmando que todos estaban de acuerdo. Después que terminará la rolita de Chicago sabrían de la apuesta, y me fui a sacar a bailar a Victoria. Por supuesto, ella acepto… aunque de no muy buena manera.

    Los únicos que bailábamos en el patio de la escuela éramos tres parejas; una de tercero, Rodrigo con Yolanda, y nosotros. Quizás por ser hard to say i’am sorry, la rolita de Chicago, eran pocas las parejas a las que no les importaba la crítica cachonda emanada en el casi anochecer del diciembre caluroso.
    -Entonces… que… al rato vamos a la plaza –Acerqué mis labios al oído de Victoria, haciendo inútil el intento por retirarse de mi aliento.
    -Al terminar la fiesta me tengo que ir –contesto dándome un leve pisotón para hacerme retirar.
    -¿Tienes miedo? –ignoré el piquete en dos dedos de mi pie derecho.
    -No me aprietes tanto… nos están viendo.
    -Ya se fueron todos los maestros, nomás esta el Pingüino que va cerrar la escuela y anda pedo… ¿Te gusta mucho su clase?
    -El borracho eres tú.
    -O te gusta el maestro –Recordé la pasión que mostraba en los “debe” y los “haber”.
    -Ya me voy… si quieres acompáñame a la salida.
    -Diez minutos… solo espérame 10 minutos en la plaza.
    -Estas loco.

    Además del Pingüino que se fue a dormir a la dirección, solo nos quedamos los alumnos del segundo A (Victoria y algunas de sus compinches eran las únicas ausentes). Me apresuré a dejar terminado el asunto con los Jefes. Al subir el tercer piso donde se encuentra nuestro salón me siguieron: Saúl, los Jefes y los demás que sabían de la pelea. Arrinconamos todas las bancas a las paredes y quedó el espacio suficiente para una pelea solamente de puños y puntapiés. Nada de candados, de vuelos, nada de la actuación, habíamos convenido.

    -¡Dale en su madre, Saúl! –Gritó Rodrigo al tiempo que se empinaba un vaso con cerveza y con la otra mano restregaba con fuerza las nalgas de Yolanda, la cual lo tiró haciéndose las primeras burlas del grosero espectáculo. Los esplendidos ojos verdes de la Yolis se perdieron entre las risas y los antipatías estalladas. Su figura carnosa se perdía también entre las alumnas, y el borracho se levantó enfurecido-. ¡Cabrona!
    -Ya… Déjala Rodris –el Carcamán detuvo al compañero ebrio por la terrible ansiedad que ya se sentía en el salón-. Ven… disfruta la masacre… ¡Ese tocadiscos! ¡Que se oigan esos Doors!
    -Chingátelo… Triste… -volteé en mala hora a mirar al Loco, cuando subía el volumen del aparato. Saúl retumbó un puñetazo en mis sienes que me hizo trastabillar. Alcancé a tomarlo de la cintura y empeoré la cosa.
    -¡Sin agarrarse guey! –me dijo.
    Raiders en the storm…
    Raiders in the storm…

    -No seas culero, Carcamán lo agarraste de sorpresa –se atrevió a hablar el Cachihueco.
    -Como en los Comandos… ya lo sabía el pendejo. –Ya de rodillas sentí un puntapié en el pecho y me dieron ganas de vomitar. Solo una gran cantidad de espuma revuelta con algo de sangre salió de mi boca, con la rodilla también me había golpeado la nariz y labios.
    Into this world we’re born…
    Like a dog without abone…
    An actor on loan…
    -Deja me… le… me levanto –el rencor me provocó la fuerza necesaria para tomarlo de los pies y hacerlo caer. Estrellé su cabeza dos veces en el suelo y una mancha púrpura asomó en su pelo amarillo o anaranjado (el cabello era otro misterio de Saúl) Ya no se levantó. El Cachihueco y Rodris milagrosamente ebrios me alzaron, pero aún alcancé a propinarle una patada en el estomago, antes de que me llevaran al único rincón disponible.
    Raiders in the storm… Raiders in the storm…
    -¡No mames, pinche Triste! –Gritó Rodris corriendo a auxiliar a Saúl que volvía en sí, apoyándose con los codos en la baldosa y tiñéndola con pequeñas gotas de sangre-. Esta pelea no valió…
    There’s a killer on the road… His brain is squirmin like a toad…
    -No hay pedo… -lo interrumpió su jefe que mirándome a los pies como si despertara de un largo sueño, y exclamó sereno- Ganaste.
    Gotta love your man… Raiders in the storm…

    Dijeron que pagarían la apuesta, la cual consistía en dejar la escuela. Debería ser al entrar el año, con el dinero de las colegiaturas abandonaríamos la ciudad. Animosamente y recordando lo que disfrutaba el Gringo en sus viajes, no hubo desacuerdos. Solo el Rodris se lamentaba de que la idea no fuera del Carcamán.

    -¿Tú qué dices Saúl? –Parecía menos ebrio.
    -A toda madre… te volaste la barda, cabrón Triste. Tengo amigos que se fueron de sus casas y andan dándose la buena vida… allá por Mazatlán, unos hasta en Veracruz. Ya lo había pensado Rodrigo, nomás que los creía todavía unos niñitos pendejos de mami.
    -Pero irnos ¿A dónde? –Intervino el Cachihueco. Al parecer la idea les había quitado lo borracho. Aunque el Loco apenas iba tomando conciencia.
    -Donde diga Juan Bautista, el ganó. –se limitó a murmurar.
    -Yo… voy a Alburquerque… si quieren… -También se pronunció tácito el pecoso.
    -Nos vamos a la playa… sigo siendo el jefe ¿o no, Triste?
    -Eres el jefe de los Jefes, Saúl… aunque yo tengo un primo bien desmadroso en “chilangolandia” –Les dije al abandonarlos.
  • jimbodosjimbodos Pedro Abad s.XII
    editado abril 2016
    Tampoco Victoria llegó.

    Fueron quizás más de 10 minutos los que espero Victoria en la Plaza Juárez. No pensé encontrarla, pero tenía que pasar por allí para regresar a mi casa. Estaba enfadada, aunque no lo admitía y tal vez yo era el equivocado. La expresión de su rostro siempre era la misma, solo la disimulaba cuando agarraba sus lentes como si fueran catalejos. Caminamos alrededor de la vetusta presidencia municipal en silencio, por momentos ella me miraba. Movía de manera lenta el rostro como arrepentida de hallarse conmigo. Rosa ya me había dicho que Victoria quería un novio, ilusionándome con una confianza inaudita. Una confianza que en esos momentos no encontraba, e igualmente parecía arrepentido de estar con ella.

    -Se pelearon de verdad… tú y… Ay, como le dicen… -El tono de su voz también siempre era el mismo.
    -El Carcamán, así le decimos desde el año pasado –deseé añadir que se hacía la tonta, pero por fortuna me contuve al emparejarme rozando sus caderas.
    -Se te hincharon los labios –dijo sin mirarme.
    -No es nada. Hubieras visto como lo dejé –Sin dejar de caminar la tomé de la mano y como señal divina me la apretó ansiosa.
    -Y… ya no se volverán a ver en las vacaciones. –Victoria sin soltarme se sentó en una banca, pero yo permanecí parado. No quería acercar mi rostro al de ella.
    -El día último nos vamos a juntar allá… por el centro.
    -Siéntate. No seas maleducado. –Le obedecí.
    -¿Y tú? Que vas a hacer en Navidad o el Año Nuevo –retomé la confianza, al fin y al cabo, ella deseaba un novio sin importarle que estuviera sano o golpeado.
    -Nada.
    -Nos veremos otra vez antes de volver a clases.
    -Si se van a juntar los del salón el día último, también voy.
    -No… solo los Jefes, pero si quieres ese día nos podemos ver.
    -Háblame –me soltó cuando ya había escrito su número en la palma de mi mano, y se despidió besándome la mejilla menos hinchada.

    Mi madre me sentenció, tenía que estar antes de las diez, de vuelta. La Nochebuena había sido desastrosa; su esposo la golpeó, su hermana borracha no apareció en dos días, Magdalena y yo fuimos berrinchudos hasta la crueldad con su pobre viejo inconsciente y borracho –lo dejaron tirado toda la noche en el frío suelo del patio- se lamentó. Ese día último del año tenía que ser diferente. Reinaría la graciosa paz familiar, unida por la fe y el amor. Sin faltar la cena especial, con todos agradeciendo al Señor nuestro Dios. –Que sea este último día del año, el comienzo de una verdadera familia cristiana, “mijo”-. Fue lo que escuché al dejarla en una retahíla de oraciones. No deseaba llegar tarde con Victoria, la cité a las tres de la tarde en el Cine Nazas para mirar Harry el sucio. Lo que menos me interesaba era la película (la había visto ya en un par de ocasiones). Iba con el propósito de pasar un rato en cachondería, como lo hacía los domingos en la matinée con chiquillas desconocidas. Niñas a las que nunca miraba el rostro, pero de las que conocí el sabor de sus cuellos, de sus pechos… en algunas hasta de lo que traían entre sus piernas.

    -Te gustó…
    -¿La película? Nunca me dejaste verla.
    -¿Te gustó? –Pregunté, no sé si por segunda ocasión.
    -En realidad… sí… fue mejor… la mucha violencia me desagrada.
    -Entonces… vamos a la plaza, seguimos…
    -A las siete debo llegar a la casa –me interrumpió, y recordé que también a las 7 debía estar con los Jefes en el monumento de Miguel Hidalgo para ir a la Zona-. Pero… otro ratito…podemos estar juntos.
    -Sabes… la pasamos bien…
    -Sí, eso creo.
    -No quisieras estar siempre conmigo –dije con vehemencia.
    -Creo que… sí.
    -Ya no voy a regresar a la escuela me voy a ir a México… vente conmigo. –Parecía el momento más oportuno para decirlo, ella apretaba mis dos manos con fuerza. Mostraba más firmeza que cuando sostenía sus lentes en la clase de contabilidad.
    -Pero si aún no tenemos 15 años.
    -La edad no cuenta en el amor –dije la frase más trillada y convincente del mundo.
    -Una pena muy grande le causarías a tu madre.
    -Nada que no pueda superar… ella o cualquier madre.
    -No sé... lo pensaré –dijo al dejar mis manos.

    Los Jefes estaban intranquilos, ciertamente no por esperarme, sino por el Cachihueco que no traía los 10 pesos para la puta que lo desvirgaría. Jesús, el Cachihueco era el más jodido de la pandilla, aún más que yo. Su padre, aunque trabajaba en la Metalúrgica, tenía otra mujer y olvidaba sus deberes con la familia. Según él, bastante hacía con pagar la colegiatura de Jesús. Se hizo una colecta y se completaron ocho pesos (yo había gastado todo con Victoria). Saúl trataría de convencer a una de las golfas que conocía, así que decidimos seguir los planes. Caminamos al lecho seco del río, hasta donde la barda de la zona de tolerancia era propicia para brincarla. El Cachihueco no iba muy convencido.

    -Para que gastan su dinero… y si no se me para.
    -Te voy a llevar con una que te la va a levantar fácil. -Bromeó el Carcamán, haciendo el ademán de llevarse algo a la boca con el puño cerrado.
    -Así cuando nos vayamos de este “pinche rancho” ya no serás un niño –alegó el Rodris sacando la anforita de ron de su cintura.
    -Presta pa la orquesta –le arrebató la botella el Loco.
    -Dénsela al Cachihueco… que se anime el cabrón –les dije.
    -Pinche Triste… tú también nomás sabes decir cabrón –le brotó el rencor a Rodrigo, pero sin saber si era por el pleito con Saúl o porque Yolanda lo había cortado. Le hubiera contestado con una patada en el culo, no obstante, ya estábamos brincando la barda.
    -Andale Jesús… acaba de brincar, vas a ver que al rato querrás ser el jefe.
    -Es que traigo un tirón en la pierna… porque no se echan un volado el Loco y el Triste…
    -Chinga tu madre, pendejo. Ya está decidido.
    -Y ustedes cuando van a hacer su “primera comunión”.
  • jimbodosjimbodos Pedro Abad s.XII
    editado abril 2016
    Enero 5 de 1972.

    He llegado al Distrito Federal con mucho miedo y con mucho frío. Ni siquiera traigo la dirección de mi tío, el medio hermano aborrecido de mi madre y de mi tía. Además tiene un hijo parecido a un demonio. Solamente sé que viven en una vecindad de la Guerrero y ya me cansé de buscarlo… tengo miedo.
    Estoy leyendo la Biblia y me han echado de la terminal de los Ómnibus, los cierran a la medianoche. Camino varias cuadras aún sin lágrimas que asomen. Afortunadamente, los Estrella Blanca nunca cierran. Me atrinchero en una solitaria banca y después de leer a Mateo cuando dice no se preocupen por lo que han de comer o beber, busquen primero el reino de Dios, me decido a entrar en una oficina aún abierta de la terminal. Esta en penumbras, pero distingo a un hombre al final, detrás de un escritorio… me manda a chingar a mi madre, los viajes gratis no son negocio. Espero que al salir de su oficina, esa bestia simia no me corra de la estación. Me echo la gorra de frío al rostro tratando de no pensar y dormir. El llanto de la soledad y de la estupidez humana se me desborda dentro del estomago y sube como marea hasta mi cuello, mis ojos están secos.

    Despertar es un puro decir. Me incorporo casi a las seis de la mañana para llegar a la misa en San Fernando, espero encontrar al hijo endemoniado de mi tío en la iglesia. No lo conozco pero he tenido un sueño lúcido con la promesa de Jesucristo según Mateo, y no tengo más remedio que creer en los milagros.
    . Había dejado un poco de dinero para los almuerzos, esa sería la única comida hasta que cambiara mi suerte. Fueron solamente un par de almuerzos y al tercer día, estrangulaban mis intestinos la garganta. Los paseítos carnavalescos de las putas de San Fernando, dejaron de ser consuelo. Quería hablar con las lágrimas estacionadas en mi ánimo, deseaba que se largaran a consolar mi espíritu perdido. Pensaba en donde había quedado el Triste que casi mata a Saúl y admiraban el Loco y el Gringo. Seguiría siendo yo, la envidia de Rodrigo y el amor perdido de Yolanda. Seré todavía el hijo ejemplar que presumía mi madre con mi hermanastra. Donde estaba la combinación de José José con Juan Gabriel amado por las niñas de primero, además de ser el sueño de Victoria.

    -Ave María Purisima.
    -Sin pecado concebido –respondí.
    -Dime tus pecados.
    -Me acuso de haber escapado de mi casa… de Torreón... -entré a uno de los confesionarios del increíble templo, tal vez, solamente para hablar de nuevo con alguien.
    -¿Sabes lo que has hecho? El dolor que le estas causando a tu madre. –Fingí el llanto pues no había lágrimas, solo un inmenso vacío dentro de mí-. ¿Te has comunicado ya con tu familia?
    -No –musité casi inaudible.
    -Es tu penitencia… hazlo –el cura extendió un brazo fuera del confesionario para entregarme un billete de diez pesos-. De prisa ve y pones un telegrama…
    -Pero… -como un estúpido seguí murmurando.
    -La oficina de telégrafos esta cerca, ve… regresas…

    Salí de la iglesia admirando el billete ¿De verdad son tan buenos los padrecitos? No pensé averiguarlo hasta que me hallara otra vez en la completa ruina. La desolación del alma estaba completamente abatida, pero había nuevos ánimos en mi cuerpo y me olvidé de telegramas, tomando el camino contrario. Llegué a las casetas telefónicas de la terminal de los Estrella Blanca y esperé el turno de mi llamada.

    -¿Sí?
    -¡Victoria! Soy Juan Bautista…
    -¿Juan Bautista?
    -El Triste.
  • jimbodosjimbodos Pedro Abad s.XII
    editado abril 2016
    He regresado.

    Conocí a mi tío en la plaza de San Fernando un domingo por la tarde cuando una pequeña vendedora de fruta venida de Querétaro, trataba de convencerme en ser su novio a cambio de un mango enchilado. Malhumorado el tío enclenque me llevó a su apartamento de la calle Magnolia, no pasaron 20 minutos cuando ya estaba saliendo de la miserable pocilga con el billete de regreso a Torreón, es probable que al menos una semana, mi madre le estuvo dando lata. Mi primo frente al televisor nunca advirtió mi presencia.
    Por supuesto, no volví a la Treviño. Mi madre hubiera deseado que regresara al mismo instituto, pero solo seguiría estudiando si me cambiaban de escuela. La Comercial Financiera sería mi nuevo colegio, tan solo a un par de cuadras de la Treviño. Era suficiente, seguiría viendo a Victoria y tendría nuevos amigos. Por fortuna, el Loco convenció a sus padres de que también lo cambiaran a la Financiera. Además del viejo camarada, la Chiva, el Feo y el Maderas eras mis nuevos compañeros de clase y de parranda. Por supuesto, la Chivita debía su mote al lunar de pelos en la barbilla, era un tipo igual de horrible que el Feo, pero a diferencia de este nunca perdía su buen humor. El Maderas, era el más pendejo, aunque siempre anduviera recitando versos de Amado Nervo y Manuel Acuña. Todos despreciábamos las clases de mecanografía y contabilidad, solamente nos interesábamos un poco con el hermetismo de la taquigrafía, y nos aburríamos hasta el cansancio en la clase de Educación Física, porque no existían los Comandos.
    El Zombi era el maestro de Civismo y Geografía. En mi parecer era una persona agradable, a pesar de caminar con las nalgas echadas hacía adelante y los brazos tan largos que casi arrastraba. Todos en el colegio se burlaban de él, pero siempre se desquitaba golpeando con la barra simétrica a quien se le pusiera por delante. A mí me gustaba cuando hablaba diciendo que el siglo pasado y la mitad del XX, fueron grandes épocas. En aquellos años se mostraba la rebeldía siendo un degenerado, ahora es algo ya pasado de moda. No podemos escandalizar a nadie hablando de pepas y vergas, o teniendo amantes a diestra y siniestra, se lamentaba. La Comercial Financiera también era un colegio católico pero al Zombi no le importaba, y sonría a los alumnos cuando algunas niñas de la clase se tapaban las orejas agachando la cabeza y recargando los codos en el pupitre.
    -Pues a mí, me gusta más el inglés.
    -A cuántos idiotas puede gustarle el inglés. –Contesté al Trueno, El alumno más inteligente del salón, que en ocasiones se nos unía para no pasar solamente por un nerd.
    -Es más cómodo ser degenerado… es lo que te gusta.
    -Me gustan mis huevos. -Interrumpió el Loco.
    -Prefiero mis axilas –seguí alegando al Trueno.
    -Te gustan los discursos del Zombi.
    -Aborrezco a los profesores y odio más a la gente cuando habla… y un día cuando yo tenga algo que decir lo diré escribiendo… lo que menos deseo es escucharme. –Sentencié la pobrísima charla con el más inteligente de la clase.

    Al llegar a mi casa había reunión familiar. Se estaban haciendo ya los planes para mi fiesta de quince años.



    Continuará


    http://hectoresse.blogspot.mx/
  • jimbodosjimbodos Pedro Abad s.XII
    editado abril 2016
    No deseaba participar en los alegatos de mi madre presumiendo los préstamos alcanzados para el ágape, mientras la tía reclamaba que no había pasado aún el año de cuando enterramos a la abuela. La jefa ignoraba la frágil histeria de su hermana, inventando ceremonias principescas. Magdalena escuchaba complacida, a pesar de que unos días antes ella también había cumplido los quince… okey, Magdalena es en realidad mi hermanastra. La Recogida, le decía con dulzura la abuela. Cuando mis padres creyeron que no tendrían descendencia la adoptaron. Por supuesto, aún sin saber que yo me encontraba desde hacía tres meses, en el vientre de mi madre.
    -Falta mucho para noviembre…tengo hambre. –Dije rebuznando.
    -Seis meses se pasan volando –sorbía el bote de cerveza mi padrastro.
    -Tengo hambre y debo regresar a clases.
    -Sírvete la sopa, hice albóndigas. Me dieron el préstamo y no fui a trabajar para planear lo que vamos hacer en tus quince. –Se enajenaba la señora.
    -Le hubieras hecho mejor la fiesta a Malena… eso es para las viejas.
    -Tu hermana también tuvo su convivio.
    -Un jodido pastel -dije sin comer las albóndigas y regresarme a la escuela.
    -No tragué nada. –De regreso a clases siempre pasaba por la casa del Loco para irnos juntos al colegio.
    -Yo comí mis huevos.
    -Por eso estás loco… por eso te dicen…
    -Me llamo Lucas… y a ti, pinche Juan porque te dicen el Triste.
    -No te hagas pendejo, tu fuíste el de la carrilla… dizque me parezco a José José.
    -Y a Juan Gabriel.
    -Par de putos.
    -No… no. José José no es joto… y los pendejos de la Comercial Financiera de donde sacarían los apodos.
    -No ves la barba de la Chiva y… el Feo, esta horrendo el hijo de la chingada.
    -Pero el Maderas y el Trueno… son raros.
    -El Trueno es por los pedos que se echa, también por eso ha de ser el más estudioso. Se sambute en los libros para no oler sus pedos. Al Maderitas, yo creo le dicen así porque su jefe es carpintero.
    -A la salida de clases vamos por unas cervezas. –Suspiró Lucas, pues ya antes de cumplir sus quince, era un respetable alcohólico.
    -Nel compita… voy a esperar a Victoria.


    Que triste fue decirnos adiós.

    Llegó a la plaza junto con Rosa. La amiga caminaba a su lado y yo también, siempre mirando hacia el lado donde iba Rosa, mientras yo hablaba como estúpido al aire y a los engorrosos moyotes. Después de dos vueltas a la presidencia Municipal y a la plazoleta, me detuve por el lado de la Morelos y me senté en una banca. Victoria hizo lo mismo y Rosa la miró confundida, Vicky la ignoró moviendo su rostro sobre las palmas de la Avenida. Su amiga comprendió el mensaje y continúo dando vueltas, pero ya sola.
    -Por fin nos dejó –dije.
    -Es mi mejor amiga. –contestó atenta al tránsito de la Avenida Morelos, recordándome la clase de contabilidad.
    -Te he…extrañado –empecé a ponerme cachondo tomándole las magnificas piernas, tan solo pocos centímetros arriba de su pequeñísima falda. De manera suave las retiro sobre mis piernas sin soltarlas.
    -No puedo andar con alguien de la C F. –siguió hablando suavemente pero con decisión de maestro de Civismo.
    -Sales con otro. –Volví a mis trilladísimas frases sin olvidarme de todos los idiotas que deseaban su hermoso cuerpo.
    -Tengo muchos amigos… salgo con todos.


    Magdalena cantaba Cry baby y preparaba la cena. Me tumbé en un sillón sin encender el televisor, nuestro padrastro y su mujer habían salido al cine para seguir gastando el préstamo.
    Cry baby, cry baby, cry baby,
    Honey, welcome back home

    -Que te sucede, te veo... triste. –habló pero sin dejar de cantar, no contesté.
    I know she told you, honey
    I know she told you that she loved you
    Much more than I did

    -Todas son unas… iguales. –Me repuse admirando la magnífica presencia de mi hermana que nada podía envidiarle a cualquier mujer hermosa.
    But all I know is that she left you
    And you swear that you just don’t know why
    But you know, honey I’ll always

    -Yo no quiero una fiesta de quince años. –Fui para abrazarla hasta la cocina.
    -Ya no somos unos niños –retiró mis manos de su cintura-. No hay nada más grandioso que celebrar los quince años.
    -La Vicky, me cortó. –Volví a recordar mi molestia, sin sentirme aludido por las palabras de Malena.
    -La enana de la Treviño –siguió meneando el café, ahora en silencio. Magdalena y yo habíamos empezado la carrera comercial juntos, pero al morir la abuela y no contar más con el cheque de su pensión. Mi madre recortó los gastos de la casa, siendo la colegiatura de mi hermana el primer Debe por borrar. No obstante, Malenita subía a cantar a los camiones para tratar de pagar su mensualidad, pero solamente recibía grandes felicitaciones por su voz y un par de monedas por su inglés.
    -La más buena de la escuela –contesté apático.
    -Verás que cuando cumplas los quince, te presento mujeres más… hermosas.


    Fin del borrador de la primer rola. En estos días subiré la segunda rola
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