He podido leer el excelente diario que otro usuario abrió en este mismo apartado y, pensando que yo siempre quise tener uno y que no hay mejor lugar para abrir el alma que los ojos de un desconocido, me permitiré emularle.
Como debe sucederos a tantos de vosotros, mi vida sigue un camino muy diferente del que pensé para ella. Mi vocación siempre ha sido la enseñanza, siempre he querido dar clase en un instituto y siempre he pensado que la felicidad no surge de tener cosas, sino de interactuar con ellas. La música, un paisaje o una obra de teatro, son cosas que no pueden poseerse si no es en forma de recuerdo, pero que alimentan el espíritu cuando se cruzan en tu camino, y constituyen una fuente de felicidad pura y tangible.
Tampoco soy nada competitivo, pues no encuentro ninguna gracia a compararte con otro o querer demostrar ser mejor que él. Cada persona debe mirarse en su propio espejo, y sus virtudes y defectos no se alterarán por los de los otros. Y también odio los convencionalismos, no me preocupo nada de mi aspecto físico, de la moda o del qué dirán, y me gusta hacer exactamente lo que me sale del alma. Es mi mayor placer.
Pese a todo lo anterior, terminé siendo abogado. Una mezcla de temor a no encontrar trabajo y de esperanza en poder impartir docencia a través de la carrera de Derecho, me hicieron empezarla. Ahora mismo ejerzo y no me falta trabajo en absoluto. Pero no es mi camino. No obstante, cada vez que consigo ayudar a alguien a conseguir justicia, siento un destello de satisfacción que se suele evaporar al día siguiente.
Aparte de mis relaciones más cercanas y cotidianas, encontré a mi Dulcinea hace 7 meses en un vídeo de internet. Canta en el coro de una parroquia y tiene una voz de ángel. También tiene aspecto de ángel, es delicada, pelo de sol, piel de luna y ojos que concentran toda la belleza del universo. Cree en Dios porque es imposible no verlo en ella, y supongo que se mira al espejo todas las mañanas. También colabora con una ONG. Todas las noches al acabar de trabajar le escucho y sueño con volver a hablarle. Ya le hablé una vez para alabar su canto, pero fue muy breve. Yo mismo me despedí al poco, temiendo importunarla y pensando que poco tendría que decir a un desconocido que vive a miles de kilómetros de ella. Y también sueño con que me esté leyendo ahora.
Podría escribir muchas más cosas pero alargaría en exceso este primer mensaje, y debo dejar algo para los próximos días. Un placer encontrar vuestra mirada en estas letras y hasta pronto.
Comentarios
Hay un requisito esencial para las relaciones sentimentales sanas, y es la autosuficiencia. Antes de converger con el otro, debes tener la vida interior necesaria para encontrar paz y armonía en la soledad. Los demás pueden ser fuentes enormes de dicha, pero llevamos dentro las cualidades necesarias para encontrarla en nosotros mismos. Ésa es nuestra grandeza. Y amar no es sino reconocer esa grandeza en el otro, y desear preservarla y acrecentarla con todas tus fuerzas. El amor nace de la luz y muere con ella. Y no se puede amar sin admirar a quien se ama...y sin admirarnos a nosotros mismos.
El amor se basa en la dignidad propia y del otro. Y en el sano orgullo de querer a quien te valora y respeta como el magnífico ser humano que eres, unido al coraje necesario para apartarte de esa persona en cuanto deje de reconocer tu dignidad. El amor te hace mejor persona, es una fuente de fuerza inmensa y te empuja a crecer, a explotar tus cualidades al máximo y comerte el mundo. Si no es así, no será amor sino droga destructiva. Y deberás desengancharte antes de que sea demasiado tarde.
Una de las cosas que más le pido a la vida es no perder nunca mi tierra, ni la capacidad de hablar con ella. Una tierra cuyo olor conozco, en la que soy libre, que no me fuerza a pisar senderos contrarios a mi sentir. Una tierra que es mía y a la que, simultáneamente, yo pertenezco. Una tierra en la que puedo respirar profundamente, llenando los pulmones hasta el fondo sin que el aire me resulte extraño. Una tierra donde el aire limpia y acaricia mi piel y mi alma. Una tierra de la que soy parte, y en la que podré construir una casa cuyos cimientos no la hieran. Una casa pequeña y sencilla pero con muchas ventanas, para que el aire y la luz impidan que los años llenen de moho sus paredes. Y que tenga cerca un río donde pueda mirarme cada día para recordar quién soy, y comprender que lo más importante de la vida es ser, y que dejar de ser por tener lleva a la muerte.
Ser libre en su tierra es el deseo más ambicioso que un hombre puede concebir, y el único camino a la felicidad.
Al ver esos días como algo inalcanzable, mi subconsciente tiende a olvidar las sensaciones de aquel entonces. Soy abogado, me gano la vida de esta manera y sería una locura dejar esta gris estabilidad para conseguir un sueño tan incierto como dedicarme a enseñar. Pero de vez en cuando siento, por cortísimos periodos, lo que experimentaba entonces. Me sucede a veces en las 3 horas semanales de clase que imparto en la universidad (soy profesor universitario, si bien asociado y con un limitadísimo horario). También me ha sucedido viendo vídeos de mi Dulcinea, donde se percibe la alegría pura que nace de ella cuando canta, baila o simplemente realiza actividades para mejorar lo que le rodea en su parroquia.
Entonces percibo la entidad de mi apatía cotidiana. Mi absoluta falta de energía, mi hastío y mi rendición. Percibo que camino como un autómata por un sendero que no es el mío, viviendo una vida ajena y con un carácter cada vez más agrio, una melancolía cada vez más fuerte y una ausencia de fuerza que, aunque parezca surrealista, me hace pensar en lo feliz que seré cuando me jubile pese a tener tan sólo 31 años.
El mal que sufro es muy común. Es la enfermedad de los cobardes, que les hace ver como una carga el maravilloso regalo de la vida, cuando deberían gozar de cada segundo haciendo aquello para lo que están hechos y luchando por lo que aman. Fuera del cuadriculado, corrupto, árido y detestable mundo de las leyes, desearía poder enseñar a otros a amar el conocimiento. La literatura, la filosofía, la música...ese conocimiento que es bello y a la vez útil, que forma la mente y el corazón.
Y a la vez que sueño, recuerdo lo fuerte que era cuando seguía mi camino, y la fragilidad que me acompaña desde que decidí negarme a mí mismo.
Si alguien me preguntase en qué me baso para decir que todo ser humano tiene un valor y una grandeza infinitos, le respondería que todos somos capaces de hacer reír a un niño, de hacer nacer en sus ojos felicidad y paz. Y eso nos convierte en seres grandiosos.
Volviendo a la efusividad, odio las estridencias en los gestos. Me pone de mal humor la gente que parece ponerse histérica por cualquier nimiedad como encontrarse a un amigo por la calle o ver el nuevo vestido de una amiga. En situaciones como recibir el "sí quiero" del amor de tu vida es comprensible que se te escape un grito de alegría o des un salto de júbilo. Pero chillar, brincar o manotear por cualquier cosa, es propio de estúpidos.
Ello no es óbice para que me encante reír cuando sucede algo gracioso, o que piense que siempre es mejor exteriorizar las emociones con palabras, gestos, caricias, besos o abrazos. Pero como lo hacen las almas serenas y maduras. Lo contrario suele conllevar superficialidad, vacío y muchas veces falsedad. Precisamente lo que abunda en las celebraciones de estas fechas, sin perjuicio de que algunas personas las viven con una profundidad y una autenticidad envidiables. Como se vive un beso de amor, con una magia que no puede fingirse ni comprarse.
Por otra parte, el tiempo es un referente a la hora de medir el valor de las cosas. Los bienes más valiosos de la vida perduran con los años y siguen iluminando en la madurez e incluso en la vejez. Por el contrario, aquello que menos merece la pena suele morir con la juventud. Quien sabe tocar el piano es capaz de crear una magia que le acompañará y reconfortará hasta el fin de sus días. Quien tiene la gran fortuna de haber conocido a una persona de alma noble y ojos clarividentes podrá beber de ese manantial mientras permanezcan juntos, sean jóvenes o ancianos, y es difícil que su corazón tenga sed en tales circunstancias.
Pienso en el tiempo constantemente, y supongo que a todos nos sucede lo mismo. Temiendo que el tiempo me quite las cosas que amo, esperando que no se extienda en los momentos menos soportables y observando aquellas cosas pasadas que guardo conmigo en forma de recuerdo. Pienso en la gente que decide cortar el hilo de su tiempo porque le ahoga, y en las pequeñas y grandes cosas que pueden volver hermoso o insoportable nuestro tiempo. En como nuestra inacción y nuestro miedo terminan envenenándolo y haciéndolo sentir como un castigo en lugar de como un don. Y en la posibilidad de que sea eterno.
Tú y yo creemos en el mismo Dios, pero tu fe es mucho más fuerte que la mía y estás convencida de que el tiempo es infinito y existe una vida que no acaba. Yo dudo muchas veces sobre ello, y mi principal razón para creer a ratos que la vida eterna existe es que hay cosas tan excepcionalmente bonitas que no pueden morir. Tiene que existir una Justicia que las haga eternas, porque su belleza es tan grande que las vuelve dignas de la inmortalidad. Igual que tu voz vivirá en mí mientras yo siga en este mundo, como una semilla que cae en la tierra y echa raíces para siempre, tan hondo que nada podrá arrancarlas.
Ha sido agradable leer tus diarios Icaro. Un saludo.